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El bar de las lenguas

—¿Estabas asustado?

—Fue lo más aterrador que he vivido —soltó Peter agarrándose el pecho.

—¿Vos sos un fantasma de verdad? —preguntó Alis, mientras se aseguraba de que nadie nos seguía. Ya estábamos fuera del colectivo, muy cerca de una plaza.

Mientras Peter seguía hablando, atravesamos muy deprisa la plaza y alcanzamos llegar al sótano de una estación de trenes, que estaba abarrotado de los jóvenes ebrios. Peter intentó explicarle a Alis que no sentía miedo de los espíritus, pero aseguraba que ir al limbo era diferente.

—Lo juro por la medalla que acabamos de encontrar —soltó Peter muy orgulloso—. Alis, ¿tu novio a dónde fue?

—No era mi novio —soltó Alis, mostrando una evidente sorpresa al cambio repentino de conversación que Peter había dado—. ¡Bah!, era un chico que conocí, pero es un vivo...

—¿Eso no es prohibido? —preguntó Peter.

El viejo Dativo nos había dicho en varias oportunidades que las relaciones, entre fantasmas y humanos, eran una cosa peligrosa. Nunca nos explicó el porqué, solo repetía «cuando sean más grandes y su parte fantasma esté más desarrollada, lo entenderán» cada vez que le preguntábamos.

—Sí —admitió Alis con desdén—. Pero no me importan las reglas. Además, íbamos a intentar besarnos, pero justo cuando estábamos cerca, fue cuando percibí la presencia de un fantasma —explicó Alis.

Peter no preguntó más nada. Pues él era el único que no había advertido la presencia de otro fantasma en el colectivo. Otra evidencia más para pensar que incluso yo, que no tengo medalla, parezco más fantasma que él. Alis, seguía riéndose de Peter porque, según ella, la mayoría de los fantasmas eran, incluyéndome, osados y revoltosos. Alis también decía que a todos les encanta presumir lo poderosos que son. Aunque yo pensaba que solo estaba hablando de ella misma.

—Soy uno de los mejores fantasmas —dijo finalmente Peter, luego hizo una pausa para decir lo que, presumo, realmente deseaba—: ¿Puedo ver la medalla?

Alis asintió y luego sacó de su bolsillo una pieza parecida a una moneda, aunque triangular y con el dibujo de una jaula con un cadáver de pájaro dentro.

—Es horrible —soltó Alis.

—Bueno, es tuya... la ganaste —digo.

Ninguno de los tres imaginaba qué debíamos hacer para conseguir las otras dos medallas restantes. Alis, por un lado, nos quería convencer de volver a tomar un colectivo porque, según ella, encontraríamos otro espíritu guardián. Peter, sin embargo, opinaba que aquella idea era descabellada, mientras buscaba desde su celular: sitios embrujados cerca de la estación de Ramos Mejía.

—No seas idiota Peter, no vas a encontrar en Internet nada del mundo de los fantasmas —soltó Alis—. O por lo menos algo real.

Sin embargo, Peter continuaba:

—Acá dice algo... sobre Puerreydon hay una casa de fuegos artificiales. Se dice que dentro de este lugar, habita un alma errante llamada el explosivo Johnny. Según, uno de sus inventos pirotécnicos salió mal y lo hizo explotar en mil pedazos. —Peter parecía maravillado.

—¡Qué tonterías!

—¿Qué otra idea se le ocurre a la señora perfecta?

—Yo iría a ese lugar horrible.

Alis señaló un lugar de aspecto desvencijado que estaba cerca de la nueva y remodelada estación.

—Es muy obvio —digo.

—¿Qué es muy obvio?

—Es la antigua estación —respondo—. Si en ese lugar había algún espíritu, seguramente ya lo debieron haber encontrado. —Peter asintió, acompañando mi argumento—. Es como ir a una iglesia o una casa embrujada. Son los primeros lugares que cualquier fantasma buscaría.

—Tenés razón. Aunque podemos intentar otra cosa —soltó Alis—... Síganme.

Observo por un segundo a Peter que parece estar muy concentrado en un par de moscas que hacían círculos en el aire, y luego sigo a Alis. Vimos cruzar a un par de chicas que ostentaban unas cuantas medallas. En nuestras narices. Mi estómago se retuerce. ¿Llegamos demasiado tarde? ¿Se quedaron con los mejores espíritus?

—¿Para qué nos trajiste para acá? No hay forma de entrar —soltó Peter, cuando estábamos en la puerta de la vieja estación—. Aunque... si, solo...

CRACK CRAK.

Rompió el cristal de la ventana.

—Ahora sí podemos entrar —dijo en tono triunfante.

—Excelente Peter, ¿por qué no se nos ocurrió antes? —dijo Alis de forma sarcástica.

La nariz de Peter se puso roja de nuevo. Alis soltó una risita extraña mientras entraba a la estación.

Ya adentro, nos esperaba un hombre con ropa andrajosa y sucia, cargaba consigo un carrito de supermercado con varios artículos en él. El sujeto se mantuvo en silencio por varios minutos y nos observó cómo inspeccionándonos. Luego refunfuñó de mala gana:

—¿Qué quieren?

—Soy yo —exclamó Alis, parecía insultada.

—¡Oh, señorita Bulgueroni! —El hombre cambió el tono de voz a uno que parecía más bien de pleitesía—, ¡disculpe usted!

—No te hagas problema —respondió Alis con elegancia—. Hace unas semanas envié un mozo para que buscara algo por mí. ¿Lo tenés?

—Eso que usted quiere es muy solicitado. Le vendí varias unidades a las familias de los Monroe y de los Welles —dijo con rapidez el vagabundo—. Usted entenderá que mi prioridad son ellos.

—¡Pero ninguno de sus hijos tiene 14 años! —exclamó Alis, algo enojada—. Pagaran por esto, mi familia... vos no te imaginás lo que papá hará cuando se entere. ¡Los Monroe! ¡Y eso que siempre andan diciendo que son nuestros aliados! ¡Falsos!

El vagabundo se encogió de hombros.

—Yo solo sigo mis intereses.

No sé si lo que estamos haciendo es muy legal.

—¿Cuánto? —soltó al final Alis. Aún seguía enojada—. ¿Cuánto querés?

—Hoy las fichas no tienen valor. —Los ojos del vagabundo brillaron en la oscuridad.

—¿Cómo?

—Lo que quiero decir señorita, es que necesito otra cosa —completó el vendedor—, unos malandrines me robaron algo de gran valor. Necesito recuperarlo... Lo que quiero decir es que necesitaría que usted lo recupere por mí.

—¡No tenemos tiempo! —intervengo esta vez yo.

—Te doy 150 fichas —soltó Alis, haciéndome señas para que hiciera silencio.

Trago saliva. Las fichas son como dinero en el campamento. Una vez el señor Dativo nos contó que ganó 50 fichas resolviendo un acertijo tramposo, que nadie había podido resolver en más de una década. En conclusión, son demasiadas fichas.

La expresión en el rostro del vagabundo cambió inmediatamente. Asintió con la cabeza varias veces y por un momento pensé que la cabeza iba a salirse de su lugar.

Alis sacó tres bolsas de tela de sus bolsillos y se las entregó.

Lo repito, son demasiadas fichas.

Nuestra compañera recibió algo que no pude ver y con un «gracias» muy fingido se despidió. Cuando estamos por salir de la vieja estación, escuché al vagabundo contando las fichas y diciendo algo sobre pagarle a un fulano para recuperar la medalla que le habían robado.

De camino, Alis nos explicó que su papá pertenecía a una familia fantasma cuyo linaje era poderoso. Razón por la cual los Monroe y los Welles siempre le hicieron la vida imposible a ella y a su hermana. Según ella, esas dos familias enemigas habían complotado un plan para que nadie en su círculo lograra ingresar al campamento. La maldición de los Bulgueroni, le decían, porque desde hacía más de una década, ningún fantasma con su apellido había superado la iniciación.

Peter y yo no decimos ni una palabra hasta que llegamos de nuevo a la plaza, donde Alis se detuvo y nos encaró preguntándonos qué nos pasaba. No sé si me sentía rara por el contrabando de cosas fantasmas o porque me había dado cuenta de que los ricos también la tienen más fácil, inclusive, en el mundo fantasma.

Creo que la segunda opción es la que más me hace tener este sentimiento extraño.

—¿Es que no escucharon lo que les dije? —soltó—. ¡Mi apellido está maldito! Tengo que hacer lo que fuere que esté en mis manos para ingresar al campamento.

Yo asentí. En teoría, si yo estuviera en su misma posición, haría lo mismo. Me pregunto si la maldición de su apellido nos alcanzaría a nosotros también.

—No es correcto —dijo Peter en respuesta a Alis, que lo miraba con expectación.

—Somos fantasmas Peter... para nosotros, todo es correcto. Además, nos queda poco tiempo, debemos ir al cementerio antes de medianoche. No hay ninguna norma que nos prohíba las pastillas de espectro.

—Sí que la hay. Vos no sos mayor de edad.

—¡Por los Legendarios! ¡Qué estupideces estás diciendo!

—No te atrevas a mencionar a los Legendarios en esto —pidió Peter, pareciendo algo insultado.

Alis le torció los ojos.

—Pero Alis, ya tienes la medalla, puedes ingresar al campamento.

—Ese no es problema Ana —dijo—. Debo asegurarme de pasar las pruebas de la iniciación. No sé si ustedes lo saben, pero las pruebas se hacen en grupos de tres. Vine al conurbano porque estaba segura de encontrar a los fantasmas con mejores cualidades. Imagino que ustedes también.

No es así. Por un lado, Peter no tenía ganas de venir, él no podía perder la medalla que había heredado de sus padres ante un espíritu poderoso; por el otro, mi única motivación era simple: solo quería conseguir muchos puntos.

Alis esperó a que contestáramos su argumento, pero como no lo hicimos:

—No sé ustedes pero yo voy a tomar una de estas pastillas —soltó—. ¿Vos, Ana?

Asiento. Alis me da una pastilla verde y la trago sin pensarlo. No me importa romper las reglas. La pastilla atraviesa mi garganta y quema. Siento como si un puñado de insectos caminara por cada una de mis vísceras. Cierro los ojos para no vomitar y los abro de vuelta. Peter estaba con los ojos muy rojos, y una estela del mismo color cubría todo su cuerpo. Por otro lado, Alis, estaba igual que hace unos segundos. Al respirar, pude sentir un olor a muerto inconfundible... el olor a espíritu. En la vereda habían aparecido huellas fluorescentes que se perdían entre las calles y pasillos recónditos. La pastilla había funcionado.

Alis me hizo señas para que observase unas huellas sobre la avenida, parecían recién pintadas, frescas, como con un líquido espeso, parecido al moco. De cada lado, de ambas huellas, había una línea algo torcida que seguía el mismo trayecto.

—Estoy segura de que es un espíritu.

Seguimos las huellas. Caminar se sentía como flotar, como si cada kilogramo de mi cuerpo hubiera desaparecido. Se sentía bien.

Asimismo, Peter aun no parecía aceptar que estuviéramos rompiendo las normas, nos seguía el paso con los brazos cruzados y frunciendo el entrecejo. No fue hasta que perdimos el rastro de las huellas, cuando volví a fijarme en Peter.

—¡Ayudaaaaaaaaaaaaa!

Alis se convirtió en fantasma de forma instantánea. Peter desapareció por una de las alcantarillas, siendo arrastrado por algo que le sostenía las rodillas. Segundos más tarde, esquivé algo que estremeciéndose, se volvía, hasta esconderse por otra alcantarilla.

—Quédate cerca Ana —me aconsejó Alis mientras miraba hacia todas las direcciones.

Peter gritó de nuevo. Desde el agujero de la alcantarilla, pude ver una mano pálida (de Peter) que se aferraba al margen. Alis y yo nos acercamos y conseguimos ayudarle. Algo desde abajo tiraba de Peter con mucha violencia. Con el rabillo del ojo observé el fondo del agujero, desde donde subía algo largo y pegajoso que le envolvía el cuello a nuestro amigo.

—¡Me está quemando!

Alis y yo seguíamos intentando subirlo pero lo que fuera que estaba debajo, parecía ser muy fuerte. Luego de varios intentos, al fin lo conseguimos. Peter se había liberado y cayó en el piso, como muerto.

La cosa pegajosa, después de soltar a Peter, me apuntó de forma amenazante. Segundos más tarde me atacó obligándome a retroceder varios metros. En respuesta, mis ojos se pusieron plateados y mis dagas se estremecieron, como para atacar. ¿Pero atacar qué?

Y se me ocurrió. Agarré una daga y sin remordimiento alguno, la clavé en la cosa pegajosa, que seguía retorciéndose de una forma bastante desagradable.

—¡Aaaaaaaaah! —gritó alguien desde abajo, en el subterráneo.

De la alcantarilla, salieron varios muchachos; uno de ellos muy lastimado soltaba palabrotas mientras escupía algo de color negro.

—¡Agarrad el espíritu del can! ¡Qué no escape! —exclamó otro de los chicos, mientras desaparecía por una de las calles. Los otros dos, que tenían un pequeño animal acurrucado entre sus brazos, también huyeron.

Alis quiso decir algo cuando el resto de la pandilla, sin previo aviso, desapareció por una de las esquinas cercanas.

—¡Vamos! —Fue lo que alcancé oír. Pues Alis les seguía la pista a dos de los muchachos. Como una flecha seguimos a nuestra compañera, que cruzaba la avenida con una velocidad impresionante. Peter, que se había incorporado, le seguía los pasos como podía.

Corrimos y pasamos al lado de un par chicos que discutían y se arrojaban botellas de cervezas. No había rastro de la pandilla.

—Espera un momento Ana. Todavía tenemos el efecto de la pastilla. Mirá esas huellas... deben ser de ellos.

Alis estaba en lo correcto. Un puñado de huellas seguía un trayecto sinuoso.

—¿Pero por qué quieren ir detrás de esa pandilla? —soltó Peter, cuando nos alcanzó.

—¿Es que no te das cuenta? —dijo Alis—. Tienen un espíritu con cuerpo animal. ¡Son difíciles de conseguir!

—Te aseguro que la medalla ya la tienen ellos —soltó Peter sin darle crédito a lo que Alis decía.

—¿Es que no aprendiste nada en las lecciones con Dativo? —intervine esta vez, yo—. A los espíritus con forma de animales no se les puede robar las medallas. Ellos las entregan voluntariamente. —Alis me escuchaba y asentía de forma constante mientras observaba para todas direcciones, como buscando la pista de la pandilla.

—Nos darán muchos puntos si logramos conseguir una medalla de ese perro —completó Alis y cuando tiene ganas de decir otra cosa, le interrumpo diciéndole que debemos apresurarnos si queremos conseguir esa medalla.

Nadie dijo ni una sola palabra. Logramos seguir el rastro, que terminaba en un bar llamado Cromo.

—Este... ¡Este bar es fabuloso! —soltó Alis muy emocionada—. Le diré a papá que me lo compre.

Peter y yo le ignoramos. Si Alis volvía hacer un comentario como ese, en el futuro, no se tendría que preocupar por dos familias, pues tendría que agregar a la Phantom en la lista. O la Hickinbottom.

—Vamos, entremos.

Cinco letras enormes y amarillas brillaban sobre las cabezas de los muchachos, que aguardando en una fila inmensa, comentaban lo sorprendidos que estaban por las palmeras y el juego de luces del lugar.

Alis se sentía en su elemento, mientras tanto, Peter y yo, compartíamos cierta incomodidad. Por un lado, me sentía de esa forma porque era la primera vez que visitaba un lugar de estos; por el otro, mi camisa de cuadros escoceses y pantalones cortos eran motivos de críticas por parte de las chicas con elegantes vestidos.

—¿Y cómo se supone que vamos a pasar?

Cierto. Ninguno de los tres somos mayores de edad en el mundo humano.

—Vamos a atravesar las paredes.

—Yo no puedo. Aún estoy muy débil —dijo Peter. Su rostro lucía bastante pálido, con aspecto enfermizo.

—Por eso es que vos te vas a quedar afuera —soltó Alis.

Lo hicimos. Dejamos a Peter atrás y atravesamos las rejas del costado para, de esa forma, poder entrar. El techo del bar estaba abarrotado con luces impresionantes que se movían en todas las direcciones y hacían juego con los colores de las mesas y sillas. Al fondo, un tipo con un armatoste ponía la música mientras varios chicos, bastante guapos (detesto admitirlo), reparten bebidas a los que bailan o charlan alrededor de las mesas.

Seguimos las pistas fluorescentes hasta la barra.

—Ahí está.

—El espíritu animal.

El chico que cargaba el perro se dio la vuelta y nos observó, poniendo los ojos como platos.

—¿Cómo mierda me descubrieron? —soltó, sorprendido.

—No fue muy...

En ese instante, nos despistamos unos segundos y sin darnos cuenta, el muchacho logró huir, ocultándose entre la multitud. Fue cuando lancé mis dagas. ¡Rayos! no consigo atinarle.

De repente, como una avalancha, la gente comenzó a correr y a gritar enloquecida. Alis tuvo que cubrirse, justo a tiempo, antes de que una botella le diera en la cabeza.

—Dame el espíritu —demando, mientras me hacía espacio entre la gente que se atrincheraba en el cuarto de baño. Busco todas las direcciones posibles pero no encuentro al espíritu y mucho menos a su captor... intento llamar a mis dagas para que me cubran la espalda, pero no sucede nada. Mi poder fantasmal está apagado. ¿Dónde está el captor?

Y fue cuando recibí una bofetada que me dejó aturdida. Una cosa pegajosa me ató a una silla y se enredó a través de todo mi cuerpo, amordazándome. ¿Qué es esto?

Alis gritó «¡Son lenguas!» y sus palabras fueron como un interruptor: las luces móviles del bar enfocaron a un chico con una lengua larguísima. Este, estrangulaba a Alis impidiéndole moverse; lo cual le sirvió perfectamente al otro captor para que huyera. ¿Pero dónde estaba?

Del mismo modo, y por más que lo intentaba, me era imposible quitarme la cosa pegajosa que me mantenía atrapada. Espera un momento... ¡También es una lengua!

Una lengua verde y áspera (como la de un lagarto) cuyo dueño, descubrí, era el captor, me sostenía con bastante fuerza, evitando que pudiera mover algún músculo.

De repente, siento un escalofrío por todo mi cuerpo. Me estremezco y los ojos anuncian mi trasformación en fantasma. Una luz plateada apareció y sentí como si varios hilos invisibles me unieran al metal frío de las dagas, que se movían torpemente en el piso, como si aquello que les estaba pasando era algo en contra de su propia naturaleza. En un primer momento las dagas luchaban en contra de mi posesión, pero yo era más fuerte. Acto seguido, sentí cómo las dagas y yo, nos convertíamos en uno. Hacían justo lo yo que quería, ¡lo que yo les ordenaba!

Todo pasó muy rápido. Las dagas se dirigieron a cada una de las lenguas y las cortaron, dejando chorros de sangre por todos lados. Los dueños de las lenguas gritaban y maldecían. El espíritu del perro se liberó y salió corriendo, mientras movía su cola con entusiasmo.

Estoy mareada, el efecto de la pastilla aún no había terminado. Pero no retrocedo ni un centímetro y finjo estar como nueva.

Para mi sorpresa, el espíritu del perro se acercó a mí y me lamió la mano. Le respondí con una caricia y acto seguido su pelaje negro empezó a brillar y ¡Plaf! desapareció dejando en su lugar, una medalla.

Alis también se acercó y me dirigió una sonrisa cómplice. Luego dijo algo que se parecía mucho a «¡no quiero saber más nada de lenguas!» mientras se limpiaba el rostro, que estaba lleno de una sustancia algo viscosa.

Tres cosas aprendí esta noche. Los espíritus animales entregan la medalla con solo acariciarlos, o eso fue lo que sucedió conmigo. Por otro lado, mi poder fantasma es más fuerte cuando estoy en aprietos. Por último: no es bueno usar las pastillas del espectro, pues tienen efectos secundarios bastante desagradables. Juro por los Legendarios que no volveré a tragarme una mierda de esas.

Y aún falta para quela noche termine. 

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