De gansos y despedidas de soltera. Parte II
Finalmente salimos a eso de las diez y media de la noche porque una de las damas, Jennifer, no encontraba niñera para sus hijos, pero aquello fue solucionado con facilidad, ya que de inmediato le pasé el número de Florence. Si esa adolescente había logrado convencerme de usar lencería para la salida de esa noche, de seguro también podía arreglárselas para cuidar algún que otro niño.
Florence aceptó a la brevedad porque necesitaba el dinero para cambiarse el piercing por uno de calidad antes de que acabara con la nariz de un leproso.
El club adonde fuimos, luego de que Margaret finalmente confesara que no había podido conseguir los prometidos lugares en «Oak» —un Club de categoría conocido por recibir celebridades y considerado uno de los más top de la ciudad— fue Cielo «Let's dance» otro bastante popular, aunque menos glamoroso que el primero. Y así se desintegraba mi fantasía de conocer a Leo DiCaprio, que se enamorara perdidamente de mi por mi gran parecido con Rose y vivir juntos un amor épico como el de Titanic. Pero pese a eso, el club no estaba mal y hasta tenía trato vip. Lo que las chicas buscaban.
Por mi parte, con o sin trato vip, estaba decidida a disfrutar la noche sin importar cuánto gastara —iba a terminar exprimiendo esa tarjeta, pero me contentaba con la promesa de que devolvería cada centavo.
Al llegar, nos ubicamos en un reservado a un lado de la pista principal y cerca de una de las barras de tragos —éramos mujeres precavidas— y al tiempo que pedimos la primera ronda empezó también la charla sobre algunas cuestiones de la boda: nervios prenupciales básicamente por parte de las novias y de Magui, que manifestó su indecisión sobre ir con su novio actual a la misma o con el que había llevado a la fiesta del reencuentro (yo suponía era aquel muchacho al cual básicamente ignoró toda la noche y solo usó por breves momentos para presumir frente a las demás chicas y dar celos a algunos de sus ex, porque según ella, aseguraba que su galán tenía título noble por línea directa de sangre con la monarquía Inglesa. Aunque mí el tal Kevin no me pareció inglés ni en el acento). Después de aquel momento de incertidumbre me preguntó a priori si yo esta vez iría acompañada.
—Igual si no tienes pareja no te preocupes Adela, por eso insistí a las chicas que te pusieran de dama de honor, porque a mitad de la noche seguro ya empiezan a llover los solteros y las damas tienen ese magnetismo que tanto los atrae —esbozó su ladina sonrisa antes de beber de su Margarita.
—¿Lo dices por experiencia, verdad? —repliqué y bebí de un sorbo el shock de tequila que me había pedido.
—He ocupado este preferencial puesto en muchas bodas, y claro que he recibido muchísimas propuestas de solteros, pero siempre he estado acompañada, por lo que tuve que rechazarlas con moderación.
Su discreción se resumía en hacerse la difícil como por cinco segundos alegando que tenía pareja, para luego terminar entregando su número telefónico, por si de pronto por cuestiones de la vida llegaba a separarse.
Como sea, su comentario me molestó demasiado. La muy maldita estaba restregándome una vez más que ella siempre tenía pareja mientras yo era vista como la eterna solterona. Pero esta vez tenía medios para salir bien librada de esto.
—No debes preocuparte de todas formas por mi situación de soltería, iré acompañada —solté con actitud de superada y volví a tomar otro shock de tequila.
Después todas se abalanzaron sobre mí en un interrogatorio sin fin sobre el misterioso galán que llevaría a la boda. Aunque debí recalcar varias veces que no se trataba de ningún primo lejano y que estaba totalmente segura de su sexualidad, me defendí bastante bien inventándole una historia convincente a Jake que no incluyera prostitución, ni promiscuidad, hasta que al final a cosa se relajó y fueron perdiendo el interés porque ya mi punto débil estaba cubierto, así que seguimos hablando de trivialidades.
Es increíble cómo gente que te es repelente por naturaleza comienza a resultar increíblemente empática luego de algunos cócteles. #ElAlcholUne
A mitad de la noche entre el cegador flash de las luces, la ensordecedora música, y el estimulante efecto del alcohol ya me sentía lo suficientemente alucinada y aturdida como para bailar sensualmente junto a Margaret sobre el escenario, como si ambas fuéramos mejoras de toda la vida. Hasta le sostuve el cabello cuando fue a vomitar al baño una amalgamada mezcla multifrutal.
El resto de las chicas estaban igual de festivas bebiendo de sus propios tragos, de tragos ajenos o de la boca de algún ajeno. En esas me pareció ver a la única madre del grupo que hasta hacía unas tres horas atrás hablaba del gran amor que le inspiraba su esposo y la noble tarea de la maternidad. Quizá en parte esto último fuera cierto ya que se la veía con un cierto espíritu maternal, cuando acariciaba los cabellos de aquel púber —con el que había realizado testeo de papilas gustativas minutos antes— el cual descansaba la cabeza sobre su acogedor busto.
Las novias, por otra parte, no se habían soltado en toda la noche y se las veía más enamoradas que nunca. Yo sentí un extraño aguijonazo en el centro del vientre cuando Ariadne pidió al DJ que hiciera sonar la canción que las había unido y motivado a profesarse su amor y entonces la gente abrió un pequeño círculo en torno a ellas y ambas empezaron a bailar, cuál lento americano —con las manos colocadas en torno a la cintura y cuello de la contraria— al son de I kissed a girl de Katy Perry.
No sabía si secundar los suspiros y abucheos del público o ir al baño a vomitar, porque esas muestras desmesuradas de afecto me provocaban un subidón de glucosa imposible de soportar. Y no es que no me conmoviera su amor, porque era muy lindo y tal, pero las demostraciones de amor en general eran las causantes de mi incomodidad, más en situaciones en las cuales me encontraba completamente sola y pasada de tragos. #TerriblementeCachonda
Iba a ir al baño a vomitar cuando Margaret me frenó para avisarme que las novias habían decidido regresar a su apartamento a descansar —hacer el amor de manera desenfrenada— porque querían estar distendidas y sin espantosas ojeras para la boda.
Así que nuestra noche estaba a punto de acabarse, lo cual me decepcionó un poco, porque yo aún no me sentía del todo alocada como para retirarme. A pesar de las propuestas que había tenido —el vestido había causado impacto— no había aprovechado ninguna. Era demasiado extraño. Tal vez no estaba lo suficientemente ebria.
En un momento, casi accedí al cachondeo con un muchacho que, aunque no se igualaba a ninguno de los galanes principales de mis novelas predilectas, yo no le hacía asco a los personajes secundarios. Sin mencionar que tenía una sonrisa casi tan deslumbrante como Jake, pero eso fue hasta que me acerqué lo suficiente para notar que el brillo en su sonrisa era causado por el refractar de las luces en sus brackets y se me fue el interés.
—Jenny y yo pensábamos ir a otro club, ahora que las chicas se retiran. Uno que sea más a nuestro gusto. ¿Te unes? —dijo la rubia y me guiñó el ojo de manera cómplice. Era evidente que el efecto del alcohol aún no se le había pasado.
Media hora después Jennifer, Margaret y yo estábamos en un increíble club de strippers que otorgó significado a sus anteriores palabras.
Ver hombres desnudos, con perfectos abdominales aceitados, bailando sensualmente en un escenario, era igual de atractivo para las novias que un bistec para un vegetariano. Para mí en cambio, era la gloria. Empezaba a pensar que tenía una especie de perversa adicción por hombres de lascivas e impúdicas profesiones. Cosa que confirmé al día siguiente cuando desperté desnuda en la cama de mi apartamento con el strippers que se hacía llamar Zorro travieso.
No recordaba muy bien la secuencia de los hechos porque la horrible resaca lo camuflaba —parecía que tenía la banda sinfónica de la serie Game Of Thrones sonando en mi cabeza— pero sí recordaba haber subido al escenario alentada por las otras dos mujeres y el abucheo de la multitud y el posterior y sensual franeleo del muchacho contra zonas peligrosamente erógenas de mi cuerpo. También recuerdo haber colocado la tarjeta dorada de Alice dentro de su diminuto slip de piel de zorro y luego ya todo se pierde en un torbellino de orgásmicas imágenes y placenteras sensaciones imposibles de relatar por mi falta de juicio en ese momento.
Como sea, para finalizar el tema haré dos reflexiones sobre esa increíble noche. La primera: Magui resulta no ser una completa bruja después de unos cuantos cócteles encima y la segunda: una mujer no sabe lo que es el buen sexo hasta que no tiene a un vulpino juguetón bajo de sus sábanas.
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