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Capítulo 11 Una solución arriesgada



El salón del hospital psiquiátrico olía a una mezcla de medicamentos, limpiador para pisos y a yodo. Había un mesón grande, varias butacas acolchonadas en rojo, un proyector y grandes ventanales. El lugar estaba impoluto y eso incomodaba a Cristian, que no dejaba de acomodarse la corbata y de sentir una presión en sus zapatos. Detestaba estar allí, los recuerdos le producían migrañas y hasta como parpadeaban las luces le recordaban a su estancia en el hospital.

Los sonidos de los gritos de los pacientes no llegaban hasta allí, el lugar parecía exento del horror que guardaba el edificio.

Se preguntó si algunos de los que estaban ubicados en las butacas, sabían del verdadero dolor psíquico que se experimentaba al ser infectado por los demonios, si es que podían empatizar con sus pacientes aunque fuera mínimamente.

Dejó las carpetas en el mesón, fue a apagar las luces, correr las cortinas e indicó a la joven que manejaba el proyecto que lo hiciera funcionar y el video se reflejó en la pared. Este no mostraba ni lo mínimo que él había visto en la Crimson Zone y tampoco los testimonios de los profesionales de salud mental.

Todos miraban concentrados y tomaban notas y Cristian se desabrochó un botón de su camisa, apoyó una mano en una butaca y se llevó los dedos índice y pulgar al puente de la nariz. Estaba cansado de fingir, de ocultar y decidió que no quería seguir con la planificación de la clase que pensaba dar.

Nadie lo vio acercarse a prender las luces y cuando estas se encendieron, los ocho alumnos voltearon a verlo con expresión de sorpresa.

—Disculpen. Sé que se están especializando en el tratamiento con pacientes infectados psíquicamente y que han leído libros, oído conferencias y tomado clases pero... Es momento de decirles la verdad —se dirigió delante de todos, suspiró y volvió a acomodarse la corbata—. Yo estuve en la Crimson zone y fui paciente de este hospital cuando era adolescente.

Hubo un frío silencio, como si el invierno hubiera llegado mitigando al otoño.

La mujer que había encendido el proyector, con la que Cristian había tenido una pequeña aventura, fue la primera en hablar.

—Entonces ¿Cómo es que es psicólogo y está aquí dándonos clases? —preguntó dirigiéndose como si no lo conociera—. Se supone que...

—Que no debería haber salido de la Crimson zone en primera instancia y en segunda que no podría haber estudiado pero acá me tienen —completó con tono tranquilo, sintiendo que toda la presión a la que había estado sometido, se alejaba.

—Momento, es fantástico porque tenemos información de primera mano de alguien que pudo salir de allí ¿Qué es lo que hizo? —preguntó emocionado un joven cercano a él.

—Hacer uso de mi propia resiliencia para salir y —se desprendió los botones del puño y se arremangó, mostrando las cicatrices de sus cortes—. Hacerme estos cortes, algo totalmente negativo, algo que prohibimos a nuestros pacientes y que cuando presentan esta conducta, los medicamos y hasta los internamos pero en este caso, me salvó.

Todos se levantaron y quedaron asombrados. Uno de los psiquiatras se acomodó los lentes y comenzó a negar con la cabeza.

—No está bien lo que hizo.

—Por Supuesto que no y detesto hacerlo pero fue lo que me salvo y ¿No se han preguntado por qué los pacientes internados aquí, se lastiman? Alana era mi paciente internada aquí y se lastimaba el rostro como un intento de escapar de allí. Claro que se necesita más de eso, se necesita la resiliencia, salir airosos de situaciones complicadas.

—¿Está diciendo que cambiemos el método y los empujemos a autolesionarse?

—No. No soy tan imprudente. Debemos guiar al paciente a salir de ese lugar, el cual es diferente para todos, pero mientras los guiemos a la salida y si deben hacerse un mínimo corte, debemos ayudarlos.

—¿Cuál es la salida?

—No me parece ético.

Todos comenzaron a cuestionar a Cristian, algo que era esperable.

Apoyó ambos brazos en el mesón y fue mirando a cada uno.

—El lago, el que está rodeado de los arces japoneses, arrojarse al lago y dejarse morir, es el escape, previo a cortes sutiles para evitar que los demonios se acerquen. Allí el dolor es únicamente psíquico, si infringimos un dolor físico desde este plano, los aleja.

Se miraron entre sí y todos los métodos de medicación, palabras de aliento y hasta hipnosis, los hicieron dar cuenta que no habían servido, que casi la mayoría de los pacientes que ingresaban, no sobrevivían.

—Creo que no es mal plan hacer lo que Cristian dice —comentó la mujer del proyector—. Quizás las palabras deben ser más asertivas, algo que lleven a activar su resiliencia y los guíe fuera de ese lugar.

—Exacto, si no cambiamos el método, seguiremos perdiendo a los pacientes.

—Me han comprendido, sé que es complicado, pero por el momento es la solución —agregó lo último pensando en el proyecto de Henry.

Lidia caminaba haciendo sonar sus tacones, algo que Francis detestaba, los recuerdos de los maltratos de su padre usando los tacones para golpearlo, le revolvieron el estómago y quiso vomitar, pero en vez de eso, se hizo un ovillo en el sillón, llevando sus piernas a su pecho y abrazándose. Su madre lo tocó con suavidad y él se estremeció como olvidando de pronto que era ella quien lo tocaba y que su padre estaba muerto.

—Tranquilo, hijo. Quiero pedirte perdón —dijo tocando su cabello y encendiendo una lámpara de pie en forma de flores.

La habitación de estudio se iluminó de pronto, ya que hasta ese momento, sólo la luz de la linterna del celular de Francis había sido la única luz.

—Creo que ambos nos debemos disculpas. No debí dejarte aquí con James, debí llevarte conmigo, me comporté como un adolescente —confesó apagando la linterna del celular y sentándose bien.

—No, está bien. Luego del maltrato que recibiste, sé que no querías saber nada. Ambos sufrimos y yo debí cuidarte más.

—Si lo hiciste, muchas de tus cicatrices se deben a haber interferido en sus golpes.

Lidia se sentó al frente de él y entrelazó los dedos de sus manos.

—Francis, hay algo que debes saber. Los Hamilton esconden algo, de alguna forma los demonios casi no los han atacado y los crepusculares menos, es como si fueran inmunes a ellos.

Francis alejó los abusos lejos de su mente y analizó las palabras de su madre. Realmente no sabía demasiado.

—Es cierto ¿Por qué nunca fueron atacados?

—Sospecho que los Hamilton tienen sangre demoníaca y eso repele a los demonios, así que he pensado que tal vez, ellos deban sacrificarse para terminar de una vez por todas con los demonios crepusculares.

Francis se puso tenso y negó con la cabeza.

—No me parece. Sé que tuvieron conexión con los demonios ¿Pero sangre demoníaca? No, es absurdo.

—Cuando ellos idearon el disparate del Proyecto Magín, yo les dije que ellos se sacrifiquen y terminaron dejándome fuera del proyecto, para gozo de los Landon. Algo ocultan. Además hay documentos de los Kenneth sobre cómo ellos lograron trazar un límite con los demonios y por años no nos atacaron, hasta que algo sucedió y volvieron y encima se liberaron esos otros asquerosos que infectan la mente.

—No sé, mamá, me suena un disparate pero podría hablar con Cristian y quizás él tenga esos documentos.

—¡Eso, muy bien, hijo! Recuerda que todo esto quedará para ti, eres mi legado —se levantó y le desordenó el cabello—. Ahora ve a dormir, es muy tarde.

Francis la despidió con la mano y quedó lleno de dudas.

El aroma a chocolate se mezclaba con el de rosas que se impregnaba en las ropa, era algo que jamás había sentido Cristian, pero sí el olor a los medicamentos que se administraban a los pacientes del hospital psiquiátrico y eso le hizo arrugar la nariz y sentir náuseas. Era real, esos aromas re significaban momentos traumáticos, podrías no recordar del todo el trauma pero los aromas se escapaban desde el inconsciente y resurgían en la conciencia.

Mikel estaba sentado en su cama, el cabello pelirrojo le caía sobre los ojos y no paraba de restregarse la sien, la mirada era de miedo, uno atroz que Cristian conocía muy bien y le vino bronca porque detestaba ver a personas así porque sabía el terrible dolor que estaban atravesando.

El pelirrojo se levantó y abrió las ventanas y las heridas de sus brazos se hicieron visibles, eran rasguños y en su mejilla derecha había uno profundo.

—Mi hermana te llamó, qué curioso, un Kenneth psicólogo —comentó pasando a su lado y sentándose en el borde la cama.

—Sí y ella creyó que querrías hablar conmigo. No tuvimos mucho contacto así que supongo que nuestro vínculo no es cercano.

—¿Por qué querría hablar? —Tomó una almohada y la abrazó llevándola a su pecho.

—Porque nadie ha sobrevivido a la Crimson Zone.

—Eso es mentira —sacudió las manos—. Tú sobreviviste.

—Sí pero, no desaparecí como tú. Deberías estar muerto.

—Sí pero aquí estoy, sobreviví al infierno —se miró las manos y luego a él pero de inmediato bajó la mirada—. Estuve oculto porque no sabía cómo regresar, me dieron por muerto ¿Sabes lo que eso significa?

Cristian guardó silencio y rememoró el momento en el que le habían dicho que podría morir, pero a él le habían llegado en forma de susurros porque casi no podía oír desde el otro lado.

—Sí —miró a sus muñecas y descubrió los mismos cortes que él—. Pero algo hiciste, llegaste a un acuerdo para regresar.

—Eso no te importa, volví y listo —tomó una coleta de la mesa de luz y se amarró el cabello.

—Volviste pero ¿A qué costo? ¿Acaso sientes también el Eco?

La mención de esa palabra puso nervioso al pelirrojo. Se paró y se acercó.

—El maldito Eco sólo ha hecho estragos, pero no pienso decirte más nada, ve a hacerte el psicólogo a otro lado.

Cristian estaba acostumbrado a esas actitudes, así que se paró y sonrió de lado.

—Tienes bronca y es entendible. Trata de hacerte esos cortes apenas sientes la venida del Eco, para que sea más efectivo pero principalmente, sé fuerte, recuerda la razón por la que saliste de allí. Cuando estés preparado, hablaremos.

Comenzó a irse y Mikel lo detuvo.

—No quiero regresar ahí ¿Hay alguna terapia efectiva para no hacerlo?

—Estoy trabajando en ello pero Mikel, sé resiliente, los demonios odian eso y pudiste salir, porque en parte, eres un Landon.

Cristian bajó las escaleras y Alexia lo recibió abajo, con una sonrisa esperanzadora, pero al ver la expresión de él, bajó la mirada.

La pelirroja usaba un vestido lila y borcegos. Tomó la mano de él y lo condujo al comedor, un lugar acogedor, con grandes ventanas con cortinas doradas, con una chimenea y adornos finos de jarrones y estatuas. La luz tenue de las lámparas de piso daban un ambiente tranquilo.

—No ha ido bien ¿Verdad? Venga, siéntese a beber un poco de chocolate caliente y dulces.

—Eh... Gracias, no ha ido del todo bien pero es normal, es la primera vez que nos vemos y se nota que su conducta es la de alguien que ha experimentado una situación shockeante y... llámame Cristian, de todas formas nos conocemos desde niños.

—Lo sé pero, no te recuerdo tanto, los Kenneth no iban tanto a las reuniones —recordó mientras le servía una taza de chocolate con dos galletas—. Pensé que estaba sola, el perder a mis padres y a mi hermano, fue demasiado para mí.

—Sin embargo ningún demonio te ha infectado, porque pudiste soportar el dolor, el duelo fue superado —bebió un sorbo de chocolate y la miró con calidez.

—Es cierto, fui a terapia y... mis padres me habían preparado por si algo les sucedía. El saber que mi hermano está vivo, me llenó de alegría pero... no puedo comunicarme con él y eso me duele —se sentó y dio un mordisco a la galleta.

—Es sólo cuestión de tiempo. Ahora está molesto, reacio a hablar sobre lo que vivió y es normal, hay que darle tiempo y de a poco mejorará. Qué rico está esto.

Alexia sonrió pero era una sonrisa triste, forzada.

—El proyecto del que Henry habla ¿Te lo ha comentado?

—Sí, él y Tatiana me contaron y me parecía un disparate pero, al parecer, es la única alternativa. Pero necesito saber más cosas, es por eso que si quieres, vendré a ver a Mikel otro día o él puede ir a mi consultorio, aunque eso supongo que más adelante.

—Por mí está bien.

—Me voy, tengo que madrugar. Gracias por el chocolate.

Cristian se despidió y Alexia se sintió esperanzada.

Antes de dormir, un mensaje de Tatiana llegó al celular de Cristian.

«Cristian ¿Estás bien? Quería hablar contigo para practicar en el espacio Magín.»

Él miró al celular, leyó el mensaje, lo ignoró y se durmió.

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