Capítulo 16 Recuerdos fragmentados
Un hombre lo había salvado y cuidado, pero ¿A qué se debía?. Mikel estaba cansado de luchar contra la angustia, la tristeza y todo lo negativo que su mente había venido soportando, le dolía el cuerpo, la mente y el alma. Estaba acurrucado como un animal herido en una habitación limpia y entre sábanas suaves. Su cabello rojo le caía en los ojos y estaba despeinado y cuando sintió unos dedos acariciarlo, se estremeció y se hundió más entre las sábanas.
—No tengas miedo, soy Alastor, el príncipe de Crimson, no te preocupes.
Mikel comenzó a agitarse y se llevó ambas manos al pecho, se alejó lo más que pudo de los dedos de ese hombre de cabello rubio, ojos rojos y piel blanca como las sábanas en las que estaba envuelto. Su voz era tranquila y extrañamente irradiaba paz, algo que no había concebido en ese mundo, algo que no tenía cabida, pero ese hombre parecía un faro de luz.
—Los demonios de la entrada son peligrosos y ellos no obedecen al rey y menos a mí, son de otra categoría, por eso hacen lo que deben hacer, torturar y provocar dolor.
Mikel se sentó en la cama, tenía la camisa que había sido blanca, con manchas secas de sangre y el pantalón negro en igual estado.
—No entiendo nada —logró articular, sintiendo los labios secos al pasar la lengua en ellos.
—Claro que no, eres un humano —volvió a acercarse y esta vez, Mikel dejó que tocara su mejilla—. Te curaré las heridas del cuerpo, lo demás no está a mi alcance.
Una esfera roja se introdujo en su pecho y pudo respirar hondo, sintiendo el aire fresco ingresar en sus pulmones y las heridas de su cuerpo, mordidas y rasguños fueron curándose. El dolor había desaparecido, pero su mente era aún un murmullo insoportable. Incluso las palabras que había dicho, habían sido las primeras luego de largos días.
—¿Por qué me sanaste?
—Porque eres especial, Mikel, eres un Landon y si has sobrevivido es gracias a la resiliencia y a la energía psíquica que posees.
—Yo sólo quiero escapar de aquí —logró decir con un hilo de voz.
—No será sencillo, pero te ayudaré —respondió con tono dulce y tomando su mano.
Había algo en la mirada de Alastor que tocó dentro de su alma, de su mente, algo que encendió una luz, pero no podía ser. Era inaceptable.
Henry estaba atrapado en una habitación oscura con las ventanas cerradas y con un aroma a azufre que le daba escalofríos. La alfombra en la que estaba en posición fetal era mullida y sólo deseaba quedarse tendido el tiempo que fuera necesario. ¿Ese era el refugio que su mente había fabricado? Lo era, pero este podría resquebrajarse, el aroma a azufre era una señal de ello. Los demonios habían olfateado la desesperación, el miedo y la frustración. Ese aroma era tentador, como dulces para los demonios y se habían activado y cruzado las fronteras y estaban aproximándose, tocando el picaporte de la habitación de seguridad del joven, pero alguien les tapaba el paso, alguien que ni siquiera era consciente de su poder.
Tatiana pasó un paño frío en la frente de su hermano y le cantó una canción que su madre le había enseñado, una que trataba de bosques de árboles rojos, de un lago encantado, de un ser oscuro que acechaba tras las sombras. Ella con tan solo estar a su lado, bloqueaba el paso de los demonios crepusculares.
—¿Ana? —murmuró abriendo los ojos pero sin poder incorporarse—. Todo me da vueltas.
—Tranquilo, estás con fiebre. Te encontré desmayado, entré porque no me respondías.
Henry comenzó a alejarse de ese lugar seguro creado por su mente y de a poco fue ambientándose en su habitación. Se giró y miró a su hermana. Quiso llorar, abrazarla y decirle que cuidaría de ella, pero también sintió una puntada en la boca del estómago, algo no estaba bien, había cosas que no podía comprenderlas aún y era demasiado. Miró al techo y suspiró.
—Quería contarte que estoy queriéndolo de nuevo.
—Creo saber a quién y no creo que sea la mejor opción —su mente enunció una frase fría que a él de fondo no le agradó, pero ya la había dicho.
—Cristian no es malo, él —sacó el paño, lo exprimió y miró a otro lado.
Sabía que no era el momento, su hermano estaba mal, pero ella necesitaba decirlo o los sentimientos terminarían torturándola.
—Perdóname, es que todo esto me tiene mal —se sentó y tomó la mano de su hermana—. Los demonios, la aparición de Kenneth, el retomar el proyecto y la aparición de Mikel. Hay cosas que no sabemos del todo y es como una madeja de problemas, de fragmentos que no podemos unir.
—Lo sé. Pero tampoco olvidemos vivir, hermano. Ya sé que no somos adolescentes, tenemos treinta y tanto y demasiadas responsabilidades siendo Hamilton. Yo sólo quería que lo sepas.
—¿Él lo sabe?
—No, claro que no.
—¿Qué estás esperando? Porque viendo como van las cosas, de un momento a otro...
Tatiana volteó el cuenco de agua y lo miró con los ojos húmedos, las lágrimas del temor asomaron y dejaron atrás a sus sentimientos de un amor incipiente.
—No quiero que te acerques al espacio Magín —agregó cambiando de tema—. A su tiempo te diré el por qué, por ahora, trata de obedecer.
—¿Obedecerte? Ya no soy una niña y quiero una explicación.
—Ya sé que no eres una niña, pero por el momento confórmate con lo que te digo, luego hablaremos mejor.
—Espero que tú también hagas algo con Alexia, opinas sobre mí y me das órdenes, entonces yo también opinaré sobre ti. Tómate esta pastilla. Vendré más tarde con la comida —anunció con frialdad, saliendo de la habitación.
Henry quiso decir algo pero nada salió y el pensar en Alexia no mejoró las cosas. «Ojalá supieras que eres la clave de todo, hermana» pensó al mirar a la puerta.
Mikel abrió la ventana de su habitación y el viento trajo unas hojas de arces japoneses que al hacer contacto con sus manos, un ardor inmenso lo obligó a apartarlas ¿Por qué una hoja le provocaría tal ardor? Su mente había estado confusa y le traía retazos de recuerdos que no podía retenerlos del todo y eso le había provocado una migraña ¿Qué era lo que no recordaba? Le había dicho a su hermana que su estadía en Crimson había sido espantosa, pero comenzaba a dudar de ello.
Alguien había sido dulce con él, recordaba el tacto de sus manos en sus mejillas. Alguien lo había besado y tocado con ternura, con... No podía ser, eran sólo sensaciones ¿Quién era? Se llevó ambas manos a la cara y entonces, un frío inmenso ingresó y el aroma azufre inundó la habitación. Se volteó y vio a alguien que le parecía conocido, a esa persona pertenecían los retazos de recuerdos.
Alastor tenía un saco rojo con una hilera de botones dorados y un pantalón blanco, el cabello estaba algo largo y empapado, caminó hasta Mikel y el pelirrojo no logró reaccionar.
Las caricias de sus recuerdos fueron tomando forma pero de a poco. Miró los dedos de Alastor y se dio cuenta que eran esos los que lo tomaron con ternura.
—No me debes recordar, es el precio que debía pagar para dejarte volver. Pero recuerdas nuestro trato ¿Verdad?
Mikel sintió un calor invadirlo y las reminiscencias al lado de aquel hombre vinieron como rayos que le provocaba dolor. Cerró los ojos y entonces, lo vio: Alastor rescatándolo de las torturas, cuidando de él, dándole alimento, ocultándolo y... nada más, los flashes disminuyeron.
—Tatiana, tu quieres a Tatiana o te llevarás a Francis —pronunció con frialdad, lo recordado le había dejado un rastro de sentimientos que impactaron con lo que sentía por Francis.
—Sí y al parecer no me la entregarás. Fue una mala decisión dejarte ir sin los recuerdos pero, sino no había forma de que volvieras. Tatiana puede detener todo.
—Los recuerdos. Yo te conocí, nosotros... nosotros —sacudió la cabeza confuso y entrecerró los ojos—. No te daré a Tatiana, ella no tiene por qué sacrificarse. No lo haré a menos que me devuelvas lo que olvidé porque esto me está matando.
—Mikel, entonces me llevaré a Francis, sino me das a la Hamilton, me llevo a quién tanto amás —pronunció la última palabra con pesar, apretando el puño y apartando la mirada.
—Alastor, tú y yo...
El príncipe levantó la mano y una energía roja salió despedida hasta la frente de MIkel.
—Vuelve a mí —murmuró.
Las imágenes lo invadieron y pudo verse junto a Alastor: Las manos unidas, las caricias, los besos, el bien estar, el sabor a granada de los besos, las palabras de amor y luego, las palabras enmudecieron, pero algo se juraron. Abrió los ojos.
—Eras tú ¿Cómo te he olvidado?
Corrió a los brazos de Alastor, pero él negó y antes que sus brazos se unieran, desapareció.
Mikel quedó abrazando el viento y las lágrimas comenzaron a brotar y se abrazó a sí mismo.
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