8. Una tarea sin magia.
En cuanto escuchó que alguien tocaba la puerta, Harry tuvo el presentimiento de saber quien aparecería tras ella. Observó su reloj, eran las nueve treinta de la noche, ese era su horario.
—Adelante —Se quitó las gafas y frotó sus ojos. Cuando volvió a ponérselas y levantó la vista, James Sirius le sonreía con las manos en la espalda.
—Volví a encontrarlo en las mazmorras, señor director —dijo Mackenzie apareciendo tras James, con una expresión molesta.
—Gracias Mac, puedes retirarte —Hizo una seña hacia ella.
Mackenzie se volteó, dispuesta a irse, pero antes, James le rozó el brazo y le dio una sonrisa galante, ella soltó un quejido molesto y se fue dando zancadas. Se notaba que el chico ya le sacaba de quicio.
—James Sirius — Harry lo llamó solemnemente mientras el muchacho se sentaba ante él— . Es la sexta vez que vienes en lo que lleva de la semana, y según entiendo, es más de lo normal.
— ¿Qué puedo decirte, papá? No puedo dejar de hacerlo — se recostó en la silla mientras ponía sus manos tras la cabeza.
Harry le observó fijo, para nada divertido ante la situación.
Bien, el chico podía gustar de ella, ¿pero tenía que molestarla tanto? ¿En especial tan tarde en la noche cuando estaba plenamente consciente de lo que sucedía?
—James, entiendo que te gusta pero... No puedes venir a la dirección todos los días solo por una chica.
—No hay otro horario en el que pueda verla —declara el chico inclinándose hacia su padre—. En la mañana estoy en clases... bueno, la mayoría de la mañana —le dedica una mirada traviesa—. En las tardes o tengo práctica de quidditch, o estoy sin hacer nada, la busco y la encuentro si tengo suerte a veces... Solo puedo verla en las noches.
— Qué hermosa historia de amor, hijo —ironiza, rodando un poco los ojos—. Pero sigo insistiendo en que dejes tus viajecitos a las mazmorras, ¿estás consciente de la situación?
— Claro que sí — dijo entredientes, luchando para no girar los ojos, todo el santo mundo le repetía una y otra vez lo mismo— . Pero yo...
Calló al recordar que se suponía que no debía tener el mapa del merodeador consigo, era como la otra vez, cuando Lily se robó y estaba a punto de protestar con su padre que la pelirroja fue a Hogsmeade con ayuda de eso. Pero si se lo decía, debía explicar cómo apareció ese mapa mágicamente en su bolsillo.
Serán magos y todo eso, pero su padre no se la va a creer, tampoco es tan idiota.
— ¿Qué? —Harry ladeó la cabeza, instándole a seguir.
James se relamió los labios mientras pensaba.
—Ella me gusta —soltó finalmente, la expresión de su padre se volvió de sorpresa—. Me... me gusta y... solo quiero pasar tiempo con ella, pero apenas le hablo, comenzamos a caminar, me distraigo y termino aquí...
No era del todo una mentira, en verdad iba a las mazmorras para saludarla y ella comenzaba a recitar las razones por las que no debía estar ahí, le tomaba del brazo y lo arrastraba al despacho de su padre.
—Ya, hijo, entiendo —suavizó un poco su expresión—. Pero igual debo ponerte un castigo.
James asintió con la cabeza baja, maldijo porque su plan no salió como quería. Pensó que su padre se ablandaría si fingía estar apenadamente enamorado, pero al parecer eso solo funciona para Albus.
— ¿A qué hora?
—A las tres, mañana, ayuda a la profesora Morgan a ordenar el aula de pociones.
El joven asintió resignado y se levantó, salió del lugar mascullando un Buenas noches. No se quedó para escuchar la respuesta de su padre.
Cuando salió de allí, se sorprendió porque en el pasillo se encontró con Mackenzie, ella apuntó su linterna directo a sus ojos.
— ¿Qué haces aquí? —James preguntó protegiendo su rostro con una mano.
—Me aseguro de que vayas a tu cuarto y no para otro lugar.
— ¿Solo por eso? —un toque de burla sonó en su voz.
La luz bajó a sus pies, James pudo ver los ojos de Mac brillar como reflectores.
— ¿Habría otra razón para esperar al convicto de Hogwarts?
—Ey, tampoco soy tan malo.
Una sonrisa ladeada apareció en el rostro de la pelirroja, caminó hacia él y se posicionó a sus espaldas. Le dio un golpecito con la linterna.
—Camina, vamos a tu celda.
Él le miró por sobre su hombro, ella se veía divertida y agradable, por lo tanto le siguió el juego, haciéndose el idiota durante todo el camino. Al final se volteó y la observó con una sonrisa demasiado tierna para venir de él, Mackenzie quedó extrañada y quieta en su lugar mientras lo miraba.
— Espero ser libre pronto.
Fue a dormir, satisfecho con los últimos momentos de su día. Mackenzie ya caería, era cuestión de tiempo.
***
Tres y diez de la tarde, James arrastró los pies hacia el aula de pociones. Al entrar, lanzó su mochila en una esquina, y cuando volteó se encontró con la profesora Morgan.
La mujer era hermosa, James siempre lo había creído, tenía la piel tersa y algo bronceada, además de un cuerpo de infarto. Le haría enfadar mil veces sólo para que cruce los brazos y pueda observar su camisa abrirse un poco en la zona de los pechos. Sí, era un idiota hormonal todavía.
—Helen —exclamó como si estuviese hablando con una vieja amiga y no con su maestra—. ¿Qué hay?
—Diez minutos tarde —le reprochó molesta—. Voy a decírselo a tu padre, Potter.
—Lo siento, lo siento, tenía algunos asuntos que resolver —alzó las manos sin dejar de lado su sonrisa galante.
La mujer respiró hondo, lidiaba todos los días con mocosos así. Todavía no sabía de dónde sacaba su santa paciencia.
— Vas a llevar todo eso al estante... y lo arreglarás por orden alfabético.
James dejó de mirarle el trasero para hacer una mueca. Demasiado trabajo, era mejor ayudar a Hagrid a limpiar el popo de los animales.
—Vuelvo en hora y media, espero que para cuando eso, lo termines —se retiró haciendo resonar sus tacones.
Siguió el contonear de sus caderas y luego se recargó en una mesa. Mirando la montaña de libros soltó un bufó, luego se dispuso a sacar su varita de la túnica.
—Tus castigos se hacen sin magia, Potter.
Se rascó la cabeza con la varita y volteó hacia la puerta sonriendo con cinismo.
—Dime Mac, ¿siempre vas a aparecerte para decirme qué debo y qué no debo hacer?
Ella entró al lugar jugando con la pelota de tenis que llevaba en sus manos. Por primera vez llevaba el cabello recogido y podía admirar su rostro despejado.
—Es que necesitas a alguien que te lo diga. Vas por la vida como si te hubieran inyectado adrenalina, y de paso sin pensar antes de actuar— añade con diversión.
Mac extiende su mano hacia él, James le observa desconfiado.
—Dame la varita y comienza tu trabajo.
Rodó los ojos y se la entregó, esmerándose para que sus manos se rocen más de lo suficiente, sin dejar de mirarla a los ojos. Mac entrecerró los ojos, cerró los dedos alrededor de la varita y dio dos pasos atrás.
—Anda —murmura—. Es un largo trabajo.
— ¿No vas a ayudarme? —alza una ceja.
— Es tu castigo, tonto, yo solo voy a supervisarte.
El mayor de los Potter comenzó a mirar los libros. A cada paso o gesto que daba, ahí estaba Mackenzie observándole atenta, sin dejar de jugar con su pelota y con la varita en una oreja. No sabía si sentirse genial por su atención, o a estas alturas algo nervioso.
Luego de varios minutos en silencio, en los cuales solo se escuchaba los libros caer uno sobre otro, o las maldiciones de James cuando se salteaba una letra, se cayó un libro y se vio obligado a inclinarse para tomarlo. Aprovechando la situación, le dio la espalda a Mackenzie, luego miró hacia ella, todavía inclinado.
— ¿Te gusta lo que ves?
Las mejillas de la chica se pusieron rosadas, de inmediato levantó la vista al techo.
—No te creas tanto, idiota.
James soltó una risa entredientes y siguió con lo suyo. Pasó una hora y media, al fin puso el último libro en su lugar y soltó un suspiro.
—Fácil, ¿lo ves? No hace falta magia.
—Sí, claro — dijo sarcástico y Mackenzie le tendió su varita con una sonrisa.
La profesora Morgan fue a ver el trabajo, luego de darle el visto bueno, le permitió retirarse.
Él y Mackenzie caminaron uno junto al otro por los pasillos. James de vez en cuando le dedicaba una mirada con una sonrisa complacida, hasta que Mac dejó de caminar y le enfrentó con las manos en las caderas.
— ¿Por qué me das esas miradas?
—Sigues junto a mi.
— Sí, ¿y? —alza las cejas.
—Por primera vez no es para llevarme al despacho de mi padre.
Ella ríe y mueve la cabeza, su cabello sujeto en una coleta se mueve tras su cabeza.
—Hasta ahora no has hecho algo malo... que yo sepa.
—Nop, nada.
Camina hacia ella, pero entonces llega Lily Luna corriendo despavorida, junto a una niña de cabello castaño y corto. Ambas no pueden dejar de jadear y se ven muy asustadas.
— ¡James! ¡James! —se lanzó hacia su hermano, tomando su camisa—. ¡Ayúdanos, por favor!
— ¿Qué pasó? —James frunce el ceño, sintiendo algo pesado en su pecho.
— Lucy —Lily solloza—. Lucy quiere lanzarse de la torre de astronomía.
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