4
Se había ido corriendo amedrentado del comedor hacia el baño, poniendo el cerrojo. No soportaba romper las reglas, pero necesitaba despejar su mente de todo el griterío en su cabeza. Los golpes en la puerta no cesaban y le ponían los pelos de punta. ¿Será que por esto le llamarían a sus padres? O aún peor, ¿al doctor Lay? No quería mostrarle la cara a nadie en ese segundo. No deseaba hacer notar sus hinchados ojos y su tembloroso cuerpo, falto de energía. Intentó apaciguarse vaciando su vejiga y refrescando su cara con agua gélida. Los golpes en la puerta se iban rindiendo tras unos minutos hasta que dio lugar a las voces de los paramédicos a la guarda.
—Jungkook —suave como la seda se le escuchó decir a la paramédico—, dejaremos esta pasar. No le haremos saber al doctor Lay lo que acaba de pasar porque no eres el único que no supera el primer día aquí. Todos tienen la misma reacción siempre, ¿sí? —trató de todas las maneras calmarle.
—Si no quieres comer, está bien; mañana es otro día, y significa otro intento ¿vale? —aseguró Kibum— Puedes tomar una taza de café caliente si así lo prefieres, pero la regla es asistir a la mesa del comedor.
—Mira, si estás así porque te gritamos a través del altavoz... —su tono se notaba algo culpable y arrepentido— Nosotros solo tratábamos...
La puerta se abrió estrepitosa y congeló a los mayores, quienes no contaron con que sus palabras dieran en el objetivo tan fácilmente. Al mirar el rostro desfigurado en amargura de Jungkook sus corazones se apretaron. Nunca se ha recalcado cuán doloroso es ser un espectador de alguna desdicha.
—Sí querré ese café —refregó sus rojizos ojos y suspiró—, tengo mucho frío.
● ● ●
Nadie le dirigió una sílaba en la mesa del comedor. La cena fue silenciosa y Jungkook era el único con solo una taza de humeante café entre sus manos. Dara le miraba con un deje de envidia y alzó la voz.
—Es que yo tampoco tengo más apetito. Estoy satisfecha. ¿Podrían darme siquiera un té?
—No, Sandara. Por favor sé comprensiva —resonó el parlante entre las cuatro paredes pintadas de un vistoso amarillo mostaza.
Sin ni un otro comentario incluido se dio por terminada la cena. Luego de ello tenían las siguientes horas libres para aprovecharlas al máximo antes de ser mandados a la cama, pero Jungkook no pudo hacer nada mientras tanto. Aún seguía decaído y algo humillado; no por las miradas inquisitivas de los demás, sino por culpa de su cabeza. Ella le reclamaba y escarmentaba duramente sus acciones y juicios. Jungkook no quiso hablar con nadie en ese entonces, necesitaba tomar aire en el ante jardín que le había recibido en la mañana. Se acomodó en una banca de madera que rechinaba y escuchó música de sus auriculares, brindando reposo a sus congojas con canciones.
Cuando el reloj apuntó las diez en punto, todos estaban acabando de comer unos aperitivos. Lo último que comerían en el día. Jungkook reflexionó en su primer día y reparó en las horas sagradas: aquí se comía seis veces al día sin rechistar, siempre a la guarda de cada acción cerca de la mesa. Jungkook no podía creerlo, consideraba que era demasiado para su prieto estómago. Sin embargo, no negó que todo ello eran medidas necesarias para salvar ocho vidas resquebrajadas. Evidenció cada costumbre del centro en el que estaba confinado: el desayuno era a las ocho, refrigerio a las diez con treinta, almuerzo a la una en punto, segundo bocado a las cuatro, contundente cena a las seis y, finalmente, merienda a las ocho con quince. No estaba permitido pedir comida antes ni después. Todo era muy dispar en el universo de Jungkook, el cual sufrió una ruptura en cuestión de doce horas tortuosas.
Había llegado a la habitación que compartía con el castaño Min Yoongi y este le saludó al verle entrar. Se estaba poniendo un pijama.
—No alargues esa cara, Jungkook. Te ves feo.
—Siempre estoy feo —bufó comenzando a buscar entre sus prendas del armario algo cómodo para descansar. No contaba con pijama.
—¡No jodas! —rió con fuerza, lanzando una pequeña almohada a la mollera de Jungkook— ¿Crees que eres feo?
—No me considero un matador —se encogió de hombros sin darle mucha importancia a lo que se estaba hablando. Quería terminar con esa pesadilla en los brazos de su cama.
—¡Pero si tienes toda la pinta de tipo malo! Ya me entiendes. Me refiero a los típicos antipáticos galanes.
—¡No soy nada de eso, Yoongi! Mejor me iré a dormir al sofá y te abandono. Eres como grano en el culo —hirió con un bostezo de por medio.
Min se quejó con un grito. O, más bien, con un gruñido. Le empujó y quitó la larga playera que cubría su pecho, se le acercó y tamborileó con sus palmas en su plano vientre. Jungkook juró estar hirviendo en rojo.
—¡Pero mira esos abdominales! —se burló pesado, siendo apartado bruscamente por Jungkook.
—¡Oye! ¡Ya!
Fueron interrumpidos por Kibum, quien les lanzó una mirada llena de misterio y una advertencia, ordenando a que pegaran el ojo de una vez por todas. Jeon sintió como si hubiese sido salvado.
—Hey, ya —el aura inexpresiva e inquebrantable de Yoongi volvió en un tronar de dedos. Jungkook estaba seguro de que este había bebido varios litros de energéticas a escondidas de todos—. Perdón por hostigarte. Te daré un chocolate.
—¿Qué? —se quedó congelado de pies a cabeza al ver como Min le tendía una barra de chocolate, incitándole a que lo cogiera. Quedó incrédulo en medio de las cuatro paredes pálidas que presenciaban cada segundo— ¿Por qué tienes eso? —se inquietó con la cercanía del dulce, como si le estuvieran ofreciendo una arma blanca.
—¿Acaso no puedo? Tómala que te la estoy dando. Es un regalo —una sonrisa se amplió en su boca, estremeciendo al otro.
—Mmm —meditó muy por lo bajo y la agarró tembleque—. Bueno, gracias...
—Me voy a dormir. Buenas noches, guapo.
—Buenas noches..., raro.
En cosa de veinte minutos ya no se percibió ningún bullicio en el centro y todos estaban, con certeza, dormidos en un profundo sueño. Jungkook mientras tanto seguía con la barra de chocolate envuelta, sentado en el frío suelo frente la ventana. Observaba por más de diez minutos el envoltorio de la delicia y lo rompió con cautela. Se sintió desfallecer cuando la esencia de lo acaramelado le pegó en el rostro, dirigiendo su dulzor olor a las fosas nasales. Jungkook lo considero una droga. Hace muchos meses que no tenía un manjar en las manos, siquiera contenía un claro recuerdo de una mordida a un dulce. Todo le era borroso en ese tris de su vida. Había deshecho la envoltura y solo quedaba probar el bocado. Se le hacía agua la boca y ya no pensaba en nada más. Estaba cegado.
Y como si hubiese vivido una ayuna de incontables años, devoró el chocolate sin que nadie lo viese. Entró en el paraíso de la gula. Mordisco tras mordisco volvió a ser presa de su miedo: disfrutar de lo que dura poco.
Como un bebé puchereó y mordió su labio inferior, ahogando sus sollozos y percatándose de sus calientes lágrimas recorrerle la amarillenta piel.
—No —arrugó el rostro—. No. No. No —entró en un profundo pánico y se puso de pie, tambaleándose a la puerta con sumo silencio, sigiloso— ¿Q-Qué hice? ¿Qué hice? —tapaba con sus manos su boca nerviosa.
Corrió con la vista nublosa hacia la escalera, a la puerta de entrada. Se aventuró al ante jardín y tropezó con sus propios pies descalzos hasta caer tumbado en el pasto. Alzó su quijada para reencontrarse con el oxígeno y el chocolate abandonó su cuerpo, cerca de un arbusto.
Quedó perplejo, sorprendido de lo que acababa de suceder. Nunca había vomitado algo en su vida. No era un bulímico, pero no podía soportar el hecho de contener el pecado de la gula vigente en su interior. Se sintió por primera vez terriblemente culpable y maldecido. Se arrodilló en el mismo pastó y limpió los restos de su boca, al igual que los rastros de sus cobardes lágrimas sin consentimiento. Nada de esto tenía sentido; era ridículo a los ojos de una persona normal. Pero Jungkook no era normal, y ese día supo que nunca podría llegar a serlo. No como antes.
Se sobresaltó cuando sintió a alguien despierto y se apresuró a entrar otra vez. Se cercioró de que no había nadie realmente insomne y se adentró a la sala de talentos para poder calmarse. Respiró profunda e incontables veces hasta pillar por fin la serenidad. Sin embargo algo le distrajo.
Un retrato. Allí puesto en el atril yacía una obra con su rostro en el lienzo. Colorido, esmerado, dedicado, auténtico y extravagante. Se asombró.
Taehyung lo había pintado a él.
—¿Jungkook? —con la inseguridad y las ganas de enterarse de la pintura, se giró para interrogar al autor de la obra— ¿Qué haces aquí abajo? —sonaba ronco.
—Tae... —palideció, decepcionado— Y-Yoongi.
—No deben encontrarte aquí a estas horas. Vuelve a la cama —le habló suave y sutil para no provocarle, pues notó la cara de espanto en Jungkook sin mucho esfuerzo—. Ven.
Min le volvió a tomar las manos con blandura, como si tratara con un tímido infante, y lo guió de vuelta a su cama. Lo metió entre los cobertores y susurró por lo bajito, compadecido.
—Te voy a arropar.
Jungkook no contestó. Solo quería dormir llorando; soñar riendo.
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