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El eliminado

El ojo de Peter estaba muy mal. Sin embargo, ese no era el mayor de nuestros problemas. Cuando la multitud de campistas se dispersó, la Campeona Quiteira advirtió que había una persona malherida. Ris, la melliza de Alis, estaba con el brazo ensangrentado, se sostenía con bastante dificultad sobre su pierna, también rota.

—Llévenme a la curandera —pidió, aterrada. A su lado, había un Trompeto en peores condiciones que ella. El mismo a quien Andra le había arrojado el ojo.

La Campeona Quiteira pidió a varios campistas su colaboración para buscar un par de camillas y trasladar a los heridos a la cabaña de la curandera. Varios Iluminados usando su poder de fantasma, hicieron levitar a Ris. Los Trompetos, por otro lado, se habían convertido en sendos pájaros que trasladaron la otra camilla con más rapidez.

Cuando conseguimos llegar a la cabaña, nos recibió una mujer de aspecto severo y con muchas verrugas en la cara. Ella ordenó, mientras hacía varios gestos con las manos, que pusieran a Ris en una de las habitaciones. Los Iluminados desaparecieron por uno de los pasillos, siguiendo una luz bastante débil que provenía de una vela gastada.

Cuando Alis se tropezó con un estante viejo del salón de espera, logramos escuchar a la curandera pidiendo que le acercaran un frasquito de esto y de aquello. Minutos después, salieron un par de Iluminados, notificándonos que Ris iba a ponerse bien. Antes de irse, uno de ellos le aconsejó a Peter, que estaba distraído con unos frascos, que se alejara porque, según, varios campistas habían sufrido accidentes irreparables debido a los contenidos de ellos. Peter agradeció y se alejó de inmediato. Cuando uno de los estantes se movió con furia, como si algo encerrado dentro, quisiera escapar, la curandera apareció.

—¿Qué ha pasado? —soltó esta con voz ronca—. Los campistas no quisieron darme explicaciones. ¿Qué se creen? ¡Voto de silencio! ¡Patrañas!

—No lo sé —dijo Alis—. Creo que una explosión le ha alcanzado.

Recuerdo cuando el ojo de Andra estalló.

—Lo entiendo —expresó la curandera—. Su amiga se lastimó con un poder fantasma de origen desconocido. Por eso sus heridas van a tardar en sanar —explicó, luego buscando algo en un cajón, nos dijo—: Necesitaré un par de cosas. ¿No creerán que vaya a curar a su amiga de forma gratuita?

Alis y yo compartimos miradas. ¿Qué quiere decir? Si es necesario, yo puedo dar las fichas que conseguí en la campaña.

—No tenemos muchas fichas —se adelantó Peter.

—¿Me veo como alguien que necesita tus fichas? —gruñó la mujer, pareciendo insultada.

—¿Entonces? —intervengo esta vez yo.

—¿Tenés un papel para tomar nota? —preguntó la curandera, observándome con recelo.

—¿Puedo? —pregunto y agarro una pluma que hay en uno de los estantes. La mojo en tinta y escribo en mi mano...

—Necesitaré que me traigan un calzoncillo sucio de algún Sanguinario, pues ellos fueron los que ganaron la batalla ¿no es cierto?

—¿UN CALZONCILLO SUCIO? —soltó Alis.

—¿Para qué necesita un calzoncillo sucio? —digo yo, antes de que a Alis le dé un patatús.

—Una curandera jamás revela sus secretos. Si quieren que termine el trabajo con su amiga. Traigan lo que necesito.

Dejamos a Peter como garantía y sin discutir, Alis y yo salimos disparadas a la cabaña.

En la cámara de Peroles estaban Ferrum y Leux, que recordaban los eventos de la campaña. Al momento que Leux recitaba su versión de una ilusión que, según él, derrotó a cuatro Trompetos al mismo tiempo, le interrumpo:

—¿Dónde están los demás?

—¡Ana! —exclamó Leux al verme, como nervioso—. Yo, yo estaba exagerando un poco..., sabes...

—No te hagas problema —le digo—, ¿me puedes hacer un favor?

—Sí —dijo—. El que fuere.

—¿Tienes un calzoncillo sucio que te sobre? —suelto de forma muy rápida.

Ellos intercambiaron miradas.

—No tenemos calzoncillos que nos sobren Ana —respondió esta vez Ferrum, intentando ser amable—. Sólo nos permitieron traer lo que llevábamos puesto.

—¿Y no pueden regalarnos uno?

—Uno que esté sucio —recuerda Alis.

—¿Para qué?

—Es para un experimento —miento.

Alis se ríe a carcajadas mientras, por primera vez, me siento la muchacha más estúpida de este campamento.

—Si te obsequio uno. Luego tendría que ir sin nada allá abajo hasta que se acabe el campamento. No sé si eso sea muy cómodo —soltó con sinceridad Leux.

Es razonable.

Nos alejamos silenciosamente mientras ellos seguían, entre risas, hablando de mí («Es la primera vez que una niña me pide un calzoncillo»). De repente, Alis suelta un gran «¡Iuuu!» y sacude su cabeza como si algo le causara asco.

—¿Qué pasó? —pregunto.

—Ellos tienen un solo calzoncillo y no se bañan todos los días. Recordás cuando Ferrum duró casi una semana sin ducharse. ¿No te parece asqueroso?

—Alis... eso es... ¡Las duchas!

—¿Qué pasa con ellas?

—¿No lo entiendes? En los baños de chicos hay muchos calzoncillos sucios. Tenemos que entrar ahí y robar uno.

—Ana... esa es una locura. No podemos entrar al baño de chicos.

—Yo soy experta en atravesar paredes. ¿Lo recuerdas?

Es eso o no vamos a poder pagar la deuda de Ris. Yo nunca he entrado a un baño de niños, espero que esta sea mi primera vez... y la última.

Alis me acompaña a la puerta y yo me quedo paralizada por unos segundos... si puedo...si puedo. Lo hago. Atravieso la puerta y aparezco en un lugar con azulejos de madera. Es igual al baño de las chicas, solo que hay unos retretes que tienen forma muy extraña. Me pregunto cómo harán para utilizar esas cosas. Dejo de pensar en tonterías y me voy al cuarto de duchas. Los cinco cubículos están ocupados. En un largo taburete observo mucha ropa tirada por todos lados. Los chicos son más desordenados que yo.

Agarro una camisa mojada y la tiro antes de que mi mano se contagie de alguna extraña enfermedad. Elijo un calzoncillo blanco con delicadas rayas azules.

—¿A que no te puedes lanzar un pedo más fuerte que este? —dijo alguien, desde dentro de la ducha.

—¿Una ficha a que sí?

Prrrrrrr...

Es la primera vez que escucho algo así. Sorprendente. Casi una explosión. ¿Cómo lo hacen? Desearía que Alis estuviese aquí conmigo.

Salgo antes de que los gases entren en mi nariz.

—Lo tengo.

Alis lo introduce en una bolsa y lo lleva como si fuera un animal muerto. Cuando se lo entregamos a la curandera, ella lo recibe con una sonrisa. Luego nos dijo: «nunca he tenido uno de estos».

—No puedo creer que hayan hecho eso por mí —comentó Ris, después de que Alis le contara lo del calzoncillo.

La curandera nos había permitido verla.

—Me alegro de que ustedes se hablen de vuelta —dijo Ris, observándonos a Peter y a mí. Luego, nos dirigió una dulce sonrisa.

—No queremos hablar de eso —digo yo.

Minutos después, tuvimos que salir. La curandera nos prometió que Ris se pondría bien y nos dijo que debía quedarse toda noche hospitalizada, para recuperarse totalmente.

Queda demostrado que hay pocas cosas que nos obligan a perdonar. Darle un golpe a tu amigo, es una de ellas.

En los días siguientes Yois no paraba de preguntar por sus calzoncillos. Por suerte, Ferrum y Leux no nos delataron, al contrario, se sintieron muy felices de que Yois recibiera un buen merecido. Pero eso no era lo único que celebrábamos los Sanguinarios, pues la victoria en la campaña del terror había traído consigo buenos premios, que hasta ahora seguíamos disfrutando. Un día fuimos invitados a un almuerzo espectacular que Orl había preparado con esmero. Se las había arreglado para montar un toldo en las afueras de la cabaña; dentro de este, había organizado una mesa larga con las sillas suficientes para que todos los participantes pudiéramos sentarnos.

Para mí, resultaba bastante emocionante estar con todos los novatos en la mesa. Ferrum vestía elegante (me pregunto de dónde habrá sacado esa ropa) y retaba a Glo porque hacía ruidos desagradables mientras comía. Le dirijo una mirada furiosa a Ferrum para que deje en paz a Glo y este me responde con un gesto grosero. No le lanzo una de mis dagas porque estoy muy feliz para arruinarlo.

Todos seguíamos comiendo y recordábamos la campaña del terror. Orl nos repetía una y otra vez que nunca había visto una pared tan fuerte como la de Alis, mientras ella se sentía muy orgullosa. Luego de un rato, cuando los platos ya estaban vacíos, Mannu, el amigo del capitán, se reía a carcajadas de un chiste que Nolrad había contado. Era un chiste aburrido sobre un espejo y un hombre viejo. Por otro lado, Sara y Vik no despegaban la mirada del capitán Orl, que estaba muy guapo esa noche. Voy a decirle algo a Alis cuando ella suelta una risita bastante fingida y me dice que Orl quiere verme.

—Ana —dijo cuando me encontré con él. Estábamos algo apartados de la mesa—, Quería hablar contigo, disculpa que te aparte de la celebración.

—No te hagas problema —le respondo.

Orl asiente en forma de agradecimiento.

—Verás Ana. —Orl me dirige una mirada compasiva—. Lo siento, pero debo preguntártelo.

—¿Qué? —digo percibiendo el tono misterioso del capitán.

—¿Cómo conseguiste tener los poderes del Trompeto? —me preguntó—. Quiero decir, tú... tú pudiste hacer lo mismo que él. Como si tú...

—Como si yo le hubiera robado los poderes —completo sin darle importancia. ¿Cuál es problema?—. Yo conseguí esto... —Le enseño a Orl la pieza metálica con el dibujo de dos mujeres agarrando un corazón.

Es cierto que desde un comienzo, no supe que era lo que realmente estaba pasando. No obstante, empecé a sospecharlo cuando los hilos que me conectaban al fuego aparecieron justo después de que las dagas atacaran al invocador del fuego. Lo comprobé, luego, al usurparle los poderes a Joan, brazos-de-trol. Es la nueva medalla. Me permitía poseer el poder de los otros. El corazón significa que las dos mujeres están compartiendo el alma. O una se la está robando a la otra. Espero que sea la primera opción.

—Estaba junto a las gafas de aviador de mi madre —le explico a Orl después de mi ensimismamiento—. En su estatua del salón de la fama.

—Lo imaginaba —respondió Orl, haciendo que su voz sonara preocupada—. Ana, no puedes usar de nuevo esa medalla. No estoy seguro, pero ese tipo de posesión es muy avanzada, inclusive para mí. Pienso que puedes hacer daño si no la sabes controlar muy bien.

Recuerdo cuando a Alis le fue imposible retirar la pared de luz, porque no le obedecía más.

—Además, si se enteran, podrían decomisártela y dártela cuando seas mayor. Es lo que suele pasar en estos casos.

—No quiero —digo algo indignada—. Es mi herencia.

Orl se encoge de hombros y yo le agradezco su consejo. No quiero que nadie me quite esta medalla, es especial.

Al día siguiente, nos levantamos muy temprano porque iban a publicar la tabla de posiciones de la campaña del terror. Una vez en el centro de los rótulos, nos encontramos con la caravana de Trompetos, que tenían varios días sin aparecer a la luz pública desde su derrota.

—¿Cómo llevan la derrota los Trompetos? —preguntó Ferrum, de forma burlona—. ¿Aún siguen llorando?

Joan desapareció sin decir ni una sola palabra, junto a su caravana, dejándonos espacio suficiente para leer los resultados.

Cuadro de los mejores de campaña:

ALIS 300 puntos obtenidos

ANA 200 puntos obtenidos

FERRUM 150 puntos obtenidos

LEUX 150 puntos obtenidos

ANDRA 50 puntos obtenidos

La lista de los mejores combatientes corta luego de la tercera posición. Estoy sorprendida... Alis y yo figuramos en ella. Luego veo los últimos nombres y descubro que algo no anda bien. Entiendo que Yois no haya ganado ni una sola ficha, pero no entiendo por qué nuestros Centinelas corrieron con la misma suerte. Continúo leyendo y observo que los Delegados solo consiguieron un par de fichas. Es cierto que perdieron en escasos segundos de ingresar a la campaña pero, ¿y eso qué? Todos fuimos un equipo. No es justo.

Me detengo en unas letras doradas que dicen lo siguiente:

La campista Alis recibe la insignia con mención «favorita en campaña». Por sus grandes habilidades en la invocación de paredes y campo de espejos. Se reconoce que no hay mejor lugar para ella que donde está. La caravana de Di, el Sanguinario de lo imposible.

Firma

La Campeona Quiteira

A partir de ese momento, Alis se había convertido en toda una celebridad. Algo que me venía bárbaro, pues necesitaba que la atención no se concentrara mí. Porque aquellos acontecimientos, donde absorbí el poder de los Trompetos, no habían pasado tan desapercibidos como yo pensaba.

Una vez, en el patio de comidas, tuve que gritar para que me dejaran en paz, pues por alguna razón que no conozco, me miraban como si fuera sospechosa de un crimen terrible. Y no era por mi madre.

—Si algún día querés saber qué pasó con vos en la campaña, no dudes en venir a lo de los Iluminados. Todos estamos ansiosos por evaluarte ¡eh! No me mires con esa cara. No te vamos a abrir ni nada de eso...

Pero siguieron insistiendo, un día recibí una nota de Eddw, el capitán de los Iluminados, invitándome a cenar en las cercanías de la Bahía Ígnea. Escondí la nota antes de que alguien pudiera verla. Tuve mucha suerte, porque Peter estaba muy ocupado fastidiando a unos cuantos campistas que le habían quitado su silla.

La mesa de nosotros, por un buen tiempo, parecía ser más importante que la mesa de los valiosos.

—Deberíamos pintarla de rosa y hacerlo oficial. La mesa de los Sanguinarios, la mejor de todas —comentó Alis con una enorme sonrisa.

—Váyanse de aquí, entrometidos —ordenó Peter, perdiendo la paciencia. Un grupo de campistas querían compartir tiempo con Alis.

—¡Peter! Esa no es la manera de tratar a mis fanáticos. Dejálos, están contentos porque les dimos una paliza a los...

Peter gruñe y nosotras recordamos que él no celebra nuestro triunfo. Alis le reta a un juego de cartas y Peter acepta.

Jugar a las cartas de armas resultó ser más entretenido de lo que me imaginaba. Cada juego de cartas tiene espadas de diferentes modelos y poderes, también hay alguno que otro escudo. En el primer turno todos sacamos una carta: la de Alis es una espada muy oxidada, la de Peter es un enorme sable afilado y la mía es una hojilla insignificante. El sable de Peter sale de la carta y corta, en finos trozos, nuestros naipes.

Cuando nos quedamos sin cartas Peter sacó un tarro, cuyo contenido es desconocido para mí. Parecen uvas de colores.

—Son bayas —dijo—. Nosotros los Trompetos tenemos una especie de juego con ellas.

—¿Cómo así?

—Cada baya hace algo diferente.

Nos atiborramos de bayas durante el resto del día. Peter consumió una de brandy que lo dejó medio ebrio al instante. Nos reímos hasta que el efecto se acabó. Cuando Alis consumió la suya, tuvo que tomar agua porque estaba a punto de tirar fuego por la nariz.

—Es así como Gonza logró producir esas llamaradas en la campaña —explicó Peter, que parecía algo contento.

Ferrum y Leux observaron a Alis, que aún intentaba recuperar sus pelitos nasales chamuscados, y no dudaron en unirse. La baya que yo comí me provocó cosquillas en los dedos de los pies, algo que fue muy desagradable. Intenté usar un tenedor para rascarme, pero lo emporaba. Cuando el efecto pasó, Leux se atrevió a comer una baya transparente que lo durmió... y entonces tuvimos que regresar a la cabaña. Pues no despertó hasta el día siguiente.

Ariam nos despertó esa mañana. Nos ordenó limpiar nuestra cámara mientras decía algo sobre Orl y su mal gusto. Fue cuando lo recordé.

Ya había pasado la campaña y no había hecho nada. Solo tenía una estúpida misión y esa era encontrar la Llave de los Huesos.

Dejo a todos mis compañeros novatos limpiando la cámara e intento buscar a Orl en las afueras de la cabaña. Al no obtener resultados positivos, decido volver... Mientras voy caminando, un ave de color verde interrumpe su vuelo ante mis ojos. Segundos más tarde, un chico de cara pálida aparece corriendo.

Linda... Linda... —dijo el muchacho, retomando la respiración—. Mi Alicanto... es mi ave guía. Gracias por atraparla.

Es Alex.

—Ella se detuvo sola —digo—. Nadie la atrapó.

—¿Sí? Bueno, no me sorprende. Ha estado actuando muy extraño en estos días.

—No es la primera que comienza actuar extraño en este campamento —suelto.

—¿Por qué lo decís?

—Olvídalo —corto.

—Entendido —dijo Alex, arqueando una de sus cejas— ¿Vos vas a la lección de Panick?

—¿Hoy hay lección con Panick? —pregunto, sorprendida.

—Claro... ¿No te llegó su transfiguración?

—No. Creo que ha olvidado enviármela. —Estoy convencida de que Panick no olvidó de avisarme sobre la lección, más bien, no quiso decirme. Por un momento, la parte fantasma que llevo dentro, quiere arrancarle el otro brazo.

Alex y yo corremos muy deprisa para no llegar tarde a la lección. Cuando pusimos nuestros pies en la Bahía Ígnea:

—Buenas tardes señoritas —soltó Panick para dar inicio—. ¿A la niña Ana aún le quedan agallas?

—Suficientes —le digo yo.

Panick sonríe de forma maliciosa.

—Hoy aprenderemos a destruir paredes de fuerza —dijo, dirigiéndose a los Trompetos—. No voy a permitir que esos estúpidos Sanguinarios nos derroten en batalla. —Digo un «¡Hurra!» dentro de mi mente—. El año siguiente estarán preparados para destruir a esa niñita y a sus estúpidas paredes. Lo juro.

Panick se enfurece cada vez que me observa. Soy el recuerdo vivo de la derrota de los Trompetos. Luego de dirigirme varias miradas asesinas, le ordena a unos muchachos que coloquen un espejo largo sobre un resguardo. Estos, con terror, dejan el espejo en su sitio y se retiraron.

Al instante siguiente, Panick nos ordenó hacer una fila para que, en orden, lancemos nuestro mejor ataque hacia el espejo.

El primero en pasar es un chico que tiene el ojo tatuado en su frente. De su tercer ojo sale disparado un láser que impacta sobre el espejo, el láser rebota y tengo que agacharme para que no me lastime.

—¡Muchacho estúpido! —gruñó Panick—. Las paredes de fuerza tienen el poder de rebotar los ataques. Lástima que no es una verdadera pared. Si no, ya estuvieras muerto.

—Lo siento señor...

—Sí que lo sentirás. ¡ESTÁS FUERA!

El muchacho se retiró sin siquiera protestar. Por otro lado, Alex me dice que algunas paredes de fuerza devuelven los ataques multiplicando su fuerza. Es cierto, eso fue lo que pasó en la campaña.

Cuando es su turno, él hace algo que yo jamás he visto en el campamento. No arroja fuego ni dispara rayos, sus brazos tampoco se ponen grandes. Alex le da órdenes al águila verde y esta las cumple dirigiéndose, como un proyectil, al espejo, impactándolo. Segundos más tarde, rebota. El ave ahora se dirige hacia nosotros y se detiene en mitad de camino.

¡El águila parece entender a Alex!

—Yo controlo a los animales —me dijo Alex, observando mi rostro sorprendido.

—¿A todos?

—No, sólo alguno que otro oso y a las aves como Linda.

Me parece que el poder de Alex es asombroso.

Yo por otro lado, cuando es mi turno, ataco al espejo con mis dagas. Cuando regresan hacia mí, me atraviesan sin causarme daño.

Panick nos explica tres maneras para destruir las paredes de fuerza. La primera de ellas consiste en derribar a quien la invocó. La segunda, en dispararle una flecha con punta de cristal. La tercera: impactándola con otra pared igual de fuerte.

Nuestro entrenador termina la lección demostrándonos unas cuantas flechas con punta de cristal y ordena que nos inscribamos en unas clases de arco y flecha.

Por la tarde, tengo tanta hambre que no dudo en ir al patio de comidas por un par de huevos fritos y pan de Centinela. Me doy el lujo de elegir un poco de mantequilla y pago dos fichas por ella.

Cuando estoy untando la mantequilla sobre el pan, llega Alis junto a su melliza, Ris, que estaba como nueva.

Alis me cuenta que habían participado en una competencia donde Ris resultó vencedora y, no solo eso, pues ha roto un record, lo dice su insignia de Mejor tiempo en el laberinto de los acertijos.

Más tarde, nos despedimos de Ris, que se largó a su respectiva cabaña.

Alis estaba diciéndome algo sobre uno de los acertijos, cuya respuesta resultó ser «el chivo que más mea», cuando logramos llegar a la cámara de Peroles. En el lugar hay un silencio mortal; Leux y Nolrad están recostados sobre una pared y tienen el rostro inexpresivo. Asimismo, Vik y Glo, que tienen los ojos como platos, están ayudando a una compañera de nuestra caravana a recoger las pocas cosas que había traído consigo. Fue entonces cuando nos enteramos de que varios fantasmas deben abandonar el campamento. Entre ellos, Sara, una muchacha morena. Me parece que se ha quedado sin fichas. En un intento de ayudar a la muchacha, Ferrum trata de regalarle una ficha pero Eroc no lo permite. Según él, una vez que el coordinador firma el decreto de eliminación, no hay vuelta atrás.

Es la primera de nosotros en irse. No me sorprende que una no-heredera sea la primera en quedar fuera. Este campamento no parece estar hecho para todos.

—Es triste que Sara se marche. ¿No lo crees? —soltó Glo.

Con abrazos y alguna que otra lágrima, cada uno de nuestros compañeros fue, uno a uno, despidiéndose de Sara. Hasta que la Campeona Quiteira apareció por la cabaña para acompañar a los eliminados.

Ariam también apareció y nos retó en más de tres oportunidades por las condiciones en la que estaba nuestra cámara. Pues se avergonzaba de que la Campeona Quiteira descubriera lo desastrosos y malvivientes que éramos, según sus propias palabras.

La cabaña había quedado prácticamente vacía. La mayoría de los campistas se había retirado a despedir a sus amigos o simplemente por obligación porque tenían cargos de responsabilidad. Fue entonces cuando se me ocurrió.

—¿Estás segura? —me pregunta Alis, después de compartirle mi plan.

—Muy segura—le respondo.

Alis agarró su bastón con la esfera en la punta. Yo hago lo mismo, guardo mis dagas en los bolsillos.

—¿Ahora?

—Sí, es hora de irnos a buscar la puerta de Di.

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