Capítulo 10 De eso no quiero hablar
Las hojas rojas de los arces caían sobre el saco negro de Francis y la capa del mismo color de Lidia. Ambos pusieron flores en los floreros al costado de la lápida de James. No había nadie más, aquel hombre había sido lo suficientemente cruel, para ser detestado por todos.
Francis no recordaba demasiados momentos de padre e hijo. Lo que sí recordaba eran los golpes por ser gay, por enamorarse de Mikel y por intervenir cuando le pegaba a su madre. Así que sentía que su muerte era un alivio.
Para Lidia, en cambio, algo oscuro había despertado, algo que corría en la sangre de los Sunderland y se mantenía a raya si ciertas cosas funcionaban como debía ser en el ambiente. El maltrato de su esposo y el matrimonio obligado con él, la habían llenado de sombras la mente y ahora que al fin se había liberado de él, una tranquilidad tormentosa comenzó a moverse en su mente.
La leve lluvia otoñal los hizo tomar contacto el uno con el otro, al sentir que sus ropas comenzaban a empaparse.
—Hijo, es hora de irnos —dijo con frialdad, mientras ponía una mano en el hombro de Francis.
—Sí, es verdad —respondió exaltado por el tacto.
Mikel los miraba desde detrás de uno de los árboles, llevaba un paraguas transparente y esperaba el momento oportuno para hablar a Francis. No había sido amable con él y por más que en el fondo aún sabía que lo amaba, no podía acceder a sentir de nuevo eso, era como si sus emociones y sentimientos estuvieran dormidos.
Apretó los puños y salió, se acercó un poco, pero no se animó a seguir. Lidia lo odiaba, siempre se había comportado de forma fría ante su hermana y él y cuando sus padres vivían, solían discutir al encontrarse.
—Iré a casa, estoy cansada.
—Pero madre.
—Déjame ir, necesito tiempo a solas —respondió tajante y se alejó.
Mikel aprovechó para salir y tomó del brazo a Francis, él se volteó alterado pero al ver quién era se quedó sin decir nada. El pelirrojo le acercó el paraguas .
—Hola, yo... lo siento por tu padre.
—Está bien, era un maldito desgraciado. Me alegra verte —tomó distancia, aunque en realidad deseaba abrazarlo.
—Francis, yo... —las palabras se le ahogaron y comenzó a sentir frío.
Sabía a qué se debía el frío, no tenía que ver con la lluvia, no, era el Eco que comenzaba a llamarlo. Se volteó.
—Mikel ¿Estás bien?
No podía responder, sabía que las palabras eran las primeras en desaparecer y luego seguía el frío para dar paso a las visiones. El espacio comenzó a cambiar. En lugar de las lápidas aparecieron pequeños demonios cubiertos de escamas.
Mikel se abrazó a sí mismo y soltó el paraguas. Francis no veía lo que él y quiso tomar su brazo, pero el pelirrojo la apartó a tiempo.
El lago apareció a un costado y algo comenzó a surgir. Él no quiso mirar pero sabía que vendría por él, por el aroma a azufre y sangre.
Se mordió el labio inferior fuerte y comenzó a sangrar, pero era tarde, demasiado tarde para escapar. Comenzó a respirar con dificultad y cayó de rodillas, abrazándose como un niño asustado y entonces el demonio que había surgido del lago se abalanzó encima.
—¡Mikel, qué pasa! —gritó Francis y cuando quiso ir por él, desapareció—. ¿Mikel?
Miró a todos lados, pero no había rastros del joven.
—Licenciado Kenneth ¿Me escucha? —preguntó una joven frente a Cristian, alarmada porque el licenciado se había quedado en silencio.
Estaban en la recepción del Hospital psiquiátrico y las personas iban y venían preocupadas por sus familiares internados.
Cristian parpadeó varias veces intentando digerir la noticia. Comenzó a mover los dedos de la mano derecha, tragó con dificultad y levantó la mirada a la joven.
—Sí, claro. Es solo que pensé que ella podría... ¿Ha venido su familia?
—Su hermano se llevó sus pertenencias, pero ya se ha ido. Lo siento mucho, licenciado.
Cristian asintió y pasó a su lado, ella quiso tocar su hombro pero él se alejó y cuando estaba por irse, se paró de pronto y volvió sobre sus pasos, pasándose la mano por la frente.
—¿Qué pasó exactamente?
—Ella últimamente había dejado de comer y dormir. Quisimos decírselo pero su psiquiatra nos dijo que tal vez usted no estaba en condiciones.
Él puso ambas manos en los hombros de ella y una furia inmensa se acumuló en su mirada y ella quiso zafarse de su amarre.
—Era mi paciente y yo sé lo que significa ser infectado por los demonios crepusculares, todo el personal de salud sólo trabaja con lo leído y escuchado pero yo... —se calmó y se alejó de ella.
—¿Acaso usted? —ladeó la cabeza y lo miró intrigada.
—Eso no importa. Debieron llamarme.
Se alejó y ella quiso hacerle más preguntas, dio un paso para seguirlo, pero se detuvo.
Cristian sintió que todo se derrumbaba, ella había sido su primer paciente al llegar a Anacrom y la había perdido, había fallado, era un incompetente y cada vez que se sentía así, una espina imaginaria se clavaba en su pecho y le provocaba un ardor inmenso.
Entonces se dio cuenta que no tenía a nadie que era él solo contra sus miedos, su culpa y angustias ¿Cuánto más podía seguir así? Ni siquiera podía contárselo a su terapeuta, porque si le contaba la verdad, le prohibiría continuar trabajando.
Los sentimientos de inferioridad comenzaron a calar en su mente y sabía que eso los atraería de nuevo ¿Pero qué podía hacer? Estaba indefenso y solo.
Se sentó en un banco de la plaza y se llevó ambas manos a la cara, quería llorar pero las lágrimas no salían.
—Cristian ¿Estás bien? —preguntó una voz conocida, sentándose a su lado.
Levantó la cabeza y se encontró con Tatiana que lo miraba preocupada, tenía el cabello amarrado en una coleta en forma de corona, la blusa azul arrugada y un jean negro desgastado. Parecía llena de vida, tan diferente a él, tan luminosa. Ese pensamiento le cruzó la mente y sin darse cuenta, le sonrió.
—Tatiana, no, no estoy bien, sucedió algo horrible —se sorprendió al decirle esas cosas.
—¿Es sobre algunos de tus pacientes?
—Sí, Alana, la que fuimos a ver, está muerta, está en la Crimson zone, sólo es cuestión de tiempo de que su cuerpo aparezca. Fallé.
Ella lo vio derrotado y acercó la mano a su espalda y lo acarició. No había planeado hacerlo pero sintió que debía hacerlo, incluso abrazarlo, pero tal vez eso lo molestaría.
—Hace un año, Mikel Landon murió, también fue a la Crimson zone, no apareció su cuerpo pero es sabido que nadie vuelve de allí. Su hermana Alexia se sintió culpable y tuvimos que cuidarla en casa con mi hermano para protegerla, pero el más perjudicado fue Francis Sunderland, él amaba a Mikel, fueron tiempos oscuros.
—Cada día más y más caen allí y no podemos hacer nada —movió la cabeza y se acercó un poco a ella—. ¿Crees que con el proyecto del que me hablaste, podríamos vencer a estos demonios? Ya sé que sonaba un disparate pero, luego de esto, creo que sólo queda aferrarse a eso.
Tatiana apartó la mano de su espalda y miró a las hojas de los arces japoneses y suspiró.
—Para mí es difícil volver a ese proyecto, realmente no quisiera, no después de lo de Nicolas pero... es la única solución.
—Yo estuve en la Crimson zone.
Tatiana lo miró sorprendida y sin darse cuenta, tomó su mano como intento de darle fuerzas a que continuara contándole, de hacerle sentir que estaba en confianza.
—De eso no quiero hablar, ni siquiera en terapia pero necesito hacerlo o siento que me ahogaré. Soy psicólogo y sé que poner en palabras el trauma, ayuda, cura, nos libera pero a mí me cuesta —la voz comenzó a quebrarse y algunas lágrimas resbalaron hasta la comisura de los labios.
—Puedes hacerlo ahora, ponerlo en palabras. Aún hay cosas que yo no puedo poner en palabras, aún me duele, aún no estoy lista —tomó con más fuerza su mano.
—El dolor psíquico que te hacen sentir esos seres es espantoso, es como si todo tu cuerpo recibiera descargas eléctricas. La culpa por no haber salvado a mi madre, siempre va a seguirme, como una sombra, no importa lo que haga, sigue allí. Pude haberla salvado, Tatiana, pude haber atacado a ese demonio y me quedé petrificado.
Las lágrimas no lo dejaron continuar y se llevó ambas manos a la cara. Ella entonces lo abrazó y lo llevó a su pecho, sin decir nada, sólo dándole espacio para que se descargue.
Alexia tenía un álbum de fotos en su regazo, estaba sentada en el sillón del living, con las piernas cruzadas, el cabello mojado y el pijama azul puesto. Pasaba las hojas y miraba a las fotos de ella con su hermano. No le parecía que estuviera muerto. Había investigado en el hospital e incluso había ido durante meses a preguntar si el cuerpo había aparecido y le decían que a veces se daban casos en los que el cuerpo no aparecía. Ella no se resignaba a que apareciera.
Llamaron a la puerta y dejó sobre la mesa el álbum abierto. Pero nada la había preparado para lo que encontraría, ni siquiera en sueños se había imaginado algo así. Al abrir, se encontró con Mikel, con el cabello revuelto y sangre en su ropa, temblando de frío y con un hilo de voz, dijo:
—Hermana, he vuelto.
Un instante de silencio se creó entre ambos y miles de preguntas danzaron en la mente de Alexia. Las emociones de ambos comenzaron a burbujear y a llenar el ambiente de una densidad que se podía sentir al respirar. Alexia entonces, lo único que hizo, fue abrazar a Mikel y traerlo dentro de la casa.
—Sabía que no estabas muerto, lo sabía —comenzó a decir mientras se ponía de puntas de pie y besaba su frente—. Has regresado, hermano.
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