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Las puertas

Todo se puso negro. Por un momento pensé que Rufina me había maldecido, pero luego recuperé la vista y supe que estaba exagerando.

El lugar donde estoy, está lleno de árboles por todas las direcciones, excepto un pequeño claro donde hay una puerta estropeada con un marco reluciente y dorado.

—¿Entramos? —preguntó Peter.

—Deberíamos. Esa debe ser una puerta Legendaria.

—¿Una puerta qué? —pregunto.

—¿No sabés qué es una puerta Legendaria? —soltó Alis con su tono arrogante de siempre.

—No —digo sintiéndome ofendida—. En mi familia no hay ninguna maldición. —Pienso si debo decirle que, a diferencia de ella, no corro con la suerte de tener algún familiar vivo que compartan cierta información privilegiada..., pero no lo hago—. Así que no me tuve que preocupar, en prepararme, como tú, para pasar esta parte.

Alis hizo un gesto raro con la cara, es evidente que no esperaba esa respuesta de mi parte. Luego, como quien no quiere la cosa, me explicó que hay tres puertas, una por cada Legendario y que cada una de ellas contenía una especie de portal, donde había una reliquia. Según Peter, en cada reliquia hay un pedazo de costilla de sus dueños. Algo que ponía en duda.

—¿Y qué debemos hacer? —pregunto.

—Debemos entrar y buscar la reliquia.

—Pero la reliquia puede ser cualquier cosa —digo—. ¿Cómo sabremos qué es una reliquia y qué no lo es?

—¡Ahí! —Alis señalaba la parte superior de la puerta—. En el dintel... hay una pista.

En el dintel de la puerta, con una caligrafía muy prolija, hay una inscripción que dice lo siguiente:

Una antigua tradición nos permite despedirnos de lo que no somos antes de ir al lugar donde nos hacemos reales.

El creador de esta puerta era tan soberbio que siempre llevaba este objeto consigo.

Mi cerebro está a punto de explotar.

—Es un arma. Tiene que ser una jabalina o una cosa así —dijo Peter muy convencido.

—Lo dudo —intervino Alis mientras levantaba una de sus cejas, pensando.

—Yo creo que debemos descubrir, antes de cualquier cosa, a quién pertenece esta puerta —digo—. Y disminuir así, nuestras opciones.

—Es de Di —mencionó Peter, como si fuera muy obvio.

Nuestro compañero intentó explicarnos, de forma magistral, porque para él, el Legendario Di, era el más soberbio de todos. Lo atribuía a la fama de mujeriego y a sus grandes músculos.

—Pensá Ana. Judaes era calvo y casto. Larte gordo y con enormes mejillas.

Peter podría tener razón.

—Está bien —digo, no muy convencida—. Ahora concentrémonos en eso que dice «ir al lugar donde nos hacemos reales»... ¡El campamento!

Tiene que ser. Es el único lugar que nos permite ser lo que realmente somos: fantasmas. Estoy muy emocionada.

Alis asiente con la cabeza y queda a la expectativa, como esperando que resuelva el resto del acertijo.

—«Despedirnos de lo que no somos» —leo—. ¿Qué no somos?

—No somos débiles —sugiere Alis—. Necesitamos algo que nos recuerde eso. Que somos fuertes.

Ni idea. Si soy sincera, nunca pensé que esto sería tan difícil.

—¡Un arma! ¡Con un arma podés ser canchero!

—Debe ser eso —concedió Alis—. Sos un genio Peter.

—Qué harían ustedes sin mí.

Ignoramos ese comentario y abrimos la puerta.

Después de atravesarla, fuimos trasladados a un espacioso salón repleto de objetos antiguos. En cada rincón había montañas de libros con nubes de polvo. También había lámparas de araña que colgaban del techo y no tenían ni una sola bombilla con luz. Algo acá, no anda bien: las mesas con formas curiosas y con patas torcidas lucían bastante sospechosas... los roperos vacíos tenían aspecto de haber sido reconstruidos una y otra vez... los espejos, que tenían alucinantes decoraciones, estaban rotos al igual que los jarrones.

—No veo nada parecido a un arma —dijo Peter mientras examinaba el contenido de una cajita que había encontrado.

—Busquemos en los cajones, puede que encontremos algún cuchillo.

—¡Auch! —Se quejó Alis— la p... ¡Me ha aplastado un dedo!

—Tené más cuidado.

Y ocurrió. No sé si Peter le hizo cosquillas a una pared encantada... pero, de igual forma, las cosas se habían puesto feas. Muy feas.

Cada objeto en el salón había tomado vida. Los cajones comenzaron a volar por los aires y tuvieron a escasos centímetros de romperle la nariz a Peter que ágilmente se las había arreglado para esquivarlos. Por otro lado, los libros comenzaron a revolotear en todas las direcciones provocando una lluvia de polvo gris. Una alfombra, que antes no había visto, se enrolló alrededor de mi muslo derecho y me tiró justo cuando Alis intentaba convertirse en fantasma, aunque no pudo.

—Ana... Ana. Golpeame en la nariz —me pidió Peter, apremiándome—. Ya sé cómo solucionar esto.

—¿Tú no resolviste eso? —Peter tenía un, digamos, pequeño problema con su trasformación en fantasma. Esta no aparecía hasta que él estornudara o pujara con fuerza. Tengo que sacudirme unos alfileres que me dan puntazos en los tobillos antes de escuchar a Alis:

—¿Para qué necesita un golpe en su nariz? —preguntó, mientras pateaba unas cuantas tazas que se arrastraban en dirección a ella.

—Para activar mi poder —respondió Peter.

—Peter... basta, no puedes depender de un golpe para activar tus poderes. — Siento como se me corta la circulación de la pierna. La alfombra cada vez aprieta más fuerte.

—Si no se lo das vos, lo hago yo —intervino Alis, perdiendo la paciencia. Sin siquiera dar aviso a Peter... lo hizo: le zampó un derechazo directo a la nariz ganchuda.

La nariz de Peter se puso roja muy deprisa y... estornudó.

Al instante siguiente, varias luces rojas envolvieron el cuerpo de Peter y sus ojos brillaron. Pude observar como un agujero se abrió en todo el centro del salón mientras mis dagas intentaban cortar la alfombra por órdenes mías.

Peter comenzó a tirar todo lo que encontraba hacia adentro del agujero. Sus ojos brillaban de un rojo intenso. Estaba convertido en fantasma.

De repente, mis dagas dejaron de obedecerme y se quedaron como muertas. Fue cuando empecé a usar la fuerza bruta para quitarme la alfombra de encima. A metros de distancia están Peter y Alis que tiran algunos libros hacia el agujero mientras luchan con una mesa que se prepara para darles una tacleada. Alis me hace señas pero no entiendo.

Mierda. Un estante de madera cae sobre mí y me deja inmóvil. Forcejeo contra el mueble poseído y logro darle una patada para que dejara de aplastarme.

Me incorporo y lo siguiente que veo es a Alis que, junto a la ayuda de Peter, está empujando la mesa hacia el agujero, pero esta ofrece mucha resistencia.

Me acerco y les ayudo.

—A la cuenta de uno... dos... y...

Logramos tirarla.

Hubo un momento donde las demás cosas que estaban en el salón siguieron moviéndose pero no nos atacaban. Presiento que la mesa, quizá, sea su jefa.

—¿Qué se supone que debemos hacer ahora? —preguntó Alis, mientras se quitaba una docena de alfileres que tenía clavados en la zapatilla.

La mayoría de las cosas mitad enojadas, mitad derrotadas, estaban en el agujero. Peter había logrado hacerlo bastante profundo y con esto, mantener a los objetos fuera de nuestro alcance. Lo único que se mantenía quieto, sin vida, era una colección de espejos que descansaban sobre una repisa, también sin vida.

Peter agarró un jarrón que se escondía detrás de Alis y lo tiró.

—Vamos a tirar a los espejos también.

—Espera un momento —alcanzó a decir Alis—, hay una razón para que los espejos no estén poseídos.

—¿Qué decís? —Peter agarró uno de los espejos, que tiene forma de bala (puntiagudo por arriba y plano por abajo)—. Hay que tirar toda esta basura...

—Nooo...

Alis pudo atajar el espejo, justo antes de que este cayera y... ¡Plaf! Desapareció.

Peter y yo permanecimos inmóviles por un buen tiempo, antes de descubrir que una puerta había aparecido delante de nuestras narices.

—Alis desapareció ¿A dónde se fue?

—No lo sé —digo—, pero mejor salgamos de acá. Antes de que cualquiera de nosotros desaparezca también.

Lo hicimos.

Cruzamos la puerta y llegamos muy cerca de un océano. Un intenso olor de sal invadió mis orificios nasales. A pocos metros de la orilla, hay una cabaña destartalada. Peter caminó hacia ella y se detiene al costado, donde hay otra puerta.

Mientras caminaba en dirección a Peter, no pude evitar preguntarme acerca de la, aparente, desaparición de Alis ¿había quedado fuera del campamento? Trago saliva. ¿Pero qué hicimos mal? Al parecer la maldición Bulgueroni seguía en pie.

Peter me hizo señas para que me acercara y me señaló la inscripción que hay en el dintel.

Soy desierto, bosque, nieve y volcán. Con un do, un re, un mi y un fa te voy a cantar... y en las aves del cielo y las bestias del campo, voy a estar.

—Es la puerta de Larte —soltó Peter de inmediato—. Es un cuerno musical. ¡Vamos!

—Pero. ¿Cómo sabes?

—El señor Dativo me lo dijo cuando me despedí de él. Sé que es hacer trampa, pero no puedo borrar las cosas que me dicen, ¿sabés?

Peter intenta convencerme de que no es un tramposo. Se cree tan limpio...

—No me importa si un fantasma hace trampa o no —digo en tono cortante—. Me importa más si miente.

Peter se encoje de hombros y me señala la cabaña.

—Vení a la cabaña. Vamos a necesitar unos escudos. Están acá.

¿Escudos? ¿Para qué? Observo a Peter con curiosidad.

—No me mires así Ana. La culpa la tiene el señor Dativo. —Se ha ruborizado—. Pienso que quería asegurarse de que, por lo menos, lograra entrar al campamento. Siente compasión por mí. Ya sabés, por lo de mis padres.

No digo nada. Peter me da un escudo que es enorme y tiene el dibujo de un ojo.

Entramos.

La puerta nos trasladó a un espacio angosto entre dos piedras gigantescas. A mi derecha y a mi izquierda hay un precipicio que parece interminable. Estamos atrapados.

—Esos son los cañones.

Peter sabe todo sobre este lugar.

Las dos paredes de piedra, que se enfrentaban una a la otra, tienen sendos agujeros por donde salen cañones oxidados.

—Hay 8 cañones en total. Uno solo dispara el rayo de música que desactiva a los otros —explicó Peter—. Cada uno tiene una pieza que nos ayudará a construir el cuerno.

No puedo evitar dedicarle a Peter una mirada severa, solo para fastidiarle. Aunque debo admitir que una parte de mi está muy sorprendida, y a la otra, le gustaría darle las gracias al viejo Dativo.

—Bueno, no parece muy difícil —digo finalmente—. Tenemos que disparar todos los cañones y ver cuál de ellos tiene el rayo de música.

—Pues no. Ahí es donde te equivocás. Resulta que cada cañón tiene que ir disparado, sí o sí, a uno de nosotros. Porque si llegamos a golpear la otra pared y con ella destruimos un cañón...

—Puede que destruyamos nuestras posibilidades de conseguir las piezas y el cañón de música —completo.

—Claro.

Peter intenta persuadirme para que yo active los cañones. Sin embargo, le recuerdo que soy tan poderosa como cualquier fantasma. Me pongo enfrente del primer cañón y me aferro al escudo. Preparada para recibir el primer disparo.

—Voy a accionarlo —avisó Peter—. ¿Lista?

—Sí.

Una llamarada fortísima impacta contra el escudo y me hace retroceder unos cuantos centímetros. Intento dar unos pasos hacia adelante pero las llamas son muy feroces. Vamos...vamos... ¡maldición! No puedo convertirme en fantasma.

Las llamas desaparecen y lo único que queda de ellas es un olor a pelo chamuscado y unas cuantas grietas en mi escudo.

—¿Estás bien?

Limpio el sudor de mi frente y me sacudo las cenizas, luego digo:

—Voy por el otro.

El siguiente cañón disparó una especie de gas verde que dejó a Peter en un sueño profundo. De igual forma, su escudo se agrietó, incluso más que el mío.

Tuve que esperar a Peter por varios minutos, luego despertó y muerto de sueño se dirigió al otro cañón. Es nuevamente mi turno de recibir el disparo.

—Voy... accionarlo —dijo Peter mientras bostezaba—. ¿Lista?

—Hazlo.

Un rayo azul golpeó con tanta fuerza mi escudo que, dividiéndolo en dos, me hizo quedar desprotegida. Por suerte, no hubo más de un rayo.

—¡Gracias a los Legendarios! —exclamó Peter con alegría.

El siguiente disparo fue una lluvia de espinas, que lograron destruir el escudo de Peter en un santiamén.

—¿Y ahora cómo vamos a protegernos?

Y es cuando lo entiendo. Cada escudo puede soportar dos ataques... tres escudos para tres fantasmas, uno para cada fantasma. Sin Alis, solo nos habían dado dos.

Con tres escudos, si no me equivoco, nos daba la chance de seis oportunidades en total, para descubrir el cañón. Si teníamos muy mala suerte (Como nos pasó a Peter y a mí en esta oportunidad) nos quedarían solo dos cañones... dos posibilidades. A nosotros nos quedan cuatro cañones.

—Nos faltó un escudo —digo—. Pero se me ha ocurrido algo...

Reviso el primer cañón que Peter accionó e introduzco mi mano en su interior. Cuando la saco, me fijo que está sucia de polvo negro, restos de la llamarada. Me sorprende lo inteligente que soy en momentos de presión.

Cuando termino de revisar todos los cañones, solo me encuentro con uno cuyo interior está muy limpio. No hay cenizas ni restos.

—Tiene que ser este —digo.

—¿Estás segura?

—No.

Peter puso los ojos como platos y me dijo, con algo de nerviosismo, que él recibirá el impacto.

—Si me equivoco...

—Estoy seguro de que no será así —dijo, queriendo parecer valiente. Pero sus manos temblaban.

Peter se pone en posición. Me dirijo hacia el botón que acciona al cañón y miro fijamente a Peter. Que sea el correcto... que sea el correcto...

Lo hago.

Una hermosa melodía surge del cañón y seguida a esta, varios clics, de los otros cañones, anunciaron que quedaron desactivados.

Peter está muy transpirado cuando me dice:

—No lo dudé ni por un momento.

Pasaron varios segundos antes de que Peter recuperara el control total de sus manos. Juntos empezamos a armar el cuerno musical. Para mi sorpresa, Peter es muy bueno ensamblando piezas. Cuando terminamos...

—¡Lo logramos! —soltó con alegría. Agarró el cuerno y lo mantuvo en lo alto como un trofeo.

¡Plaf! Desapareció.

¿Qué demonios? ¿También Peter? Alis nos ha traspasado su maldición.

Una puerta aparece y se abre ante mis ojos. No dudo en salir.

Llego a una zona del bosque donde todo está en ruinas. Escombros. Esculturas partidas en varios pedazos.

Atravieso un camino con baldosas sueltas y me da la impresión de que alguien (o algo) me está observando.

Ignoro los escalofríos que recorren cada fibra de mi cuerpo y me voy... Espera un momento... eso es... ¡Una puerta!

Me quedo pensando en las opciones que tengo. La puerta del Iluminado Judaes debe ser una de las más difíciles. Ya pude comprobar que estos desafíos de las puertas son hechos para tres fantasmas. De modo que si llegas solo a la última puerta, estarás con una gran desventaja. Además, está lo de la maldición ¿Y si también me alcanzaba a mí? Sigo pensando y me acuerdo en lo que Peter siempre decía acerca de los Iluminados: que eran muy aburridos y unos fanáticos de los libros. No vine a este lugar a leer... vine a convertirme en la mejor fantasma...

Me quedo pensando por un instante, sin dejar de observar la puerta.

—¿Qué haces acá? —me preguntó alguien, por detrás. Mis pensamientos se esfuman al instante. Volteo y veo a un chico alto y de nariz larguirucha.

—Ehhh... me perdí. —Me parece que no soné para nada convincente.

—¿Entraste ya a alguna puerta?

Asiento.

—Entré a la puerta de Di. Mis amigos y yo luchamos con un montón de objetos poseídos. Luego agarré un espejo y aparecí acá —mentí. No quiero ser descalificada—. No sé qué sucedió.

—Mmm... Entiendo —dijo él, algo dubitativo—. Me llamo Eddw, soy capitán de la caravana de Iluminados. Me pareció escuchar algo muy cerca de... bueno... ya sabes... una de las puertas.

—¿Eres como un cuidador de las puertas?

—Eeeeh. No. Las puertas no necesitan de alguien que las cuide.

Eddw parecía estar algo nervioso. Me pregunto qué estará ocultándome. Peter muchas veces me advirtió que de si en alguien no debía fiarme, era de los Iluminados.

—Bueno, ¿venís conmigo? Te llevo a donde están los demás.

Asiento.

Eddw me guío por el bosque, dónde los árboles, con sus sombras siniestras, hacían que de vez en cuando se sobresaltara.

—El bosque es un lugar que no todos debemos pisar ¿sabes? Solo los Trompetos tienen permiso de estar acá. A mí me respetan porque soy capitán.

Eddw parecía muy orgulloso.

Logramos llegar a un lugar más despejado. Los árboles ya no dominaban, tampoco las criaturas curiosas. Era una especie de plaza con un enorme reloj. Cruzamos y seguimos un poste que, con una flecha, nos indicaba: «A donde todos están».

Atravesamos un puente colgante que terminaba en un muro de piedra fabuloso. Al otro lado, estaban los demás campistas.

Panick y otros entrenadores del campamento discutían:

—No sé qué ostias está pasando con las puertas —se quejó Panick.

—Están averiadas —dijo un tipo gordo, con un vestido largo con dibujitos de trompetas.

—Las puertas no se averían —le recordó otro entrenador al gordo. Este tiene la cabeza rapada y no tiene zapatos.

—Ejem... cof... cof...—soltó Eddw para hacerse notar.

Panick le dirigió una mirada furiosa.

—¿Qué hacéis aquí?

—Disculpe entrenador. Encontré a esta campista en el bosque. Estaba algo perdida. Dice que el espejo del Legendario Di, la trasladó.

—¿Y cómo sabemos que no está mintiendo? —preguntó el gordo mientras soltaba una risita burlona.

—Porque comprobé, al interrogarla, que no estaba mintiendo. Usé el poder de la mente.

—Confío en su palabra. Es el señor Loaped Eddw —intervino el calvo—. Es el capitán de nuestra caravana, Carcarash.

—Os damos toda la confianza a los Iluminados porque creéis conocer el poder de la mente —soltó Panick en tono burlón—. Aunque a mí parece que todos vosotros no sabéis ni un cuarto de lo que ostentan.

Panick no solo odia a los Sanguinarios. También odia a los Iluminados.

El entrenador gordo bufó y el calvo se retiró juntando las manos, como rezando, hacia otro grupo de Iluminados. Observo al señor Dativo, que parece estar entretenido con otros dos entrenadores, también calvos. Quiero hacerle señas. Él puede salvarme de este aprieto.

Panick seguía evaluándome con curiosidad, como si todo de mí estuviera mal y le diera asco.

—Que se vaya a la caravana —ordenó finalmente—. Si los estúpidos Iluminados han de creer que la niñita no miente, ¿quién soy yo para decir lo contrario? —soltó de forma sarcástica—. Pero te lo advierto niñita... te mantendré vigilada. Hay algo en ti que no termina de gustarme.

Cuando estamos caminando hacia donde están los grupos, le pregunto a Eddw a cuál caravana debía ir.

—A la de los Sanguinarios. Si descubriste el espejo, eres una de ellos.

—¿Y la prueba de los cañones?

—No dijiste nada de los cañones. ¿También encontraste el cañón? —preguntó Eddw, mirándome también con curiosidad—. ¿Encontraste el espejo y también el cuerno? Entonces las reglas dicen que debes entrar a la puerta del Iluminado Judaes. ¡Por los ascendentes! ¿Por qué no lo dijiste antes? He cometido un gran error... todavía no has sido seleccionada —Eddw, seguía hablando para sí mismo. Parecía angustiado, como si hubiéramos roto mil normas—... no puede ser... corruptible...

—No —me atrevo a decir con rapidez—. Yo no encontré el cuerno musical... escuché que uno de los campistas habló de la prueba de los cañones y... y pensé que yo debía pasar también por esa prueba.

—¿Por qué no lo dijiste antes? —soltó Eddw, tocándose el pecho, como si estuviera recuperándose de un ataque al corazón—, casi me matas de un susto.

Finalmente, Eddw me llevó con los Sanguinarios.

¡Alis! Mi compañera se encontraba entre los campistas iniciados en el grupo Sanguinario. Me acerco a ella, que está escuchando los susurros, de los diferentes campistas, que compartían las estrategias que usaron para conseguir el espejo. Unos discutían porque, según ellos, la mejor forma de paralizar a los objetos era haciendo uso de la contraposesión (algo que no sé qué es) mientras que otros aseguraban que destruir los objetos era la mejor de las alternativas. Pienso que el agujero en el salón de Peter le gana a todos.

Me acerco mucho más a Alis.

—¡Pasaste la maldición! —digo con alegría.

—¡¡¡Sí!!! —respondió ella con el mismo entusiasmo—. ¿Y vos? ¿Qué ha pasado? —me preguntó.

—No lo sé —digo con sinceridad—. Conseguimos entrar por la segunda puerta. Era un cuerno musical —aclaré—, y luego me faltó entrar a la de los Iluminados. Pero no lo hice, no si está en contra de las reglas. Pero no quiero pasar el resto del verano leyendo libros y aprendiendo a levitar.

Alis asiente.

—Y decime. —Alis parecía ansiosa por preguntar—. ¿Te sentís diferente? Digo, después de la iniciación.

—No —respondo encogiéndome de hombros—. Me siento igual que antes.

—Yo igual —declaró Alis. Hizo un gesto con su rostro que expresaba preocupación, después preguntó—: ¿Y Peter?

—Él consiguió el cuerno musical de los Trompetos. Si mis cálculos son correctos (porque él desapareció como tú) él ahora es uno de ellos.

—Era de esperarse. —Alis se quedó varios segundos en silencio, luego dijo en voz baja—: Al final, la reliquia era un espejo y no un arma.

—Sí. Nos equivocamos.

—La pifiamos mal.

De repente, la luz de las antorchas se apagó. El lugar se puso bastante aterrador, empezó a hacer calor y todo se consumió en un silencio mortal. Aparecieron varios campistas más grandes y con fuegos en las manos. Se ubicaron a lo largo del muro y se quedaron inmóviles.

—Es un placer para mí conocer a los nuevos novatos que se iniciaron el día de hoy. Soy Panick Carcarach. Entrenador del campamento y la persona a quien tenéis de temerle con todas las entrañas —vociferó Panick mientras caminaba en línea recta en frente de los chicos con antorchas—. Si habéis llegado hasta acá, significa que lograron una pequeña porción de lo que necesitáis. Los Legendarios os escogieron para ser parte de la historia. Dejareis atrás esa parte de vivos que habita dentro de vosotros y en un futuro os convertiréis en verdaderos fantasmas. Hoy forjaron el primer paso, pero no os alegréis porque aún queda mucho camino para transitar.

Panick escupió en la arena.

—Los Legendarios trazaron una historia que no se puede corromper.

El sonido de unos tambores, proveniente de los arbustos, le daba un tono magistral y misterioso a la escena.

—Preparaos pues para iniciar su propia historia.

Los campistas que tocaban los tambores comenzaron a hacer mucho ruido.

Aparecieron llamas naranja.

—El Legendario Judaes, es el Iluminado de las letras —dijo Panick y una puerta desconchada, apareció, justo donde había una estatua enorme de un tipo calvo y con poblada barba. Cargaba en su mano derecha una copa.

Llamas moradas.

—El Legendario Di, es el Sanguinario de lo imposible. —Y apareció la puerta con quemaduras. La estatua de Di era un hombre de grandes músculos y muchas cicatrices. Tenía el espejo amarrado a su pierna.

Llamas verdes.

—El Legendario Larte, es el Roble de las siete regiones. —Concluyeron los tambores, y tras ellos, apareció la puerta con algo de musgo y ramitas. La estatua de Larte se parece a Panick. Cejas muy pobladas y aspecto casi mitad bestia.

—Ellos son los fantasmas más poderosos de toda la historia, ellos os llamaron a cada uno por vuestro nombre y decidieron que estuvieran aquí. Habéis sido seleccionados por ellos. ¿Estáis listos campistas?

Se escucharon algunos «sí» tímidos que no parecían muy convincentes.

—Pregunté: ¿Estáis listos?

—¡Sí entrenador Panick! —gritamos los novatos.

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