Capítulo 3: El NO sueño
Me desperté en el sillón con el cuello adolorido. Rochi dormía a mi lado, ya era de día y la tormenta había pasado.
Quizás sí había sido un sueño después de todo. Observé mi mano, el reloj estaba ahí y la herida también.
—¡Rochi, despertate! —grité.
Mi amiga se sobresaltó y me miró con cara de susto.
—¿Qué pasó? —Rocío todavía no sabía ni dónde estaba—¿Necesitás algo, palomita?
Una de las peculiaridades más bonita que tenía Rocío era que cuando estaba nerviosa o triste necesitaba usar nombres de aves. Los que la conocíamos bien sabíamos que cuando empezaba a nombrarlos sin parar significaba que las cosas habían sobrepasado sus límites, esa era su forma de autorregularse.
—¡Tuve un sueño rarísimo! En realidad, no sé si fue un sueño o no —dije dubitativa.
—Pará, preparo el mate y me contás —Hizo una pausa para terminar de despertarse—, sin el mate no funciono bien.
Rocío fue hasta la cocina a preparar el desayuno. Cuando volvió con el termo y el mate se sentó a mi lado para oír la historia. Le conté todo lo que recordaba de un tirón y ella tuvo la amabilidad de no interrumpirme.
—A ver, vamos por el principio —Acomodó un poco las ideas en su mente y siguió—. Tuviste un sueño horrible y eso era de esperarse porque ayer fue un día terrible para vos, pero no sé qué te hace pensar que no fue un sueño.
—Rochi, toda la vida tuve sueños y pesadillas, pero esto se sintió distinto, real... no sé muy bien cómo explicarlo.
Rocío me miraba con seriedad. Solía tomarse con seriedad cualquier cosa que para la otra persona lo fuera, más allá de su opinión personal. Ese es el mejor ejemplo que conozco de respeto hacia el otro y su sentir. Si un niño le plateaba su enorme tristeza porque su globo había estallado, ella podía escuchar durante horas a ese niño angustiado. Y estamos hablando de un globo cuyas funciones principales son inflarse y estallar.
—Bueno, analicemos un poco este NO sueño que tuviste, quizás ahí está la clave.
—Bien, en conclusión, insulté al bully de la secundaria, le dije a la profesora un par de verdades, y cuando me di cuenta en el medio del NO sueño de que no era un sueño en realidad, tuve un ataque de pánico.
—¿Y Pablo? ¿Quién es Pablo?
—Era mi amor de la secundaria, lo amé en secreto durante 5 años.
—¿Cómo nunca me contaste esto? —dijo mi amiga sorprendida.
—Porque no es importante, Rochi. Fue mi primer amor, pero nunca pasó nada con él, no había mucho para contar.
—Está bien, te perdono —dijo riendo—. Yo igual sigo pensando en tu ira desmedida hacia Manuel. Quizás era un chico con problemas más graves después de todo.
—Probablemente, pero no lo justifiquemos. Nos hizo la vida imposible a casi todos. Tendría que haber encontrado una forma más sana de gestionar sus problemas.
—¡A los 16 años nadie tiene la capacidad de manejar bien sus problemas, Ali! Incluso hay gente de nuestra edad que todavía no sabe cómo hacerlo.
—Entiendo —contesté un poco exasperada—. ¿Podemos volver a la parte de que no fue un sueño?
—Tu teoría es interesantísima, pero no veo forma de corroborar todo esto.
—Yo tampoco —dije resignada.
—Bueno, dejemos todo así, le vas a contar a tu psicóloga en la semana y después lo volvemos a charlar si querés.
Después de hablar con Rocío me sentí más tranquila. Por lo pronto tenía cosas más importantes en qué pensar, como la cremación de Bruma.
Luego del almuerzo, Rocío volvió a su casa, porque tenía tres gatos que necesitaba alimentar y seguro la estaban extrañando.
En algún momento de la tarde escuché a los obreros trabajar en el edifico. Por supuesto iban a cobrar una fortuna por venir a trabajar un domingo, las expensas se iban a ir por las nubes el mes siguiente. Un rato más tarde la electricidad volvió. Bruma no estaba más y yo tenía hueco enorme en mi corazón, pero por lo menos podía poner a cagar mi teléfono que se había quedado sin batería en algún momento de la madrugada. Esta mezcla absurda de realidades me dio náuseas.
Cuando logré encender el aparato pude ver que tenía tres llamadas perdidas. Una del veterinario, otra de mi mamá y la tercera de Pablo Herrera. Lo curioso de todo esto es que hacía más de quince años que no hablaba con Pablo y por supuesto jamás había agendado su número en mi teléfono.
No había sido un sueño después de todo.
Intenté manejar mi ansiedad con calma, lo último que necesitaba era otro ataque de pánico. Devolví las dos primeras llamadas e ignoré la de Pablo, no podía enfrentarme a esa situación todavía.
El resto del día mi mente se convirtió en un torbellino de pensamientos. No podía dejar de darle vuelta a todos los acontecimientos de las últimas horas. En algún punto el cansancio me venció y me quedé dormida.
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