Capítulo 15 Mariam Hamilton
Una mujer corría bajo el crepúsculo y las hojas de los arces japoneses caían sobre su cabello platinado y su capa roja. Había confusión en ella y una tristeza infinita que le provocaba un dolor en el pecho. ¿Estaba bien lo que pensaba hacer? «No quiero que mueras, te ayudaré, haré lo que me pides, no te preocupes» le había dicho al hombre que amaba y él había aceptado.
Los pasos sobre las hojas de los soldados se hicieron oír a su espalda y ella apuró el paso. La espada que llevaba en sus manos, era lo que querían, pero ella se lo había prometido. Apretó con fuerza la empuñadura y respiró hondo, en esa inhalación de aire, los recuerdos se le agolparon y quiso retenerlos y quedarse reviviendolos, pero no podía. Se dio vuelta y los soldados se detuvieron.
Levantó la espada y apuntó el filo a su pecho. Los soldados se adelantaron pero dudaron en detenerla y ella se la clavó. Los cuervos graznaron y las hojas de los arces se esparcieron. Sintió dolor y luego calma, su sangre se fue llenando de lo que él le había dicho y cayó en medio de las hojas.
Tatiana despertó de pronto, estaba sudando y con los latidos acelerados ¿Qué tipo de sueño había sido ese? ¿Por qué había sentido el dolor de aquella mujer como si hubiera sido el suyo? Se sentó en la cama y se miró las manos y comenzó a analizar las imágenes que había visto. Sabía que esa mujer era... No, no podía ser. Encendió la lámpara de su mesa de luz y miró la fotografía del portaretrato y entonces, la reconoció.
—¿Madre?
Astaroth cerró los ojos y levantó la mano izquierda, una hoja de arce japonés cayó en su palma y abrió los ojos sonriendo. A pesar de que el roce con esas hojas le hacía arder la piel, al menos no lo quemaba como a su hermano, ese era un pequeño privilegio de ser mitad demonio. Caminó arrastrando la capa azul y volvió a su habitación. Se encontraba en lo alto de todo, su aposento estaba en la torre del gran castillo del Rey de los demonios Crepusculares. Se sentó en su cama y se llevó ambas manos a la cabeza y su cabello oscuro largo, cayó como cascada.
Alastor llamó a la puerta dos veces y se quedó pensando, llevándose una mano al mentón. Algunas de las hojas de los arces habían entrado por las ventanas y quedaron esparcidas en el pasillo y él de inmediato se apartó, las odiaba y ya se había quemado en otras ocasiones.
—Pasa, Alastor —dijo con tono cansado su hermano.
—Hermano ¿Qué pasa? No puedes seguir así, otra vez rechazando a quien debe ser tu reina consorte, necesitamos herederos —exclamó entrando y sentándose a su lado.
Alastor tenía el cabello rubio con rizos y los ojos rojos eran idénticos a su hermano, pero él era un demonio puro.
—No me importa y lo sabes. Me pregunto si estoy haciendo bien las cosas —levantó la mano y la luz de la ventana la iluminó.
—Claro que sí,
—Me refiero a lo otro, a torturar, a matar como tú —juntó sus manos y entrelazó sus dedos, se puso tenso.
Alastor se tiró a la cama y suspiró.
—Eso no está del todo en tu naturaleza, para eso me tienes a mi y los demás demonios que te sirven —levantó un brazo, tronó los dedos y una pequeña esfera roja apareció y comenzó a jugar moviéndola por toda la habitación—. Yo hago el trabajo sucio y tú lo planificas. Iré a visitar a Mikel Landon, se está tardando demasiado ¿Y qué hacemos con Tatiana?.
Astaroth negó con la cabeza, tronó los dedos y la esfera roja desapareció.
—Ella no. Necesito ir a Anacrom, hermano.
Alastor se incorporó de pronto y abrió grandes los ojos.
—¿Qué? No, no, de ninguna manera.
—Claro que sí, he observado a esa joven y al Kenneth y tengo algo planeado para los dos. Tú encárgate de Mikel —palmeó su hombro y sonrió.
Alastor quiso decir algo pero las palabras se le atascaron. Su hermano se dirigió a la puerta y eso fue señal de que debía irse.
—Como desee su majestad —respondió haciendo una reverencia y saliendo.
Era el crepúsculo, la hora en la que todos los ciudadanos retornaban a sus hogares y se mantenían allí a salvo, cerrando puertas y ventanas, poniendo hojas de los arces para protegerse.
Henry estaba solo y miraba por la ventana, la de la habitación de la cual sólo él tenía una llave y su hermana se había molestado por ello y la había querido robar pero él siempre la cambiaba de lugar, hasta que decidió llevarla siempre con él, escondida en sus ropas. Sus padres se la habían dejado y le habían dicho que sólo la usara cuando todo estuviese fuera de control. ¿Ahora era el momento?, lo era, luego del Eclipse las víctimas habían aumentado y también los pacientes en el hospital, mientras que otros, habían muerto.
Puso la llave roja en forma de flor del infierno y la giró en la cerradura. La puerta era negra y parecía que el tiempo no había pasado, estaba como nueva. Al abrir, una ventisca le despeinó el cabello y un aroma a azufre le hizo llevarse un dedo a la nariz. Adentro había una mesa de caoba con dos sillas y encima un frasco pequeño con un líquido rojo y un libro. El decorado era de tapices con los emblemas de cada familia: Los Hamilton con una mujer en el medio mirando una manzana roja y rodeada de flores del infierno, los Landon con una mujer creando una espada con magia, rodeada de orquídeas, los Kenneth con una mujer escribiendo con energía psíquica rodeándola, con flores de loto y los Landon con una mujer con energía brotando de sus manos, rodeada de flores protea. Siempre eran mujeres, porque ellas habían vencido a los demonios y ganado las tierras en donde se había fundado Anacrom.
Henry se acercó a la mesa y miró el frasco, lo reconocía, era Icor, el obtenido de la Reina de los demonios crepusculares. En esa batalla la madre de Francis y la de Alexia y Mikel, le habían dado muerte y luego se habían disputado el icor, generando el alejamiento entre ambas familias, pero un poco le habían legado a los Hamilton. Tomó el libro, era azul con letras en dorado que decían «La historia de Anacrom», lo abrió y leyó muy por encima datos que no recordaba haber aprendido, estaba acompañado todo de ilustraciones y entonces, se fijó que estaba separado una parte por una cinta azul, fue hasta allí y se encontró con una carta y comenzó a leer:
«He hecho algo que traerá grandes consecuencias. Supongo que el amor nos hace actuar de formas terribles. Escribo esto para dejar a mi descendencia y advertir del peligro.
Estoy herida y escribo esto con la poca conciencia que me queda, sé que luego caeré en un sueño profundo y tal vez olvide todo, así que deseo dejar esto asentado. Al clavarme la espada de Astaroth, he pasado a mi sangre, energía demoníaca, pero lo hice para salvarlo a él, no puedo dar detalles sobre eso, sólo que uno de mis hijos llevará esa energía y deberá regresar a la Crimson a devolver lo que he robado. Odio que esto suceda, y ruego que no sea real, aunque me estaría mintiendo. Pero si pasa, a ti que estás leyendo esto... »
La carta terminaba pero detrás de esta había una pequeña, una dirigida a Henry.
«Querido hijo, tu te has salvado, eres un humano sin la maldición que describí en la anterior carta, pero tu hermana Tatiana tiene sangre demoníaca y los demonios vendrán por ella y la sacrificarán para obtener lo que les pertenece. Cuídala, jamás dejes que se enfrente a un demonio, no la dejes venir a la Crimson, pero llegará un tiempo en que deberá venir, he hecho una promesa a alguien. Trato de protegerla, pero sé que no será suficiente.
Lo siento mucho
Mariam Hamilton»
Henry arrojó el libro junto a las cartas y se incorporó horrorizado, sintió por dentro crecer un miedo inmenso, acompañado de una angustia palpitante como los latidos de su corazón. No podía pensar. Salió de la habitación, la cerró y se encerró en su habitación, llevándose las piernas a su pecho, abrazándose y entonces lloró, con las lágrimas llenas de bronca, miedo y otras emociones que no pudo identificar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro