Capítulo 2: Pablo
Para ser un sueño se veía todo muy real, hasta podía sentir dolor en el cuello por haberme dormido en una posición incómoda.
—Srta. Alina Campos, veo que se quedó dormida durante mi clase, imagino que anoche tuvo cosas muy importantes que hacer y no perdió el tiempo durmiendo —ironizó la profesora de matemáticas mientras se acomodaba los lentes.
El silencio y la confusión se habían apoderado de mi mente. A continuación, la mujer se paró y caminó despacio hasta posicionarse frente a mí. Era obvio que la humillación no iba a terminar pronto.
Había olvidado lo desagradable que podía llegar a ser esta mujer, lo bueno es que ya no me provocaba el terror que solía provocarme a los 16 años.
—Todavía no contestó mi pregunta —dijo seria y desafiante.
Técnicamente no había hecho ninguna, de cualquier manera, yo no estaba en posición de responder ningún tipo de cuestionamiento, porque no sabía qué mierda estaba pasando. Quizás era solo un sueño, muy real, demasiado real. Entre esto y la muerte de Bruma la próxima sesión con la psicóloga iba a ser épica, demencial.
De pronto el silencio incómodo se vio interrumpido por el bully de la clase y su séquito de reidores oficiales, por no decir pelotudos de turno. Si había alguien que me generaba verdadero asco y deprecio ese era Gastón Rodríguez.
Ignoré por completo a la profesora que seguía buscando una respuesta a una pregunta no formulada y me miraba amenazante, para dirigirme a mi compañero.
—¿De qué carajos te reís, pedazo de idiota? No me extraña que hayas terminado como un fracasado. Tenías tanta mierda adentro que en algún momento se desbordó y no quedó nadie al lado tuyo para rescatarte de tu miseria.
—¡Señorita Campos! No puedo permitir que insulte a un compañero.
—¿Y sí puede permitir que este idiota se burle de todo el mundo, profesora? ¿Su indignación con las faltas de respeto es selectiva o qué? —dije elevando el tono de voz que ya de por sí estaba elevada.
Un momento de confusión absoluta se adueñó de todo el salón, todos habían quedado boquiabiertos con mi planteo, a excepción de mí que miraba a todos de manera despectiva. Lo único que quería era salir de esa pesadilla.
—¡Si sigue con estas contestaciones no me va a quedar otra opción que amonestarla!
—¡Usted puede hacer lo que se le cante! Y francamente yo también, pero en su lugar me inclinaría por observar más a los alumnos para identificar las verdaderas conductas nocivas en su clase. Los conocimientos tarde o temprano se adquieren, pero el daño psicológico es muy difícil de reparar. ¡Vamos a necesitar años de terapia para olvidarnos de este tipo! —sentencié a los gritos señalando a Manuel que había quedado impactado con tanto revuelo.
Algo repentino me sacó de mi impetuoso discurso. En algún momento de toda esta locura, me había lastimado la mano con algún elemento y podía ver las gotas de sangre que brotaban de la herida, pero eso no era todo, a continuación, visualicé en mi muñeca el reloj que me había regalado Rocío la noche previa. Esto no era un sueño, no podía serlo. Esto estaba sucediendo de verdad.
La profesora comenzó a decir algo, pero yo ya no escuchaba nada. De pronto lo sentí, estaba teniendo un ataque de pánico en medio del NO sueño, en medio de esta realidad paralela en la que me encontraba. La confrontación, la ansiedad y el estrés funcionaban como desencadenante de este mecanismo que yo ya tanto conocía. La situación general estaba afectando seriamente a mi psiquis.
Empecé a sudar frío, el corazón se aceleró en un instante, y el mareo y la falta de aire no me dejaban pensar con claridad. Necesita salir del aula lo más rápido posible. Me paré de forma brusca y abandoné el lugar sin ningún tipo de miramiento. A mis espaldas podía escuchar voces desdibujadas y sin sentido para mí.
Me senté en el pasillo respirando lento y tratando de controlar los síntomas hasta que la crisis pasara. El cuerpo me temblaba y sentía que el corazón iba a salir de mi pecho en cualquier momento, pero la peor parte siempre es el ahogo, la sensación de que el aire no está ingresando en tu cuerpo.
A los cinco minutos tenía a la profesora, a la preceptora y a la directora paradas frente a mí con cara de susto. Sus voces me resultaban lejanas, pero sus expresiones eran inconfundibles, la preocupación le había ganado la batalla a la indignación por mi comportamiento indebido.
—Necesitamos saber qué te pasa para poder ayudarte, ya llamamos al servicio de emergencias —dijo la preceptora articulando muy lentamente.
—A no ser que tengan un ansiolítico a mano no pueden ayudarme, solo necesito silencio y un rato para tranquilizarme, estoy sufriendo un ataque de pánico —comuniqué de forma pausada mientras intentaba regular mi respiración.
El revoleo de ojos me recordó que por ese entonces nadie tenía muy en claro qué era un ataque de pánico ni cómo funcionaba. Hubiera pasado lo mismo si hablaba de identidad de género, de neurodivergencia o de redes sociales. Eran todos conceptos vagos y todavía indefinidos que no habitaban el imaginario colectivo de la población en ese tiempo-espacio.
Ignoré las miradas mientras trataba de respirar de forma pausada. Yo sabía cómo tranquilizarme, sabía cómo hacer que todo pasara, pero esta gente no me estaba ayudando para nada.
Cuando la ambulancia llegó las tres personas adultas que estaban a cargo de la situación corrieron a la entrada para recibirlos, podía considerarse una negligencia de su parte, pero yo lo agradecí con todo mi corazón, era mejor estar sola que tener que contestar boludeces en medio de una crisis. Mis compañeros miraban desde lejos, calculo que nadie sabía si me estaba muriendo o si estaba poseída por el demonio.
Un amigo se separó del grupo para venir a asistirme. No sé qué tanto sabía Pablo de ataques de pánico, pero solo se sentó a mi lado de forma tranquila y eso era lo único que necesitaba, contención silenciosa. Lo siguiente que recuerdo es que me desvanecí.
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