9. La fatídica vida de Lu.
Disculpen, disculpen. Esto es algo que debí poner antes de publicar pero se me pasó por completo. No debería actualizar de madrugada, mis neuronas ya ni sirven.
La historia ya está etiquetada como contenido maduro, pero de todas formas debo informar que el capítulo a continuación toca un tema sensible, y hay frases que para nada forman parte de mis pensamientos. Si estás muy triste, si sientes que nada tiene sentido, y que lo que viene a continuación puede empujarte a decisiones apresuradas, es preferible que te saltes este capítulo.
Aunque parezca que tu vida no tiene sentido, mereces vivir. Hay momentos tristes y los conozco de primera mano, pero también existe felicidad y tranquilidad; ninguno de los dos dura para siempre, la vida es un constante cambio entre ambos.
Vales mucho, eres importante, no permitas que nadie te haga creer lo contrario. Sé que cada persona que está leyendo esto, es un ser increíble que merece ser amado y respetado, me gustaría enviar un abrazo a todo aquel que lo necesite. ¡Gracias por leerme!
Ahora sí, soy horrible con las notas y por eso había dejado de hacerlas. Convertí esto en algo incómodo, lo siento. Procedo con el capítulo.
***
La vida de Lucy Weasley no era excelente, no es que la odie del todo, pero podría haber sido mejor. Pudo no haber nacido con un ojo marrón y el otro de un azul cristalino; pudo no haber sido prematura y pasado los primeros años de su vida en un hospital; pudo no haber sido tan flacucha y delicada durante toda su vida que todos temían lastimarla incluso al abrazarla.
Lucy se siente horrible por muchas razones, algunas ya se citaron anteriormente, pero la que más suele rondar día a día por su cabeza tiene dos nombres: Molly y Doug, y lastimosamente van juntos.
Molly Weasley era su hermana mayor, la atlética e inteligente Molly, el orgullo de papá, la... novia de Doug.
Lu había estado enamorada de Doug desde primer año, porque él fue el único chico que no la ignoró, al menos al inicio. Él la trataba bien, le sonreía; pero entonces comenzó el verano, pasó el tiempo, y al volver, Doug parecía haber olvidado su existencia.
Pero eso no significaba que Lucy había olvidado la suya.
Le veía todos los días, iba a la biblioteca solo por él, porque sabía que solía quedarse ahí durante horas hasta completar todas sus tareas o leerse algún libro. Entretanto, Lucy tenía un libro, siempre el mismo libro, a la altura de la nariz mientras se dedicaba a observarlo. No le interesa que suene acosador, era lo único más emocionante que hacía en todo el día.
Y Molly también comenzó a ir a la biblioteca, primero se sentaba lejos de Doug, luego comenzó a acercarse cada vez más, a saludarlo, a sonreírle, a hacer todo lo que Lu no era capaz de hacer. Entonces, un día, se sentaron juntos y charlaron en voz baja, riendo en silencio. Así durante mucho tiempo, hasta que Lucy vio algo que le rompió el alma en pedazos.
Se besaron. Doug besó a su hermana. Su hermana besó al chico que le gustaba... y sonrieron.
¿Es que acaso les hacía feliz la inmensa tristeza que dominaba a Lucy en ese momento? ¿Tanto les gustaba hacerla sufrir? No podía pensar en que ellos no lo hacían conscientes de que aquello la lastimaba.
Ese día sus lágrimas mojaron la página del libro que llevaba dos años ahí, nunca lo leyó; solo en ese momento bajo la vista para verlo y notó que era un libro de runas, y que lo tenía al revés, eso le hizo reír un poco. Porque ella odiaba las runas... y puede que haya pasado todo ese tiempo con el libro al revés.
Molly y Doug, eran eso desde aquel momento, y después de una larga raya, estaba Lucy, como la pequeña y escuálida hermanita.
Cuando tomó una respiración honda, su pecho hizo un ruido raro, como de costumbre. Haber corrido tanto por poco le provoca un ataque de asma, pero logró sacar su inhalador a tiempo.
Repasó sus labios con la lengua y se sujetó por sus finas rodillas mientras recuperaba el aire.
Se dijo mentalmente lo que su madre le habría dicho en ese momento.
No debes correr, Lucy, eres delicada y eso va a lastimarte... Por favor, no corras.
¡Ya no importaba! ¡Si quería correr, lo haría! Ya no iría a paso de tortuga por la vida, ya no más miedo, hará lo siempre quiso, y si correr estaba entre todo eso, lo haría.
Siguió su camino caminando, porque sus piernas ya no daban para seguir corriendo, y tampoco quedaba tanto para volver a los terrenos del colegio.
¿Qué diablos hacía Lucy en el bosque prohibido? Pues luego de una noche en vela dándole vueltas a su vida, y a las repentinas muertes que han pasado, se dijo que tal vez ya no le quedaba mucho tiempo, que tal vez deba hacer todo lo que siempre quiso antes de morir.
Porque Lucy definitivamente no moriría de vieja, moriría por enferma o asesinada, pero a vieja no llegaría.
¡Que me maten! Había dicho antes de saltar de su cama a las seis de la mañana para luego tomar un baño.
Y por primera vez en mucho tiempo se puso una falda, no le importó que sus flacuchas y pálidas piernas quedaran al descubierto, después de tanto tiempo insistiendo en usar pantalones por avergonzarse de su cuerpo. Peinó su cabello y lo dejó suelto, su espesa melena oscura llegaba hasta la mitad de su espalda.
Se observó al espejo, no diría que había quedado guapa, pero al menos era diferente al día a día.
Faltó a clases y fue al bosque, trepó un árbol, observó a un unicornio, gritó en medio del silencio. Se burló de sí misma, lloró y tomó asiento en el suelo frío.
Ahora volvía al colegio, no le temía a la oleada de asesinatos, porque la muerte de Lucy no sería sorpresa, como ya había recalcado; si no la asesinaban, de todas formas moriría por lo enferma que está.
¿Era egoísta? Ella quería ser egoísta por primera vez en su vida.
No fue egoísta cuando Molly le pidió ayuda para salir con Doug, porque vio en sus ojos que en verdad le quería. No fue egoísta cuando su madre le rogó que dejara de hacer todo lo que le gustaba para que, según la mujer, este a salvo. Hasta ese momento solo había hecho un montón de cosas para los demás; hasta ahora solo vivía por los demás, no por ella.
Se puede solucionar.
Dijo una voz en su cabeza, la había estado escuchando desde que se largó a llorar en el bosque, y no dejaba de repetir una y otra vez...
Morir es la solución.
Al principio eso le asustaba, le aterraba, comenzaba a creer que además de tener un problema con correr, con respirar, con comer, también tenía un problema en la cabeza.
No temas a la muerte. Es como quedarse dormida, no duele.
A cada palabra, la propuesta se hacía cada vez más atractiva, mientras seguía cojeando hacia el colegio, la voz no dejaba de repetirlo.
Cuando tu vida es inservible, es mejor morir.
Nada va a cambiar, ya termina con todo esto.
De todas formas morirás, solo adelanta el proceso.
Se sacó una hoja del cabello y suspiró llegando a ver el colegio no muy lejos, iba a estar todo muy bien, iba a seguir su camino hasta llegar a su cuarto y dormirse, al despertar ya no escucharía a la voz. Pero tenía que escuchar esos ruidos raros, y tenía que cumplir su capricho de ser curiosa, tenía que acercarse a ver.
No debió verlo... a decir verdad sí debía verlo, siguiendo el plan.
—Te amo.
Abrió su par de ojos diferentes, nuevamente sentía ese ya conocido dolor en el pecho, y no era porque se estaba quedando sin aire, es que su corazón volvía a romperse.
Doug y Molly, se observaban con el mayor cariño existente mientras se abrazaban tras un árbol, y esas palabras las había dicho Doug.
Sintió que su respiración se aceleraba mientras intentaba no llorar, pero al no poder seguir, salió corriendo e ignorando el punzante dolor en sus pulmones y piernas.
Una cosa era que Doug y Molly tontearan, otra era que él de verdad la amara.
Por eso Lucy había escuchado a la voz, por eso ahora el viento revoloteaba su cabello e intentaba secar su rostro de las lágrimas que no dejaban de salir.
El pecho le dolía más que cuando se esforzaba de más, era una novata en cuanto a corazones rotos. Y ahora estaba en lo alto de la torre, con el frío viento soplando su rostro.
—Lu, por favor no —lloraba su hermana, quien, al igual que toda su familia, había ido al lugar en cuanto Lily los alertó.
¿Precisamente ella le pedía que no lo hiciera? ¿Lo hacía ella, la que contribuyó a que se sintiera miserable?
—Lucy, cariño, ven —Rose estiró los brazos con miedo, Lu se movió un poco más hacia el borde que no tenía barandal gracias a la guerra de hace tiempo—. No, no linda, ven.
—No, no quiero —murmuró Lu y tanto su ojo marrón como el azul brillaron por un momento—. No voy a hacer lo que quieren... ya no.
Exacto, hazlo. Vamos, salta.
Alzó las manos sucias, con tierra del bosque, y se dejó caer de espaldas. Escuchó los gritos de horror, y sonrió, porque al menos hizo sufrir un poco a su hermana antes de irse.
Ah, ¿ese era realmente su último deseo? No sonaba demasiado a la pequeña Lucy.
El aire la azotaba, la lastimaba, no era verdad eso de que no dolería, porque se estaba quedando sin respiración, y todo su cuerpo dolía. Fueron en esos segundos donde se arrepintió, donde su mente dejó de nublarse gracias a aquella extraña voz.
Cuando estaba a punto de cerrar los ojos, Lucy vio la luz.
No importaba cuan enferma estaba, podía vivir con ello, podría incluso curarse. No importaba un estúpido chico, habían muchos más, y mejores. Su hermana no era una villana, ni siquiera sabía que Doug le gustaba.
James atrapó a Lucy diez metros antes de que impacte contra el piso. Él había ido lo más rápido que podía a buscar su escoba, porque sabía que Lucy saltaría, algo le decía que lo haría.
Observó el pálido rostro de su primita mientras bajaba, sus ojeras y los pequeños cortes en las mejillas por las ramas de los árboles donde había estado.
Lucy abrió los ojos, una lágrima le cayó encima, no era suya, era de James.
—Hola —le sonrió y él miró hacia arriba, luego nuevamente a la pequeña.
—No más... Ya no lo hagas —rogó—. No me dejes tú también, Lu.
Se sintió profundamente apenada, y ahí recordó que Doug no era el único chico que sabía de su existencia. Que James y Ted sí le habían prestado atención, que ellos no le habían visto como la enferma Lucy a la cual cuidar como una muñeca de porcelana.
—Lo lamento, juro que no volverá a pasar.
Rodeó el cuello de su primo con sus pequeños brazos, él enterró su rostro en su cabello y comenzó a llorar con fuerza. Era la primera vez que se permitía romperse frente a alguien, estaba bien porque era Lucy, y ella nunca lo juzgaría. Aunque sus brazos parecían débiles, lo hacían sentirse cómodo y acompañado cuando lo rodeaban. Lloró hasta que el resto de sus familiares llegaron a ellos.
Lucy notó que ella no era la única débil en esos momentos. Hay personas que parecen fuertes pero, en realidad, están muy rotas por dentro.
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