Capítulo 6: Martín
Abrí los ojos y me encontré en un departamento que conocía demasiado bien. Ahí supe que era el turno de Martín.
Recorrí el espacio de punta a punta para verificar que estaba sola. Sobre la mesa había una nota que él había dejado antes de ir a trabajar que decía lo siguiente:
"Gordita: Acordate que hoy comemos con los chicos del trabajo. Ponte linda"
Nuestra relación había sido una verdadera montaña rusa de emociones, o al menos así lo recordaba. Lo bueno había sido hermoso y lo malo, catastrófico. Después de dos años de convivencia y sabiendo que las cosas no funcionaban bien entre nosotros, nos habíamos separado de forma bastante civilizada. Al menos todo lo civilizado que puede llegar a ser una separación. A los tres meses él ya había encontrado otra pareja y anunciaba su casamiento con el amor de vida, una chica llamada Antonella. Si bien la noticia no me había hecho mucha gracia en su momento, porque me sentí descartable de alguna manera, no tenía demasiado para reprocharle.
Después de examinar la nota me preparé un café en una taza que en la repartición de bienes había quedado en su poder, y que seguramente Anto había odiado porque era horrible.
Mientras bebía en silencio me preguntaba qué quería mostrarme este No sueño, la historia con Martín había quedado en el olvido hacía mucho tiempo. No lograba entender del todo el mecanismo de esta cuestión onírica.
Miré el reloj que Rochi me había regalado y casi me caigo de la silla. Las agujas daban vuelta en sentido contrario. No sabía bien cómo, pero era evidente que ese reloj era el que provocaba los saltos en el tiempo.
El sonido de la llave en la cerradura me sacó de mis pensamientos y me produjo un revoltijo en el estómago.
—¡Hola, hermosa! —saludó Martín apenas cruzó la puerta y me vio.
Le respondí un hola a secas, fingir amor no está entre mis habilidades más desarrolladas.
—¿Todavía no te cambiaste? —dijo mientras apoyaba sus llaves y su billetera en un mueble que estaba colocado al lado de la puerta—. En un rato salimos para lo de Edu y Flor.
Hacía años que no pensaba en esa gente. Edu y Flor eran las personas más superficiales y aburridas del planeta, y el resto del grupo no se queda atrás en esta carrera de patetismo, pero por experiencia sabía que tenía que fluir con la corriente para ver hasta donde me llevaba todo esto.
—Dame diez minutos —dije mientras colocaba la taza en la bacha.
Fui hasta la habitación, abrí el placard y mientras miraba mi ropa quedé un poco desorientada. No me reconocía a mí misma en esas prendas, era evidente que mis gustos habían cambiado mucho con el paso del tiempo. Elegí el atuendo que me pareció más correcto para una cena con amigos y me maquillé en cinco minutos.
Cuando regresé al comedor pude ver la mirada de desaprobación de Martín. Esperé unos segundos y como no abrió la boca decidí no darle importancia.
—Ya estoy, ¿vamos?
—Vamos —contestó frío y cortante, mientras agarraba el vino que teníamos que llevar.
Nos subimos al auto, y a continuación condujo en silencio absoluto y sin siquiera mirarme durante treinta minutos. Estaba aplicando la ley del hielo, lo sabía a la perfección, no era la primera vez que lo hacía. Para ser franca el hecho de que me ignorara adrede, no me molestaba en lo más mínimo, pero había que reconocer que la Alina de ese entonces lo habría sufrido. Estaría preguntándose qué había hecho mal y qué debería hacer a continuación.
Cuando entramos a la casa y saludamos a todos Martín le entregó la botella a Eduardo.
—Trajimos esto porque a Alina se le ocurrió que era una buena idea comprar un vino así de malo. La próxima vez me voy a encargar yo, no te preocupes —dijo exponiéndome delante de todos.
No sabía que yo había sido la encargada de comprar el vino, pero era un detalle sin importancia. En ese momento algunos recuerdos decidieron salir a la luz, recuerdos que probablemente había enterrado en algún rincón de mi memoria.
Martín solía humillarme en público cada vez que podía. Yo jamás cumplía con sus estándares de excelencia porque la vara estaba demasiado alta. Ni yo ni nadie podría llegar a su marca de perfección ya que era prácticamente inalcanzable. Sin embargo, esto había calado fuerte mi autoestima. Si alguien te hace sentir estúpida durante tanto tiempo, en algún momento comenzás a creer que es verdad.
Este NO sueño estaba resultando muy incómodo, pero por fin podía ver su objetivo.
Como no estaba segura de poder seguir reviviendo ese momento completamente sobria, decidí abrir la botella de vino que mi pareja había desaprobado y que yo estaba decidida a consumir de todas formas. Tomé el sacacorchos de la mesa y Flor me interrumpió.
—¿Querés que le digamos a los chicos que la abran? —preguntó Florcita, siempre tan amable, tan bella e inútil.
—No, gracias, te juro que puedo —dije con una sonrisa.
En la otra realidad hacía más de cinco años que vivía sola, podía con casi todo, un sacacorchos no representaba un problema importante. En tres movimientos coordinados abrí la botella y me serví una copa de vino bien cargada, no sin antes ofrecer la bebida al resto del grupo.
Las conversaciones aburridas y superficiales que siguieron a continuación me cargaron de mucho mal humor. Los tópicos habituales se repetían en cada encuentro como si se tratara de una reunión de consorcio y alguien estuviera siguiendo una agenda. Intenté hablar lo menos posible, no me interesaban mucho las opiniones de estas personas que ya no estaban en mi vida.
Cuando llegamos al momento de actualidad, entre el plato principal y el postre, a Martín le pareció buena idea hablar sobre la marcha del orgullo LGBTQ+, que había tenido lugar solo unos días atrás y en la cual reclamaban la sanción de la Ley de Identidad de Género.
—¡Son unos impresentables! —dijo Eduardo negando con la cabeza.
—Para mí se merecen un aplauso de pie. Están luchando por una ley más que justa y cuando logren la sanción voy a ser tan feliz que lo voy a celebrar —anuncié para sorpresa de todos los comensales.
—Si llego a tener un hijo rarito lo desheredo —declaró Martín clavándome la mirada mientras sus amigos celebraban la ocurrencia.
Mi querido Martincito era soberbio, cerrado y homofóbico, todo en un mismo pack, hasta regalado resultaba una estafa.
Quise hacer caso omiso al comentario, pero la palabra rarito resonaba en mi cabeza como un bucle y aunque sabía que las personas que tenía enfrente eran demasiado inmaduras como para comprender algo desde otra perspectiva, no estaba dispuesta a callarme nunca más. Necesitaba mostrar mi desconformidad de alguna forma.
—Si llegás a tener un hijo "rarito" como vos decís, podrás cagarle la vida mientras estés en este mundo, cosa que ya me parece cruel y lamentable hasta para vos, pero no vas a poder desheredarlo. En Argentina es casi imposible desheredar a un hijo, se tiene que dar un caso muy grave y particular para que un heredero pierda su derecho como tal.
Tuve la inteligencia de omitir que desde de la última reforma del Código Civil y Comercial de la Nación realizada en el año 2015, ya no existe la desheredación en nuestra ley. Solo se puede impugnar a un heredero por indignidad o ingratitud respecto al difunto, y que solo se admite teniendo pruebas contundentes y sólidas de un acto extremadamente perjudicial contra el padre o ascendiente.
—No seas ridícula, Ali. ¿Y si dejo un testamento? —dijo con tono burlón.
—No seas ridículo, Tincho. Enfocate más en investigar que en ver películas yankis. Si tenés dudas podés buscarlo en el Código Civil argentino o en Wikipedia, no es tan complicado.
No había nada que enfureciera más a Martín que alguien atentara contra su delirio de superioridad, pero sus reacciones cuando estábamos frente a otras personas solían ser más apaciguadas que en la intimidad de la pareja.
—Es evidente que mi mujer hoy tiene ganas de pelear, estudió cuatro materias de derecho y se cree abogada —dijo más para los demás que para contestarme a mí.
—No, no quiero pelear ni me creo abogada, pero me respeto lo suficiente como para no soportar un comentario que me irrita mucho y que para colmo tiene bases incorrectas, tanto éticas como legales.
Martincito nunca perdía oportunidad para menospreciarme. Todo podía usarse en mi contra cuando él considerara conveniente. La realidad es que había estudiado derecho durante cuatro años, había dejado la carrera en un momento de crisis vocacional para luego arrepentirme de eso durante mucho tiempo. Ese tema me dolía y él lo sabía.
—Vamos a comer el postre en el living —propuso Florencia intentando cortar la conversación que se estaba tornando complicada.
Mientras me levantaba pude ver que Eduardo le decía algo a Martín cerca del oído.
—Me parece que hoy sale la titular del equipo y entra a la cancha la suplente. Avisale a Anto que se vaya poniendo la camiseta —dijo Edu en voz baja pensando que no llegaría a escucharlo.
Cuando se dio vuelta yo estaba parada detrás. Lo miré fijo para que supiera que lo había oído a la perfección, pero no dije nada, no valía la pena discutir con un payaso. Rocío tenía razón, mi salud mental estaba por encima de todo este circo. Me conformaba con saber que mis sospechas eran ciertas. Siempre había creído que Antonella ya estaba en la vida de Martín mucho antes de que nuestra historia culminara, de ahí la sensación de haber sido descartada.
Todo esto era muchísimo para mí. No podía seguir más en ese lugar, ya había visto todo lo que necesitaba ver. Me frené de pronto e hice un saludo general.
—Agradezco a todos por esta velada maravillosa —dije de forma irónica mientras tomaba mi abrigo y mi cartera—. Quizás nos volvamos a cruzar en alguna ocasión... o quizás no.
Mientras todos intentaban procesar mi comportamiento, le pedí a Flor que me abriera y salí en busca de un taxi que me llevara de nuevo al departamento.
Quince minutos después de que yo llegara Martín entró dando un portazo. Ni lo miré, estaba concentrada preparando un bolso con lo indispensable para salir de ahí lo más rápido posible.
—¡Qué exagerada sos! Te encanta armar escándalos por boludeces y hacerme quedar mal adelante de mis amigos.
—No voy a entrar en tu juego, hoy no —dije sin interrumpir mi tarea—. Nada de esto es mi culpa.
—¿Reaccionás como una demente y yo tengo la culpa?
—Reacciono así porque vos me herís constantemente y jamás pedís disculpas. En estos años me manipulaste, me denigraste y me mentiste a tu antojo, hasta tuviste el atrevimiento de llamarme tonta, cínica, tóxica y paranoica, y en realidad creo que estabas mirándote a vos mismo en un espejo.
—Siempre en el papel de víctima —dijo Martín de forma despectiva —. No sé qué hago con una mujer como vos, no me llegás ni a los talones.
—Esa parte tiene algo de verdad —Me di vuelta y lo miré a los ojos—. Para vos nunca voy a ser suficiente. Es simple, nadie será suficiente. Nunca. Ni siquiera la bella Antonella, que no tiene idea del infierno que le espera.
—¿Quién es Antonella? ¿Te volviste loca? —preguntó a los gritos.
—Los dos sabemos bien quién es Antonella y los dos sabemos bien que jamás lo vas a admitir, y eso es precisamente lo que me impulsa a alejarme de vos lo más rápido que pueda, mientras pueda.
Cerré el bolso, caminé hasta la puerta y me fui sin decir una sola palabra más. El taxi estaba esperándome tal como yo se lo había solicitado, me subí y antes de que pudiera decirle hacia donde nos dirigíamos perdí el conocimiento.
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