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El más buscado

Como una flecha, salimos disparados al centro de los rótulos.

Al llegar a ese lugar, nos topamos con una recopilación de campistas enorme que estaban reunidos alrededor de un círculo. Los Trompetos hablaban entre susurros («¡Es una chica!, ¡es una chica!»), mientras los Sanguinarios, aprovechando la distracción, se desaparecían para ocupar los primeros lugares. Es imposible atravesar la multitud de campistas, Ariam pide que le den espacio alegando que es una guía y parecen ignorarla, incluso un Iluminado le dijo que se apartara; otro, que no le importó ser irrespetuoso, le dijo enana globina.

—Ana, ¡estás sangrando! —soltó Peter, preocupado. Era cierto.

—No estoy tan mal como tú —digo. Peter tiene la mandíbula rota y su cara sigue muy hinchada.

—Esto lo sanará la curandera muy rápido. Nuestra guía Fát y Joan están en camino. Luego les alcanzaré. ¿Vieron lo que hice?

Pero ninguna de las dos respondió. Fuimos interrumpidas por los gritos de la multitud.

—¡Qué la expulsen! —gritaban unos campistas.

—¡FUERA! ¡FUERA!

—¿Qué está pasando? —me preguntó Alis.

—No lo sé, tenemos que averiguarlo.

—¿Pero cómo?

Los campistas seguían amontonándose alrededor formando una especie de círculo; la mayoría de ellos, más altos que nosotros. Algunos Trompetos se convirtieron en pájaros e insectos voladores para no perderse de nada. Mientras tanto, los Iluminados seguían gritando improperios.

—Hay un espacio entre ese chico que tiene un beso tatuado en la espalda y la muchacha con dientes de castor —me señala Alis.

—Vamos y atravesemos todo lo que se nos interponga en el medio.

Me transformo en fantasma y me vuelvo incorpórea, luego atravieso a las personas, dejándoles una sensación desagradable en sus cuerpos. No me detengo cuando escucho que algunos protestan («Oye, ten cuidado niña», «me has revuelto el estómago», «creo que se ha llevado mi hígado») y tampoco lo hago cuando Alis quedó atorada entre unos chicos con grandes orejas. Luego de atravesar un puñado de cuerpos, consigo detenerme justo enfrente de un... no sé qué es eso.

Unas luces doradas dibujaban lo que parecía ser un círculo con varios símbolos extraños que dirigían sus extremos punzantes, de forma amenazante, al cuerpo atrapado de una chica de cabello y piel, blancos.

—¡Es el círculo de los condenados! —exclamó un Iluminado—. Es una habilidad muy difícil de lograr. Puedo contar con los dedos de mis manos a aquellos que han podido lograr uno tan perfecto como ese.

—Una vez dentro del círculo, es imposible salir —dijo otro.

—¡La Campeona es la mejor!

—Los Iluminados siempre ostentando a su Campeona —bufó Alis, llegando finalmente a donde yo estaba. Quiero decir algo, pero no lo hago. Justo en ese instante, el círculo comenzó a dar vueltas y los símbolos cambiaron de posición. Todos tuvimos que retroceder unos cuantos metros. La chica se estremeció y por un momento pensé que esto era algo injusto. Ella no tiene como defenderse, sus brazos y pies estaban atrapados por la luz dorada.

—Fue suficiente —dijo la Campeona y por órdenes suyas se apagaron las luces, dejando libre a la chica—. Señorita Margot Brown, por la autoridad que me confiere la Región, ordeno que se le retiren 500 puntos de su historial —sentenció la Campeona Quiteira con autoridad—. Espero que esto sea suficiente para hacerle reflexionar.

La Campeona Quiteira era muy alta, no sé si atribuírselo a los zapatos altos que usa. Tiene una corta cabellera de color azul (muy oscuro) que se desliza a través de su rostro perfilado.

—Espero que esto sea un aprendizaje para usted, señorita Brown —siguió—. Dentro de cada caravana hay reglas históricas que no se pueden romper. Usted se encontraba en un lugar prohibido. Pisaste tierra sagrada.

¿Qué lugar prohibido era ese?

—No me importa lo que vos y tus estúpidos Iluminados digan —dijo la chica con frialdad—. Todos tenemos derecho a saber lo que sucedió. Acá está la heredera. Decile a ella —me señaló. Al mismo tiempo, Quiteira me dirigió una mirada inquisidora—... decile lo que vos y tu pandilla de Iluminados hicieron con su madre.

Un silencio mortal recorrió el lugar. Algunos campistas se estremecieron. Inclusive la Campeona parecía sorprendida. ¿La chica había llegado demasiado lejos?

—Tu madre estará muy avergonzada. Apenas termine este espectáculo, le mandaré una transfiguración. ¿Te parece correcto retar a la Campeona? ¿Husmear los suelos sagrados? —preguntó la Campeona con serenidad—. Usted puede señalarme y si tiene las pruebas suficientes para culparme de algún delito, adelante. Preséntelas. Pero mientras eso no suceda, yo sigo siendo la máxima autoridad de nuestra Región. —Quiteira le dirigió una mirada algo desilusionada— ¿Cómo se te ha ocurrido? Tu madre no lo soportará.

—¡No nombre a mi madre! Mi madre siempre será mejor Campeona que vos.

—¡Haga silencio señorita! —exclamó la Campeona perdiendo por un instante las formas. Luego se estremeció, recuperando la postura.

—¿Y si no lo hago, qué harás? —soltó la chica.

La Campeona hizo un pequeño gesto con la cara, casi imperceptible.

—El capitán de los Sanguinarios debe ponerle reparo a su caravana —dijo finalmente Quiteira dirigiéndole una mirada a Orl, que estaba a escasos metros de la escena.

Sin previo aviso, los campistas Iluminados comenzaron a protestar y a gritar palabrotas. Esquivo varias latas de espráis y me da tiempo de ver como una golpea a la chica.

—¡Que la expulsen! ¡Que la expulsen!

Inclusive una parte diminuta de los Sanguinarios parecía estar de acuerdo con las expresiones de los Iluminados. Recordé lo que me dijo Glo: que una parte de los campistas estaban en contra de mi madre porque prácticamente creían en los Iluminados que (aunque sonara curioso) eran los únicos que podían afirmar lo de la traición. Por otro lado, estaban los que estaban a favor, solo porque no confiaban en los Iluminados.

Margot se dirigió con pasos vacilantes hacia donde está Orl. Luego. Ambos, se perdieron de vista por el camino que va directo a nuestra cabaña.

—¡La queremos fuera! —gritó un Iluminado, estaba incrédulo, pienso que no podía entender cómo Margot había resultado airosa de la expulsión.

—Señor Carvalho, guarde la compostura. Los Iluminados no gritamos ni disfrutamos las tragedias ajenas. ¡Perderán puntos por su comportamiento irrespetuoso y vulgar!

La Campeona les dirigió una mirada severa a sus campistas que, escuchando aquello, hicieron silencio al instante.

No entiendo lo que acaba de suceder. ¿Esa chica es el personaje más buscado del campamento?

—No lo es —soltó la Campeona Quiteira dirigiéndome una sonrisa solemne. Era como si estuviera leyendo mi mente.

Me quedo inmóvil.

Durante varios segundos solo nos miramos fijamente una a la otra. Luego, después de sonreír de nuevo:

—Es un placer conocerla al fin, señorita Phantom —dijo y luego se dio media vuelta para empezar la marcha.

Me quedo petrificada. Y no muevo ni un músculo hasta que la Campeona también se pierde de vista. Cuando vuelvo a recuperar la movilidad de mis piernas, me reúno con mis amigos, ellos se unen al estallido de comentarios que flotan por todo el lugar.

—¡No puede ser una chica! —soltó Peter, anonadado—, y menos Margot.

—¿Qué tiene que sea una chica? —pregunto yo.

—Las chicas son débiles. Alguien como El más buscado tiene que ser un hombre fuerte y hábil.

—No somos débiles... Somos igual de fuertes que los chicos —digo, indignada—. Te recuerdo que mi madre era mujer.

Peter quería decir algo, pero es evidente de que no esperaba que yo mencionara a mi madre.

—Somos fuertes de una forma diferente —arruinó finalmente Alis.

—Exacto, esa es una forma más apropiada para decir que son débiles —dijo Peter, burlándose.

Me contengo para no darle un puñetazo.

En los días siguientes, la frase «tenemos derecho a saber lo que sucedió» se repetía constantemente en las conversaciones de los campistas. Aquel acontecimiento con Margot y la Campeona había desatado una ola de rumores que parecían cada vez más absurdos e improbables; unos más que otros. Hasta Sara, una novata que pensé que era muda, la descubrí hablando con Vik sobre un hombre con cicatrices que coleccionaba huesos humanos.

—Yo no quiero saber que pasó. Me da terror de tan solo pensarlo.

—Si Panick te escuchara diciendo eso, te expulsaría del campamento antes de que pudiéramos decir «terror». Nosotros los fantasmas no debemos tener miedo —le recordó Vik queriendo parecer valiente. Sin embargo, algo en su voz dice que también tiene miedo.

Por mi parte, si había algo que no me podía sacar de la cabeza, era la cara pálida de Margot. Hay que tener muchos ovarios para enfrentar a la Campeona. Me pregunto qué estaría buscando. ¿Qué lugar sagrado era ese? ¿Valía la pena perder 500 puntos solo para descubrir lo qué había pasado en aquel tiempo? ¿Por qué estaba tan segura de que mi madre no era una traidora?

Hay algo que Margot y yo tenemos en común. Tenemos una madre Campeona. Ella es la única que puede darme respuestas. Necesito encontrarla... Ahora bien, ella sabe quién soy, entonces, ¿por qué no vino a buscarme primero ella? ¿Pensará que estoy en contra de mi propia madre? Bueno, una parte de mí realmente lo está... Mi cerebro está a punto de explotar. Necesito contarle esto a alguien.

—Te he dicho tres veces que no, Ana —me dijo Alis en tono cortante, después de haberle contado todo—. ¿Para qué seguir torturándote? ¿Qué pasa si tu mamá es traidora o no? Vos no sos ella. Ni la conociste.

—¡Es mi derecho! —exploto—. Para mí, es necesario saberlo ¿por qué no lo entiendes? Es muy importante, tanto, como para ti era terminar con la maldición de tu familia. Quiero saber la verdad. ¿No lo entiendes? —repetí, molesta—. Puede que haya una mínima posibilidad de que ella no sea una traidora.

—Sí, te entiendo... y disculpá Ana pero esto es diferente. Más grande —aclaró—. Desde hace muchísimo tiempo las cosas son así. Hay dos bandos y ambos se contradicen, todo lo que respecta a tu madre es un gran misterio. ¿Preguntarle a Margot? ¿Y por qué mejor no vas y le preguntás a la Campeona? —soltó Alis en tono de burla.

¿Cómo no se me ocurrió antes?

—¡Alis! Eres una genia —le digo—. Haré eso.

—¡Pero si era broma!

—Es una buena idea.

—No lo sé, Ana. No creo que sea buena idea. Ya los campistas no te ven como la hija de la traidora. Mejor que siga así. ¿Qué pensaran cuando se enteren de que andas buscando respuestas en lo de la Campeona?

—No me importa.

—¡Ana!, no lo hagas.

Demasiado tarde. Cerré de un portazo la cámara de Peroles y me dirigí al centro de los Rótulos.

Hace un par de días, había intentado conseguir los terrenos sagrados en el mapa, pero no aparecían por ningún lado. Así que tuve la pésima idea de preguntarle al capitán Orl, pero este con escepticismo me respondió algo («sé lo que intentas hacer Ana... es mejor que no lo hagas») que me dejó mucho más intrigada.

Cuando pongo los pies en el centro, busco la flecha que señala «Campeona Quiteira». Seguí por uno de los tantos caminos sinuosos de la Tierra de Nadie, la única parte con árboles que no era considerado territorio Trompeto. Al final de uno de los caminos, con sus respectivas baldosas sueltas, había una cabaña atravesada por un árbol tupido, que parecía reclamar esa zona como suya.

Hay un cartel en la puerta. Dice:

Cabaña del Campeón.

Región Alej.

Toqué tres veces la puerta y fue suficiente para que una voz chillona me respondiera desde dentro.

—Un momento. ¡Ya voy! ¡Ya casi llego! ¡Falta poco! ¡Solo segundos!

Un hombre anciano, con poco cuello y gafas torcidas abrió la puerta.

—Quiero ver a la Campeona Quiteira —anuncio.

El viejito no me respondió, más bien ni siquiera parecía estar enterado de que había alguien a su lado.

—¡Qué brillante! —soltó, mientras admiraba el picaporte de la puerta.

—Quiero ver a la Campeona Quiteira —repito.

—¡Por las espinillas de mi abuela!

—¿Qué?

—Oh... Oh —dijo entre carcajadas—, es que me distraje un poco. Dígame, ¿qué se le ofrece, señorita?

—Quiero ver a la Campeona Quiteira —digo por tercera vez.

—¿Y pidió usted turno?

—No, no sabía...

—Señor Pierg, ¿tenemos visita? —Era la voz de la Campeona Quiteira.

—Sí mi querida dama. Una campista, pero descuide... ya me la estoy sacudiendo. ¡Fuera!, ¡fuera!, ¡largo de aquí!

—¿Cómo va a tratar usted a nuestra invitada de esa forma? —La Campeona apareció desde una de las salas contiguas.

Estaba muy elegante.

—Perdone la falta de educación de mi secretario, es nuevo en el puesto.

—No me sentí ofendida —digo con dificultad.

Algo extraño sucede conmigo, siento algo así como un hormigueo recorriendo mi cuerpo. Como si mis músculos estuvieran aplastados con algo muy pesado, como tres entrenadores Pote.

El aire del lugar parecía estar agotándose y mis palpitaciones se estaban acelerando.

—Es intimidación —explicó la Campeona Quiteira, que parecía darse cuenta de mi sufrimiento—. ¿Puede buscarle una taza de té con leche a la señorita Phantom, señor Pierg?

—¿Qué? Sí, claro... allá voy.

El señor Pierg se retiró.

—La habilidad especial de intimidación es un poder que poseemos los campeones. Me disculpo por ello, pero no puedo hacer nada para apagarlo.

No tengo nada que decir. La Campeona, al darse cuenta de esto, arrastró su largo vestido hacia la sala de estar, donde reposaba una mesita de té; luego, me ofreció sentarme en una butaca.

—Prefiero estar parada —le digo.

—Está bien.

—Acá traigo el té. —El señor Pierg sirvió un líquido amarillento en dos tazas y dejó un tarro de azúcar en la mesita, para que nos sirviéramos.

—Muchas gracias —dijo Quiteira y esperó unos segundos, como esperando que yo también agradeciera. Como no lo hice, prosiguió—: puede dejarnos a solas, si es muy amable señor Pierg.

Tomo un sorbo de té y el efecto de intimidación disminuye, como si me hubiese quitado de encima dos entrenadores Pote y solo quedara uno solo.

—¿Mejor?

—Sí.

—He escuchado mucho de usted señorita Phantom. Tengo sus antecedentes en mi mesa de trabajo. El de usted y el de la señorita Bulgueroni.

—¿Ah, sí? ¿Y quién se los dio?

—Usted entenderá que debemos estar informados de cada campista de nuestra Región —contestó Quiteira, ignorando mi pregunta—. Conocer sus debilidades y fortalezas. Conocer su progreso.

—¿Y para qué quiere saber todo eso?

—Para asegurarme de que no se repitan hechos lamentables, como ya habrá escuchado de sus compañeros —dijo Quiteira con bastante diplomacia—. Usted es una campista Sanguinaria señorita Phantom. Los Sanguinarios son fantasmas muy astutos. Me sorprendería si usted no fuese capaz de formular conclusiones con mucha velocidad, aunque me temo que están algo equivocadas.

—¿Qué me está queriendo decir?

—Quiero decir —dijo con suavidad, su voz parecía algo maternal—, que su madre murió porque hizo algo imperdonable. Cosa que lamento porque era una gran Campeona. Aprendí mucho de ella.

—No sabía eso. ¿Ustedes se conocieron?

—Desde su madre, los campeones que siguieron la línea de sucesión de esta Región, fueron mujeres. Primero la Campeona Usma Phantom, su madre, luego la Campeona Nina Brown y después, mi persona por supuesto —explicó Quiteira con entusiasmo—. Digamos que fue un amuleto para la buena suerte.

Yo sonrío.

—Su madre le traspasó sus experiencias a la campeona Brown. Y la campeona Brown...

—¿Es la madre de Margot? —digo yo, interrumpiéndola. Me parece que fui algo maleducada. El señor Hickinbottom debe estar revolcándose en su sillón.

—Sí —contestó Quiteira con serenidad—, la campeona Brown me traspasó las vivencias a mí. Es algo que es tan sagrado como los Legendarios. El traspaso, quiero decir —explicó Quiteira a mi expresión en el rostro que claramente decía «No estoy entendiendo nada»—. Su madre, o parte de su experiencia como campeona, habita en mí.

La Campeona Quiteira y yo compartimos miradas por un instante en silencio, hasta que finalmente una de las dos habló:

—La señorita Margot Brown, atacó a varios campistas Iluminados. Intentó ingresar a sus terrenos con la intención de llevarse con ella libros que nadie puede leer.

Demonios, leyó otra vez mi mente. Me siento transgredida.

—No entiendo —digo, intentado pensar en otra cosa que no fuesen mis secretos. Lo que me pertenece—. ¿Para qué tener libros que nadie puede leer? Es absurdo.

—La medida de la sabiduría es saber con medidas —recitó Quiteira con gran orgullo—. ¿Conoce a quién pertenecen estas sabias palabras?

—A Judaes.

Era tan evidente.

—Muy astuta señorita Phantom —dijo la campeona, mientras soltaba una sonrisa inmaculada—. Como entenderá, sostengo lo que dijo el Legendario Judaes. Nuestra mente no está preparada para entenderlo todo. Hay que ser muy prudentes.

—Pero usted tiene a algo de mi madre dentro de usted. Usted puede decirme por qué mi madre liberó a ese asesino —digo, mis palabras parecen casi ruegos—. ¿Ella era una mala persona? ¿Ustedes la mataron?

Quiteira me observó sin mostrar expresión alguna.

—Yo era parte del grupo que sentenció a tu madre —dijo finalmente. No parecía muy orgullosa—. No sería muy imparcial de mi parte responder a la otra pregunta. Me temo que usted debería seguir los consejos de sus amigos y olvidarse del tema. Junte todos sus esfuerzos en convertirse en la mejor campista. Quizá llegue a ser mi sustituta.

—¿Por qué lo dice?

—Tengo cierto talento para predecir las cosas —soltó, mientras me dirigía una sonrisa sutil.

Esa tarde, de vuelta a los terrenos, intenté estar lo más lejos posible de la Campeona Quiteira, no podía permitirle que leyera mi mente. Luego de haber hablado con ella, había quedado muy convencida de que necesitaba ir a los terrenos sagrados. Pero antes, debía de hablar con Margot. La versión de Quiteira, que no esclarecía nada, había ocasionado en mí, más ganas de conocer la historia de mi madre.

Al día siguiente, Alis me despertó de la mejor manera que alguien puede hacerlo: obsequiándome una pieza de pollo frito. Pues al parecer, se sentía culpable por nuestra anterior conversación. Ahora sí estaba de acuerdo conmigo, aseguraba que tenía el derecho de saber lo que había pasado con mi madre. Le doy un par de mordiscos a la pata del pollo cuando Alis interrumpe mi momento de solemnidad.

—Ana no creerás lo que acabo de ver.

¿e' iste''? —dije con la boca llena.

Alis puso cara de desagrado.

—Peter estaba con Joan y Ritcher en una competencia de sustitutos, pero no eran contrincantes. ¡Eran del mismo equipo!

¿Qué esperabas? Así se comportan todos los imbéciles.

La caravana de los Trompetos parecía estar haciendo todo lo necesario para ganar la campaña, que según Yois, iba a ser muy pronto. Por otro lado, nosotros, los Sanguinarios, también estábamos formando un buen equipo. Nuestra caravana de novatos se había fijado una meta: reunir 300 fichas y así poder pagar por 13 piedras con poderes especiales. Según Ferrum, hay piedras que, con mucha suerte, se pueden conseguir con algún poder de los Legendarios. Sería una buena oportunidad para vencer a los Trompetos.

—¿Te lo imaginás?

—¿Un poder de Judaes, Di o Larte?

—Escuché una vez que ellos destruyeron el coliseo romano y lo tuvieron que volver a levantar en seis días —continuó Ferrum—. ¡Es imposible construir algo tan majestuoso en tan pocos días!

—Esas son puras leyendas —cortó Eroc—. Nadie sabe cuáles poderes tenían los Legendarios. Sin embargo, hay poderes impresionantes que he visto con mis propios ojos.

—Por favor, debe existir alguien en este mundo que conoce la historia de los Legendarios —digo, algo incrédula.

—No lo sé, dicen que hay algunos Iluminados muy viejos que la conocen, pero no se atreven a revelar nada.

—¿Te lo podés imaginar? Sería fantástico poder contar con cada detalle de los poderes de Di, seríamos los mejores fantasmas de nuestra edad —soltó Yois, esperanzado.

—Sí, sería algo magnífico —prosiguió Eroc.

—¿Qué poderes impresionantes has visto guía Eroc? —preguntó Ferrum.

—Cierto... casi se me olvidaba. Bueno... Esto fue dos años atrás. Es una historia reciente. La batalla para elegir al Campeón. Un hombre de los Trompetos en contra de una mujer de los Iluminados. Nuestra caravana había sido eliminada... algo muy extraño porque nosotros somos excelentes en conseguir las fichas de terror... No le digan esto a nadie... pero nuestro capitán Orl fue vencido por un Iluminado... Hasta ahora son los contrincantes más polémicos del campamento. Las peleas entre ellos dos son bestiales.

—¿Un Iluminado poderoso? —soltó, entre risas, Yois.

—Sí. Ustedes ya se habrán enterado que ellos, los de Judaes, no son tan buenos en conseguir las fichas de terror... Ellos son puro cerebro.

Odio las interrupciones que Eroc hace.

—Este Iluminado era distinto, porque era el aprendiz de Quiteira, nuestra actual Campeona... Quiteira siempre elige a su favorito para enseñarle, es una tradición también acá en el campamento que todos...

—¡Ya! —demandamos todos a coro—, no queremos explicaciones. Continúa con la batalla.

—Perdón, perdón... Continúo entonces... El Iluminado Eddw derrotó a Orl... y por primera vez, por el título mayor en nuestra Región, alguien de Judaes llegaba a competir para ser escudero y Campeón. Como era de esperarse muchos Sanguinarios quedamos defraudados. Las apuestas se fueron al retrete... Perdón, perdón... sin explicaciones..., ya sé.

»La batalla se reducía a dos contrincantes con sus escuderos. Por parte de los Iluminados estaba Quiteira y por los Trompetos, Panick. Sus escuderos eran Eddw y Ferson, respectivamente. Panick y Quiteira se igualaban en poder, era muy difícil saber quién de los dos era más poderoso. Las habilidades especiales que estos demostraron eran como ver un espectáculo. El mejor de todos. Múltiples ataques increíbles, poderes bombas que estallaban en el aire, lenguas de fuego que se consumían, flechas, explosiones... No podíamos parpadear, el público gritaba desde las gradas, pero en un momento todos nos quedamos congelados. Nadie dijo nada. Nadie se movió.

»Panick sacó su mejor arma, nadie sabe cómo se llama y hasta el día de hoy no lo ha revelado. Pero recuerdo ese día con todos y cada uno de sus detalles. El fantasma invocó un tornado de color negro que se tragó todo lo que había a su paso. Los que estábamos en las gradas tuvimos que sostenernos fuertemente de lo que podíamos. Las pancartas, los instrumentos, las banderas y algunos campistas fueron succionados por aquel vórtice. Todo fue hermosamente desastroso... Pero al final, cuando pudimos volver a tener visión, Panick estaba sin uno de sus brazos. Su propio escudero se lo había cortado.

—¿Quéééééééé?

—¿Por qué su escudero hizo eso? —pregunto sorprendida.

Eroc niega con la cabeza. Luego, como si no quedara alternativa, dijo:

—Dicen que alguien le pagó una buena suma de dinero al escudero Trompeto para que lo hiciera. Desde ese momento, empezó a rumorearse que el extorsionista era un Sanguinario. Un Sanguinario que hasta el día de hoy es conocido como El más buscado.

—¿Por qué un Sanguinario?

—Somos los únicos capaces de hacer algo así. Además, solo uno de los nuestros preferiría declarar a un Iluminado Campeón, antes que a un Trompeto.

—Yo tengo mis propias conclusiones de esa batalla —soltó una voz, por detrás de mí.

Era Margot.

—Hola Margot —saludó Eroc con poca emoción—, ella es Margot, una de las mejores campistas en la competencia del terror. Tiene una excelente puntuación en el ranking de las Regiones.

—¿Una de las mejores? Disculpáme vos, como te llames... sí vos. Quitáte —le ordenó Margot a Alis con desprecio—. Escúchenme novatos, yo soy la mejor en la competencia del terror. Deberían pedirle a los Legendarios para que me hagan su entrenadora extraoficial.

—¿Y quién le dijo a ella que la queremos como entrenadora extraoficial? —me susurró Alis al oído imitando el tono ridículo de Margot, que no era muy diferente al de ella.

—¿Qué dijiste, niña desvergonzada?

¡Ups! Creo que Alis habló muy fuerte.

—Lo que escuchaste... ¿O tenés los oídos tapados con tu gigante ego?

—Te enseñaré a respetar —soltó Margot, indignada, mientras que sacaba una cadena de su bolsillo.

Eroc actuó rápidamente e inmovilizó a Margot que estuvo a escasos segundos de estrangular a Alis. Yo por otro lado tengo que sostener a mi amiga antes de que le arranque los pelos a Margot. No sé en qué momento surgió este problema.

Alis no se tranquilizó hasta que Margot desapareció por uno los portoncitos de las paredes. Es mi momento.

Eroc continuó contando otra historia mientras yo abría el portoncito e ingresaba en él. Adentro, el aspecto era como una especie de tubería con poco espacio. Atravesé todo el trayecto para terminar en una cámara donde había un sofá bastante viejo con tres campistas jugando algo con una lata de gaseosa.

—¿Quem é você? —me preguntó un chico moreno de grandes ojos.

No digo nada. Que hablara en otro idioma me tomó por sorpresa.

—Paulo, yo me encargo —dijo otra voz. Era Margot que estaba acercándose a mí —Es de Brasil. Vos sabés que en nuestra Región hay chicos de muchos lugares de Latinoamérica y España —explicó, al darse cuenta de mi asombro.

—Quiero hablar contigo —digo, sin darle importancia a su explicación.

—Lo sé —respondió con tono despectivo—. Te tardaste mucho.

—Bueno. ¿Tienes algo para decirme o no? —digo, mostrando algo de escepticismo. Sin dar aviso alguno, Margot me tomó del brazo y me llevó lejos del grupo.

—Yo tampoco confío en vos Phantom —soltó una vez se percató de que nadie nos escuchaba—, pero tengo que decirte que yo no puedo ayudarte.

—Pero tu madre conoció a la mía —digo y mi voz parece casi una súplica.

—Sí. Pero no creerías que mi madre me contó todas las aventuras de la tuya —dijo como si fuera muy evidente—. Mirá Phantom. Solo hay alguien en este campamento que de verdad puede ayudarte. Pero nadie sabe quién es.

El más buscado —digo—. ¿Pero por qué él puede ayudarme?

—Es algo fácil de deducir Phantom. —Margot sonrió de forma petulante—. ¿Quién podría saber dónde se encuentran los tesoros de la Región? ¿A quién le confiarían esa valiosa información?

—No lo sé. —No se me ocurre nadie en este momento.

—A un campeón —soltó Margot, volviendo a soltar una sonrisa fingida—. Entonces sacá la cuenta. Antes de tu madre hubo un campeón. Después de tu madre hubo otro. Yo sé que mi madre no comparte información con nadie, ni siquiera conmigo. Tu madre murió. Entonces queda solo una respuesta.

—El campeón que estuvo antes de mi madre —digo.

—Ya estás agarrándole la onda —dijo Margot en tono sarcástico—. Yo creo que el hijo de ese campeón, que no sé quién es, es el verdadero más buscado.

—¿Es por eso que fuiste a los terrenos sagrados? —digo—. ¿A buscar el nombre de ese campeón?

Margot parecía impresionada.

—Sí —confirmó después de unos segundos—. Yo estoy de parte de tu madre Ana. Ella... —Margot observó cada rincón de la cámara, como percatándose de que nadie estaba escuchando—. Ella le dijo a mi madre algo sobre una puerta que estaba acá en el campamento. Algo que cambiaría todo.

—¿Una puerta? —pregunto.

—Sí, ¿no estás escuchando?

—Para qué mamá quería una puerta...

—Eso es algo que tenés que averiguar vos —terminó de decir Margot—. Como verás, ya no puedo seguir en esto. Solo conseguiría que me expulsen del campamento. Te paso la posta a vos.

—Pero...

—Bueno. Ya gastaste bastante de mi tiempo. Es mejor que te vayas. Este lugar es solo para campistas de tercera categoría.

A partir de ese día, Alis y Margot no podían encontrarse por ningún pasillo de la cabaña, incluso los guardias, que custodiaban las entradas prohibidas, tuvieron que separarlas antes de que comenzarán una batalla una semana después. 

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