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03 - Camino Rocoso I

Miraba a los corceles correr a toda velocidad en aquella pista rústica, en la que cada paso que daban los corceles levantaba una nube de polvo enorme, pero eso en vez de disgustar, era el deleite de aquel grupo de hombres millonarios que observaban maravillados aquellas carreras por saber quién sería el vencedor, fumaban y bebían mientras observaban a los animales correr, eso era la definición perfecta de vida para ese grupo de propietarios adinerados y de sus esposas, o bueno, los que sí tenían esposa.

— Increíble — murmuró observando al hermoso corcel alazán que ganaba la carrera con mucha ventaja, volteando rápidamente hacía un grupo de hombres que palmeaban y felicitaban a un alto sujeto de cabellera y ojos azules que fumaba un habano con tranquilidad.

— ¡Vaya Robert, ese animal tuyo es increíble! — exclamó uno de estos sujetos — ¡Debes llevarlo a correr en Santa Anita, arrazará con todos!

— Aún es un potro, Jerome — dijo aquel sujeto sonriendo con modestia, mientras alguien no muy lejos de él, no dejaba de mirarle con atención.

— Precisamente por eso es que debes explotar su potencial, ¿quién sabe? si se vuelve bueno podrías vender sus derechos como semental, y eso te haría ganar mucho.

— Ya veremos Jerome, por ahora ¿qué dicen si vamos a tomar algo? yo invito — dijo amablemente aquel refinado caballero, mientras sus contrarios sonrieron entre ellos y avanzaron rumbo a la salida de aquellas gradas.

— Es bastante atractivo — murmuró una señorita rubia que estaba parada junto a un chico de cabello negro y ojos cafés, quien no dejaba de ver con detenimiento al fino caballero cuyo caballo acababa de vencer.

— Es el hombre perfecto — murmuró sonriendo coquetamente.

— Tiene edad para ser tu padre — dijo ella mientras miraba algo divertida a su amigo, quien volteó a verla sonriendo con malicia.

— Mi padre ni en sueños es la mitad de hombre de lo que él debe serlo — comentó cínicamente volteando de nuevo hacía el caballero que se retiraba de las gradas en compañía de otros — Robert Dawson, me pregunto qué tan bien besan los ingleses.

— Guarda tus comentarios para ti, tesoro, sabes cómo es la gente de extremista últimamente.

— Por mí que me quemen vivo, pero a un hombre así lo quiero para mí sin duda alguna — afirmó coquetamente para extenderle su mano a la chica — ¿Te invito un trago, querida amiga?

— Encantada — dijo ella tomando la mano del chico oji-café, para acto seguido, irse juntos de aquel rústico lugar.



-



Bebía tranquilamente en compañía de aquellos otros hombres, hacendados y propietarios de extensos territorios de tierra, criaderos de caballos, granjas, entre otras cosas; les miraba beber y conversar animadamente, por fuera lucía tranquilo y muy seguro, aunque por dentro, ese era solo un día más, una tarde más, una frívola reunión más donde el alcohol y el dinero eran los temas principales, "¿cuánto más tengo que sobrellevar esto?" pensaba sin cesar, mientras el whisky quemaba su garganta maltratada por los años.

— ¿Puedo invitarle un trago? — escuchó de repente cómo alguien le hablaba, volteó de reojo, topándose con un chico de una encantadora sonrisa y brillantes ojos cafés, quien le miraba atentamente mientras apoyaba su brazo en la barra donde servían el licor.

El de ojos azules le miró curioso, se veía bastante jóven, nada que ver con los hombres de familia que siempre llenaban el hipódromo, sólo cuando había carreras importantes era que llegaban personas de todas las edades.

— Claro — murmuró con curiosidad y algo de recelo, aquel chico sonrió para voltear hacía el cantinero, mientras el hombre de ojos azules lo detallaba de arriba a abajo, vestía un elegante traje azul marino, su cabello era oscuro y estaba algo corto, pero aún así, sentía que ese chico tenía algo entre manos.

— Dos whiskys por favor — pidió tranquilamente para recibir los tragos y entregarle uno de estos al de ojos azules, quien lo agitó un poco mientras detallaba el par de cubos de hielo nadando entre el licor — ¿Quiere brindar?

— ¿Porqué habría de brindar?

— Por la vida en general, por el sol sobre nuestras cabezas, por el suelo bajo nuestros pies, brindar porque usted tiene el mejor caballo del estado, ¿quién sabe? todas son buenas opciones — el mayor soltó una suave carcajada para dar un sorbo a su bebida.

— Vaya, veo que está muy al tanto de mi vida.

— Nadie ignora lo evidente, señor Dawson, y lo evidente es que usted es el hombre del momento, con un caballo que podría hacer historia en el hipismo, ¿quién sabe? hasta podría marcar un precedente, no hay una persona a kilómetros que pueda decir lo contrario.

— ¿Ah sí? vaya, no tenía idea de que fuera tan famoso por aquí.

— No sea modesto señor Dawson, todos saben quién es usted, aún cuando jamás los ha visto en persona — murmuró coquetamente dando un sorbo a su bebida.

— Ya veo, y ¿puedo saber quién es la persona que tan alegremente habla de mi propia vida?

— Un admirador de su trabajo — comentó sonriendo de lado — Mi padre trabajaba para usted en uno de sus ranchos, veo a sus caballos competir desde que tengo memoria.

— Vaya, ¿tu padre trabajó para mí?

— Así es, aunque se retiró hace muchos años, usted sabe, los años no llegan en vano — comentó dando otro sorbo a su bebida — Mi nombre es Taylor Atwood, perdone si no me presenté cordialmente, la verdad temía que por ser solo un muchacho no quisiera aceptar beber un trago conmigo.

— No discrimino a la hora de aceptar algo de whisky — bromeó apoyando una mano sobre la barra para ver fijamente a aquel chico de ojos cafés — Dime Taylor, ¿eres estudiante?

— Estudiaba medicina pero decidí dejarla, es una carrera bastante estresante.

— Vaya, medicina, solo las personas de padres influyentes logran inscribirse en dicha carrera.

— Eso dicen — murmuró riendo de lado — Es una carrera hermosa, pero yo realmente no siento que encaje ahí, lo mío siempre fue la vida rústica, de campo, los caballos, todo eso, sé que es aspirar mucho pero ¿quién sabe? la vida es muy corta para vivir con temor ¿no cree usted? — el mayor mostró un semblante algo pensativo y melancólico en cuanto el chico dijo esto, el de ojos cafés sonrió algo confundido mientras inclinaba un poco la cabeza — ¿He dicho algo malo? — cuestionó, logrando que el sujeto inglés sacudiera sutilmente su cabeza.

— Nada, solo... me parece muy acertado tu refrán.

— ¿En verdad? — preguntó sonriendo pícaramente.

— Así es, tu padre debe ser un hombre muy sabio, los jóvenes rectos son criados por hombres sabios y de bien.

— ¿Qué puedo decir? mi padre era muy... especial — sonrió mientras internamente sentía un amargo sentimiento de incredulidad y acidez retorcerse en su estómago, todo a causa de platicar sobre su "progenitor".

— "¿Era?" — preguntó confuso arqueando una ceja, el chico sonrió apenado dando otro sorbo a su trago.

— Sí ah... falleció hace años — mencionó llevando uno de sus mechones tras su oreja.

— Lo lamento, debió ser muy difícil para ti.

— ... Sí, lo fue — murmuró agachando la mirada, para después volver a alzarla y suspirar — Pero ¿qué podemos hacer? así es la vida, nadie es eterno, por eso creo que la vida debe aprovecharse por completo mientras se pueda.

— ... Es muy cierto — susurró mirando atentamente los ojos cafés de aquel chico, quien le sonreía encantado mientras observaba fascinado ese par de joyas azules que, sabía muy bien que eran territorio prohibido, pero eso solo le incitaba a desearlas más.

— ¡Robert! — escuchó de repente como uno de sus amigos le llamaban, por lo que volteó la mirada hacía él — Todos te estamos esperando, hay unas personas que quieren hacerte preguntas sobre tu caballo.

— Ah sí — volteó nuevamente hacía el chico de ojos cafés, quien aún le hacía sentir algo curioso e intrigado, por algún extraño motivo — Perdone señor Atwood, debo resolver algo, ¿le molesta si nos reunimos otro día y seguimos platicando?

— Por mí encantado señor Dawson — mencionó sacando una servilleta de su bolsillo — ¿Me permite usted una pluma? — el inglés metió su mano en su bolsillo para sacar un bolígrafo de este mismo y entregárselo al chico de ojos cafés, quien empezó a escribir algo en la servilleta para después entregársela al mayor — Este es el número de mi casa, llámeme algún otro día, podemos salir a beber algo otra vez.

— Claro — mencionó leyendo los números en el papel.

— Me gustó mucho hablar con usted señor Dawson, tenga un feliz día — dicho esto, el chico bebió de golpe el poco licor que le quedaba para dejar el vaso sobre la barra y marcharse del lugar, dejando al hombre de ojos azules con un sentimiento extraño en su pecho, pero que para nada se le hacía desagradable.



-



— ¿Estás seguro de que no fuiste muy alzado con él? — preguntó la jóven de ondulado cabello rubio que se paseaba por el lugar taconeando y arreglándose su corta cabellera, mientras era seguida por un chico de desgastada ropa y alborotado cabello que parecía venir de trabajar en exteriores.

— ¿Estás loca? él quedó fascinado al verme, con lo refinado que actué es obvio que no dudará en llamarme — afirmó decidido mientras se cruzaba de brazos y sonreía coquetamente — ¡Eso sí, necesito que estés al pendiente del teléfono, no dejes que los otros empleados lo atiendan, o todos mis esfuerzos se habrán ido a la borda!

— Cálmate, igual me parece que exageras con todo esto, aunque hayas logrado impresionarlo, dudo mucho que el señor Dawson sea del tipo al que le gusten los hombres, sobre todo cuando es un hombre que podría ser su hijo.

— ¿Otra vez con eso? Mónica cariño, él me miraba con deseo, te lo garantizo.

— Creo que quien lo miraba con deseo eras tú — murmuró riendo sutilmente — Hablo enserio Taylor — volteó a verlo mientras se cruzaba de brazos — Con Robert Dawson debes tener cuidado, es un hombre muy misterioso y solitario, desde su divorcio no se relaciona con nadie.

— Porque nadie habrá sido tan sensual como yo — afirmó orgulloso mientras alzaba sutilmente sus ojos, la chica rubia rodó sus ojos algo incrédula para darse vuelta y seguir caminando.

— Como digas, iré a reunirme con unas amigas, si llegan mis tíos diles que llegaré tarde.

— Diviértete — se despidió sacudiendo su mano sutilmente y viendo cómo la chica se despedía. Soltó un suspiro para pasear por aquel espacioso salón, de finos muebles y encantadoras pinturas, añoraba tener una vida de ese tipo, una vida sin carencias ni necesidades, una vida de ensueño donde no tuviera que palear tierra ni limpiar excremento de animales para poder comer sobras, aunque sus esperanzas de obtenerla por sus propios méritos eran pocas o nulas.

Le alertó escuchar cómo repentinamente un celular empezaba a sonar en la cocina, por lo que rápidamente fue corriendo a dicho lugar.

— ¿Diga? — murmuró una mujer mayor que tomó el teléfono y atendió este mismo, aunque le alertó sentir cómo tan repentinamente llegaba alguien y le arrancaba dicho objeto de las manos, y luego le hacía unas señas para que se retirara.

— ¡Largo! — susurró señalando la puerta de la cocina, la mujer bufó sacudiendo su ropa para marcharse de ese sitio. 

El chico carraspeó un poco para tomar aire y contestar el teléfono.

 — ¿Diga?

— Disculpe, ¿se encuentra Taylor Atwood en casa?

— Afortunadamente sí, acabo de llegar de una reunión con unos amigos — murmuró sonriendo tranquilamente mientras enroscaba entre sus dedos el cable del aparato telefónico — ¿Puedo saber quién me llama?

— Soy Robert Dawson, creo que me recuerdas, de la carrera del otro día.

— Ah, sí, creo que sí te recuerdo — dijo sonriendo victorioso — Es un placer oírlo de vuelta señor Dawson, ¿en qué puedo ayudarle?

— Primero quisiera disculparme por interrumpir tan abruptamente nuestra plática del otro día, no fue nada cortés de mi parte interrumpirla de esa forma.

— No se preocupe, igual solo teníamos una conversación trivial.

— Como sea, ah... no lo sé, hoy tengo la tarde libre y quería saber si usted gusta salir al club o a algún lugar para tomar algo, ya sabe, compensar que la última vez no pudimos hablar bien.

— ¿Salir? — sonrió emocionado al oír dichas palabras — Bueno am... me cancelaron una reunión hoy en la tarde así que, supongo que sí puedo acompañarle.

— Qué bien — murmuró rascándose sutilmente la nuca — Entonces nos vemos en el club esta tarde, ¿le parece?

— Me parece perfecto, ahí estaré — dicho esto, colgó el teléfono para empezar a saltar y reír, sus esfuerzos finalmente daban frutos.

Salió de la cocina para ir corriendo a una de las habitaciones solitarias de la casa, habitación que pertenecía a un jóven rubio que emigró a otro país para estudiar, pero cuyas pertenencias seguían dobladas y perfectamente guardadas, o bueno, no tan perfectamente, ya que de vez en cuando, cierto sujeto pelinegro tomaba varias de estas cosas y las usaba para parecer un jóven de sociedad, todo lo que añoraba ser, pero que aún no lograba en absoluto.



-



Caminaba tranquilamente con una mano en su bolsillo y la otra chasqueando los dedos, hacía algo de sol esa tarde, pero ni el más intenso rayo de sol, o la lluvia más desenfrenada, evitaría que él asistiera a ese club donde todos los hombres y mujeres prestigiosos se reunían, él lograba entrar fingiendo que era nieto de un hombre adinerado, el cual no podía desmentir su historia debido a que estaba de vacaciones con su esposa y sus hijos reales, además, su vestimenta le ayudaba a camuflarse entre el grupo de hombres a los que les sobraba el dinero.



Caminó hasta que llegó a un área algo apartada de la gente, donde un caballero de largo cabello negro fumaba un habano y leía tranquilamente el periódico de ese día, al verlo, el chico no pudo evitar sonreír cortésmente.



— Es usted muy puntual — comentó mientras se quitaba un sombrero que cubría su cabello negro y lo dejaba a un lado de la mesa para sentarse frente al oji-azul.

— Me disculpo, vine temprano para hablar con algunos amigos sobre unas cosas, lamento hacerte quedar como un impuntual.

— Vaya, no lo había visto de tal forma hasta que lo mencionaste — soltó una leve risa nasal mientras se sentaba firme cruzándose de piernas bajo la mesa.

— Es un placer volver a verlo señor Atwood.

— Por favor, trátame de "tú", mi edad no hace digna que me llamen "señor" aún, además prefiero que me llames Taylor y ya, sin tantas formalidades de por medio, ¿te parece?

— Muy bien, como gustes, Taylor — comentó dando un sorbo a su trago, mientras el chico de ojos cafés sonreía calmadamente — La última vez que te vi no pude preguntarte esto, e igual no quiero sonar imprudente.

— Pregunta con confianza, adelante.

— Bien, ammm, ¿puedo saber tu edad?

— Veintiún años — el mayor alzó levemente las cejas, mirando asombrado al chico frente a él — ¿Pasa algo? — dudó curioso.

— Nada, solo... juraría que tienes más edad, no creí que fueras tan jóven.

— No me gusta tomar tanto en cuenta la edad, de todos modos, solo es una cantidad de números aglomerados de forma anual, he visto personas adultas actuar como niños, y a niños ser tan maduros como hombres ancianos — Robert agachó sutilmente la mirada al oír las palabras ajenas, Taylor sonrió algo confuso al oírle — ¿He dicho algo malo?

— En absoluto — respondió riendo por debajo — Solo... vaya, no lo sé, siempre se me hizo particular el hecho de que muchos niños quisieran ser adultos de forma prematura, es decir, la juventud es tan dichosa, ¿porqué apresurarse por crecer y tener tantos problemas encima?

— Usted es muy optimista — bromeó con cinismo mientras llevaba uno de sus mechones negros tras su oreja, el mayor soltó nuevamente una suave risa mientras se rascaba la nuca.

— Lo lamento, es... supongo que soy un hombre muy viejo ya — murmuró suspirando sutilmente.

— No creo que seas tan viejo — comentó inclinando sutilmente la cabeza — ¿Tienes tal vez, treinta y dos?

— De hecho tengo treinta y seis — Taylor alzó las cejas asombrado al oírle.

— ¿Enserio?

— Sí, ¿eso no lo saben todas las personas a kilómetros de aquí, verdad? — el chico soltó una suave carcajada al oír las palabras del inglés, carcajada que el mayor correspondió por inercia, cosa que le sorprendió, no recordaba la última vez que reía tan a gusto en compañía de alguien.



Ambos siguieron platicando algunas horas, conversaban sobre trivialidades, sobre caballos y las personas que eran dueñas de estos mismos, y a medida que pasaban tiempo juntos, Robert seguía sintiendo algo extraño al estar cerca de ese chico de ojos cafés, verlo le hacía sentir un extraño sentimiento de gusto y tranquilidad, ¿qué era ese sentimiento? no lo comprendía, pero debía admitir que se le hacía muy tierna la forma en que aquel chico jugaba a actuar como un hombre frente a él.

— Mis abuelos eran provenientes de escocia — explicaba mientras caminaban juntos hacía la salida de aquel club — Mis padres eran de Inglaterra, lugar donde yo nací y crecí, hasta que a los quince años vinimos a probar suerte, empecé a trabajar en una pequeña fábrica, ahorré dinero, compré un terreno pequeño, y poco a poco seguí ahorrando y expandiendo mis terrenos, cuando me vine a dar cuenta, estaba criando caballos.



— Vaya, toda una historia de avance — murmuró mientras caminaba apegado a él, miraba de reojo a las personas que hablaban animadamente en las mesas, pero les ignoró totalmente, tenía la atención del señor Dawson, ahora no iba a perderla por nada del mundo.

— Así es, admito que siempre me gustaron los corceles, aunque fue mi hermano quien me incitó a inscribirlos en carreras, y no me ha ido mal, por suerte.

— ¿Bromeas? — dijo entre sutiles risas — Eres propietario de los mejores corceles del estado, creo que del país.

— Tampoco es para tanto, hay muchos hombres poderosos con buenos caballos, yo solo soy uno más en este enorme y competitivo deporte.

— Vaya que eres muy modesto — dijo entre suaves risas.

Ambos salieron del club, y avanzaron juntos hacía un convertible estacionado no muy lejos del lugar.

— Entonces ¿a ti te gustan mucho los caballos?

— Sí, son animales hermosos — dijo sonriendo tranquilamente.

— Bueno, ¿qué te parece ir mañana a mi rancho a que veas algunos de mis mejores ejemplares?

— ¿L-Lo dices enserio? — murmuró asombrado abriendo sus ojos por completo, el mayor sonrió tranquilamente sujetando un sombrero entre sus manos.

— Así es, así puedes volver a ver la edificación en la que trabajó tu padre, ¿qué opinas?

— Y-Yo... ¡c-claro! — sonrió emocionado mientras extendía su mano y estrechaba las manos ajenas, mientras un leve pigmento rojizo dibujaba sus mejillas, pigmento que asombró un poco al sujeto de largo cabello negro.

— Bien, ve mañana temprano — sacó un bolígrafo de su bolsillo junto con una servilleta para escribir en esta misma una dirección, y después entregársela al oji-café — Te veré ahí.

— Ahí estaré — dijo tomando la servilleta y leyéndola, aunque se quedó algo abrumado al reconocer ese papel — O-Oye... aquí fue donde anoté mi número.

— Llévatela, ya anoté tu número en mi directorio — admitió sonriendo galantemente, sonrisa que hizo que el pecho de Taylor se agitara considerablemente.

El señor Dawson subió a su auto y se marchó, dejando al chico de ojos cafés con un sentimiento de emoción y algo de angustia muy fuerte, la frase "ya quiero que sea mañana" rebotaba por su mente sin control alguno, mientras que él guardaba la servilleta en su bolsillo y caminaba a paso acelerado rumbo a su "hogar".



-



Había despertado muy temprano ese día, terminó temprano sus deberes y salió con permiso de su jefa y amiga, quien le advirtió que tuviera cuidado, además de decirle algunas cosas que Taylor no escuchó por estar demasiado ocupado pensando de qué forma podría dar el primer paso con el señor Dawson ese día, la idea de estar en su rancho le excitaba demasiado, trataba de llevarlo todo con calma, pero ya no aguantaba las ganas, moría por probar esos deliciosos labios con los que tanto fantaseaba.

Llegó finalmente al rancho propiedad del señor Dawson, había mucha gente ocupada trabajando y cargando alimento hacía los corrales, un trabajador lo guió hacía estos mismo, ya que el dueño de todo eso estaba haciéndole una visita a sus mejores ejemplares.

— Aquí es señor — dijo aquel sujeto que se limpiaba las manos con un pañuelo.

— Te lo agradezco — dijo mirando de reojo a dicho sujeto — Ya a partir de aquí puedo irme solo.

— De acuerdo — dicho esto, el sujeto se fue del lugar, dejando al chico de ojos cafés avanzando por aquel lugar de desagradable olor, pero que tan solo con existir, generaba una gran cantidad de dinero a su propietario.

Entró a los establos, topándose con el sujeto de cabello negro peinando a un hermoso corcel tordo de crin blanquecina, pero no fue el bello animal lo que le sacó una sonrisa al chico de ojos cafés, fue el hombre que le peinaba quien logró deleitarlo.

— Buen día — murmuró suavemente, logrando llamar la atención del sujeto de ojos azules, quien volteó de repente y sonrió al toparse con la delgada silueta del chico de ojos azules.

— Hola Taylor, ven pasa — le invitó mientras se apartaba un poco del animal, vestía un viejo pantalón maltratado y una camisa blanca que estaba algo mojada, y que gracias a esto, hacía que la tela se apegara al torso de aquel caballero y se remarcara su cuerpo — Lamento lucir tan descuidado, suelo usar siempre ropa vieja cuando vengo a ver a los caballos.

— Descuida, es bueno ver que te comprometes con tu oficio — murmuró mirando el torso ajeno, mordiéndose sutilmente el labio inferior, aprovechando que el mayor no le veía por estar entretenido guardando los implementos con los que acicalaba al animal.

— ¿Qué te parece esta hermosura? — mencionó avanzando hacía el animal para acariciar su lomo — Se llama Queen Elizabeth, es nuestra yegua más jóven.

— Es hermosa — murmuró acercándose cuidadosamente — ¿Puedo?

— Desde luego, es el animal más manso que verás en tu vida — afirmó sonriendo calmadamente, por lo que Taylor empezó a acariciar el pelaje ajeno con cuidado de no hacerle daño — Planeo hablar con un propietario de caballos amigo mío, para cruzar a su mejor semental con ella, ¿quién sabe? podrían salir ejemplares estupendos.

— Ya lo creo, se ve que esta yegua es muy sana y fuerte.

— Así es — murmuró mirando atentamente al chico de ojos cafés, la forma tan tierna y curiosa en la que observaba al animal le lograba conmover muchísimo — ¿Has montado a caballo alguna vez?

— Cuando era niño — respondió volteando a ver al mayor — ¿Porqué?

— Pues, Queen Elizabeth necesita dar una vuelta para ejercitarse, ¿qué opinas, gustas acompañarla?

— ¿Ha-Hablas enserio? — titubeó nervioso.

— Desde luego, adelante, no seas tímido, ¿enserio creíste que vendrías a un rancho de caballos y que te irías sin montar alguno?

— Sí pero no creí que montaría a tu mejor yegua — Robert sonrió al ver la tierna expresión de vergüenza que se reflejó en el rostro del menor.

— Le pondré la silla — dijo para ir a un estante donde había varias sillas de montar, el chico de cabello negro y ojos cafés sonrió algo nervioso mientras llevaba uno de sus mechones tras su oreja, y observaba embobado la silueta de aquel caballero inglés.

-



— Bien — dijo mientras jalaba la rienda del caballo y volteaba a ver al chico de ojos cafés — ¿Listo?

— Eso creo — dijo con nerviosismo mientras se acercaba al imponente animal, empezó a subirse con algo de dificultad, hasta que sintió cómo Robert le sujetaba de la cadera y de la pierna, ayudándole a sentarse sobre el lomo de aquella bella yegua.

— ¿Qué tal la vista? — preguntó sonriente mientras acariciaba la crin del animal.

— Hermosa — admitió sujetando las riendas con algo de temor, le gustaban mucho los caballos, pero montarlos, seguía siendo algo que le generaba ansiedad.

Un par de chasquidos que hizo Robert con su boca hicieron que la yegua empezara a avanzar, Taylor jadeó sutilmente sujetando las riendas con seguridad.

— Mantente firme y tranquilo, si ella te siente nervioso se pondrá nerviosa.

— Qué paradoja — murmuró risueño mientras empezaba a sentir un poco más de confianza, Robert se acercó para sujetar las riendas y guiar a la yegua hacía un camino de tierra donde dejaban que los caballos corrieran y trotaran para ejercitarse.

— Bien Taylor, ¿qué tal si das algunas vueltas solo?

— ¿Yo solo? pero—

— Cálmate — le interrumpió entre suaves risas — Estarás bien, Queen Elizabeth es muy mansa.

— Si tú lo dices — tomó aire observando cómo Robert soltaba las riendas del animal y le dejaba avanzar por su cuenta, temblaba un poco por inercia, pero se mantenía recto sobre el lomo del animal, luchando por controlar sus impulsos nerviosos.

Agitó un poco las riendas para que la yegua avanzara más rápido, empezando a sentirse mucho más confiado, e incluso empezaba a disfrutar mucho el estar de esa forma, sentir la suave brisa moviendo su cabello era muy liberador.

Robert sonrió al ver a Taylor montar a caballo de forma tan entusiasta y divertida, y de cierta forma, empezó a revivir un sentimiento que no recordaba hacía mucho tiempo atrás.

— Eres muy bueno — dijo cruzándose de brazos y observando cómo Taylor empezaba a reír mientras sujetaba las riendas con firmeza.

Repentinamente, ambos se alertaron al oír un fuerte estruendo, estruendo que provenía de una parte no muy lejana del terreno, donde dos trabajadores probaban un viejo tractor, sin embargo, el estruendo hizo que la yegua se agitara y se levantara en dos patas, provocando que el chico de ojos cafés cayera al suelo de forma brusca.

— ¡Taylor! — clamó el mayor mientras se acercaba corriendo hacía el chico de ojos cafés, la yegua se alejó galopando, pero rápidamente algunos obreros fueron por ella, sin embargo, el dueño del animal no estaba preocupado por ella, sino por el chico que yacía en el suelo — Taylor, ¿estás bien? — murmuró al acercarse y tomarlo entre sus brazos, el chico jadeó de dolor mientras llevaba una de sus manos a su frente.

— Bien, supongo — susurró entre leves quejidos de dolor — Aunque todo pasó muy rápido.

— Lo lamento, esto no debía suceder, t-te juro que Queen Elizabeth es la más mansa de mis caballos.

— Tranquilo Robert, no fue tu culpa, los accidentes ocurren — murmuró algo mareado mientras abría de a poco los ojos, topándose con aquel par de hermosas joyas azules que le observaban con detenimiento, e hicieron que su pecho empezara a latir con fuerza.

— ¿Seguro que estás bien? — preguntó posando su mano en la frente ajena — Debería llamar a un doctor para que te vea.

Un gran rubor inundó las mejillas de Taylor al sentir esa cálida mano en su frente, e inevitablemente, actuó sin medirse.

Tomó la mejilla ajena con delicadeza, para darle un cálido beso al sujeto que estaba frente a él, quien se quedó estático al sentir aquel dulce beso que poco a poco se fue volviendo más y más lujurioso.

Luego de unos minutos, Robert apartó a Taylor para verlo bastante confundido y abrumado.

— Creo que te golpeaste muy fuerte la cabeza — Taylor soltó una cínica risa mientras miraba a Robert con detenimiento.

— Parece que no he sido lo suficiente claro contigo — susurró pasando su dedo por los labios ajenos — Tú me gustas Robert, me gustas mucho.

— No digas esas cosas Taylor — murmuró chasqueando su lengua.

— Hablo muy en serio — murmuró tomando la mejilla ajena con su otra mano — Debo ser franco contigo, desde el momento en que te vi tú me fascinaste, e-eres un hombre increíble, y sé que yo no soy nada comparado contigo, y que obviamente no querrás nada con un chico como yo... pero al menos quiero ser honesto contigo, no quedarme con el peso de haber podido decírtelo, y no haber dicho nada.

Robert se quedó helado al escuchar la afirmación ajena, sus manos empezaron a temblar mientras él dudaba qué hacer, realmente no quería involucrarse con un muchacho, pero, ese par de ojos cafés, le generaban un raro sentimiento de curiosidad, que le era muy difícil de ignorar.

— ... Ven, debo llevarte a que te vea un doctor — dicho esto, cargó a Taylor entre sus brazos con fuerza, mientras observaba algo dudoso el delgado cuerpo del chico en cuestión, un amargo sentimiento de deja vu inundaba su mente, luchaba por ignorarlo, pero era muy difícil dejar de lado un dolor que quemaba su alma desde dentro hacía fuera.

-

— Bien, no parece haberse hecho mucho daño — dijo un hombre de edad un poco avanzada mientras revisaba el cráneo del chico de ojos cafés.

— ¿Estás seguro? — preguntó el hombre de ojos azules que observaba todo desde un rincón de la habitación.

— Muy seguro, pero igual recomiendo que se quede en cama unos días y descanse — dicho esto, sacó un par de pastillas de su bolsillo para dárselas al chico de ojos cafés — Si el dolor persiste tómate estas pastillas.

— Se lo agradezco doctor — murmuró Taylor mientras se sentaba al borde de la cama y observaba de reojo cómo el doctor tomaba su maletín y se marchaba de la habitación, no sin antes estrechar la mano del señor Dawson.

Suspiró pesadamente para caminar hacía Taylor con ambas manos en sus bolsillos, el chico agachó la mirada con vergüenza, no le agradaba la manera tan severa en que Robert le miraba.

— ¿Te das cuenta de lo que dijiste, verdad?

— ... ¿Qué tiene de malo? — murmuró entre sutiles gruñidos.

— Taylor, somos hombres, y no conforme con eso, tú tienes edad para ser mi sobrino. ¡Eres un niño!

— ¡¿Un niño?! — jadeó incrédulo poniéndose de pie para pararse firme frente a él y verle a los ojos con detenimiento — ¡¿Eso es lo que te parezco, un niño?!

— Es la única manera en la que puedo verte, como un niño que juega a ser un adulto — exclamó mirando al contrario con severidad, el chico de ojos cafés rió de forma tosca mientras sus manos empezaban a temblar — No nos conocemos Taylor, y aunque lo hiciéramos, yo jamás podría estar con un chico menor que yo.

— ¿Si fuera una chica jóven, eso haría diferencia? — murmuró con pesadez, el contrario le dió la espalda para pasearse por la habitación con ambas manos metidas en sus bolsillos, Taylor gruñó frustrado mirando a los lados con pesadez — ... Debí imaginar que esto pasaría, sin importar cuánto me esforcé por llamar tu atención, ¡cuántas estúpidas noches tuve que limpiar establos para que Mónica me dijera cuál era el club al que asistías, nada de eso importó! — gruñó apretando sus puños con fuerza y agachando la cabeza — Debí saber que, sin importar cuánto me esforzara por llamar tu atención, cuánto me costaría que me notaras, todo eso iba a volverse polvo, porque no soy suficiente para un hombre como tú.

— No se trata de eso, Taylor.

— ¡¿Cómo que no?! ¡¡es evidente!! u-un hombre de mundo, acostumbrado a rodearse de hermosas mujeres, jamás accedería enredarse con... un simple bastardo obrero que no tiene dónde caerse muerto, y que tuvo que mentir para acercarse a él, pero que sin importar cuánto lo intente, jamás le va a llegar a los talones — murmuró pesadamente para caminar hacía la puerta de dicha habitación, no sin antes voltear hacía el hombre de ojos azules una última vez — Si me dieras una oportunidad, te garantizo que haría de todo para complacerte.

— ... No lo harías — susurró con la voz apagada, aún sin alzar la mirada.

— ¿Cómo estás tan seguro? — cuestionó sonriendo con pesadez.

— ... Porque nadie puede darme lo que quiero, Taylor, nadie puede devolverme eso que perdí.

— ¿De qué estás hablando?

— ... Yo tuve un hijo, era mi razón de ser, mi orgullo... falleció a los once años, todo porque yo le permití jugar a ser un hombre, aún cuando él era solo un pequeño — jadeó cubriendo su rostro con su mano — Su muerte arruinó mi vida, por fuera luzco tranquilo, pero... por dentro, solo deseo irme con él, y hacerle compañía.

El de ojos cafés se quedó estático al escuchar las palabras ajenas, había oído rumores, pero nunca creyó que eso realmente pudiera afectar tanto a un hombre tan recto e indiferente como él.

Se acercó cuidadosamente hacía él, para tomar su mejilla con suavidad y ternura.

— ... Debes sentirte terrible — murmuró con pesadez, el mayor miró a otro lado con pesadez, tratando de contener las lágrimas.

— ... No quiero que malinterpretes las cosas — susurró retirando la mano ajena de su rostro — No deseo involucrarme con alguien tan jóven, cuyas ansias por ser un hombre adulto solo me recuerden lo idiota que fui al querer que mi hijo creciera antes de tiempo.

— ... ¿Te recuerdo a tu hijo? — preguntó algo temeroso, mientras el mayor soltó una leve risa nasal.

— No, mi hijo apenas tendría quince años, y ni en sueños eres parecido a él, solo... no me agrada el hecho de estar con alguien tan jóven, ¿comprendes?

— ¿No tiene nada que ver el hecho de que yo sea un hombre?

— A este punto de mi vida, he dejado de sentir muchas cosas, creo que no me importaría estar con un hombre o una mujer, pero... un chico como tú, merece otra cosa, Taylor, mereces estar con alguien que aún tenga ansias de vivir, que sienta lujuria por la vida, yo solo siento apatía y frustración — dicho esto, se apartó de él para seguir caminando por la habitación con ambas manos en sus bolsillos, Taylor tomó una gran bocanada de aire, dudando sobre qué hacer.
Se acercó sigilosamente hacía él, para abrazarlo desde atrás y pegar su frente con la espalda ajena, haciendo que Robert sintiera un raro escalofrío en su cuerpo.

— ... No tengo nada — susurró con la voz apagada — Trabajo en casa de una chica que se compadeció de mí, pero el trabajo es igual de forzado y pesado; mi padre me abandonó a los once años, no mentí cuando dije que él trabajó aquí para ti, era un empleado perezoso y deshonesto, varias veces me mandó llamar para encontrarnos aquí, cuando yo ya empezaba a ser un hombre, ahí fue donde te conocí, y apenas te ví... sentí que debía postrarme a tus pies — susurró repartiendo besos por la espalda ajena, Robert se quedó estático sin saber qué hacer — Sé que oír esto puede ser desagradable, pero... no miento Robert, apenas te vi, te desee, quería estar contigo, y no sabes cuánto me mataba saber que yo nunca podría acercarme a ti, nunca podría compararme contigo, ser tu igual, llegar a ser tu... amigo — gruñó entre toscas risas, manteniendo su frente pegada a de la espalda ajena, Robert se mantenía en silencio, escuchando atentamente las palabras ajenas.

Siguió repartiendo besos en la espalda ajena, mientras sus labios temblaban y su respiración se entrecortaba.

— ... Jamás seré suficiente, eso lo sé perfectamente, pero... si me dejaras hacerlo Robert, te prometo que me esforzaré por ser cualquiera cosa que tú añores que sea, haré lo que me pidas — se dejó caer al suelo de rodillas, abrazando las piernas ajenas, y logrando que el sujeto de ojos azules chasqueara la lengua con frustración — Robert, por favor, tú has sido mi propósito desde que te conocí, trabajo y lucho cada día para que me notes, para que me mires, ¡para ser algo más que solo un chico tonto con sueños imposibles! — jadeó frustrado mientras un par de lágrimas rodaban por sus mejillas — Aunque sé muy bien... que jamás lograré ser algo más que solo esto... jamás lograré ser... tu amigo.

El mayor suspiré pesadamente, mirando con detenimiento al chico postrado frente a él, su mente y su pecho eran un mar de dudas y de sentimientos sin ordenar, verlo a los ojos le causaba un extraño sentimiento de gusto, le llenaban un poco de paz, para nada eran iguales a los ojos celestes de su hijo, o los ojos verdes de su ex esposa, estos eran diferentes, eran una cosa totalmente diferente.

Tomó la barbilla ajena con una sola mano, haciéndole alzar la mirada, sus labios a pesar de estar pálidos, lucían extrañamente tímidos y vulnerables, sus mejillas tenían un pálido rubor que dejaban ver que estar en dicha situación no le disgustaba en absoluto, y sus ojos cafés, llenos de lágrimas y de aquel brillo dulce y gentil, hicieron que el pecho de Robert se agitara como nunca.

Suspiró profundamente mientras apartaba su mano del rostro ajeno.

— ... ¿Qué esperas obtener de mí, Taylor? — preguntó sin rodeos, haciendo que el chico frente a él le observara confundido — ¿Aspiras ser un hombre respetado, un caballero más que asista a clubes y a reuniones al igual que yo? ¿un hombre al que le inviten a beber, que vaya a los hipódromos a gozar? ¿tener dinero y poder, es eso acaso lo que deseas? — preguntó de forma tosca, el chico sonrió con dolor al escuchar sus palabras, pero no se molestó en responder, solo se levantó del suelo sacudiendo sus rodillas y su ropa, para caminar a paso lento hacía la puerta, pasando muy cerca del cuerpo de Robert, y al hacerlo, susurró con la voz algo entrecortada:

— Quería ser un hombre respetado por ti — dicho esto, continuó su camino hacía la puerta, pero antes de poder salir, escuchó la tosca voz de Robert detenerle.

— ¡Adelante! — exclamó de forma brusca, haciendo que la piel de Taylor se erizara, y este volteara a verlo con asombro y detenimiento — Serás un hombre respetado, irás al hipódromo, tendrás todo el dinero que quieras y que necesites, todo eso y más, vas a ser mi protegido, mi amigo... pero no mi amante — un agudo dolor inundó el pecho del chico de ojos cafés, quien no entendía el punto al que quería llegar el mayor.

— ¿A qué te refieres?

— Dijiste que serías todo lo que yo quiera que seas, pues bien, quiero que seas un fiel amigo, protegido, posiblemente un pupilo al que le deje mi negocio si llegas a convencerme; de ti solo voy a necesitar tu compañía, nada de contacto sexual, ni siquiera un "trato especial", solo quiero que vivas aquí, es mi único petición.

Agachó la mirada con pesadez, indirectamente estaba obteniendo todo lo que aspiraba tener, pero no como añoraba tenerlo, un amargo sentimiento de decepción inundó su paladar, se sentía humillado en cierta forma, deseaba irse, pero consideraba el rechazar tal ofrecimiento, como la peor estupidez que podría cometer en toda su vida.

— ... Bien — murmuró alzando sutilmente la mirada, Robert asintió con seriedad para estrechar la mano ajena, aunque se detuvo en seco al escuchar las palabras de Taylor — Pero también tengo una condición.

— ¿De qué se trata?

— ... Quiero dormir en el mismo cuarto que tú — Robert rodó sus ojos con molestia al escuchar las palabras ajenas.

— Me niego a permitirte eso, es un capricho que no pienso aceptar.

— ¡Tengo derecho de pedirlo, prácticamente me estás pidiendo que sea tu esposa!

— No te estoy pidiendo ser mi esposa, solo serás una querida sin sexo — dicho esto, se apartó de él para caminar rumbo a la puerta de la habitación, Taylor se quedó estático al escuchar todo lo que le dijo el mayor, la rabia empezaba a consumirlo, una parte de él estaba alegre, pero la otra, quería gritar de la frustración y la decepción — Indícale a mis empleados adónde ir por tus cosas, si alguien pregunta tú eres un muchacho al que me ofrecí en ayudar económicamente, si se te ocurre decir algo sobre que dormimos juntos, te echaré de patitas a la calle y me olvidaré de ti, ¿te quedó claro?

— ... Como el agua, señor Dawson — mencionó sonriendo de forma incrédula, mientras Robert lo observaba con frialdad.

El mayor abandonó dicha alcoba, mientras el chico de ojos cafés maldecía y jadeaba de frustración caminando en círculos por aquel lugar, pensando en el infierno que iba a vivir a partir de ahora, "¿qué se supone que debo hacer?" se preguntaba a sí mismo, sin saber exactamente el rumbo que tomaría su vida a partir de ahora. 





Continuará...


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¡Gracias de nuevo por leerme! <3


- Gema.


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