Capítulo 19 Alejamientos forzosos
otoño comenzaba a irse, despojando de sus hojas a los arces japoneses y así, dejando sin protección a todo Anacrom. Era la estación en la que más ataques había e incluso en Crimson, los demonios de baja categoría quedaban libres. Para Astaroth y Alastor, era un alivio, el ardor y las heridas de quemaduras de cuarto grado que provocaban las hojas de esos árboles, al fin ya no eran un peligro.
Tatiana tocó el cabello de Cristian con delicadeza, como si se tratara de algo que podría quebrarse en cualquier momento. El gesto provocó que las mejillas de él se pusieran rojas. Hacía tanto que no recibía cariño, que había olvidado lo que era recibir un abrazo o algo tan simple como que toquen su cabello con dulzura.
Ella quería quedarse con él, hacer ese momento único, olvidarse de los demonios y de lo que decían las cartas de su madre. Quería tomar las manos de él y salir corriendo, pero la realidad como una densa neblina, rondaba su mente y entonces, dejó de tocar el cabello de él y lo besó con dulzura.
—Pasa algo malo ¿Verdad? —preguntó acariciando su mejilla.
—Sí —suspiró—. Es algo que no esperaba y menos ahora.
—¿Ahora tiene que pasar esto? ¿Ahora que he recordado?
Ella no se atrevió a responder y sólo le extendió las cartas. Caminó cerca de él y se quedó mirando los retratos pintados de cada miembro de la familia Kenneth. La biblioteca con títulos de psicología y biblioratos.
—Ah —dijo Cristian con un hilo de voz, como si ya no tuviera aire.
Tatiana volteó y lo vio apoyado en la pared, cerca de una lámpara de pie en forma de hipocampo, re leía de nuevo, apretaba el papel y fruncía el seño.
—Henry lo descubrió hace unos días, te juro que no lo sabía.
—Tu madre tuvo una relación con el actual rey de los demonios crepusculares —se sentó en el sillón blanco, sin apartar la mirada de la carta—. Lo descubrí en los papeles de mi madre, sólo que ella no hablaba de ello y menos de esto. No dejaré que vayas allá.
—¿Qué debería sentir, algún poder, introducirme en la mente de alguien? No lo entiendo —se sentó a su lado—. ¿Y si te lastimo a tí?
—No esperaba esto y no tengo respuestas a tus preguntas, pero cuando estuve allá, había demonios que eran parecidos a nosotros físicamente sólo que...—se llevó una mano a la cabeza, el recordar le producía un dolor inmenso—. No sé, sólo recuerdo dolor y más dolor.
Ella lo abrazó, temiendo que la rechazara, pero no fue así. Él la atrajo a su pecho y la besó, secó sus lágrimas y deseo tenerla así para siempre, si es que eso existía, deseo cuidarla, deseo tantas cosas que eran imposibles.
—No dejaré que te lleve nadie allá, ni aunque venga el mismísimo rey. No lo permitiré.
—Pero, Cristian.
Le puso un dedo en los labios y volvió a abrazarla.
—Pero nada, me has devuelto la paz, incluso mis recuerdos. Jamás dejaría que alguien te dañara.
Ella se sintió protegida, pero sabía que era algo efímero y luego, la realidad sombría, vendría a arrebatarla de sus brazos.
Francis miró a sus libros y se sorprendió de haberlos escrito, luego miró las fotos colgadas en una cuadro, en donde salía en convenciones hablando de sus obras, presentándolos, dando charlas e incluso haciendo firmas ¿Dónde había quedado esa parte suya? Esa parte fingía que sabía que deseaba, que sentía que todo estaba bien, que tapaba las heridas llenándose de ruidos: reuniones, escritura, trabajo, incluso personas pasajeras, pero todo eso había eclosionado cuando Mikel había sido llevado a la Crimson zone. Aunque en realidad, más antes, cuando debió decirle que sólo había jugado con él e iba a casarse. Ese día se fragmentó, se lastimó a sí mismo y toda la estructura de que todo estaba bien, comenzó a desmoronarse.
Ahora miraba con pesar todo, lo único que deseaba era volver a escribir, llenar sus cuadernos y los documentos de Google con frases que contaran historias y sumergirse con los personajes.
Se volteó y miró a Mikel sentado en su cama, no había hecho ningún sonido desde que lo había hecho pasar y la luz del crepúsculo le daba un brillo especial a su cabello. Amaba a ese hombre, jamás había podido sacárselo de la mente y el corazón. Aunque le habían dicho que estaba muerto, śu amor no pudo ser enterrado y prefirió morir un poco con él, pero ahora que sabía que vivía y luego de sus conversaciones incómodas, sentía que algo se desgarraba en su interior y por otro lado, sentía ganas de abrazarlo y besarlo hasta que le dolieran los labios.
—¿Para qué has venido? —preguntó con frialdad, debía forjarse una coraza de palabras para que no viera cómo sufría.
—Para hablar, para sincerarme, sé que te traté mal, sé que...—suspiró y miró a un costado, no soportaba mirarlo a los ojos. Los recuerdos que Alastor le había despertado, danzaban ante sus ojos y le provocaba un sentimiento de culpa—. Fui cruel contigo, te dije palabras horribles pero...
—Pero fueron reales, Mikel, yo no debí decirte eso. Mi padre nos sometía a mi madre y a mí y... esa mentira que te dije fue lo peor que he hecho porque por eso, te condené —apretó el puño, se acercó a él y levantó su mentón.
—El Mikel débil y sufrido que conociste, ya no existe —sentenció con frialdad—. Recordé retazos de mi estadía en Crimson y quién me salvó, él... —tragó con dificultad y sintió que las sensaciones de esos recuerdos se le acumularon y no pudo expresarlas en palabras.
Francis lo abrazó y lo besó, sintió que no importaba nada, que si no lo hacía, se terminaría de romper y no podría recoger los fragmentos de sí mismo y no se lo perdonaría.
Mikel le correspondió y por el instante que duró el besó, su cuerpo y alma se llenaron de calidez y se sintió libre como antes, sin los dolores, sin la angustia, sin nada de las secuelas de haber estado en Crimson. Pero un recuerdo de emociones, de toques en su piel, de caricias y otros labios que lo besaron le produjeron descargas y se separó de Francis.
Detrás de ambos, apareció Alastor, con los ojos rojos brillantes, con el traje rojo impecable. Mikel, apartó con cuidado a Francis que lo miró asustado y Alastor sonrió.
—Mikel ¿Recuerdas tu trato? No lo has cumplido y entonces, he venido por Francis, aunque, puedes venir tú —enunció con un tono de voz dulce, como si en realidad estuviera confesando su amor.
—Llévame a mí, a Francis no y no te entregaré a Tatiana —le dio un leve empujón a Francis, para apartarlo.
Alastor lo atrajo a su pecho y Francis quiso separarlos, gritó, forcejeó, pero sólo obtuvo un fuerte golpe que lo dejó inconsciente en una esquina de la habitación.
Apenas sintió Mikel el calor de Alastor al sujetarlo en su pecho, otros recuerdos acudieron, recuerdos que provocaron que sus mejillas tomaran casi el mismo color que su cabello y cuando él le susurro al oído «recuerda», la electricidad regresó y se dio cuenta que Alastor había despertado en un momento un deseo inmenso y entonces, cerró los ojos, mientras el joven demonio se transportaba con él.
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