Capítulo 54: El juicio
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Buscar justicia
es muy difícil, como
ser mortífaga.
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El gato que los había observado desde la distancia se acercó corriendo a las niñas mientras podían ver sus hermosos ojos verdes que creaban una gran armonía con su pelaje grisáceo y negro. Antes de que el gato chocara con ellas, este se desvaneció ligeramente en el aire antes de comenzar a tomar una forma humana, provocando que las chicas retrocedieran con miedo mientras guardaban sus lágrimas por lo que acababa de suceder. Unos segundos más tarde, la profesora McGonagall se alzaba ante las chicas con su sombrero un poco de lado. Calynn y Lily la miraron estupefactas, ¿cómo era posible que la profesora pudiera convertirse en un gato? La impresión duró poco ya que la profesora se dio cuenta de la situación de ambas pequeñas, con tan solo observarlas era posible darse cuenta de que habían sido partícipes de un asesinato.
La profesora primeramente las recorrió de pies a cabeza, observando los rastros de sangre que habían llegado hasta la parte más baja de la túnica de ambas chicas para después observar las palmas de sus manos totalmente rojizas, el rastro de aquel rojo carmín de ambos padres de la pequeña Black estaba impregnado hasta el fondo del alma de ambas.
Después de observar esa escena, Minerva intentó desviar la mirada cuando se dio cuenta del cuerpo inerte de Meryl detrás de las niñas. La rubia se encontraba con los ojos sin vida totalmente abiertos y con una expresión de horror marcada en su totalidad, la piel cada vez más pálida solo la hacía parecer cada vez más demacrada mientras que la rigidez y temperatura de su cuerpo eran señales de la inexistente vida de la pequeña, conservando la forma de la verdadera Meryl Johnson como les había explicado a Calynn y Lily hace solo un par de días.
Por último, la profesora se dio cuenta de la situación, las personas que pasaban alrededor de las pequeñas con naturalidad tornaban sus gestos inexpresivos a unos de asombro, algunos incluso buscando ayuda o huyendo lo más rápido de aquel lugar. Minerva se percató de eso y exasperó mientras volteaba a varios lados con desesperación, escrutando con la mirada cada uno de los extremos de las calles hasta que volvió la mirada hacia las niñas.
—¿No han visto al profesor Dumbledore? —cuestionó la mujer con gran preocupación en el rostro a ninguna de las niñas en específico para que después recibiera una negación de cabeza por parte de ambas. La profesora se desesperó todavía más cuando unos pasos detrás de ellas llamaron su atención, revelando al anciano director que se acercaba con cautela, posiblemente había hecho su aparición detrás del edificio para evitar ser visto por cualquier muggle. El hombre se paró en seco al ver el cadáver de la rubia para después observar a las demás niñas que tampoco estaban del todo bien.
—Profesora McGonagall, necesitamos llevarnos a la señorita Johnson de aquí lo más pronto posible, ¿podría irse al colegio a través del traslador que acordamos hace unas horas? De esta forma me adentraré con ambas niñas hacia el interior del Ministerio de Magia, terminando con todo este problema —comentó el director, recibiendo un asentimiento de cabeza por parte de la profesora—. Esperemos que, después de lo que posiblemente ya fueron notificados por el grupo de aurores, recapaciten hacia qué persona deberían de tener algo en contra —terminó Dumbledore mientras se dirigía a las niñas, dejando que la profesora emprendiera el viaje con la pequeña inerte y las cosas de Calynn, dejando a ambas amigas y al profesor totalmente solos en aquella calle.
Después de un segundo, el director indicó que lo siguieran con cuidado por la calle, ayudándoles a cruzar al otro lado, acercándose cada vez más a una cabina telefónica que se podía ver a lo lejos. Caminaron algunos pasos más mientras nadie se atrevía a decir una palabra hasta que llegaron a aquel lugar. Dumbledore abrió la puerta dándole el paso a ambas chicas mientras les indicaba que ocuparan el menor espacio posible ya que tenían que caber los tres en ese mismo lugar. Dumbledore entró después mientras cerraba la puerta y comenzaba a marcar un número en el teléfono de la cabina, acercándose el auricular, esperando una voz.
—Bienvenidos al Ministerio Británico de Magia, mencione su nombre y el motivo de su visita —resonó una voz femenina por toda la cabina.
—Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, vengo escoltando a la señorita Lilliane Evans y a la señorita Calynn...—Hizo una pequeña pausa—. Calynn Black.
—Gracias —respondió la voz de mujer—. Visitantes, tomen la identificación y colóquensela en la ropa en un lugar visible, por favor.
En seguida, un pequeño tintineo se escuchó dentro de la cabina y ambas chicas pudieron ver que tres cosas similares a unos gafetes descendían por donde normalmente salen las monedas. Dumbledore tomó la suya y después, las niñas, extrañadas, tomaron cada uno y pudieron ver que eran las identificaciones que les había dicho la mujer, cada una con su nombre y justo debajo de este se podía leer "juicio penal". Ambas chicas se miraron extrañadas, pero antes de que alguna de las dos pudiera mencionar algo, la mujer volvió a hablar.
—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a un cacheo y entregar su varita mágica en el mostrador de seguridad, que se encuentra al final del Atrio —terminó la voz femenina. Calynn comenzaba a preocuparse un poco, al parecer la adrenalina se estaba disolviendo y comenzaba a preguntarse la razón por la que Dumbledore no les permitió a ellas ir al colegio a cambiarse y estar más presentables para el Ministerio sin tantos rastros culposos.
De la nada, la cabina telefónica comenzó a hundirse en la tierra, las ventanas que daban al exterior quedaron cubiertas por grandes paredes de tierra por un largo periodo de tiempo mientras el sonido del metal era totalmente audible. El movimiento era bastante fuerte, al menos solo duró menos de dos minutos para que entrecerraran los ojos debido a la luz que ahora provenía del interior del Ministerio.
—El Ministerio de Magia les desea una buena tarde —comentó por último la mujer al mismo tiempo que las puertas de aquella cabina se abrían ante ellos. Dumbledore tomó a Calynn de la mano mientras la pequeña lo imitaba con Lily y comenzaron a avanzar a paso veloz. Era una habitación totalmente oscura con grandes ventanales y con apliques plateados y dorados en cada mirada. La multitud y una enorme fuente en el centro de aquel lugar era lo que ocupaba más espacio dentro de esa habitación, al parecer la llegada de trabajadores al Ministerio incluso a esa hora era muy cotidiana.
Las miradas curiosas no tardaron mucho, pues al mezclarse con las demás personas, el olor y el color de la sangre sobre la ropa y manos de las chicas se hacía más evidente. Calynn comenzó a remojarse las manos con un hechizo de varita cuando Dumbledore se paró en seco y se volvió hacia la chica para quitarle la varita mientras la chica forcejeaba.
—Pero, profesor... —comenzó Calynn para ser interrumpida por Dumbledore que tan solo se llevó un dedo a los labios, rogándole silencio. Calynn dejó de luchar, quedándose sin varita.
Siguieron andando mientras observaban los rostros de todos aquellos magos adultos, y a pesar de que a las niñas les daba bastante temor estar alrededor de adultos, les resultaba bastante extraño que esta vez ellos no fueran el problema, ya que todos volvían sus miradas para ver las manos ensangrentadas y las túnicas manchadas de las pequeñas.
Dumbledore caminaba intentando cubrir a estas evitándoles ser una blasfemia, pero realmente era imposible.
Ninguna de las dos pequeñas estaba realmente contenta por lo que habían logrado en la mansión Malfoy, no estaban orgullosas, pero algo les decía que tampoco habían hecho algo malo, el bien debe vencer al mal, ¿no?
Llegaron hasta el otro extremo del lugar después de unos minutos eternos todavía con la mirada de los presentes sobre de ambas niñas hasta que pararon en un pequeño escritorio que estaba debajo de un cartel del que se podía leer la palabra "Seguridad", fue hasta ese momento que el director le devolvió la varita a Calynn.
Frente a aquel escritorio se encontraba un hombre con semblante serio que tampoco había evitado ver el color carmesí delatador de un asesinato en las pequeñas.
—Tenemos un juicio —mencionó esta vez Dumbledore, atrayendo la atención del hombre mientras se levantaba con desgana. Rodeó el escritorio mientras tomaba una varilla larga y dorada bastante flexible y se acercó primeramente al director, al que le pasó este artefacto alrededor de todo el cuerpo como si buscara algo para después extender la mano justo frente al rostro del anciano, provocando que este sacará su varita y se la entregara sin rechistar. El hombre de seguridad se dirigió hacia Calynn dejando ligeramente extrañado a Dumbledore, al parecer debió de haberle devuelto la varita.
Con Calynn se repitió el mismo proceso, la pequeña mortífaga estaba demasiado estresada para darle importancia a algo tan insignificante, tan solo no quería que el hombre realizara alguna pregunta acerca de la sangre sobre sus manos. Después de pedirle la varita realizó lo mismo con Lily mientras esta solo se reservaba a observar el suelo con cierto pesar, era evidente que la superación de la muerte de Meryl no le tomaría poco tiempo.
Cuando el hombre de seguridad hubo recolectado todas las varitas se dirigió al escritorio, de donde sacó un artefacto de latón muy similar al de una balanza y ahí colocó las varitas una por una, analizando la información que le daba aquella máquina acerca de cada varita. Tomó los tres pergaminos con los datos personales de la varita de cada uno de los presentes junto con las tres varitas y, por debajo de la túnica, su propia varita.
—Creo que tenemos un problema —mencionó aquel hombre mientras Dumbledore formaba un gesto de confusión, pero en realidad este no duró mucho ya que el hombre de seguridad se aprovechó de la vulnerabilidad de aquel grupo de magos para lanzar un hechizo a ambas niñas, lo que provocó que ambos brazos se movieran hacia atrás con fuerza y de la nada surgieran unas cuerdas que ajustaron con gran presión alrededor de su cuerpo mientras las niñas intentaban no tambalearse.
Al instante, Dumbledore comenzó a forcejear con el hombre para recuperar al menos una de las varitas, pero era demasiado tarde. Un grupo de personas del Ministerio de Magia apareció detrás de las niñas mientras las empujaban a través de la multitud y un grupo más pequeño salía del lado contrario, amenazando a Dumbledore con la varita con la finalidad de mantenerlo ahí para siempre.
Las pequeñas eran empujadas a través de la multitud de personas en el Ministerio lo más rápido que podían ya que apenas se permitían caminar pues les costaba trabajo ahorrarse la necesidad de ver hacia abajo para dar el siguiente paso.
Caminaron demasiado rápido a través de la misma sala que ya habían observado con anterioridad hasta llegar a unas largas rejas que protegían los ascensores. Los hombres que las sujetaban con fuerza se pararon en seco a esperar el elevador mientras las pequeñas no podían evitar volver la mirada hacia atrás, escudriñando a cada una de las personas en búsqueda de Dumbledore, pero al parecer se había ido, en solo unos segundos habían logrado ser perdidas entre la multitud.
El elevador llegó mientras que, con un gran estruendo, las rejas doradas que cubrían el ascensor se hicieron a un lado, permitiéndoles el paso. Solo una persona más se subió con ellos pues la evidencia de la sangre sobre las manos y el traje de ambas niñas fueron suficientes para que las personas se decidieran por esperar al próximo elevador.
—Señor ministro, buenas tardes —comentaron las personas que acompañaban a las niñas al unísono al único hombre que había entrado con ellas. Sin embargo, el hombre no contestó al instante, al parecer no se había percatado de la presencia de ambas niñas.
—¿Y Dumbledore? —cuestionó primeramente con un gesto bastante serio.
—Él no estará en el tribunal, hemos logrado hacerlo en otra parte. —El ministro tan solo asentía con la cabeza.
Las puertas del ascensor se cerraron para comenzar a subir lentamente. El ministro se quedó perplejo ante estas palabras, por lo que continuó haciendo otras preguntas.
—¿Y lo demás alumnos mencionados en la carta? —cuestionó el hombre mientras observaba a su alrededor demostrando un poco de pánico.
—Todavía no se han presentado —mencionó uno de los hombres que acompañaban a ambas niñas.
—Novena planta, Departamento de Misterios. —La voz femenina de la cabina volvió a resonar dentro del elevador e inmediatamente, justo antes de que se abrieran las rejas doradas, un frío abrazador inundó a las pequeñas, congelando la punta de sus dedos.
—¿No va a bajar, ministro? —preguntó uno de los hombres mientras se abría la reja dorada y era posible observar un par de dementores justo frente a ellas. Esa señal de depresión y tristeza extrema se hizo presente con total presencia como la que había sentido Calynn justo cuando bajó en busca del diario de su madre, lo que le hizo recordar que todavía lo traía bajo su túnica.
—No, creo que será mejor alcanzar a Dumbledore para asegurarme de que todo esté bajo control, ¿dónde dará testimonio? —dijo el hombre con cierto pesar mientras les cedía el paso.
—En la segunda planta, en Seguridad Mágica —comentó el más joven de las personas que las escoltaban.
Se despidieron del ministro cortésmente y empujaron a las niñas a través del pasillo de aquel piso que era totalmente diferente al de los pisos más bajos. Calynn se sentía cada vez más cansada y sin energía, los dementores que las escoltaban les quitaban casi toda la felicidad y vitalidad que les quedaba después de lo que había pasado algunas horas antes.
—Lily —llamó Calynn en un susurro muy bajo a su amiga mientras esta tan solo le mostraba su rostro igual de cansado que el suyo, no estaban seguras de poder subir las largas escaleras que se alzaban ante ellas—, son dementores, nos están succionando el alma —terminó la niña mientras comenzaban a subir los escalones con dificultad, los empujones de los hombres detrás de ellas, las cuerdas alrededor de su cuerpo y la presencia de aquel grupo de dementores les provocaban una torpeza increíble, sus pasos eran demasiado pequeños. Lily, ante las palabras de su amiga, solo terminó con angustiarse más. Solo unas cuantas lágrimas caían alrededor de sus mejillas, la energía necesaria para llorar también se había esfumado.
Después de subir el último escalón, las pequeñas doblaron en una esquina para ser dirigidas hacia una puerta de madera muy oscura como casi todo el pasillo y que tenía un número dorado y grueso y un poco más abajo, se podía observar una especie de cerradura sin forma para introducir una llave, posiblemente se abría con un hechizo único.
Justo cuando llegaron al frente de esta, un hombre tomó a Calynn y Lily de la nuca con bastante fuerza mientras ambas forcejeaban sin éxito alguno. Uno de los acompañantes les quitó las cuerdas alrededor y antes de que las niñas pudieran comenzar a patear, ambos hombres abrieron aquella cerradura y aventaron a las niñas dentro de la habitación para cerrar la puerta detrás de ellos y apuntaran a ambas con la varita, obligándolas a caminar hacia el centro de aquella habitación, al menos agradecían que aquellos dementores se quedaran fuera de aquel lugar.
Ambas niñas no pudieron reprimir alzar la vista para observar con detalle aquella habitación. Era realmente bastante grande, los acabados de las paredes eran lisos y con colores negros o grisáceos mientras que el suelo formaba ciertas formas circulares con diversas figuras en su interior, resaltando colores marrones y amarillentos. Las paredes eran adornadas por al menos unas veinte columnas a lo largo de toda esa habitación con forma de elipse. Había cierto lugar que contenía lo que parecían gradas que albergaban por lo menos a cincuenta personas en aquella mitad de la habitación, todos portaban unas túnicas y sombreros color ciruela y tenían algunas letras bordadas en la ropa con hilo plateado. Sin embargo, justamente en medio de esas cincuenta personas se encontraba una silla en solitario y con una mayor altura que la de las personas sentadas en aquellas gradas, pero al parecer todavía esperaban a que llegara aquella persona faltante. Calynn no pudo evitar maravillarse con aquella estructura, era muy similar a las mazmorras de Hogwarts y eso le traía grandes recuerdos, pero la sonrisa se le borró del rostro cuando observó que había cerca de seis sillas en medio de aquella habitación totalmente alineadas. Estas eran de una madera que ya se veía bastante vieja, pero eso no era lo que impresionaba a las pequeñas. De cada uno de los reposa brazos se podía observar una cadena bastante larga que colgaba como si esperara a tener algún peso que amarrar. En cuanto las niñas se inmutaron de esto intentaron cesar el paso y gritar por compasión para evitar que las dirigieran allá, pero les era inútil, sus lágrimas eran ignoradas como lo habían hecho los padres de Calynn al torturarlas hace bastante tiempo.
Las guiaron a aquellas sillas y las empujaron con bastante fuerza para que después las cadenas se aprovecharan de aquella oportunidad para amarrar a las pequeñas con fuerza mientras sentían cómo les ajustaba la muñeca de cada uno de los brazos sin poder cesar un poco el dolor, esas cadenas eran como cualquier animal al acecho de su próxima presa que al parecer no eran muy comunes. Las lágrimas traicionaron a ambas niñas sin poder evitarlo, después de todo lo que habían logrado y por todo lo que habían luchado, ¿de verdad merecían ese trato? La verdad era que esas lágrimas no solo eran por todo lo que había pasado ese mismo día, sino también por el temor que estas tenían ya que no tenían a Dumbledore, ni a Meryl ni a McGonagall; estaban solas, totalmente por su cuenta.
La puerta se abrió con un gran estruendo, atrayendo la atención de todos los presentes mientras guardaban un silencio ensordecedor. Los pasos del ministro fueron audibles como si fuera el único en aquella habitación hasta que los lloriqueos de las pequeñas eran más fuertes de lo que esperaban. Todos los presentes se levantaron a excepción de las pequeñas.
—Demos la bienvenida al ministro Nobby Leach, quien será el responsable de la custodia de las acusadas ante el cargo de la fidelidad a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado —terminó al parecer el líder de todas aquellas personas de túnica que se sentaron al unísono una vez que el ministro también había tomado asiento.
—Gracias, buenas tardes, antes que nada, creo que debo de realizar la primera pregunta ante la situación —comenzó el hombre mientras las niñas dejaban de forcejear con las cadenas, era simplemente inútil—. ¿Saben cuál es el paradero de alguno de sus compañeros que también tenían que presentarse aquí?
Al instante, Calynn recordó los altercados en la Mansión Malfoy y la despedida con Severus, pero prefirió mantener aquellos pensamientos alejados en esos momentos, desconocía el nivel de Legeremancia que portaba el ministro.
—No —mencionaron ambas niñas cortantes.
El silencio de la sala fue sumamente evidente, la espera de una respuesta distinta fue posible de observar. Entretanto, las niñas seguían soportando el dolor que le provocaban aquellas cadenas, ¿era acaso posible que el Ministerio desconociera su inocencia a pesar de todo lo que había pasado? ¿Por qué las trataban como unas criminales cuando eran las víctimas de la magia negra?
—Muy bien —mencionó Nobby, atrayendo la sorpresa de todos los presentes—. Hallándose las acusadas presentes podemos empezar. ¿Están preparados? —preguntó a las demás personas a su alrededor mientras comenzaba a dictarle cierta información a una de las personas que estaban más cercanas a él—. Juicio penal del tres de junio por el delito cometido en las acciones de las acusadas que demostraron una fidelidad extrema con El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, este delito va en contra de todo el departamento de Seguridad Mágica... —dijo el hombre, pero antes de poder continuar, una risa lo hizo detenerse.
Del centro de la habitación, Calynn se reía bastante fuerte ante las últimas palabras del ministro sin poder reprimirlo, simplemente no podía creer que la hubieran considerado una de las más fieles seguidoras cuando era ella la que buscaba salir de aquel infierno desde que se dio cuenta de la "familia" con la que había convivido desde muy pequeña.
—¿Fidelidad? Con el respeto que se merece, señor ministro, ¿podría darnos su propia definición de fidelidad? Porque con las palabras que acaba de decir me ha hecho reflexionar de que tal vez el concepto que he manejado para esa palabra durante años ha estado totalmente erróneo —terminó Calynn dejando a Lily con un gesto de sorpresa total, la pequeña Black intentaba mantener una cordura y seriedad mientras soportaba las cadenas que le sujetaban cada vez más fuerte las muñecas, al parecer estas apretaban más fuerte dependiendo del nivel de sentimientos negativos en una persona.
El hombre tan solo se quedó atónito por un momento mientras miraba a la pequeña Black por un rato y esta sacaba al ministro de sus pensamientos en un segundo. Al parecer eso fue lo que más le molestó al hombre, quien, enseguida, desvió la mirada y volvió los ojos hacia la persona a la que le estaba dictando hace solo unos momentos.
—Interrogadores: Nobby Leach, ministro de magia; Alastor Gumboil, jefe del Departamento de Seguridad Mágica; Elphin... —Pero fue interrumpido por el estruendo de las puertas abriéndose mientras todos los presentes giraban la cabeza hacia el nuevo invitado en la sala hasta que se mostró ante todos.
—Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, testigo de la defensa y... —Hizo una pausa para después recalcar las palabras—. Jefe Supremo del Wizengamot —terminó el anciano mientras los murmullos se hacían presentes mientras ambas niñas se sorprendían de la presencia de Dumbledore. Este volteó a verlas instintivamente, pero su semblante triunfante cambió en el momento en que se dio cuenta de las cadenas que llevaban alrededor de sus muñecas.
—Dumbledore... —comenzó el ministro mientras no podía evitar una voz quebrada al momento de hablar.
—Antes que digas otra palabra Leach, te advierto que si continúas tratando a un par de estudiantes al igual que lo haces con los mortífagos más buscados del mundo mágico me veré obligado a denunciar estas acciones al Departamento de Cooperación Mágica Internacional —amenazó esta vez Dumbledore, quien observó cómo la mirada de superioridad del ministro se había reducido a nada—. Dudo que después de estos actos heroicos que has realizado en busca de la protección a los magos hijos de muggles quieras que el mundo se entere de que has encadenado a dos niñas inocentes a las que incluso has dejado sin varita —terminó el anciano mientras miraba al ministro con tanta seriedad que este no sabía del todo qué decir.
—Pero Dumbledore, todavía no se comprueba su inocencia, ¿cómo pretendes que dejemos en libertad a una mortífaga y su cómplice aquí en el Ministerio? —preguntó Nobby mientras Dumbledore exasperaba y se acercaba con cautela al hombre para que fuera capaz de ver que sus palabras iban realmente en serio.
—Pero por lo que sé has llevado relaciones cercanas con seguidores del Señor Tenebroso, ¿no es así? —dijo Dumbledore sin obtener una palabra del ministro—. No intentes negarlo Leach, has hablado con Abraxas Malfoy porque ni tú mismo te crees capaz de defender a "unas pobres sangres sucias de la calle". —Las palabras de Dumbledore adquirieron más poder de lo que imaginaron ya que cada uno de los miembros de aquel tribunal realizaron gestos de sorpresa y emitieron susurros entre ellos, no creían capaz al ministro de tener una estrecha relación con uno de los mortífagos más buscados, el padre de Lucius Malfoy—. ¿O acaso no fueron esas tus palabras textuales? Tú decides, ese departamento está a tan solo cuatro pisos de aquí, podría ir primero ahí si no me deseas en este juicio... —comentó el anciano mientras se dirigía a la puerta de salida cuando el sonido de un grupo de cadenas desprendiéndose de lo que agarraban con fuerza hicieron que Dumbledore cesara el paso y volviera la vista hacia las niñas para verlas con una leve sonrisa, al fin habían eliminado aquel dolor de sus muñecas, aunque la marca de las cadenas alrededor de ellas duraría por bastante tiempo.
—Está bien Dumbledore, pero debemos dejar claro que esto es un juicio y ninguna de tus amenazas tendrá una repercusión en la condena que les tocará a ambas —mencionó el ministro con una voz bastante molesta mientras abría un folder que traía consigo y comenzaba a leer algunas hojas.
—Absolutamente no, es por eso por lo que yo soy testigo de la defensa. Tu palabra vale igual que la nuestra —recalcó la última palabra mientras miraba a ambas niñas y les dirigía una mirada de complicidad.
—Perfecto —comentó el ministro mientras jugaba con los dedos—. Dumbledore, ¿no deseas una silla? —cuestionó mostrando cierta preocupación por el mago.
—Oh no se moleste, de verdad, me gusta ver las cosas desde arriba, supongo que comprenderá —respondió Dumbledore mientras el ministro solo asentía la cabeza desde su alta silla que le daba un toque de superioridad sobre los demás miembros del tribunal.
—Bien, entonces leeremos los cargos —mencionó mientras buscaba una línea de texto en específico de la hoja que sujetaba—. Estos son los siguientes: A Calynn Black, quien de forma consciente y voluntaria se unió al lado tenebroso para ser una de las más fieles seguidoras de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, así como la aceptación del trabajo como espía dentro del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería —comentó el hombre mientras Calynn intentaba replicar y Dumbledore le indicaba que se calmara mientras el ministro seguía con su lectura sin inmutarse—, violando el decreto oficial número mil trescientos cuarenta y siete ubicado en el Párrafo D del Decreto de la Seguridad Básica del Mundo Mágico; además de la participación en reuniones y batallas del lado tenebroso —terminó Nobby.
—¡Eso no es cierto! —gritó Calynn con gran furia, ¿cómo eran capaces de crear ese grupo de falacias contra de ella? ¿Era tan débil el Ministerio de Magia para creer esos cuentos tontos?
—A Lilianne Evans quien fue directamente partícipe y testigo de las acciones de la mencionada anteriormente, rompiendo con el Estatuto de Valoración Mágica de mil novecientos doce, así como el mismo cargo de trabajar como una espía dentro del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería —terminó, al parecer sus cargos no eran tan largos como los de la pequeña Black. Lily tan solo guardó la calma y esperó, sabía que refutar lo anteriormente dicho no le serviría en lo más mínimo—. Primeramente, ¿es usted Calynn Black, hija de los mortífagos Druella y Cygnus Black?
Calynn se quedó por un momento sin saber qué decir, realmente no había ninguna Calynn Black que fuera hija de ellos, pero el Ministerio de Magia posiblemente tenía su nacimiento registrado de esa manera, ¿qué debía hacer? Buscó a Dumbledore como ayuda, a lo que este solo le contestó con un mínimo asentir de cabeza para después desviar la mirada del anciano y no sospecharan de lo que acababa de pasar.
—Sí —contestó la pequeña más segura de lo que hubiera imaginado.
—¿Porta usted la Marca Tenebrosa que tienen todos los seguidores más fieles de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado en el antebrazo izquierdo? —cuestionó el ministro mientras la atención de los demás miembros del tribunal se intensificaba.
—Sí, pero... —contestó Calynn, pero fue interrumpida. Los susurros de asombro y odio hacia la pequeña fueron bastante audibles, al parecer no podían creer que Dumbledore fuera a defender a una mortífaga con la Marca Tenebrosa.
—¿Es cierto que acudió a algunas de las reuniones y batallas realizadas por El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado? —preguntó Nobby mientras los susurros callaban una vez más.
—Sí, pero... —Volvió a hablar la niña mientras no le permitían terminar su frase por segunda ocasión, provocando más negaciones de cabeza por parte de las demás personas.
—¿Es cierto que le leían la memoria los seguidores de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado o él mismo y que de esta manera lograba saber sus vivencias en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería? —Las preguntas del ministro cada vez eran más largas y estructuradas para respuestas muy cortantes.
—Sí, pero... —No sería ni la primera ni la última ocasión en la que volvía a ignorar a la pequeña después de su respuesta aprobatoria.
El corazón comenzaba a latirle demasiado rápido, a este paso sabía que no obtendría la libertad que se merecía y Voldemort obtendría lo que siempre quiso. Pensar en aquel hombre le hizo preguntarse algo, ¿cómo es que el ministro sabía todos aquellos datos acerca de ella? ¿Cómo es que sabía que le leían la memoria si el único que lo hacía era Voldemort? Le bastó unos segundos de reflexión para darse cuenta de todo, había sido Voldemort durante todo este tiempo, Voldemort estaba detrás de todo eso.
Mientras el ministro le hacía otra pregunta que en realidad no le tomó importancia, Calynn buscó la mirada de Dumbledore con discreción para evitar levantar sospechas, pero no lo conseguía. Por lo que se le ocurrió una mejor idea.
De la nada, la pequeña Black volvió la mirada al ministro de una forma distinta a la que tenía anteriormente, ya no se sentía inferior a él en aquel instante.
—¡Ya basta señor ministro! —gritó Calynn conteniendo las ganas de ponerse de pie por miedo a que la ataran de nuevo a la silla, el silencio reinó al instante, mientras las miradas de todos los presentes la inundaban—. ¿Qué más tiene que pasar para que se dé cuenta de quiénes son los villanos? —espetó sin dejar hablar al hombre—. ¿Quién le asegura que la marca que porto en mi antebrazo me hace orgullosa? ¿Quién es usted para decirme que yo torturaba a personas inocentes por placer? —mencionó realizando una ligera pausa—. Y, por último, ¿quién es usted para decirme que Voldemort estaría orgulloso de mí? —terminó provocando que el tribunal entero se removiera en sus asientos por el nombre que se acababa de mencionar en aquella sala. Calynn esperaba que Dumbledore hubiera entendido la razón por la que había sacado el nombre de Voldemort a la conversación, y así lo hizo.
—Es cierto, Nobby, ¿de dónde obtuviste tanta información acerca de la señorita Black? —cuestionó el anciano al ministro que tornó un gesto de angustia al instante.
Por un momento, ambos hombres solamente se miraron sin emitir palabra mientras el ministro negaba con la cabeza, desesperado.
—Los que estén a favor de absolver a la acusada de todos los cargos... —anunció el hombre, ignorando la mirada de Dumbledore.
—Señor ministro, no puede dictar una condena sin un juicio completo —exaltó Dumbledore, intentando esconder un gesto de desesperación.
Enseguida, tan solo dos manos de todos aquellos miembros del tribunal fue visible a favor de las palabras de la niña.
—Los que estén a favor de condenarla... —mencionó Leach cuando las únicas dos personas que habían votado bajaron la mano.
Esta vez, el ministro y casi la sala completa levantaron las manos mientras sostenían miradas serias y de odio hacia la pequeña. Dumbledore observaba lo que ocurría alrededor incrédulo, al parecer se estaba saliendo de control la situación—. Muy bien, por decisión del Tribunal del Wizengamot se le adjudica a Calynn Black una condena de cadena perpetua en Azkaban y el rompimiento de... —habló el ministro ignorando los gritos de súplicas de la pequeña Black mientras Lily solo la tomaba de la mano sin evitar llorar hasta que Dumbledore lo interrumpió.
—Leach, tenemos testigos que pueden rectificar la inocencia de la señorita Black —comentó el anciano rápidamente.
—Dumbledore, no necesito escuchar palabras de tus profesores sobornados defendiendo a una mortífaga —dijo el hombre desviando la mirada y contemplando cómo un par de personas comenzaban a acercarse a la pequeña Black para atarla con las mismas cuerdas de hace solo unas horas.
—No son profesores —comenzó para después bajar el tono de su voz para susurrarle algo—. Sino dejas que estas personas testifiquen te denunciaré con el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, estoy seguro de que ahí no podrás negar que Abraxas Malfoy te brindó toda esta información —mencionó Dumbledore, pero todavía sin obtener una respuesta—. De verdad, es mi última amenaza, tú... —El estruendo de la puerta abriéndose calló a todos los presentes en la sala.
Un grupo de personas con túnicas largas de varios colores y varita entraron a la habitación con gran velocidad mientras detrás de todos ellos los alcanzaba la profesora McGonagall con pasos muy apresurados.
—¿El Cuartel General de Aurores? —preguntó el ministro con una voz tan baja que fue más para sí mismo—. ¿Qué hacen aquí?
—Venimos en defensa de la señorita Black y la señorita Evans ya que fueron ellas quienes se encargaron de ayudarnos a encontrar al Señor Tenebroso —mencionó el auror que estaba hasta el frente de aquel grupo mientras observaban cómo todavía mantenían a la pequeña Black sujetada fuertemente, a lo que reaccionaron sacando su varita y amenazando a esas personas, consiguiendo que la niña pudiera huir del agarre de ambos.
—¿Ayudarlos? —cuestionó el ministro incrédulo, todavía no podía creer lo que acababa de escuchar.
—Sí, después de que la señorita Black se viera obligada a abandonar el colegio Hogwarts y su propia seguridad gracias a sus órdenes de expulsión, esta se vio obligada a asistir con su madre para mantenerla bajo cautiverio y en contra de su voluntad, sirviendo al Señor Tenebroso. En cambio, ella ha aprovechado la ocasión para ayudarnos a encontrar a Voldemort y para que nosotros la ayudáramos a escapar de aquel lugar —explicó, aunque el gesto del ministro aún demostraba ligera desconfianza—. Ambas fueron de gran ayuda, ambas son inocentes, ¡está en los diarios incluso! —Ante estas palabras el grupo de aurores se repartió por toda la sala mientras entregaban varios ejemplares que El Profeta había sacado de última hora, en donde era posible observar el título "El bien radica el mal: Aurores y estudiantes del Colegio Hogwarts en batalla contra El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado".
El silencio reinó en aquel lugar por un momento mientras todos los presentes leían el artículo y susurraban entre ellos a la vez que le dedicaban ligeras miradas de sorpresa al ministro, al parecer no esperaban que el hombre pudiera equivocarse de esa forma, no podían pensar en que fuera capaz de mandar a Azkaban a una niña inocente que luchó con los propios aurores del Ministerio para salvarse a sí misma, al colegio y al mundo mágico.
El silencio duró más de lo esperado, Leach no sabía qué decir, lo habían dejado en ridículo ante aquel tribunal y era demasiado orgulloso para disculparse ante aquella situación a pesar de haberse dado cuenta de sus errores.
—En ese caso debemos votar de nuevo, señor ministro —habló uno de los miembros del tribunal—. Pero no únicamente para decidir su condena, sino también para reubicarla en el colegio Hogwarts —comentó el hombre mientras otros cuantos más se unían a la conversación.
—¡Se necesita fuerza para levantarse ante la propia familia, pero también se necesita educación para combatir en el mundo mágico! —exclamó una mujer que se encontraba casi en la esquina de la habitación, provocando más alboroto.
El ministro tan solo bajó la mirada mientras cerraba los ojos y pedía silencio.
—Los que estén a favor de absolver a las acusadas de todos los cargos... —mencionó con pesadez.
La habitación se llenó de manos alzadas mientras la pequeña mortífaga miraba con emoción y alivio lo que acababa de ocurrir, tal vez había más de cuarenta manos alzadas en aquel mismo instante mientras algunos miembros del tribunal le dedicaban algunas sonrisas de alegría, al fin el mundo se daba cuenta de su inocencia. A pesar de todo, el ministro no movió su mano.
—Los que estén a favor de condenarlas... —El ministro tampoco levantó la mano, al parecer había considerado mejor abstenerse de votar. Tan solo un par de manos se levantaron en aquel lugar mientras Lily y Calynn miraban maravilladas aquella situación, pronto saldrían de ahí para siempre, libres de preocupaciones.
El ministro tan solo levantó un poco la vista para tomar un mazo de madera que se encontraba a su lado, las acciones hablaban por sí solas.
—Muy bien, absueltas de todos los cargos —mencionó con desgana mientras chocaba el mazo con un pequeño círculo de madera, dando por terminado el juicio.
Calynn y Lily se abrazaron con una gran fuerza para después ir a estrujar a Dumbledore y a McGonagall con la misma fuerza, a la vez que ambos les devolvían el abrazo.
—Dumbledore —llamó el ministro mientras el anciano dejaba a las niñas con la profesora.
Mientras esperaban a Dumbledore, las niñas no paraban de agradecer a la profesora por toda la ayuda y esta tan solo les dedicaba sonrisas sinceras.
—No quiero quitarles la felicidad, tan solo decirles que estamos planeando un funeral para la señorita Callen tal y como se lo merece, únicamente con las personas más cercanas y dentro del colegio —comentó McGonagall mientras las chicas dejaban de sonreír ligeramente y asentían con la cabeza.
Dumbledore regresó unos segundos después para comentarles que tan solo habían hablado de Andrómeda, Bellatrix y Severus ya que no se habían presentado, a lo que Dumbledore solo le había comentado que desconocía su paradero, aunque sabía que esa respuesta no sería muy convincente, igualmente le devolvió la varita a cada una de las niñas.
Mientras salían del Ministerio de Magia, Calynn consiguió un ejemplar de El Profeta, evitando así las miradas de todos los presentes mientras que también se quitaba la sangre de las manos con Aguamenti, sabía que Dumbledore las había dejado así para que se vieran más vulnerables, necesitaban cualquier cosa a su favor. Abrió el periódico una vez que sus manos estuvieron lo más secas posible y comenzó a leer el apartado de primera plana.
"El bien radica sobre el mal: Aurores y estudiantes de Hogwarts en batalla contra El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado
Hoy, alrededor del mediodía, la mortífaga Calynn Black y una de sus compañeras de casa del colegio Hogwarts, Lilianne Evans, se unieron al Cuartel General de Aurores del Ministerio de Magia para combatir a El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Al parecer, ambas niñas llegaron al lugar antes del grupo de aurores para combatir a la madre de la mortífaga (Druella Black) de la cual ya hemos hablado con anterioridad. Cuando el equipo de aurores llegó a la Mansión Malfoy —donde se llevó a cabo la pelea—, éstos mencionaron que la madre de la niña se encontraba sin vida, así como también una alumna del colegio Hogwarts de quién, hasta este momento, no se ha revelado la identidad. Por otra parte, el padre de la pequeña mortífaga, Cygnus Black, se encontró en un estado muy débil, por lo que tuvo que ser trasladado al hospital de San Mungo de Enfermedades Mágicas para que, al darse de alta, sea transferido a la prisión mágica de Azkaban para cumplir su condena. —En cuanto Calynn leyó aquellas palabras no pudo evitar sentirse un poco mejor al saber que había logrado salvarse, pero tampoco estaba del todo bien ya que la vida de su padre terminaría en aquella prisión, totalmente solo—. Finalmente, es para el Ministerio de Magia una pena mencionar que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado volvió a escapar de nuestras manos, así como también gran parte del grupo de sus seguidores. A pesar de todo, algunos mortífagos sí fueron capturados y encarcelados. Por el momento no se sabe nada más acerca de las dos alumnas del colegio que salvaron al mundo mágico, pero esperamos poder tener una entrevista con Calynn Black próximamente en este diario."
Calynn tan solo sonrió con las últimas palabras del artículo.
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"El dolor se va a desvanecer.
Si aguantas un poco más.
Aguanta un poco más".
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