≫≫ 𝟙 | Á𝕘𝕒𝕡𝕖
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https://youtu.be/79fRfwWGdNk
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Vamos pequeños,
ya no tienen que sufrir.
Jardín de sombras.
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Hay, en la esquina más próxima, una sonrisa encantadora que me da la bienvenida cada mañana. Mi yo de seis años se alista para hacer los deberes del hogar una vez más. Mi madre me saluda con un abrazo, se lo devuelvo; pero su rostro indica solo una cosa: Tobias desayunaría con nosotros. Me arremangó el saco hasta las muñecas y me abotonó el chaleco, una sonrisa de ternura no pude ser evitada por el gesto de mi madre, posiblemente un crío más pequeño que la mesa del comedor vestido de gala era algo de lo que conmoverse.
Sin embargo, el sonido de la puerta abriéndose fue suficiente para borrar el gesto de mi madre. Tobias, mi padre, un hombre alto y fornido abrió la puerta de golpe y lanzó su maletín a una esquina de la habitación. Se sentó a la mesa mientras mi madre corría a seguir moviendo los huevos del sartén, yo solo me quedé junto a la encimera, sintiendo cómo me enterraba los mangos de estas en la nuca. Pero no me importaba, el latir de mi corazón, acelerado, era muestra de lo preocupado que estaba después de ver la actitud de mi padre.
—¿Y el desayuno? —gritó Tobias a Eileen, pero esta no respondió en lo absoluto y se resignó a continuar moviendo el platillo que preparaba para evitar que se quemara—. ¿No me has escuchado, mujer? —mencionó el hombre, pero al no recibir respuesta una vez más, este se levantó de la mesa.
Me sobresalté mientras sentía cómo me inclinaba más hacia atrás, tan solo quería desaparecer y hacerme minúsculo. Sentía el latir de mi corazón rebotar en mi cuello, el miedo que sentía solo se transmitía al exterior a través del temblor de mis manos. Tobias se acercó a mi madre para jalarla del guardapolvo, hacia él y hablarle directamente en la cara.
—¿No crees que estás tardando demasiado? —Le escupió en la cara terminando la frase mientras mi madre cerraba los ojos y evitaba formar un gesto de asco. No habló, un silencio se hizo en la cocina, hasta que el chocar de la palma de Tobias con la mejilla de mi madre lo rompió. Al mismo tiempo, mi llanto lo hizo. Me paralicé mientras veía cómo mi padre seguía lastimando a Eileen sin que yo pudiera interferir. Intenté acercarme al hombre y empujarlo para que dejara a mi madre en paz, pero este solo me soltó un codazo en la cara que me mandó al suelo.
—Sal de aquí... Severus —gritó mi madre con voz entrecortada mientras me dirigía una mirada de súplica. Seguí sus indicaciones y me levanté del suelo tomándome la sien con las manos, tratando de parar un pequeño hilo rojo que escurría entre mi glabela. Salí por el pórtico en dirección al río que estaba doblando la esquina. Las calles desiertas solo eran señal de lo temprano que era aquel domingo, tan solo un par de perros ladraban ante mis pasos silenciosos. Todo parecía tan sereno, todo estaba callado, en paz; cualquier lugar de aquella calle era mucho mejor que la cocina de mi hogar.
Llegué al río donde me gustaba descansar. La pila de ladrillos que mi mamá y yo habíamos colocado junto a la orilla seguían allí, esperándome para sentarme y oler la frescura del agua. Antes de sentarme, me arrodillé junto al agua para juntar mis manos, hacer contacto con la humedad y ponerme un poco en la frente. Posiblemente me había rasguñado con la encimera cuando mi padre me había empujado. Cerré los ojos después de sentir ese pequeño ardor recorrer la herida, había olvidado lo salada que era el agua mientras al mismo tiempo sentía un poco de alivio. Me desabotoné el chaleco debido al calor que sentía y me resigné a sentarme y observar algunos de los peces que viajaban por el río.
Me imaginaba cómo todos ellos tenían un destino, un propósito. Eran libres, se les veía felices. Me tomé la sien, para ver si en la herida aún había sangre y me di cuenta de que era mínima. Me tomé mis manos y observé que los moretones que me había hecho Tobias la semana pasada ya estaban desapareciendo. Suspiré, intentando concentrarme en otros temas y tratando de dejar de pensar en mi madre y en cuántos días más estaría mi padre fuera de casa.
En eso, escuché las pisadas de alguien por detrás de mí. Aquella niña había pisado las hojas de los árboles que rodeaban las orillas del río, volteé y vi aquella melena roja y sus luceros verdes.
—¿Severus? —me preguntó, preocupada—. ¿Qué haces aquí? ¿Quieres jugar conmigo y Calynn? —Me quedé un momento en silencio mientras con la cabeza asentía para responder a su pregunta. Me levanté mientras comenzaba a caminar con ella, junto al río y me dedicaba a sonreírle. El niño de ese entonces no comprendía por completo qué era el amor, aunque pensándolo bien, aún no lo hago.
Alcanzamos a una niña pelinegra que se encontraba por debajo de un árbol mientras jugaba con sus zapatos, era obvio que habían ido a buscarme a casa y después la pelirroja siguió averiguando dónde estaba.
—¡Lily! —expresó Calynn con una sonrisa en el rostro mientras abrazaba a la pelirroja—. ¡Severus! —exclamó mientras intentaba contenerse una risa, cómo no reírse después de pronunciarle ese nombre a un niño de seis años—. Me alegra que pudieras venir a jugar, Thana no está y nos hacía falta alguien para que las atrapadas fueran más entretenidas.
Me limité a sonreír mientras sentía la palma de Lily sobre mi hombro y me indicaba que era mi turno de atrapar. Aquel jardín era mágico, no era la primera vez que nos veíamos a la sombra de aquel enorme roble. Ese lugar era, posiblemente, lo más hermoso del área. En las esquinas de toda la calle de la Hilandera tan solo asomaban bolsas de basura apiladas, las casas parecían árboles de ladrillos en otoño pues aquellas estructuras de adobe decoraban los jardines de aquellas moradas que no podían permitirse, ni siquiera, el pan de cada día.
Pero para un niño de seis años, el dinero y las expectativas económicas no son un determinante de la felicidad. ¿Qué problemas podrían tener un grupo de niños jugando debajo de un árbol?
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Te recuerdo con los ojos llorosos, tus luceros celestes evidenciaban tu sufrimiento y yo solo podía asentir, compadecerte y callarme. Con tu llanto yo solo quería abrazarte y susurrarte al oído: «Vamos, busquemos la calma y la tierra de lo encantado. Ven, escapemos del destino y recuperemos la inocencia». Pero mi silencio fue lo único audible en aquel jardín además de tu llanto. Calynn, cómo me hubiera gustado ayudarte a combatir el mal y evitarte una infancia atroz. La inocencia nos permite estar bajo un Imperio de forma voluntaria, ¿acaso es eso una debilidad o una belleza efímera más?
No eres la única que sufre, no eres la única hija de mortífagos, no eres la única destinada a algo que no es. Como niños de once años podemos hacer cosas lastimosas, nos controlan sin piedad y tan solo usan la magia del amor para ordenarnos nuestro destino. ¿Qué pasa cuando el amor se intoxica de manipulación?
Caminé entre la hierba dejando atrás tu hogar, viendo de sesgadamente la casa de Lily y a la señora Evans recibiendo a ambas. Aquella chiquilla pelirroja siempre hizo lo mejor por ambos, pero no lo sabía. Llegué al portón de mi hogar y giré el picaporte, el sonido de gritos y discusiones solo eran señal de otra pesadilla hecha realidad con mi padre, mis oídos estaban hartos del retumbar de la voz de Tobias en mis tímpanos, yo estaba cansado de escuchar.
—Severus, necesitas aprender a defenderte —susurró mi madre cuando mi padre se dirigía a la entrada de la casa para desaparecer por un par de semanas más. Enseguida, me dio una varita de caoba oscura, casi del mismo color del lacio pelo de mi madre—. Estoy segura de que sabrás usarla responsablemente, aprende lo necesario para defenderte de aquel iracundo —añadió y me proporcionó un grupo de libros de apariencia vieja. La portada de uno de ellos estaba por desprenderse y me permitió ver el título del libro: «Encantamientos de defensa I». Sollocé, pero un tono de curiosidad no pudo ser escondido en el brillar de mis ojos. Le di un abrazo a mi madre mientras la acompañaba a la sala de estar y le daba un poco de hielo para los moretones que se habían formado sobre sus voluminosas cejas.
—Yo me encargaré de defenderte de papá, te lo prometo —tomé la mano de mi madre con ternura mientras le rozaba la marca tenebrosa con la punta de los dedos. Veía a ese Severus del pasado, aquel niño que no conocía exactamente qué hacer para defenderse, un niñato que no defendía a los que realmente debía... ¿por miedo? Tal vez, pero, sobre todo, por inocente.
Me arremangué el saco, me quedaba tan grande y raído que me incomodaba, pero era la ropa que siempre me regalaba mi madre. Dejé ver la Marca Tenebrosa que me gustaba dibujarme con plumas negras para intentar simular lo que siempre pensé que sería la solución a mis problemas. Me subí a mi habitación, un pequeño aposento con un delgado colchón sin cobertor, cerré la puerta y me senté en el suelo juntando mi espalda con la entrada. Abrí los libros que me acababa de regalar mi mamá y comencé a leer, aquella varita tenía una complexión delgada y era casi del doble del tamaño de mis manos, además de que parecía frágil, pues no cedía en lo absoluto. Comencé leyendo las primeras páginas y me di cuenta de que se trataban no solo de hechizos de defensa de los que alguna vez me había hablado mi madre, sino que había encontrado una pequeña sección llamada: «Maldiciones imperdonables».
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La magia puede ser peligrosa, y eso lo aprendí a través de mis propios errores. Con solo once años, sueño con esos luceros celestes que despiertan mi interés cada mañana. Pero te veo sufrir por lo que te obligan a hacer tus padres, por intentar cambiar tu destino injusto mientras yo corro en la misma dirección voluntariamente. Tu voz, tus plegarias y tu llanto me hizo preguntarme si tal vez este camino había sido erróneo, aunque estas preguntas me llegaban demasiado tarde.
Calynn, cuando a ti y a Lily las capturaron y apartaron de mí para vivir como prisioneras de aquellos mortífagos yo estaba lejos, pero algo me decía que me necesitaban más que nunca. Mi madre me había llevado a la Mansión Malfoy. Caminábamos de la mano mientras nos dirigíamos a aquella reja alta y negruzca, mi gesto neutro era una máscara que escondía mi verdadero temor y miedo, ¿en dónde me había metido? Después de que nos dieran paso a la mansión, mi madre, con semblante orgulloso, me llevó hasta los pies de un hombre. Ojos azules, mirada fría y un aura de maldad aspiraba con solo dirigirle la mirada, pero no la aparté, tenía que demostrar de lo que era capaz.
—Severus Prince... —Un ligero escalofrío me recorrió de pies a cabeza mientras pronunciaba mi nombre con aquella característica voz grave y baja de Lord Voldemort—. Tu madre nos ha dicho que eres digno de la marca tenebrosa, pero... ¿Cuál es el honor de tener una cicatriz de tu lealtad a tu maestro sin una muestra de lo que sabes hacer? —Tragué saliva con el término de aquellas palabras mientras, instintivamente, sacaba mi varita y me ponía en guardia con Voldemort imitándome con una risa en el rostro.
—Creo que estoy lo suficientemente listo para unirme a usted, mi señor —mencioné con prepotencia y acto seguido, las risas de los mortífagos inundaron aquella habitación, siendo la de la pequeña Bellatrix la más rimbombante de todas. Mis puños se llenaron de ira, los apretaba con tal fuerza que me lastimaba a mí mismo e incluso tuve miedo de romper mi varita. Mi orgullo ha sido siempre el que me ha llevado a tomar las peores decisiones de mi vida.
—¡Crucio! —Las palabras de Voldemort me sorprendieron y apenas pude evitar aquel maleficio que me quemó parte de aquel saco negruzco que llevaba esa noche. Su gesto de ira solo desató que me lanzara maldiciones más rápido de lo que podía reaccionar. Nos batíamos a duelo, con gestos de sorpresa alrededor de nosotros, había dedicado toda mi vida a encantamientos desde pequeño y desde que mi madre me había dado aquel libro de defensa había logrado liberar la verdadera magia dentro de mí—. ¡Crucio! —Esta vez no había esquivado la maldición a tiempo.
Mis gritos inundaban la habitación, casi igual de fuertes que las risas de los mortífagos. Pero yo no los escuchaba, no pensaba en el dolor que me quemaba, yo estaba pensando en ti, Calynn. Sabía que te torturaban en tu hogar, que justo en ese momento podrías estar pasando por el mismo hechizo que quema por dentro y solo nos hace más fuertes. Intentar resistirlo era en vano, tu recuerdo en mi cabeza era demasiado fuerte para intentarlo, ¿qué estaba haciendo en ese momento? ¿A dónde me había llevado mi orgullo? Mi idea de unirme a los mortífagos parecía buena cuando podía ser la solución a la pesadilla que vivía en casa con el violento de Tobias, parecía un desenlace favorecedor cuando se trataba de eliminar a mi padre de mi vida; pero no lo era cuando pensaba en ti, Calynn, cuando te veía llorar.
El hechizo terminó después de un tiempo, me puse de pie, tambaleándome mientras Voldemort me dirigía una risa malvada mientras se carcajeaba y los mortífagos presentes le hacían coro.
—¿Quieres vengarte, cierto? Puedo verlo en tu gesto, anda, hazlo —espetó contra mí con semblante serio mientras lanzaba su varita a un costado, pasando por debajo de una túnica de sus seguidores—. Vamos, tortúrame, inténtalo y no me defenderé; es una orden —insistió el hombre mientras yo asentía decidido y alzaba la varita con nerviosismo. El silencio llenó los oídos de los presentes por largo rato, donde mi respiración agitada era lo más audible en aquella sala. Por primera vez, un pensamiento le había ganado a mi orgullo y no, no era el odio hacia Voldemort, eras tú, Calynn. ¿Cómo sería capaz de utilizar los mismos hechizos que te quitaban tu inocencia y te hacían llorar? ¿Cómo podía ser una de esas sombras que te acechan en tus pesadillas?
Voldemort se inmutó de mi incapacidad de pronunciar el hechizo y tomó la varita más próxima de sus seguidores mientras me apuntaba y leía mis pensamientos en aquella sala. Mi debilidad te puso en evidencia, siempre fue mi culpa que tus padres supieran todo sobre ti y nuestras pláticas. Mi mente fue un festín más grande que el de Día de Gracias para el Señor Tenebroso.
—Oh Severus, Severus... —mencionó con lentitud el Señor Tenebroso mientras salía de mi mente—. Cómo el amor altera nuestros actos con frenesí, ¿verdad? —Mi silencio solo demostraba mi seriedad y nerviosismo por lo que pudiera decir a continuación—. Suerte que yo nunca lo sabré, pero tú, Severus... Tanto talento desperdiciado en una niñata, ¿de verdad darías todo lo que has conseguido por una niña que no es capaz de defenderse por sí sola?
Me tomó de los hombros, pasando un brazo por mi espalda y me llevó con él mientras hablaba alrededor del salón mientras los mortífagos miraban estupefactos lo que sucedía. Pasamos las puertas del salón mientras volteaba a ver a mi madre en busca de consuelo, pero no la vi en ningún lado. Doblamos a la izquierda y fue cuando me di cuenta de que nos dirigíamos al sótano, esto no podría llevar a nada bueno.
—Pero sabes, Severus, yo no soy un mal hombre para separate de esa mocosa con la que te ilusionas. —Abrió las rejas del sótano mientras yo forcejeaba, tratando de soltarme de su agarre, este me empujó con fuerza mientras me arrebataba la varita y me tiraba en el interior de aquel sótano, totalmente a oscuras—. Yo deseo realmente que estén juntos, de verdad —hablaba con una voz suave y calmada—, pero tampoco deseo perder a un mortífago potencial, ese duelo en los pisos superiores ha sido de admirar. —Le dediqué una sonrisa burlona ante aquel cumplido hipócrita.
—Así que te dejaré ir con aquella chiquilla y disfrutar de su compañía, conoce el amor adolescente y pierde el tiempo con aquellas cursilerías que solo te debilitan el corazón —mencionó Voldemort mientras cerraba la puerta con magia—. ¿Y qué mejor manera que hacerlo mientras la vigilas de cerca? Para traerla a mí, por supuesto, quiero saber cada detalle. —Sus palabras aceleraron mi pulso mientras intentaba no alterarme ante lo que había provocado, ¿acaso no te había causado suficiente daño como para que ahora fuera un espía? —Disfruta la estadía, Severus, no te dejaré aquí abajo solo y holgazaneando. —Se alejó de aquellas rejas y acto seguido, una niña de cabellos rizados y mal peinados bajaba por las escaleras. Era Bellatrix.
Sus ojos oscuros me dedicaban una mirada burlona, abrió la puerta con un movimiento de varita mientras me apuntaba con otra y la cerró a su espalda. Se rio en mi cara, al parecer se había contenido suficiente y ya no había aguantado un segundo más.
—Severus, puedes conseguirte algo mejor, ¿sabes? —comentó mientras me pasaba una varita por debajo de la barbilla—. Veremos si puedes cambiar de opinión en estos meses donde seré yo el único rostro que verás todos los días, Sev. —Aquel apodo, en su voz, sonaba de lo más oscuro e incómodo—. Oh, lo siento, ¿te hice recordar a tu querida Lilianne? —se burló—. Mis padres, Druella y Cygnus me han contado todo sobre mi hermana Calynn o por lo menos me han dicho lo estorbosa que es aquella asquerosa sangre sucia de Lilianne que tuvieron que cargar con ellos, todo para capturar a mi hermana —escupió esa última palabra.
—¿A qué te mandaron aquí, Bellatrix? —pregunté, intentando ignorar todo lo que había mencionado antes.
—A tu iniciación, por supuesto, serán meses para nosotros dos hasta que estés listo para que te hagan esa marca en el antebrazo —relató con emoción y burla—. Y soy Bella para ti, querido.
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"No lloren, pobres niños.
La vida es así.
Asesinando la belleza y las pasiones".
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⌞ Come Little Children - Erutan ⌟
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