El come hombres
Por esos días, me reúno con mis compañeros Sanguinarios en las afueras de la cabaña, muy cerca del tótem gigante que resguarda nuestros terrenos. Estamos esperando a Andra, que desde hace una semana, no ha podido ingresar sola a la cabaña, pues según ella, unos Trompetos le hurtaron su tótem. Algo que parecía bastante improbable, ya que todos apostaban a que ella lo había perdido.
Cuando Glo está diciendo algo sobre los mecanismos de la cabaña, que aseguraba, estaban averiados, Ferrum propuso:
—Vamos a competir —le dijo a Yois.
—Escupitajos —prosiguió—. Apuesto tres fichas a que soy capaz de hacer volar el salivazo más lejos que todos ustedes.
—¡Asco! —soltó Alis—. ¿Qué les sucede?
—Yo me anoto —se animó Leux, el novato de cejas pobladas.
—Eroc, ¿querés apostar?
—No chicos... yo no voy a participar en esa competencia.
—¿Por qué no? —preguntó Ferrum.
—Digamos que estoy un poco indispuesto.
—¡Qué aburrido eres! —exclamo yo.
Cada quien realiza su mejor lanzamiento. Al finalizar, proclamamos como ganador a Leux. No sé cómo lo ha hecho, pero su escupitajo había volado bastante lejos.
—Eso no es normal ¿Viste cómo ha volado eso? —soltó Nolrad, sorprendido.
—No me digas que te has aliado con el más buscado —dijo Yois, con aire de broma.
—¿Estás comiendo huesos, Leux? —preguntó Ferrum, siguiendo a su par, Yois— ¡Oh, disculpáme Ana!
—¿Por qué me pides disculpas? —pregunto. No estoy entendiendo nada.
—No hagas caso a lo que dicen estos dos. Son unos malos perdedores. —Leux les dirigió una ojeada acusadora, luego, algo sorprendido, me dijo—: Che, Ana, no sabés nada sobre El come hombres?
—No —respondo.
Ferrum y Yois compartieron miradas.
—El come hombres (o Come huesos) es el asesino de los Legendarios. A quién tu madre liberó.
Trago saliva.
—¿En serio no sabés nada del Come hombres? —preguntó de nuevo. No podía ocultar la perplejidad de su rostro.
—Mi madre murió y mis padres adoptivos... bueno, ellos no saben casi nada de los fantasmas —le explico y me encojo de hombros.
—Yo tampoco sé nada —dijo esta vez Alis—. Nadie de mi familia es Iluminado, solo Ris, pero ella está comenzando recién este año.
—Bueno, mi tatarabuela es una Iluminada y... bueno... ella empezó a decirnos algunas cosas luego de que... ya saben. —Leux parecía nervioso al hablar. Como si se tratase de algo prohibido—... bueno se vencieran sus votos de silencio. ¿Quieren que les cuente?
—¡Por los Legendarios! —exclamó Yois, emocionado—. Sí, contános todo.
—Bueno, ojo que no sé si todo es cierto —aclaró Leux—. Solo voy a repetir lo que me dijeron. —Leux se sentó a los pies de un árbol que estaba cerca, y todos nos pusimos alrededor de él, inclusive Eroc—. Cierren los ojos —pidió—. Voy a usar mi poder.
¿Cuál era su poder?
Y lo último que pude ver fueron los ojos de Leux que se pusieron en blanco, como si estuviera sufriendo un exorcismo.
Aparecí en una especie de callejón, todo estaba muy oscuro y solitario. La voz de Leux se escuchaba como un susurro dentro de mi cabeza:
Él no podía más, lo necesitaba. Lo que habitaba en su interior se lo demandaba. Su corazón palpitaba y los espíritus de los limbos gritaban, anunciaban su llegada.
Y empecé a deslizarme por el callejón. Yo no era yo misma, era alguien diferente. Mis manos estaban llenas de pústulas y tenía muchas ganas de alimentarme. Pero no de comida. Esto se sentía diferente.
La sed de la posesión era lo que le mantenía en pie. Era de noche, había una víctima. Sí que lo era. Podía olfatear a kilómetros de distancia el alma de aquel humano. Como se deslizaba a través de su cuerpo. Como lo llenaba de vitalidad. Era demasiado tentador como para no hacer nada.
Podía ver al humano. Estaba muy cerca de él. Yo lo deseaba. Había mucho ruido, venía de los espíritus que silbaban desde otro mundo.
El humano caminaba solo, era perfecto. No dejaría testigos.
Mientras tanto, seguían gritando los espíritus malditos, pues aquello iba en contra hasta de su misma naturaleza.
Pero los humanos no tenían ese don, no podían oírles.
Estaba cada vez más cerca del humano. Me sentía ansiosa, como si estuviera a punto de reclamar un premio.
Ya estaba perdido. El cuerpo humano se contorsionó de dolor, un sufrimiento que no pertenecía a este mundo se transfirió a cada tejido vivo. Prefería morir antes de sentir aquello.
Podía ver al humano. Estaba sufriendo. No sé por qué pero lo estoy disfrutando.
Ese era el plan, Eso es lo que él necesitaba: solo el deseo de morir que venía acompañado con el ofrecimiento voluntario.
Me sorprendí. El humano comenzó a moverse, su cuerpo estaba luchando.
Los espíritus se silenciaron y todo se puso en tinieblas.
Siempre hubo resistencia. La parte corpórea se torcía de maneras que no eran humanas. El cuerpo luchaba contra la posesión. Los huesos resonaban con tal fuerza que el silencio mortal se estremecía.
Él no podía gritar, no podía decir nada. Su cuerpo ya no podía más. Tenía que ceder. Era lo correcto.
Y un último vestigio del humano apareció.
Era cierto. El humano se arrastró por la calle, aún seguía luchando en contra de la posesión.
Sentí como las comisuras de mis labios se partieron. Estaba riéndome y ellos no estaban acostumbrados a eso.
Le fascinaba, ¿cómo era posible que la humanidad estuviera preparada para algo semejante? ¿Acaso Dios había prevenido algo como eso?
Los ojos del humano se cerraron y el cuerpo dejó de moverse.
Fue entonces cuando algo salió de aquel cuerpo tan lastimado. Una sustancia que no tenía forma alguna y no respetaba ninguno de los estados de la naturaleza.
El Come hombres respiró aquello y su sed fue saciada. Era lo que él necesitaba. Sus instintos primitivos reclamaron el alma del humano.
¿El alma? ¿Qué quería decir con eso?
Volvimos. El callejón y el humano vacío, sin vida, habían desaparecido. Estábamos alrededor de Leux, que nos observaba con algo de remordimiento.
—¿Cómo hiciste eso? —Fue lo primero que escuché. Aún estaba en el trance vivido de aquella pesadilla. No supe de quién era la voz hasta que la volví a escuchar. Era Alis.
—Digo —susurró, o por lo menos yo lo oí de ese modo—. Eso de meterme en ese callejón. Eso de vivir esa historia como si fuera real.
—Es mi poder —explicó Leux—. Yo heredé la medalla de mi tatarabuela. Puedo crear ilusiones y mostrarles mis pensamientos.
—Es fantástico —soltó Andra.
Mi corazón seguía palpitando con furia a pesar de que la pesadilla había terminado. Había sido tan real. En mi interior sentía mucha sed. Pero no era de agua. Era diferente. Algo que estaba dentro de mí, reclamaba algo.
Recordé la última vez que me sentí de esa forma. Fue cuando me desarrollé como fantasma. Cuando atravesé y me quedé atorada en el reloj de péndulo del señor Hickinbottom. Todos los objetos a mí alrededor huían de mí, ¿sabían que iban a ser poseídos? ¿Por qué nunca había tenido sed de almas humanas? ¡Uy! Tan solo pensar en la idea me ha causado escalofríos.
—¡Ana! —exclamó Alis. Su voz seguía sonando como un susurro.
—¡Ana!
Desperté.
—¿Qué? —digo y sacudo la cabeza.
—Estabas ahí toda perdida —dijo Alis—. Mirabas al horizonte.
—Sí —digo y estoy algo avergonzada. Todos me están mirando—. Estaba pensando.
—¡Ah! —soltó Alis sin darle mucho crédito a mis palabras. Todos retomaron la conversación que tenían antes de fijarse en mí.
—...Entonces —dijo Eroc, dirigiéndome una mirada de averiguación, luego continuó—: Di prefirió la posesión a los objetos inanimados. Larte la posesión de los animales y la naturaleza. Y Judaes a la no-posesión y al control mental.
Ferrum asintió poniendo cara de pocos amigos.
—Lo que todos sabemos —continuó Eroc—, es que la posesión de las almas humanas está prohibida desde los primeros de los concilios. —Eroc parecía orgulloso de saber aquello—. Algo que fue muy difícil de aceptar por los fantasmas de la época porque la fuerza de un verdadero fantasma tenía su origen en la posesión de almas. Cualquier fantasma que se alimentara de almas, sería indestructible.
—¿Y cómo destruyeron al Come huesos entonces? —solté, sorprendida por dos cosas: primero por lo que Eroc decía; y segundo porque mi voz había salido con mucha naturalidad—. ¿Cómo pudieron detener a ese monstruo con tanto poder?
Eroc se encogió de hombros y luego dijo:
—Dicen que un grupo de siete fantasmas utilizó unos artilugios bastante antiguos para apresarlo. Y bueno, luego, todos sabemos cómo continúa la historia.
«Con mi madre liberándolo», respondo para mis adentros.
¿Y entonces dónde estaba en El come huesos? ¿Escondido? ¿Muerto? Nadie lo sabía.
Todos volvimos a la cabaña, nadie quiso hablar más del tema y mucho menos sobre la sed. Para mí, fue muy evidente que todos sentimos aquello: curiosidad por probar el alma humana, a pesar de que nadie se atrevía a confesarlo. Si esa era nuestra antigua naturaleza, aunque primitiva, no había nada de qué avergonzarse. Por lo menos yo lo veía así.
Llegó otro de los sábados en el campamento, este, como la mayoría de los sábados, es día libre, nadie entrena, nadie lucha, nadie compite. Los entrenadores descansan y los campistas nos atiborramos de golosinas que compramos en el quiosco de Ama (una señora con bigote y bastante vulgar) que está en la feria de un solo día, cuyo nombre debe a que los toldos y tolditos de colores, solo aparecen un solo día a la semana. ¡Obvio!
—¡Intercambios! Haga sus intercambios de fichas por dulce de leche, tortas, chocolate, caramelos ácidos... ¡Todas las cosas ricas que los humanos comen!
Cada vez que paso por el quiosco de Ama mi estómago ronronea, rogándome que intercambie fichas por alfajores.
Los intercambios de Ama son los más famosos del campamento, y son legales. Ris (que es una Iluminada, por lo tanto lo sabe todo) nos comentó que Ama en su antigua vida era una cantinera de colegios, hasta que un buen día se convirtió en un cerdo delante de todos los estudiantes. Al día siguiente la transfirieron al campamento antes de que se corriera la noticia. Yo no puedo dejar en pensar en un cerdo con bigotes.
Suelto una risa.
—Mira, ahí está Peter —dijo Ris mientras le retiraba el envoltorio a un caramelo de frambuesa.
—¡Peter! —le gritó Alis para que se acercara.
—¿Cómo andan mis Sanguinarias favoritas? —saludó él mientras se acercaba hacia nosotras.
—Todo muy bien. Yo he aprendido muchas cosas, ahora sé que los minotauros se suelen confundir cuando...
—Dije Sanguinarias, no Iluminadas —escupió Peter cortando los comentarios de Ris en un santiamén.
—¡No te pases! —soltó Alis.
—¿Desde cuándo sos tan malo? —preguntó Ris, algo sorprendida.
—Desde que es un estúpido Trompeto —respondo.
—No comencés con tus tonterías Ana. ¿Seguís molesta?
Yo no respondo. Por otro lado, Peter parece que quiere arreglar las cosas y propone:
—Quería invitarlas a una práctica con uno de los mejores entrenadores del campamento.
—¿Pote? —preguntó Ris soltando una risita.
—No. —Peter le dirigió una mirada asesina, y luego prosiguió—: El entrenador Pote solo entrena a los Trompetos. Hablo del coordinador Panick, el hombre que tiene la cierra en su brazo —explicó—. Es muy bueno, de los mejores entrenadores que hay en este lugar. Dicen que los mejores fantasmas han sido campistas suyos. Incluyendo tu madre Ana.
—¿Qué estás diciendo? —soltó Ris con su tono de sabelotodo de siempre—. El entrenador Panick no ha entrenado a ninguna mujer. Según los datos históricos —aclaró—. Además, recordá que las mujeres no eran aceptadas en el campamento. Eso fue hasta después del concilio.
Ignoro a Ris y le pregunto a Peter cómo sabe acerca de mi madre. Según él, un campista Trompeto mayor, le dijo que mi madre retó a Panick a usar su poder especial en contra de ella. Apostó; si ganaba, ella tenía que ingresar a su grupo selecto de campistas. Panick no dudó en aceptar, porque ningún novato había logrado vencer su poder especial. Pero se había equivocado.
—Tu madre era muy poderosa —terminó Peter.
Estoy sorprendida. Mi madre había sido entrenada por Panick. Quizá él tiene información. Quizá él sabe algo sobre la puerta.
—Hay que intentarlo —digo. Me parece buena idea.
Y fue cuando Peter me lanzó una mirada furtiva que conocía perfectamente, quiere decirme algo.
—Ana, perdonáme... No podés estar molesta para siempre. —Y el muy tonto me zampa un abrazo y yo dejo que lo haga.
—Mirá qué hermoso, ¿ahora sos novio de la traidora? —soltó Joan, que se acercaba junto a su amigo Ritcher.
—¿Qué hacen aquí? —digo.
—Eso no es problema tuyo niñita.
Y entonces recuerdo porque estoy molesta con Peter, no es porque dijo, antes, que las chicas éramos débiles, es porque Joan siempre pone a las mujeres por debajo de él, y Peter se estaba comportando igual.
—Vete de aquí Joan —le ordenó Alis con desdén—, déjanos en paz.
—Sí, mejor vámonos —sugirió Peter.
—¿Qué pasa Pett, ahora vas a defender a las Sanguinarias? —bramó Joan para después reírse maliciosamente—. Tenés que terminarlo de entender Pett, ellas son nuestras enemigas, no podemos confiar en nuestros contrincantes.
—¿Enemigos? Tonterías —comentó esta vez Ris.
—Nadie está hablando con vos inservible Iluminada. ¿Por qué mejor no te vas a estudiar unos libros?
—Mirá Joan, volvés a decirle algo a mi hermana y te voy a...
Y no supimos lo que Alis quería hacerle a Joan porque este le interrumpió:
—Bueno, ya saludaste. Es hora de irnos Pett, tenemos que hacer lo que vos sabés.
—Está bien. Chicas, fue muy bueno verlas, nos vemos en el entrenamiento.
Antes de irse, Joan se acercó a mí y me dio la mano. Luego me susurró: «solo podés verlo vos».
Me entero que tengo algo mi mano. Es un papel arrugado con una nota en él:
Vení a verme después de que el reloj se ponga en las dos manos implorantes. A media noche. Tengo el tótem de tu estúpida compañera. Vení sola.
En todo lo que resta del día no hice más nada que pensar en muchas maneras para lastimar a Joan, pensé en quitarles las cadenas a Margot y ahorcarlo, pero luego se me ocurrió algo muchísimo mejor: los Sanguinarios teníamos que ganar a los Trompetos las fichas de terror.
Por la noche compartimos pan de Centinela para la cena. Ferrum era todo un experto en tragárselos, no se electrocutaba. Por su parte, Ariam y Eroc estuvieron en una reunión con nuestro capitán y la Campeona. Tengo la sensación de que, tal vez, están buscando una forma de arreglar las averías de la cabaña. Algo que a Glo, le parecía muy conveniente. Ella seguía asegurando que la cabaña estaba en malas condiciones, tanto, que resultaría muy peligrosa para los novatos, ya que los sortilegios de por sí eran peligrosos, antes de que la casa tuviera complicaciones.
Aprovechando la ausencia de nuestros guías, Ferrum y Leux propusieron jugar con uno de los ojos de Andra. El juego consistía en lanzarse el ojo de lado a lado, como si fuera una pelota, sin que este tocara el piso. El participante que no lograra cogerlo, perdía y tenía que realizar una penitencia. Vik, que fue la primera perdedora, tuvo que tocar el ojo de Andra con la punta de su lengua; Asimismo, Leux, que también había perdido, tuvo que olerle el sobaco a Yois por varios minutos. El último en no coger el ojo fue Nolrad, cuya penitencia fue darle un beso a Glo... pero justo cuando lo iban a hacer, Eroc y Ariam aparecieron por la puerta y nos ordenaron irnos a las bolsas de dormir.
Le devolvemos el ojo a Andra y ella lo pone en su sitio.
—Quiero ducharme —pidió Ferrum—, tengo tres días que no lo hago.
—No podés —le indicó Eroc.
—¿Por qué no? los baños de chicos quedan cruzando el pasadizo. Voy muy rápido.
—No podés —soltó esta vez Ariam—, son órdenes de la Campeona. Las cosas han empeorado en la cabaña.
—Preparen las bolsas de dormir, no queremos ver a nadie despierto después de que la aguja del reloj se ponga en el símbolo de las manos implorantes. —Señaló el extraño reloj que estaba en la pared.
Luego se retiraron.
Finalmente, los campistas se acomodaron en sus bolsas y empezaron a quedarse dormidos. Algunos esperaron que Leux lo hiciera primero, con la esperanza, tal vez, de no sufrir una pesadilla. Así fue el caso de Glo y Vik que parloteaban muy entusiasmadas sobre los músculos de nuestro capitán Orl.
Minutos después, cambiaron de tema:
—Esto tiene que ser obra de El más buscado. Debe de estar buscando algo en la cabaña. Y con Margot como su ayudante, dudo que tarde mucho en encontrarlo —dijo Vik.
—Yo de algo estoy segura, confío en que nuestro capitán encuentre Al más buscado. Si la Campeona está ayudándoles, eso será pan comido.
—Si es cierto lo que dicen, sobre los sortilegios fuera de control, deben ser muy peligrosos... me encantaría verlo con mis propios ojos —dijo intrigada Vik, mientras soltaba un bostezo.
—¡Estás loca! —soltó Glo—. Yo hablé con Rogg, el de cuarta categoría, y me dijo que hay un río de sangre allá arriba. Dicen que muchos tuvieron que ir a dormir en las plazas, porque no pueden ni entrar a sus cámaras.
—No sigamos hablando de eso... quizás no se nos permite sentir miedo... pero todas estas cosas que están pasando me dan mal augurio.
—Mejor no sigamos hablando de eso. Vamos a dormirnos.
Y así lo hicieron.
Con mucho cuidado me pongo en pie... me pregunto si debo pedirle ayuda a Alis. No lo hago. Si esto es una trampa, prefiero que me expulsen a mí sola. Cruzo el pasadizo y llego al vestíbulo. Eroc y Ariam no están, tampoco los guardias de los portones. Debieron ir a ayudar a la Campeona. Cuando voy a abrir el portón que da hacia el palomar, escucho que hay gente del otro lado, intentando abrirlo.
Rápidamente me dirijo a otro portón que tengo más cerca y lo abro. Me encuentro con unas escaleras y las subo cuidadosamente para no hacer ruido. Lo único que escucho son los latidos de mi corazón. Atravieso otro de los portones, transformándome en fantasma.
Ingreso a un salón oval rodeado de filas con muchas estatuas de hombres y mujeres que no conozco. Todos tenían rostros imponentes y por debajo, muy cerca de los pies de piedra, se encontraban los nombres: no conozco a Sir Jaime de Teres, ni mucho menos a Marin de la Vega. Pero si reconozco a Rufina Cambaceres. Todos ellos deben ser los Campeones del campamento.
¡Estoy en el salón de la fama!
Intento seguir leyendo los nombres por las tribunas más superiores, pero es imposible. Hay tantos campeones arriba que, desde donde estoy, parecen minúsculas piezas de ajedrez.
Tengo la desagradable sensación de que los ojos de piedra están mirándome. Cuando decido regresar a la cámara de Peroles, me consigo con algo que me deja helada.
—¡Tú! —digo. Y mi voz parece tan insignificante.
Una estatua unos centímetros más alta que yo. Sus cabellos alborotados. Sus ojos. Su sonrisa. Es la estatua de Usma Phantom. Mi madre.
Las lágrimas están a punto de escaparse de mis orbitas pero no me lo permito. Aprieto tan fuerte mis ojos como puedo e intento recordarla cuando estaba viva. Cuando solo era mi madre y no una traidora. ¿Por qué lo hiciste?
No quiero preguntarle eso. No quiero arruinar este momento. No quiero que ella piense que la odio.
Leo la inscripción que tiene la estatua de mi madre:
La campeona Phantom, una amante de la aviación, fue un ejemplar Sanguinario. Fue la primera en recorrer todas las regiones y consiguió, de esta manera, consolidar el mundo fantasma. Preferimos recordarle por sus hazañas maravillosas y no por sus errores.
Acá descansa una de sus costillas y sus gafas.
Vuela alto Phantom.
Sobre sus pies, se encuentran unas gafas de aviador espectaculares. Brillaban con mucha intensidad. No sé si es correcto, pero lo hago: agarro las gafas y algo cae al suelo, haciendo un ruido fortísimo.
Es una medalla. Tiene el dibujo de dos mujeres y un corazón humano en el centro. Guardo la medalla en mi bolsillo y escondo las gafas de aviador por dentro de mis pantalones cortos. Tanto la medalla como las gafas me pertenecen. Son mi herencia.
—Estaba seguro de que algún día encontrarías este lugar —dijo alguien, tomándome por sorpresa.
Es Orl, nuestro capitán.
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