Prólogo
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Toda infancia
deja una gran marca
en el futuro.
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La lluvia azotaba las ventanas de una mansión entre los arbustos, mientras que la iluminación irregular de las velas inundaba el interior de aquella casa. Era la década de 1950 y aquella morada se llenaba de los llantos de un bebé que descansaba dentro de una cuna en la esquina de una habitación. El moisés se alzaba en medio de la habitación, el soporte que surgía desde el suelo tenía una forma de serpiente dorada con ojos verdes, mientras que brindaba una pequeña cama acolchonada con un tapiz de cuadros verdosos. Y justo arriba de aquella estructura, descansaba un móvil en el aire; se caracterizaba por la presencia de más serpientes y dragones en tonos verdes y plateados. A los pies de la aquella cuna, otra niña pequeña jugaba con un grupo de cubos de piedra, se reía ante su inocencia, posiblemente no tendría más de dos años.
De la nada, la niña soltó los cubos cuando un estruendo la había asustado. Una mujer joven había abierto estruendosamente aquella habitación. Se aproximó con brusquedad a las niñas mientras la mayor gateaba para quitarse de en medio y se mantenía quieta, como si el miedo la hubiese paralizado. La mujer continuó su paso, ignorando a la niña que se encontraba en el suelo y fue directo hacia la cuna.
Desde el suelo, la niña pequeña observaba a la mujer con temor sin emitir un solo sonido. Vio cómo la mujer realizaba algunos movimientos con una varita cerca de la cuna antes de que esta se volviera a la niña.
—¿Y tú qué estás viendo? —espetó la mujer con un gesto de enfado. Al instante, deseó no haber contestado con esa actitud, pues en consecuencia la pequeña se soltó a llorar. La mujer rodó los ojos y se dirigió a aquella niña con enfado.
—¡Silencius! —pronunció con una varita entre las manos y en cuanto este hechizo fue recibido por la niña, esta se calló al instante. Al principio, realizó una cara de horror y confusión, pues intentaba realizar un sonido, pero le resultaba imposible. Un par de lágrimas resbalaban por las mejillas de aquella niña pequeña que mantenía una expresión triste—. Ya me tenías harta, pero ahora podemos estar en paz, ambas —expresó la mujer sentándose en una silla de salón y tomando un libro. Tenía una carátula plateada con un reptil en el frente, lo observó por un momento y lo abrió, antes de volver a mirar a la niña—. ¿Ves? Ya estamos felices, ¿no es cierto? —le dijo a la niña mientras le dedicaba una sonrisa, indicándole con los dedos que también sonriera. La niña le hizo caso y le devolvió una sonrisa que parecía real.
La mujer sonrió para sí misma al ver lo manipulable que era aquella pequeña y volvió a aquel libro mientras escribía sobre él con el tintero reposando en una mesa próxima. Las luces de los relámpagos de aquella tormenta seguían colándose por las ventanas y de forma leve, fue posible apreciar una pequeña figura de serpiente oscura por debajo de la túnica de la mujer.
El golpeteo de las gotas sobre las ventanas y el constante rasgar de la pluma sobre el papel podría comunicar que aquel momento era una escena sublime. Aunque en realidad, era totalmente lo contrario...
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"Así que cierra los ojos y duerme.
Cuenta las ovejitas lanudas.
O vendrá por ti".
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⌞ Bayu Bayunshki - Ashley Serena ⌟
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