Capítulo 4: Javier
Me desperté en mi cama, pero no en mi cama actual, en la cama de mi habitación de la casa de mis padres. Otra vez me invadió la sensación de que mi sueño no era un sueño, pero lo bueno es que ya sabía cómo venía en tema y por lo menos estaba sola, sin 30 pares de ojos observándome.
Me incorporé y me miré en el espejo que estaba pegado a la cama. Examiné con cuidado mis facciones jóvenes y mi cabello teñido de negro. A juzgar por mi apariencia tendría unos 18 años en ese momento.
Estaba vestida como para ir a bailar o a una reunión o algo de ese estilo. Tenía una falda corta y una remera brillosa escotada. La voz de mi mamá me sacó de mi ensimismamiento.
—Ali, vino Javi, te está esperando en el comedor —anunció mientras se asomaba por la puerta.
Quedé asombrada de verla tan joven y bella. Hubiera querido abrazarla con mucha fuerza, pero me contuve para no actuar de forma extraña, otra vez.
—Decile que ahí voy, ma.
Cuando salió de mi habitación, me incorporé de la cama y recién ahí pude notar la altura que tenían los tacos de mis zapatos. Hacía muchos años que no hacía semejante ejercicio de equilibrio sobre mi calzado.
Bajé la escalera como pude y ahí lo vi esperándome. Javier, mi primer novio formal, un pelotudo importante que me hizo perder un año de mi vida con su machismo recalcitrante y discusiones ridículas. Apenas me vio se le transformó la cara.
—Con vos así vestida no voy a ningún lado —dijo cortante.
Ni hola me había dicho todavía y ya tenía que indicar su disconformidad con mi vestuario.
—Yo voy a ir así, si me querés acompañar sos bienvenido y si no me da igual —contesté con una tranquilidad que ni yo sabía de donde había sacado.
Para ser franca, no sabía bien cuál era nuestra salida programada y los zapatos me estaban matando, pero no iba a permitir que me dieran órdenes.
—Andá a cambiarte que vamos a llegar tarde —dijo como si no hubiera escuchado una sola palabra de lo que yo había dicho.
De un segundo para otro la tranquilidad se había esfumado y mi cerebro estaba a punto de explotar de furia.
—A ver, engendro salido de una cueva de machirulos insoportables, ¿qué parte no entendiste de lo que te acabo de decir? —contesté casi a los gritos.
Mi agresividad repentina lo confundió un poco y quedó callado por varios segundos. Se lo notaba más desorientado que hippie en fiesta electrónica.
—Yo no voy a ir con vos si estás vestida así.
—Flaco, ya lo dijiste tres veces, ¡qué pesado sos! Y aparte bastante estúpido porque no estás entendiendo. Si no querés ir ahí tenés la puerta —anuncié señalando la puerta de salida.
—Si me voy no me ves más un pelo en toda tu vida —amenazó.
Algunas situaciones pierden efecto con el paso del tiempo, por lo que sus amenazas me parecían patéticas. Lo mismo me había sucedido con la profesora de matemáticas que ya no me generaba terror con su sola presencia.
—¡Me estarías haciendo un favor enorme! —respondí.
Javier se puso blanco como un papel, algo no le cerraba en esta ecuación. Habíamos tenido discusiones similares un millar de veces y el final siempre era el mismo, yo me cambiaba la ropa para ahorrarme el mal trago y él se salía con la suya.
—¿Estás rara? ¿Qué te pasa?
—¡Estoy mejor que nunca! Tengo una claridad mental absoluta. Es más, podés irte ya adonde quiera que la vida te lleve, mientras sea lejos mío —Le tiré un besito volador con la mano y sonreí—. El mundo es tuyo, no tenés más que salir por esa puerta.
Javier dio media vuelta entre confundido e indignado y se fue dando un portazo.
Mi hermano salió de la cocina aplaudiendo, aparentemente había escuchado toda la conversación.
—¡Bravo, hermanita! Era hora de mandaras a la mierda a ese pelotudo infumable.
En esos tiempos mi hermano y yo teníamos una relación complicada. La adolescencia nos había alejado y discutíamos por casi cualquier pavada. Por ese motivo lo que hice a continuación lo tomó por sorpresa. Lo miré, sonreí y lo abracé con todas mis fuerzas.
—Te amo, hemanito. Sos un tipazo y vas a tener una vida hermosa, porque la gente hermosa encuentra personas hermosas en su camino.
Lo que no sabía él era que yo hablaba con conocimiento de causa. Había formado una familia bellísima junto a una mujer extraordinaria y habían tenido dos hijos preciosos que yo amaba con locura y eran mi debilidad.
—En algo tiene razón este idiota, estás rara.
Dejé que mi hermano asimilara mi demostración repentina de amor y me fui a cambiar a mi habitación. No tenía idea de los planes para ese día y siendo sincera me importaban muy poco.
Cuando volví a la planta baja me encargué de alborotar al resto de mi familia. Propuse mirar una película mientras comíamos chocolates y pochoclo. Todos estaban un poco sorprendidos de que hubiera abandonado mi actitud de adolescente rebelde que prefería estar en cualquier sitio que no fuera esa casa. Sin embargo, yo disfruté de cada segundo sabiendo que este acontecimiento no volvería a repetirse.
Me desvanecí apenas volví a mi cuarto y estaba por acostarme en mi cama de la juventud.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro