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Capítulo 2 Crea tu personaje

La lluvia había comenzado y las gotas al caer en el techo, por un momento distrajeron a Cristian y su terapeuta levantó la mirada de las notas que escribía.

El consultorio era de color beige, con un amoblado blanco, que le traía malos recuerdos al joven y eso lo hacía sentirse incómodo. Comenzó a mover la pierna y a restregarse las manos.

—Creo que voy bien, si eso responde a tu pregunta, sabes que no me gusta que me pregunten cómo estoy.

—Es algo común en las conversaciones pero entiendo si aún no estás listo —se inclinó para sacar una lapicera del cajón del escritorio y bajó y subió el pulgar y comenzó a escribir—. Creo que habría que aumentar la dosis de tu ansiolítico, aunque de eso se encarga el psiquiatra ¿Te parece?

Cristian detuvo el movimiento de su pierna y negó con la cabeza.

—No quiero, me provocan que la memoria no me funcione bien y... preferiría seguir con la misma dosis. Ahora debo estar lúcido para mi trabajo.

—Está bien ¿Y cómo va eso? Has regresado a dar terapias.

El hombre dejó la lapicera y acomodó sus lentes en el puente de la nariz.

—Sí y puedo lidiar con ciertas consultas pero haber regresado a Anacrom es un gran desafío —suspiró profundo y miró a la ventana.

—Te di el alta para que vuelvas a trabajar pero si te hace mal, podrías tomarte una licencia.

—¡No! ¿Cómo voy a mantenerme? Puedo hacerlo, es un desafío.

—¿Han regresado los episodios? —miró con disimulo a las muñecas del paciente.

—Bueno... Me tengo que ir —se levantó de pronto y salió.

—¡Cristian, si no te enfrentas al trauma, no avanzarás!

Gritó el terapeuta sin levantarse y sacándose los lentes.

Tatiana caminó bajo la lluvia con un ramo de violetas que apretaba con suavidad en su pecho. No tenía piloto ni botas pero no le importó, jamás dejaba pasar la fecha. Se acercó a una tumba con el nombre "Nicolás Hedwey", tomó el florero y lo llenó con agua de lluvia y puso las violetas, se acercó y las lágrimas comenzaron a salir.

—Ay, Nicolás, me pregunto si algún día dejará de doler tanto —susurró entre lágrimas.

Cristian se paró detrás de ella, con un ramo de rosas blancas y con delicadeza se acercó.

—Tatiana, te estás empapando ¿Quieres mi campera?

Ella se volteó asustada pero al ver quién era, le sonrió forzadamente.

—No, está bien —respondió con la voz quebrada—. ¿Qué hace aquí?

—Vine a visitar la tumba de mi madre.

Vio la tumba de al lado que decía "Alice Kenneth"

—Disculpe, fue una pregunta tonta —agregó limpiándose los ojos

—Está bien, no esperaba encontrarte aquí. Hace años que no vengo y ella amaba las rosas blancas.

—Creo que ambos nos enfermaremos ¿No cree? —volvió a sonreír.

—Puede ser ¿Él era...?

La pregunta quedó flotando y ella respiró profundo apartando la angustia y respondió otra cosa, no quería preguntas.

—¿Irá al taller?

Cristian se descolocó, parpadeó dos veces y respondió:

—Sí.

Tomó su mano y sintió una extraña electricidad, ella igual y de inmediato se separaron.

—Lo veo por la tarde entonces.

Comenzó a irse y él volvió a tomarla de la mano, ignorando la extraña sensación.

—Puedes decirme Cristian.

—Y tú, Tatiana. Hasta pronto.

Él se quedó con las rosas en las manos pensativo, miró nuevamente el nombre en la tumba y se preguntó si sería tal vez su pareja.

—Regresé, mamá y mira, te traje las rosas que te gustaban. Sabes, es complicado pero debía hacerlo, aunque aún esté lleno de miedos, espero encontrar más respuestas que preguntas.

La confitería tenía un estilo bastante llamativo: los manteles tenían vuelos, los utensilios eran dorados, flores de colores adornaban los centros de mesa y los pasteles estaban llenos de colores, desde porciones de tortas hasta macarrones y las bebidas servidas en vasos de diferentes tonos, con popotes en forma de estrellas y corazones.

Cristian se sintió incómodo y miró una vez más al panfleto que Tatiana le había entregado para asegurarse que realmente allí era el lugar.

Un hombre de cabello de color idéntico al de la joven y vestido con camisa de satén azul y pantalón de vestir, salió a saludarlo con emoción.

—Tú debes ser el licenciado, ven, mi hermana te ha invitado.

—Em... sí, ¿Y usted es?

—Qué malos modales los míos, soy Henry Hamilton y yo doy el taller —lo tomó del brazo y lo llevó a rastras.

Cristian se dejó llevar mientras veía a los demás clientes comer dulces y hablar sobre demonios, las conversaciones los nombraban mucho y él estaba cansado de oír de ello. Al fin llegaron a una mesa con mantel negro, rosas rojas de centro de mesa y tres copas con vino rosado.

—Esta mesa no tiene relación con las demás.

—No, vengo aquí por los dulces pero el estilo me hace sentir una chica en la etapa adolescente. Mi hermana se está tardando así que yo te explicaré.

Se sentó y atrajo una silla con un portafolio azul, lo abrió y sacó carpetas negras con folios y le mostró una ficha.

—Puedes ir llenándola, hay preguntas de tipo: ¿Hace cuánto escribes? ¿Qué escribes, cuento, poesía, novela? ¿Terminaste alguno? y cosas así. Supongo que trajiste cuaderno y lápiz.

Cristian asintió algo perturbado por tanta información y sacó de su bolso, un cuaderno de tapa negra y una lapicera azul y entonces comenzó a llenar la ficha.

Tatiana entró mirando a todos lados y cuando divisó la mesa oscura, se acercó arrastrando los pies. Tenía puesto un vestido azul y sandalias blancas con tacón y del rodete, le salían unos mechones.

—Perdón por llegar tarde pero se complicó en casa —dijo entre dientes.

Cristian le sonrió y la saludó con la mano y ella le respondió.

—Francis me ha dicho que no vendrá hoy —se rascó la cabeza y suspiró decepcionado—. Yo creo que no sirve que venga.

Los dos hermanos continuaron hablando pero Cristian los ignoró y comenzó a escribir. En su mente el boceto del personaje comenzó a dibujarse: Un hombre rubio, de unos cuarenta años, vestido con jean azul y camisa roja, de rasgos duros, con barba desaliñada y cabello revuelto y largo. Un escritor frustrado que trabaja en una fábrica de pescados, soltero, con una hija que no le dirige la palabra. Usa una espada con Icor para vencer a los demonios que habían matado a la madre de su hija. Terminó de escribir y se lo mostró a Henry, que bebía un milkshake y mordía una rebanada de pastel de frutilla. Tatiana estiró la cabeza para curiosear.

—Licenciado, qué imaginación, creo que está bien estructurado, por el momento ¿Qué te pareció? Y por cierto ¿Respondiste la planilla?

Cristian miró algo sorprendido y se llevó la mano a la frente.

—Uh, lo olvidé. Pero puedo decirte que escribía de adolescente y luego por la universidad dejé de hacerlo, pero si escribí algunas novelas. Perdí la práctica, así que estoy muy oxidado.

Tatiana leía con atención y le comentó algo a su hermano y el psicólogo se intrigó.

—Lo haces bien para estar oxidado. Esto es todo por hoy, espero verte la próxima semana.

—¿Eso es todo? ¿Cuánto sale? Qué despistado, no pregunté el monto.

—Nada, es gratuito. En realidad esta clase y la otra son de prueba, luego si vemos que te interesa realmente, podemos darte un taller más específico y ahí ya tiene un precio —comentó Tatiana dando un sorbo a la chocolatada y sentándose.

Cristian se despidió de ambos y al tomar la mano de Tatiana, sintió de nuevo esa extraña sensación y ambos se quedaron mirándose y entonces, Henry les puso la mano encima.

—Si quieren una cita, me voy.

—¡Hermano! Disculpa, Cristian, te veo en el trabajo —respondió apartando la mano.

—Si, claro. Nos vemos —se sonrojó y se apresuró a irse.

—Es él, hermana, increíble que no nos recuerde. Se nota que ese ataque fue terrible.

—Claro que lo fue.

—¿Acaso él aún?

—No quiero que digas, por favor.

El demonio había entrado con facilidad. Era una mente fresca, nueva, sin demasiados problemas. La red psíquica estaba luminosa y podía jugar a su antojo. Los demonios crepusculares eran como un virus mental y tomaban recuerdos traumáticos y los agrandaban y provocaban que el dolor que acompañaba esas representaciones, fuera más fuerte. No había demasiado que hacer, tenía una mente apacible. Entonces solo quedaba fabricar problemas.

El joven fue llevado de urgencia al Hospital Psiquiátrico, con las manos entumecidas, la vista fija en algo que no estaba presente, mirando algo terrible, no visible para los demás.

Cristian esa noche apenas durmió. Su insomnio le trajo recuerdos sepultados de esa habitación y dudas que surgían.

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