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Capítulo 7: La realidad se vuelve extraña

El despertador me sacó de forma abrupta del taxi liberador. Tenía que ir a trabajar, no me quedaban muchas opciones. También necesitaba hablar con Rocío urgente, precisaba más datos sobre el reloj que me había regalado y que al parecer era la clave de todo.

Fui hasta el baño y me miré al espejo, las ojeras resultarían imposibles de disimular. Los acontecimientos de los últimos días me habían agotado tanto mental como físicamente.

Mientras desayunaba fui notando cambios en el departamento, algunos eran insignificantes, otros no tanto. El nuevo sillón de tres cuerpos destacaba de forma muy obvia en medio del living, se veía muy cómodo y hermoso. Si hubiera tenido tiempo me habría encantado zambullirme en él durante horas.

A las 8 h de la mañana entré en el estudio, acomodé mis cosas y me senté frente al escritorio de la recepción como todos los días. Cinco minutos después Lola atravesó la puerta y se frenó en seco en cuanto me vio. Era evidente que algo estaba mal, pero yo no tenía ni la más pálida idea de qué era.

—Hola, Ali. ¿Qué hacés sentada ahí? —La cara de sorpresa de la abogada no era buena señal.

En tres segundos mi mente paseó por varias posibilidades. Podía ser que ya no trabajara más en el estudio, lo que significaba que estaba llegando tarde al que fuera mi trabajo actual. Podía ser que me hubiera vuelto millonaria, en cuyo caso debería estar disfrutando de mi nuevo sillón. O podía estar desempleada. La última opción no era la mejor, pero por lo menos no me tenía que tomar la molestia de averiguar cuál era mi nuevo trabajo. Lo de ser millonaria se había descartado solo muy a mi pesar.

—Carina está llegando tarde otra vez —dijo Dolores mirando impaciente el reloj—. En fin, en tu oficina dejé un caso que me gustaría que vieras, me parece que te va a ser muy útil.

¿Me hablaba a mí? Miré para todos lados y como éramos las únicas personas en el lugar, supuse que sí. Bien, eso significaba que seguía trabajando en el estudio, esa era la parte buena. Solo necesitaba saber por qué tenía una oficina propia y cuál era, esa era la parte complicada.

—Gracias, Dolores —dije todavía confundida y sin saber bien de qué hablaba.

Suspiré y tomé mis pertenencias para poder comenzar la búsqueda de una oficina que hasta el momento desconocía que tenía.

—¿Pablo viene hoy? —preguntó Lola antes de entrar en su despacho.

—¿Qué Pablo? —Mi voz temblorosa delataba mi nerviosismo.

—Pablo Herrara. ¿Estás bien, Ali?

—Sí, estoy bien —dije dubitativa— No sé si viene hoy.

—Si viene avisame que necesito consultarle algo —dijo de forma amable antes de perderse dentro de su espacio y cerrar la puerta.

Empecé a recorrer el estudio para dilucidar cuál era la dichosa oficina. Descarté la de Dolores y las de los letrados Federico Estévanez, Leonardo Guzmán y Víctor González del Solar, suponiendo que todavía trabajan aquí. Mientras caminaba recordé que había una pequeña habitación al fondo del piso que solía usarse como archivo y hacia allí me dirigí.

Di varios golpecitos en la puerta y como nadie respondió entré con mucho cuidado. Las certezas no estaban a mi favor y quizás me estaba equivocando. Efectivamente el espacio que recordaba estaba muy cambiado, los archivadores habían desaparecido y ahora funcionaba como una oficina.

Arriba del escritorio pude ver papeles en los que reconocí mi propia caligrafía y un portarretratos que exhibía una foto mía abrazada a mi hermosa Bruma. El corazón se me encogió por varios minutos, pero por lo menos estaba segura de haber encontrado el lugar correcto.

Me senté y me pregunté ¿Y ahora qué? ¿Me había convertido en abogada? Si era así mis clientes podían darse por muertos, porque los conocimientos no iban a aparecer como por arte de magia. Las cosas habían cambiado, pero en mi mente seguía siendo secretaria y recepcionista.

Comencé a mirar mis papeles y anotaciones, parecía una investigación sobre algo. No eran los clásicos papeles que necesitan los abogados. Al margen de un par de expedientes sueltos de casos que llevaba adelante Lola, todo lo demás no tenía mucho sentido para mí.

Lo único que me aliviaba era saber que no trabajaba como letrada, más por el bienestar de los clientes que por el mío, pero otra incógnita reemplazaba a la anterior, si no era abogada, ¿por qué tenía mi propio espacio en un estudio jurídico?

Mientras revolvía los cajones recibí un mensaje de Pablo:

"¡Buen día! Hoy no voy a poder pasar por el estudio, nos vemos mañana. ¿Te parece?"

Respondí un "Dale" provisorio que me diera tiempo de averiguar las razones por las cuales Pablo estaba otra vez en mi vida.

Con el teléfono todavía en la mano busqué con desesperación el chat con Rocío, las cosas habían cambiado tanto que ni siquiera sabía si seguía siendo mi amiga. La realidad se estaba poniendo rara y turbia de verdad.

Cuando verifiqué que la última conversación que había mantenido con ella era la que recordaba, el alma me volvió al cuerpo. Perder a Bruma y a Rochi en una misma semana era algo que no iba a poder soportar. Respiré aliviada y le envié un mensaje:

"Amiga, todo se fue al carajo, necesito hablar urgente con vos"

A los tres segundos ella respondió:

"No vas a creer lo que me pasó, a las 9 voy para tu departamento"

Ninguna de las dos llamaba por teléfono porque ambas sabíamos que en nuestros respectivos trabajos no estaba permitido mantener conversaciones personales, aunque en mi caso esa realidad se había modificado. Estaba sentada sola frente a un escritorio sin saber cuáles eran mis obligaciones, pero con total libertad de acción.

A la hora del almuerzo, mientras yo intentaba armar una especie de rompecabezas con mis propias anotaciones, alguien golpeó la puerta. Sin que yo contestara, una joven simpática entró con total confianza.

—Ali, te traje la comida —Me entregó un paquete y se acomodó del otro lado del escritorio—. No veía la hora de venir a charlar un rato con vos.

Si algo había aprendido en estos últimos días era que tenía que fluir con la corriente. Abrí el paquete mientras ella abría el suyo porque al parecer íbamos a almorzar juntas.

—Hoy llegué tarde otra vez —dijo mientras acomodaba el sándwich y la gaseosa sobre el escritorio—. Anoche me quedé estudiando hasta la madrugada, necesito este trabajo, pero también necesito recibirme y todavía no sé cómo manejar las dos cosas.

Todo indicaba que esta chica era Carina, la nueva secretaria y recepcionista.

—Y sí, es complicado —respondí como para decir algo.

Las respuestas vagas solían ser las mejores en estos casos. Había algunos gestos que me demostraban que entre nosotras había cierta complicidad o algún tipo de amistad, pero para mí era una desconocida por el momento.

—¿Pablo viene hoy? —preguntó a continuación.

Todos estaban obsesionados con Pablo y eso me generaba mucha ansiedad, pero por lo menos esa respuesta la sabía, y saber algo en este contexto era un lujo.

—No, me acaba de avisar que viene mañana.

—Es tan encantador que solo verlo me alegra el día —dijo con una sonrisa cómplice—. Ya lo hablamos, ya sé que son solo amigos, pero entre ustedes hay mucha onda, me cuesta creer que no pase nada.

—Creeme que no pasa nada entre nosotros.

—Es una lástima, es tan lindo y amable.

Carina comentó un par de cosas más mientras terminaba su sándwich y luego se paró.

—Es hora de volver al infierno —dijo con una mueca de desagrado—, si me puedo escapar de nuevo nos vemos más tarde.

Cuando salió, mi mente estaba en blanco. La palabra extraña ya quedaba corta para definir mi situación. El estrés había escalado tanto en mi organismo que mi ojo derecho bailaba la tarantela solo.

Utilicé las últimas horas de la jornada laboral para intentar tranquilizarme y buscar una estrategia clara con el objetivo de comprender mi nueva realidad. Carina podía llegar a ser una fuente genuina de información, solo necesitaba encontrar una forma de abordarla sin que pensara que había perdido la cabeza.

Visualicé mi reloj pulsera, que en este plano giraba para el lado correcto, y como ya era hora de la salida, tomé mis pertenencias y abandoné el estudio como animal que huye de un incendio.

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