Tarde en un café
One Republic - Secrets
¿Cómo lograría un postre cambiar tu vida?
Él iba cada tarde saliendo de su trabajo —una pequeña empresa de publicidad situada en el centro de la ciudad de San Francisco—, pasaba a una cafetería que le quedaba de paso a su casa. Con leche de almendras y jengibre. Era el café que siempre pedía, junto a un trozo de pie de pera. Una deliciosa combinación que le hacía agua el paladar. Pero una tarde, algo curioso sucedió...
Llegó al mostrador donde estaba por pedir su cotidiana orden, cuando escuchó:
—Y me da ese último trozo de pie de pera. —Palabras que desequilibraron toda su zona de confort. ¿Ahora con qué demonios se tomaría su café?
Frotó su rostro con clara frustración, podía ser sencillo para otros quizá, escoger otro tipo de postre de acompañamiento, pero para él, una cosa sin la otra no tenían sentido. No el lógico. Sin más que hacer, alzó la cabeza y buscó a la causante de su futura mala tarde.
Una joven de cabello negro como la noche, con rizos que caían con gracia por debajo de sus hombros. Iba ataviada con un sutil vestido de flores rojas, que se ajustaba en su pequeña cintura y caía con delicadeza sobre sus piernas hasta llegar a las rodillas.
—Buenas tardes señor Fiorella, lamentamos decirle que nos hemos quedado sin pie...
—Si eso escuché —dijo, acercándose con el intento de ver el rostro de la joven. Nariz respingada, piel clara y tersa, largas pestañas y ojos miel redondos y brillantes. Muy bonita.
Dicha joven, giró su cabeza en dirección de dónde provenía una gruesa y profunda voz. Y él la observaba sin ninguna inhibición. Un hombre alto, piel morena, cabello al ras, facciones definidas y masculinas. Además, iba vestido con un traje azul, una camisa blanca con los primeros botones desabotonados, dejando a la vista un poco de vello. Tomó aire, claramente asombrada con semejante criatura.
—Con permiso —dijo la joven y caminó huyendo por algún motivo de aquella penetrante mirada; tamborileando sus caderas sin ninguna intención de coquetería, pero inevitablemente así parecía.
—Que disfrute de ese pie de pera —comentó el joven, con la intención de ponerla más incómoda. Ella sonrió, una muy linda sonrisa, asintió con la cabeza y se alejó. Ni un tan solo gesto de nerviosismo, notó.
Se sentó en unas de las mesas y comenzó a degustar de su late con vainilla y de ese delicioso pie, que al parecer era el favorito de ese atractivo hombre. Sin evitarlo, sus ojos se movieron por el recinto hasta focalizarlo, seguía de pie frente al mostrador, con su mano en la barbilla en un gesto pensativo y la otra pérdida en el bolsillo de su pantalón de vestir. Sonrió, no se le miraba nada decidido, y le era divertido, ¿tanto alboroto por un trozo de pie? Pero entonces, él movió sus ojos y la miró, elevó la comisura izquierda en una sonrisa picará, la cual provocó que la joven desviara rápido sus ojos y se concentrara en su bebida un poco avergonzada al verse descubierta.
Después de decidirse por un tiramisú se fue a una mesa que quedaba a dos de donde estaba aquella chica de cabello rizado. Y de vez en cuando la observaba; era llamativa, aunque se miraba una mujer sencilla, su porte, forma de caminar y delicadeza de facciones lograba llamar la atención. Ni una pizca de maquillaje, logró descubrir, raro en una mujer en tiempos modernos, pero a la vez interesante.
Los minutos transcurrieron y aunque en tales una que otra mirada compartieron y una sonrisa; fue suficiente para acaparar todo el deseo e interés en querer saber más uno del otro. ¿Pero cómo dar el primer paso?
La joven se levantó, pagó la cuenta y caminó rumbo a la salida, pero para llegar a esta debía pasar por donde aquel llamativo hombre estaba inmerso en su teléfono móvil, aferró su bolso y con paso decidido emprendió el trayecto pensando que quizá lograría pasar desapercibida, pero al pasar al lado de él, miró como casi todo el postre estaba ahí, casi intacto. Unió sus cejas con clara curiosidad, ¿qué problema tenía ese sujeto con el tiramisú? Y sin darse cuenta, se encontró situándose frente a él y preguntando.
— ¿Por qué no le gustó? —Se chaqueó la lengua al darse cuenta de su imprudencia, ¿a ella qué le importaba? Pero fue peor cuando el hombre alzó su cabeza y la encaró con aquellos asombrosos ojos chocolate.
—Ya tengo mi predilecto —respondió con simpleza. Dejando un momento de leer los mails en su móvil. Entrecerró los ojos, pegando casi sus rizadas pestañas a sus delicadas ojeras. Le pareció divertido su actuar, ¡hombres y sus temas!, pensó.
—Debería de probar cosas nuevas, ¿ya sabe? Nunca sabemos cuándo algo nuevo será mejor que lo conocido, que con el tiempo tiende a aburrir —dijo, aunado a una linda sonrisa, era sólo un consejo sano. Él asintió con la cabeza, pero al notar como la chica aferraba su bolso para marcharse, habló:
—Quizá..., sería más fácil con una nueva compañía. —Deteniéndola en seco. Sonrió divertido al ver lo aturdida que estaba la joven. Tardó poco en recomponerse.
—Quizá tenga razón... —Nuevamente intentó irse.
—Mañana, a las cuatro aquí mismo, ¿está bien? —Pestañó varias veces, claramente confundida. ¿Acaso la estaba invitando a ella?
— ¿Yo?, ¿nosotros? —cuestionó, señalándose a ella primero y luego a ambos.
—Claro. —Sacó un billete, lo tendió sobre la mesa y se levantó. Ella retrocedió unos cuantos pasos para poder verlo mejor y no tener que levantar tanto la cabeza—, y puede recomendarme un nuevo postre —dijo, mostrando frescura y sus dientes patéticamente blancos y era como si, lo que proponía fuera normal y no tachara en la locura—, ¿qué dice? —preguntó de nuevo. Se observaron por segundos a sus ojos, de los cuales emanaban chispas y brillo como luces artificiales.
La joven ladeó la cabeza y sonrió, un café no le caería mal a nadie, probar cosas nuevas, como ella había recomendado y además, había algo en él que era intrigante, lo cual la invitaba a querer ahondar más. En ambos, cabe aclarar.
—Está bien. —Fueron las palabras que brotaron de su rosada boca.
—Okay... —Inclinó un poco su cabeza, acercándose con semblante misterioso—..., y me llamo, César —respondió, mostrando sus dientes en una sonrisa completa, observando como la mujer frente a él acomodaba un rizo al lado de su cara, apretó sus manos retrayendo el deseo de hacerlo él mismo.
—Maribel. —César asintió, luego de una última sonrisa y mirada escrutadora, giró sobre sus pies encaminándose a la salida.
Maribel, soltó un poco de aire que sin darse cuenta lo había estado conteniendo y decidió por también irse. Solo que mientras andaba por las calles de aquella enorme ciudad, la imagen de aquel hombre parecía no querer salir de su cabeza enmarañada y se encontró deseando que el tiempo pasara volando, para poder volver a verlo. Encuentro que desataría algo más, algo intenso y arrollador. Pues sin saberlo, sin sospecharlo, aquel primer encuentro insignificante, con el tiempo se convertiría en un suceso significativo e importante, el inicio de una historia de amor; dura y dolorosa, pero a su vez hermosa y maravillosa.
N/A: No sé ustedes, pero se me antojo un café y un pie de pera jaja y claro! Un César 😏
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