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3. Los errores de Vic.

Para iniciar con la lista de cosas que Victoire no debió hacer, debemos remontarlos a la mañana de aquel miércoles hace dos meses, cuando se encontraba preparándose para ir a trabajar. Eso fue lo primero que no debió hacer: presentarse al trabajo ese día.

Seis de la mañana, un cepillo para el cabello con detalles celestes caía al suelo y llenaba el silencio mañanero de aquella casa, provocando que la rubia mujer pegara un salto en su lugar. La mano que sostenía el labial rojo se movió con brusquedad, causando una línea que llegaba a su mejilla, se asemejaba a un corte.

Ella gruñó de frustración, buscando su varita para arreglar el desastre, esto era lo último que necesitaba en esos momentos. Al diablo con su intento de no hacerlo todo con magia.

—Ey, Vic –Las grandes y callosas manos de Teddy se posaron en sus hombros, deteniéndola en medio del pasillo—. Tranquila, ¿por qué tanto apuro?

La mujer le miró con los ojos crispando, mientras él solo hacia una especie masaje en su tenso cuello.

— ¿Cómo que por qué? Se me hace tarde, Teddy –chilla empujándolo hacia un lado para seguir su camino.

Con un suspiro y una sonrisa amenazando con apoderarse de sus labios, el castaño la siguió.

—Tu turno inicia a las siete, y literalmente llegas en un chasqueo de dedos. Deberías al menos sentarte a desayunar tranquila —recomendó viéndola servirse un poco de café, se recostó en el umbral de la puerta—. Ya que no quieres tomarte un día libre, a pesar de que es obvio que estás agotada.

— ¡¿Un día libre?! ¿Ahora? —exclama con la voz aguda, pero sin gritar—. Apenas he conseguido un ascenso, no puedo tomarme días libres, al menos no por ahora.

—Está bien, comprendo. Solo me preocupa tu salud –Se acercó hasta tomar asiento junto a ella, besando las comisuras de sus labios manchados con dulce. Ambos sonrieron con los ojos cerrados—. Al menos cumple con tus horas de sueño, me paso el día pensando en que podrías desmayarte y hacerte daño.

—Voy a cuidarme más, cariño, lo prometo.

Vic era jefa de turno en la sección de pediatría de San Mungo, en el turno de día. Aquello le hacía pensar que debía despertar muy temprano y llegar al trabajo antes que cualquiera; porque le había tomado tanto trabajo ascender hasta ese puesto, no quería perderlo por nimiedades. A veces pasaba noches en vela, mientras Teddy roncaba suavemente junto a ella, pensando en qué más tendría si perdiera su trabajo.

Porque si bien tenía a Teddy, no quería que la relación se fuera al caño si llegara a perder su trabajo, lo que menos deseaba era ser una carga para él, y no se sentiría cómoda sin trabajar. Le parecía ya suficiente en su relación con el hecho de que, aunque ambos desearan ser padres, ella no pudiera lograr algo como eso. Por más que sus tías y su madre le repitieran una y otra vez que eso no era algo de lo que debía culparse.

Ser una Weasley no impidió que Victoire fuera estéril. Aquello dejó muda a su familia, y con una congoja a la rubia, que hasta ahora podía percibir. En sus noches de vela, también pensaba en esto, observando perdida el techo de la habitación. Podría tener un esposo cariñoso y comprensivo, un hogar propio, un trabajo bien remunerado, pero seguía deseando aquello que no podía tener.

Esos pensamientos la tenían más distraída últimamente, debido a que hace poco más de una semana tuvo que ayudar en un parto. Sostuvo a la pequeña criatura durante unos segundos antes de limpiarla y dársela a su madre, se había quedado tan maravillada con el pequeño bebé que no dejaba de llorar. Por un momento se sintió cálida, delicada mientras lo tenía en brazos, pero una vez se lo entregó a su madre, volvió a sentirse vacía.

Fue como si aquella mujer luego le restregara en la cara lo feliz que era con su hijo, ella junto a su esposo lloraban de felicidad. Victoire los odió, hasta que notó que ellos no tenían la culpa, y tampoco lo hacían a propósito.

Teddy le había dicho cientos de veces que estaba bien, que ya llegaría el momento en el que encontrarían a un niño o niña a quien adoptar. Y Vic ansiaba tanto ese momento.

Tal vez, no debió desearlo tanto.

Llegó temprano al trabajo, como siempre, y se puso su bata blanca luego de ficharse. Saludó a los recepcionistas, también a otros trabajadores mientras caminaba por el pasillo. Se sentía un poco feliz, antes de salir de casa Teddy se había asegurado de plasmar una sonrisa en su rostro, y un pensamiento optimista en su mente.

Sería un buen día.

Revisó el estado de sus pacientes, sonriendo a los pequeños y revolviéndoles el cabello. Adoraba trabajar con niños, eran divertidos y tiernos. Luego charló un rato con sus compañeros, mientras bebía rápidamente una taza de café, pues comenzó a sentirse algo somnolienta.

Fuera de eso, todo era normal, hasta que escuchó un canto infantil mientras se dirigía de nuevo a su zona.

—Pin Pon es un muñeco con cara de cartón, se lava la carita con agua y con jabón, con jabón.

Apenas era una frase, pero ya se sintió hechizada con aquella dulce voz. Caminó hacia la dirección de la que parecía provenir. Era uno de los cuartos.

—Se peina los cabellos con peine de marfil, y aunque le den tirones, no llora ni hace así, ni hace así.

Abrazando su tabla de anotaciones contra su torso, se inclinó hacia la puerta para fisgonear por la pequeña ventana de esta.

Una pequeña niña se hallaba dentro, sentada en una silla frente al pequeño escritorio, se dedicaba a colorear mientras cantaba. Su cabello se basada en abundantes tirabuzones de color chocolate, sus mejillas rosadas eran abultadas y daban ganas de acercarse a apretujarlas. Era tan bonita que a Vic se le retorció el corazón de ternura, pero, entonces una pregunta surcó su mente.

¿Por qué esa niña estaba allí sola?

— ¿Hola? —la pequeña vocecita la sacó de sus pensamientos, unos grandes ojos pardos estaban fijos en la mayor. La miraban con curiosidad.

—Ah, hola –responde torpe, algo parecido a una risa y un bufido sale de sus labios mientras termina de abrir la puerta—. ¿Te asusté? Lo siento, no era mi intención.

—No, está bien –dice mientras niega con la cabeza, y sonríe un poquito—. ¿Ya tengo que irme?

La cabeza de Victoire no estaba funcionando bien, así que se tardó en responder. No sabía nada de la niña, ¿qué se suponía que debía responder?

—No pasa nada, Tabatha. Solo pasamos para ver cómo estabas –Alguien más responde, detrás de la Weasley, y le provoca escalofríos.

Tabatha solo asiente, y de forma inocente y paciente pregunta: ¿Dónde está mi mamá?

Tanto ella como Victoire observan atentas a la enfermera recién llegada. La señorita Lexie sonríe ocultando incomodidad.

—Voy a preguntárselo a su medimago y luego vengo a contártelo, ¿sí? —propone, la niña solo asiente con desánimo.

Las mujeres la dejan seguir con sus dibujitos en paz otra vez, y se retiran de la habitación. En cuanto estuvieron a una distancia prudente, la curiosidad de Vic ya no pudo más.

— ¿Qué pasó con su madre?

—Falleció.

— ¡¿Por qué no se lo dijiste?! —exclama, mirando con pena hacia atrás.

Lexie hace una mueca.

—Estoy intentando encontrar las palabras adecuadas... Mejor se lo digo yo antes que los del ministerio.

La empatía embriaga a la rubia, y siente la necesidad de correr a abrazar a la niña.

— ¿Acaso no vino con alguien más?

—Solo ella y su madre, no hay más familiares. Van a llevarla a un orfanato en cuanto consigan el lugar, por ahora parece que la cuidaremos por turnos aquí.

La enfermera se posicionó junto a la Weasley, un poco más cerca, y soltó un largo suspiro. Victoire no dejaba de mirar el pasillo.

—Eso es muy... Trágico —murmuró pensando en los ojos profundos de la pequeña.

Tal vez no debió dejarse embriagar por su lado empático, que liderado por la necesidad de ayudar a Tabatha, la hizo llevar un pedido formal para llevarse a Tabatha a casa. Cuidaría de ella hasta que consiguieran un orfanato u otro hogar, al menos eso le aseguró a su esposo. Pero cuando Teddy la vio llegar con esa pequeña al departamento, supo que tal vez aquello se alargaría más de lo que ella quería admitir.

Porque Victoire la cuidaba con tanta devoción mientras estaba en su hogar, se esforzaba para que la niña se sintiera cómoda y demostrarle que podría volver a sonreír a pesar de todo. Mientras eran ellas dos en casa, todo estaba bien.

Hasta que la mujer debía retirarse para trabajar, y como sus horarios con Teddy estaban organizados de forma que mientras ella trabajaba, él estaba en casa, este se encargaba de cuidarla. El hombre se sentía ciertamente raro con la nueva y espontánea situación, pero intentaba dar lo mejor de sí mismo para acomodarse a esta. Porque le hacía feliz ver a Vic sonreír junto a la pequeña.

Aunque esta no parecía estar tan cómoda con él, y aquello llegó a dolerle un poco.

—Tomará tiempo –le había murmurado una noche Victoire, mientras estaban acostados en medio de la oscuridad—. No sabemos nada sobre si alguna vez tuvo un padre, o alguna figura masculina en su vida, ni cómo habrá sido. La psicóloga sigue trabajando en ello.

—Lo sé. Está bien.

Acordaron no contar a la familia sobre Tabatha hasta que la adopción estuviera confirmada, por lo que nadie más sabía al respecto. Y del trabajo, solo la enfermera Lexie y los directivos sabían al respecto. Hasta cierto punto, todo parecía tomar lentamente el rumbo que Victoire deseaba.

Hasta que las cosas se pusieron raras, pero para la mujer.

Tabatha al fin pareció acostumbrarse a Teddy, y permanecía a su lado en la sala mientras hacía algo que adoraba: dibujar. Dejaba que el de cabellos azules observara su arte, y le comentara algunos halagos a los que respondía con una sonrisita. Victoire los observaba enternecida, pensando en que al fin serían una familia.

Pero luego ellos iban a dormir porque comieron tanto que estaban agotados, entonces ella limpiaba el reguero de lápices y papeles. La primera vez que lo hizo, vio algo que revolvió su estómago.

El dibujo se trataba de una familia, y habría estado genial, de no ser porque no parecían ser ellos. La niña en el medio sí se parecía a Tabatha, con sus rulos oscuros, pero los padres eran todo lo contrario al matrimonio Lupin-Weasley. La madre era morena, con ojos oscuros, y el padre rubio. Eso logró lastimar sus sentimientos.

Solo era un poco de lo que experimentaría luego.

Los dibujos de Tabatha poco a poco se volvieron más incómodos, hasta perturbadores. Todos eran guardados en una caja encantada, que solo Vic sabía cómo abrir, ni siquiera se los mencionó a la psicóloga o a Lexie, quien los visitaba de vez en cuando para saber cómo estaba la pequeña.

Ese fue un error también, haberse guardado aquello, ni siquiera se lo contó a su propio marido. Se suponía que estaban juntos en eso, pero Teddy parecía haber avanzado tanto y no quería arruinarlo.

Ella no sería quien lo arruinaría una vez más.

Comenzó a sentir miedo, de los dibujos sangrientos y de la niña que dormía en la habitación contigua. Hubo noches en las que no durmió, porque se quedaba pensando, y si era sincera, a veces hacía guardia.

¿Por qué demonios seguía con esto?

A pesar de temerle, cada vez que la miraba a los ojos, había algo que le impedía dejarla ir. Tal vez no era tan mala, se dijo, tal vez esto terminaría dentro de poco.

Hasta que un día, cuando Teddy las dejó para ir al trabajo. La niña la invitó amablemente para que la acompañe mientras dibujaba, y no pudo negarse. Fue un alivio ver dibujos normales, de flores, casas, animales. Por un momento Victoire pensó que todo estaría normal, que iría bien a partir de entonces.

—Mami –era la primera vez que alguien la llamaba así, y también sería la última.

Vic levantó la cabeza, para mirar a su pequeña con los ojos enrojecidos y húmedos.

— ¿Qué? —alcanzó a balbucear, la niña le tendió una hoja.

—Es para ti, mami.

Con las manos temblando, tomó el papel. Despacio lo acercó, como si fuera un arma, y al fin observó el dibujo en este. No tardó en ponerse pálida, y las lágrimas cayeron con fuerza por sus mejillas, hasta empapar el papel.

Allí se podía ver claramente a un hombre de cabellos azules, tirado en el suelo con una gran herida en el abdomen, abundante sangre lo rodeaba. Junto a él, una mujer de expresión aterradora sujetaba un cuchillo, sus cabellos amarillos estaban para todas las direcciones. Al fondo, una niña que obvio era Tabatha, observaba la escena sentada.

Fue la gota que derramó el vaso, la que acabó con la cordura que Victoire Weasley apenas estuvo conteniendo hasta entonces.

— ¿Qué mierda es esto? —dijo a duras penas, levantando la mirada hacia la pequeña confundida.

—Es... Es un dibujo de nuestra familia, mami.

— ¿Nuestra familia? ¿Mami? —rió con fuerza, lanzando el dibujo hacia otra sección de la sala. Tabatha retrocedió en cuanto vio que la mujer se levantó, muy intimidante—. No soy tu madre, y no somos una familia.

Esas palabras rompieron su corazón, y comenzó a llorar lanzando fuertes sollozos.

—No llores, no tienes el derecho. Me estas volviendo loca con todo esto –le gruñó mientras avanzaba hacia ella—. ¿Qué ganas dibujando cosas así? ¡Te abrimos las puertas de nuestro hogar y nos pagas así!

Lo que sucedió después, fue tergiversado por la mente inestable de Victoire. Porque la niña no le dedicó una mirada oscura y sin sentimientos, no le sonrió de forma macabra, ni le dijo aquellas palabras que encendieron el desastre.

— ¿Te dio miedo, mami? ¿Te decepciona la familia que conseguiste?

La rubia pegó un grito que hizo saltar a la llorosa Tabatha, quien cuando vio a la mujer correr a la cocina, lo consideró un momento adecuado para esconderse.

No encontraba su estúpida varita, por eso que eligió el cuchillo. ¿Fue por eso o por la estúpida voz en su cabeza que clamaba por sangre?

— ¡¿Dónde te metiste?! ¡No vas a esconderte por mucho tiempo!

Atravesó la sala dando zancadas, tan fuera de sí que no escuchó la puerta principal abrirse. Victoire veía en tonos rojizos, blandiendo el cuchillo mientras gritaba.

Se calló cuando su mirada conectó con la de Teddy, y al levantar la mano que empuñaba el gran cuchillo, la vio empapada de sangre. Su esposo tosió un poco, mirándole sin poder creer lo que acababa de pasar, y pareció haber caído en cámara lenta al suelo.

—No —lloriqueó Victoire mientras se lanzaba al suelo junto con el, otro llanto se escuchaba en la habitación, pero no le importaba ahora—. Mi amor, lo siento tanto, no quería...

— ¿Por qué lastimabas a mi pequeña? —él exigió saber, con borbotones de sangre saliendo de su boca.

Detrás de él, una herida Tabatha sollozaba.

—Ella... Ella es un monstruo, Teddy –se excusó, histérica—. ¿Tú no veías lo que hacía? ¿No viste los dibujos?

El hombre negó con la cabeza, demasiado decepcionado y asustado para siquiera volver a verla. Sus párpados se sentían pesados, y la única mujer sin un rasguño allí no era capaz de intentar ayudar a detener la hemorragia.

—El único monstruo aquí eres tú, Victoire Weasley.

Otra vez un escalofrío conocido, cuando se giró, se encontró con Lexie en medio de la sala. La mujer tenía una expresión de sorna y satisfacción.

—Es... Es culpa de ella —intentó señalar a Tabatha, y lloró como animal lastimado.

—No, querida. Ella solo es una niña –Lexie niega con la cabeza.

Vic respiraba acelerada, admirando el cuerpo de Teddy, el ruido de su cabeza disminuyó lo suficiente para pensar un poco. Entonces recordó, o más bien no recordó a ninguna enfermera llamada Lexie.

Una vez más se estremeció de miedo, como todas las veces que la vio.

— ¿Quién eres?

Volvió a mirarla, momento justo en el que la apariencia de la contraria cambiaba. Sus cabellos se volvieron más largos, oscuros y rizados, y sus ojos se tornaron de un marrón tan oscuro que se asemejaba al negro. Esa imagen era tan similar a la villana que Victoire vio en los libros, que le sacó un grito de horror.

— ¡Bellatrix Lestrange!

La mano que estaba sobre Teddy, alcanzó la varita que este guardaba en su saco, y la tomó para atacar a la mujer. Pero los reflejos de Weasley estaban tan torpes, que antes de poder lanzar el hechizo, la supuesta Bellatrix desapareció en una bruma negra.

El hechizo terminó golpeando a la niña que estaba detrás, y Victoire Weasley se rompió por completo.

Cuando Harry y Ron llegaron, solo pudieron ver que sacaban un par de cuerpos tapados con sábanas, y a una sedada Victoire que tenía las manos atadas.

—Se suponía que el viernes íbamos a verlos en una cena –comenta Ron, sin despegar la vista de la puerta, mientras restregaba su nariz espantando las lágrimas.

Potter se permitió llorar en silencio cuando tomó uno de los dibujos que se hallaba en el suelo. En este aparecían tres personas, un hombre de cabello azul, una mujer rubia, y una pequeña de rizos. Todos con grandes sonrisas, y algunos corazones a su alrededor.

Al final de la hoja, rezaba la palabra familia.

—Esto... Se está saliendo de control.

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