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Capítulo 9

"Imprimación concebida"

El silencio que siguió fue abrumador, casi palpable, mientras Paul se encontraba cara a cara con Amore. Los ojos de la loba, brillantes como el oro fundido y atravesados por un misterioso azul celeste, se clavaron en él. En ese instante, todo cambió. El mundo pareció detenerse a su alrededor. La fogata, las voces de la manada, el crujir de la madera... todo se desvaneció en un vacío distante.

Paul sintió un latido profundo en su pecho, uno que no era sólo suyo, como si su corazón se hubiera sincronizado con el de ella en ese preciso momento. La impronta. Siempre había escuchado hablar de ella, de lo inevitable que era, de cómo ataba a dos seres de una manera que escapaba al entendimiento humano. Pero jamás imaginó que lo golpearía de esa manera: un torbellino de emociones tan intenso que lo dejó paralizado, mudo, incapaz de hacer otra cosa que mirar.

Sus pensamientos se desvanecieron cuando los ojos de Amore lo atravesaron con su inmensidad. Era como si estuviera viendo su propia alma reflejada en esos colores imposibles. Todo lo que había sentido por meses —la ira inexplicable, la tensión, esa sensación de incomodidad que lo invadía cada vez que pensaba en ella— ahora cobraba sentido. Era ella. Siempre había sido ella. La loba salvaje que habitaba en los márgenes de su conciencia, en los rincones de su mente donde no se atrevía a mirar.

Su respiración se hizo errática, como si el aire hubiera dejado de ser suficiente. Sintió sus músculos tensarse, no de furia, sino de algo más profundo, más básico. Una necesidad, una urgencia que lo consumía desde dentro. No era lujuria, no era deseo. Era más primitivo. Un hambre que no podía saciarse con palabras o gestos. Paul estaba siendo arrastrado hacia algo más grande que él mismo, algo que no podía controlar.

La conexión entre ambos se fortalecía con cada segundo que pasaba. Era como si estuvieran unidos por un hilo invisible que tiraba de ellos, una atracción tan poderosa que hacía imposible apartar la mirada. En un solo latido, Paul comprendió todo. Los meses de rabia, las noches en las que no podía dormir, la frustración que lo carcomía sin saber por qué. Todo se debía a ella. Amore había estado en su vida mucho antes de que se diera cuenta. Incluso antes de este momento, había sido suya, en un sentido que trascendía la comprensión humana.

El Conflicto. La mente de Paul gritaba en conflicto. Él, el lobo más indomable y rebelde, siempre había rechazado la idea de la impronta como una atadura, una cadena que lo obligaba a un destino preestablecido. Pero ahora, frente a la realidad innegable de lo que sentía, no podía luchar. No podía huir. Estaba atrapado. Y lo peor de todo era que no quería escapar.

Sentía el peso de esa conexión en cada célula de su cuerpo, como si su humanidad se estuviera disolviendo y todo lo que quedara fuera el lobo dentro de él. El lobo que, desde el primer momento, había reconocido a Amore como su compañera. Su mente trataba de resistir, pero su alma ya había cedido.

El rostro de Paul se suavizó, algo que no era común en él. Sus ojos oscuros dejaron de ser duros y, por primera vez en mucho tiempo, mostraron vulnerabilidad. Un reconocimiento profundo, una aceptación que lo desarmaba. No podía hablar, no podía siquiera moverse. Solo podía sentir.

Amore, por su parte, mantuvo la mirada fija en él. Sus ojos dorados y azules brillaban con una sabiduría ancestral, pero también con algo más. Algo suave, cálido. Había en ella una quietud que contrastaba con el torbellino de emociones que desgarraba a Paul desde dentro. Ella lo conocía. Lo entendía. Y, de alguna manera, lo había estado esperando.

«Paul», la voz suave de Amore resonó en su mente, rompiendo el silencio que lo mantenía prisionero. No era una orden, no era una demanda. Era una aceptación total. La loba lo había elegido, no por lo que era, sino por lo que podía llegar a ser junto a ella.

La impronta no era una atadura, comprendió Paul. Era libertad. Libertad de ser él mismo, de ser el lobo y el hombre en su forma más pura. Amore no lo retenía, lo liberaba.

La comprensión lo golpeó con tanta fuerza que sintió sus rodillas aflojarse. El peso de esa revelación era abrumador, pero al mismo tiempo, lo hacía sentir ligero, como si se hubiera quitado una carga de encima. Su respiración se calmó, y por primera vez, en lo que parecían años, una paz profunda lo invadió. Había encontrado su lugar. Y ese lugar era junto a ella.

Finalmente, después de lo que parecieron horas pero que sólo fueron unos segundos, Paul abrió los labios. Su voz era ronca, apenas un susurro.

—Amore...

No había necesidad de más palabras. Todo lo que necesitaba decir estaba en esa única palabra. Amore lo miró, y en ese instante, ambos comprendieron que el destino había hecho su elección.

El silencio era pesado, como si todos los presentes en la fogata contuvieran la respiración en un único momento. El consejo, compuesto por Billy, Sue, el viejo Quil y Harry, observaba a Paul con atención, sus ojos reflejando una mezcla de anticipación y comprensión. Sabían que este momento era decisivo para la manada. La impronta no sólo definía a los lobos individualmente, sino que mantenía el equilibrio del grupo y su conexión con la naturaleza misma.

La voz de Sam fue la primera en romper la quietud, firme pero con un toque de asombro en su tono.

—Paul... lo has aceptado —dijo, como si no fuera sólo una observación, sino también una afirmación del destino.

Paul, aún en un estado de shock controlado, apenas asintió. El vínculo que lo unía a Amore era algo que no podía explicarse con palabras, pero lo sentía en cada fibra de su ser. Su mente seguía procesando lo que significaba ser el elegido, el compañero destinado de la loba guardiana del equilibrio. Estaba desbordado, pero también completo, como si una pieza perdida de sí mismo hubiera sido finalmente colocada en su lugar.

Quil Ateara, el más anciano del consejo, asintió lentamente, como si estuviera reconociendo algo que había esperado por mucho tiempo.

—La Leyenda Kattüpraimer no es simplemente un mito. Paul ha encontrado su impronta, y con ello, ha sellado el destino de esta manada. El equilibrio será restaurado —dijo Quil, su voz temblando ligeramente con la emoción de la revelación.

Embry y Jared, sentados a un lado, intercambiaron miradas sorprendidas. Embry fue el primero en hablar, con una mezcla de asombro y admiración.

—¡No puedo creerlo! La leyenda era real todo este tiempo. Y Paul... tú eres el elegido —dijo Embry, inclinándose hacia adelante como si tratara de captar la magnitud del momento.

Jared, siempre más pragmático, exhaló con fuerza, aunque en su mirada había respeto. Sabía lo que implicaba ser improntado, pero esto era diferente. Esta no era una simple impronta, era algo más profundo, más ancestral.

—Es una responsabilidad enorme, Paul. La guardiana del equilibrio natural... esto cambia todo —comentó Jared, mirando de reojo a la loba, que seguía sentada, serena, observando todo con sus penetrantes ojos.

Leah, quien había permanecido en silencio, se cruzó de brazos, su mirada más analítica. Aunque reconocía la importancia del momento, no pudo evitar soltar un comentario sarcástico, típico de ella.

—¿Así que el rudo de Paul tiene a una loba guardiana del equilibrio como impronta? Bueno, eso sí que es algo que no esperaba ver —dijo Leah con una sonrisa ladeada, aunque en el fondo, se sentía ligeramente conmovida.

Paul la miró por un momento, con una mezcla de humor y comprensión. Incluso en un momento tan intenso, la ironía de Leah era casi bienvenida.

—Créeme, Leah... yo tampoco lo esperaba —respondió Paul, su voz ronca pero con una ligera sonrisa en los labios, aún intentando procesar lo que acababa de suceder.

Seth, siempre el más entusiasta de la manada, no pudo contener su emoción. Sus ojos brillaban mientras observaba a Paul y a Amore.

—¡Esto es increíble! Esto es... ¡es como una historia épica de las leyendas antiguas! —exclamó Seth, prácticamente saltando de su lugar—. Paul, eres parte de algo mucho más grande ahora. Esto no es sólo una impronta común.

Billy Black, quien hasta entonces había permanecido en silencio, finalmente habló. Su tono era solemne, pero había un toque de satisfacción en su voz.

—Esto es más que un vínculo entre dos almas. Esto es una promesa al equilibrio de la naturaleza, a la historia de nuestra tribu y al legado de nuestros ancestros. Paul, tu unión con Amore no sólo afectará a tu vida, sino a la de todos nosotros, y a las generaciones que vendrán. Debemos proteger ese vínculo —dijo Billy, mirando directamente a Paul, pero luego dirigiendo su mirada a la loba.

Amore, sentada en silencio junto al fuego, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto hacia Billy y el consejo. No habló, pero su gesto era suficiente para hacerles saber que ella entendía la magnitud de lo que sucedía.

Sam, siendo el Alfa, tenía la última palabra. Se acercó a Paul, colocando una mano firme en su hombro. Había una mezcla de respeto y advertencia en su mirada.

—Este vínculo es sagrado, Paul. Y como parte de la manada, te apoyaremos, pero también te vigilaré. Debes comprender que, al ser el compañero de la guardiana del equilibrio, llevas un peso más allá de lo que cualquier otro ha llevado antes. Debes estar preparado —dijo Sam con firmeza, pero sin dureza.

Paul, aún procesando todo, asintió. Sabía que tenía una responsabilidad inmensa sobre sus hombros ahora, pero también sabía que no estaba solo. Amore estaba con él, y juntos encontrarían la manera de equilibrar el caos que a veces gobernaba su vida.

Finalmente, Amore se levantó con gracia, caminando lentamente hacia Paul. Al acercarse, ella bajó la cabeza, tocando su frente suavemente contra el pecho de Paul en un gesto simbólico de aceptación y conexión. Era su forma de sellar el vínculo ante la manada y el consejo.

Los miembros de la manada observaron con respeto. Había algo profundamente conmovedor en ese momento. La guardiana del equilibrio había encontrado a su compañero, y con ello, todos sabían que algo trascendental había comenzado.

El fuego de la fogata crepitó, como si reconociera el significado del instante, y en el aire flotaba una sensación de victoria silenciosa, compartida por todos.

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