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24| RECAÍDA

—Ahora lo importante es salir de aquí. No esperaremos a la policía de nuevo —propongo.

—¿Adónde iremos?

—Se supone que a casa.

—¿A casa? Estamos al otro lado de la ciudad, sin carro ni dinero. —Me dice lo que ya sé.

—Creo que sí contamos con el carro. —Recuerdo el transporte de los policías ausentes.

—¿De qué hablas, amor?

—Pues los policías no se vinieron a pie. Sus patrullas deben de estar afuera.

—Eso es una locura. Nos atraparán.

—No tenemos otra opción.

Dafne se cuestiona si he perdido la cabeza. Su preocupación aumenta con la situación.

—¿Vendrás conmigo? —Intento convencerla—. Estaremos bien.

—Ay, Joseph, no sé.

—Si nos quedamos aquí vendrán a matarnos.

Ella estalla de un modo que no me espero.

—...¡Nada de esto estaría pasando si no hubieras golpeado a esos policías! ¡Todavía podíamos salvarnos! —recrimina mis acciones.

—¿Es en serio?, ¿ahora todo es mi culpa? —exclamo incrédulo—. Yo no fui el que salió de la casa en busca de fiesta. Deberías empezar por ahí.

—¿¿Se te olvida que todo fue porque se te olvidó mi cumpleaños?? —Chuza en la llaga.

—Entonces sí, todo el tiempo yo he sido la basura. —Me frustro con su señalización y ella me ve dolida—. En fin, no voy a discutir más. Iré por una patrulla y verás si me acompañas.

Me encamino hacia los primeros policías que vinieron para sacar sus llaves. Harris no tiene, pero Morgan sí, y las agarro prestadas para salir del apartamento.

Dafne todavía está consternada y no da indicios de venir.

Llegando al elevador, lo veo descompuesto, generándome más cólera. Tomo el atajo de las escaleras y desciendo con esfuerzo a recepción, donde se encuentra el vigilante que usé para entrar.

Me ubico detrás de un pilar, evitando que me vea mientras debato la forma de cruzar. En ese momento, aparece mi novia a mi lado dispuesta a ayudarme.

Ambos pensamos lo mismo y ella se adelanta, pozándose amistosamente en el puesto de vigilancia.

—¡Hola! —Saluda simpática, captando la atención del hombre. 

—Oh, hola. —La repara y memoriza algo—. ¿Estaba en el apartamento 04?

—Sí, ¿por qué? —Se esfuerza en esconder sus nervios.

—No debió salir, es peligroso.

—Bueno, es que tengo prisa.

—Lo entiendo. Pero, ¿no se ha dado cuenta de lo que acaba de pasar? —cuestiona con asombro.

—Ah, sí. Aunque no me preocupa porque los oficiales ya se están haciendo cargo.

—¿Y pudo escuchar algo? —averigua.

—No mucho. Es que estábamos con la música un poco alta.

—Ya me doy cuenta. Bueno, usted siga. —Le da permiso.

—Muchas gracias, qué amable. —Le habla como si fuera su amigo de toda la vida—. Por cierto, me encantan tus lentes. Debes decirme dónde consigo unos así.

—¿En serio le gustan? —Se ruboriza—. Vaya, no me lo habían dicho.

—Pues estarán ciegos. Te quedan muy bien...

—Más que yo, no lo creo. —Revela con gracia—. Tengo miopía.

—Ay, ¿de veras? —Ensancha su sonrisa y disimuladamente me mira. Eso nos ayudará—. Mi sueño siempre ha sido ver con los lentes de un miope...

Él se ríe. Está encantado con ella.

—Seguramente le quedan lindos. —La corteja.

—¿Tú crees? —Se inclina en la barra de forma encantadora.

—No lo dudo. Parece usted modelo.

—Ay, ¿qué es eso de usted? —Se queja—. Tutéame, con confianza. —Le guiña un ojo.

«¿Es necesario eso?».

—Oh, de acuerdo. —Se le cae la baba—. Será un placer.

—Qué lindo.

—Usted... Perdón, tú mucho más.

Dafne me vuelve a mirar, notando mi desagrado. En ese instante, el vigilante le da una caricia en su mano. Ella se ve obligada a soltarse.

—Y... ¿me permites? —Le retira sus anteojos para colocárselos—. ¡Wow, realmente es otra dimensión! —Es mi señal.

El muy convencido se divierte con ella mientras salgo con prisa. Dafne hace tiempo en el momento de irme por el auto, y no viene conmigo hasta que me subo y lo alejo del sector.

Llega y se monta en el puesto de copiloto, organizándose su cabello a través del retrovisor.

—Qué tierno ese señor —comenta para que la oiga—. Me estaba cayendo bien.

—Sí, muy tierno —expreso con sarcasmo—. Dos minutos más y te convida a su casa.

—Ay, exageras. No me dijo nada imprudente.

—No tiene que ser imprudente para querer contigo. —Arranco el auto.

—Pues no creo. Solo fue actuación. —Se burla de mi cara.

—Por tu parte, claro que sí; por la suya no creo.

—Uhm... no todos quieren hacerme lo que tú, cielito. —Me provoca.

—¿De qué hablas? —Me hago el tonto—. ¿Y si te acuerdas que hace un rato me tachaste de ser el peor?

—Eso no fue así. —Su semblante risueño se distorsiona—. Solo te recordé ciertos detalles.

—Mm no sonó como un recordatorio.

—¡Amor, qué rencoroso! A mí ya se me había olvidado... —Suaviza su tono.

—No sí, ya me lo imagino.

Subo los vidrios del vehículo para que no nos descubran.

—Bueno, está bien —refunfuña—. Perdóname por lo que dije. Es que me pone muy nerviosa todo esto, amor.

—Sí, ya pasó —digo sin ánimos.

—Bebi, en serio. —Hace que la vea—. Pensé que ya no habrían peleas entre nosotros.

—Igual yo. —Veo al frente de nuevo—. Pero bueno, no importa.

Se crea un silencio incómodo mientras me detengo en un semáforo. Dafne, para romper el hielo, saca de su vestido un fajo de billetes, inquietándome.

—¿De dónde sacaste eso? —Caigo en la trampa.

—De la casa de Steve —admite muy tranquila—. Nos puede servir.

Le arrebato el montón de dólares, notando que es una cantidad exagerada.

—Pero esto es demasiado. Puede ser un problema.

Lo toma en su poder de vuelta.

—El dinero jamás será un problema —contradice mis palabras—. Es mas, ya lo tengo destinado. Perdí mi bolsa y eso merece justicia.

—Cielo, ¿en serio estás pensando en maquillaje? Tenemos hambre, no hemos llegado a casa y se perdieron nuestros teléfonos.

—Ah, y tú sí puedes destinarle cosas, ¿no? —Se opone a mis ideas—. Pues no. —Lo guarda de nuevo—, con esto haremos mucho en casa.

El semáforo cambia a verde y vuelvo a manejar.

Empezamos a escuchar una voz junto a nosotros, proveniente del radio. A ella no le gusta y aprieta un botón para apagarlo.

Es el botón de la sirena.

Sobresaltamos asustados, sintiendo todas las miradas sobre nosotros. Muchos de los autos nos dan vía.

—¡Apaga eso! —Intento centrarme en el volante.

—¡Eso intento! —Oprime botones como loca—. ¡No sé cómo se apaga!

Sigo conduciendo estresado.

Le indico a ella que tome el volante por mí y busco la forma de apagarlo.

—¡Apúrate, amor! —Conduce torpemente.

La adrenalina del momento no nos deja pensar adecuadamente. Me centro en ver los botones hasta darle al correcto, seguido de apagar el radio.

Ella no encuentra el equilibrio mientras maneja y se la pasa gritando. Tomo el volante de nuevo, volviéndonos el alma al cuerpo.

Manejar esta cosa no es buena idea.

—Mmm será mejor que dejemos la patrulla y sigamos caminando —recomiendo.

—Sí, mejor. —Me alienta, ya hastiada.

Conduzco hasta estacionarme en una calle poco frecuentada y, justo ahí, ambos nos disponemos a abandonarla. Caminamos aliviados, normalizando la temperatura de nuestros cuerpos gracias a la enorme brisa.

Nos vamos alejando del lugar, uniendo nuestras manos. Sentir el contacto del otro nos revitaliza, absorbe todo impase que tengamos.

Conforme caminamos, entablamos una conversación más civilizada en base a lo que haremos estando en casa. Queremos descansar y ver a nuestro cachorro.

Ella está tan emocionada y, de repente, no sé qué ocurre. La veo desorientada, no coordina palabras y ya no avanza.

—Amor, ¿qué ocurre? —Toco su espalda.

—¿Qué quieres? —Parece agobiada—. Y no me toques. —Se aparta como si mi contacto la quemara.

—Eh, ¿por qué?

—¿En dónde estoy? Necesito ir con mi novio.

«Otra vez, no puede ser».

Hago que me muestre su amuleto y me doy cuenta de que la pulsera está deteriorada. No está brillando como antes, se ve oxidada y a punto de romperse.

Ella retira la mano, escondiéndola inmediatamente.

—No te pienso dar la joya. Me la dejó mi novio, antes de... —Se atraganta en su dolor.

—Sí, tranquila.

Se va para más lejos, con la intención de dejarme atrás. No tiene idea de si va o viene.

Así que intento acompañarla.

—Oye, espérame. —La alcanzo—. No puedes irte sola.

—Pero claro que puedo. —Me desafía—. Y no quiero tu compañía.

—Solo quiero cuidarte.

—¿Crees que puedo compartir con el responsable de la muerte de mi novio?

—Si lo dices así, no; pero no me puedes culpar de eso.

—Sí puedo —corrige con rabia—. Tú no deberías estar aquí.

Su dureza me trastoca.

—¿De veras querías matarme?

—Pues tampoco así... solo era para frenarte. —Se desentiende de su responsabilidad.

—Vaya forma de deshacerte de mí.

Su mirada forzosamente arrepentida no me basta.

—No me dejaste opción. Eres muy entrometido.

—Si entendieras, no me dirías eso.

—Ay, ya no quiero más de lo mismo. Dejarás de seguirme y ya. —Apura sus pasos.

—¿O qué? —La persigo.

Ella huye, encontrándose con una patrulla de policía que vigila la zona. Lo hace bajar del coche por medio de un escándalo.

—¡Ayúdeme, ayúdeme! —Pide auxilio como si de verdad yo le inspirara inseguridad—. ¡Oficial, este tipo no hace más que atosigarme! —Se queja, haciéndome moderar mi trote.

Me denuncia sin ningún pesar.

Y se presenta algo mucho peor, algo que me desmoraliza. El policía que sale del auto es el mismo que me encontré en el bar.

Brien, el más inservible de todos.

Se sorprende al verme, pero queda mucho más impactado con mi novia.

—¿¿Abejita?? —La confunde con la otra chica—. ¿Qué haces aquí?

Dafne se confunde con lo que menciona.

—Hum, ¿a qué se refiere? —pregunta inquieta.

Por alguna razón él nota que no se trata de Mandy.

—Increíble. No eres ella. —Procesa su impresión.

—¿Ah?

Me hace gracia su reacción.

—Nada. Te confundí con una conocida. —Se disculpa, tomando en cuenta lo que realmente importa—. ¿Me decías que este tipo te está molestando?

—Sí, no deja de seguirme —confirma lo dicho.

Me veo involucrado en su plática y me defiendo.

—No la estoy persiguiendo, la estoy protegiendo —sostengo mi verdad.

—¡Tú no entiendes que no te necesito! —exclama con alto volumen.

—Calm down. —La orienta, tomando un paso hacia mí. Se cree imponente—. Veo que no sabes cómo tratar a una chica. —Se luce ante ella—. ¿Acaso no te educaron bien? —menciona con mordacidad.

—Pero qué infantil eres, Brien. No puedes con tus propios problemas y crees que podrás con los de los demás. —Una mirada lastimera adorna mi rostro.

—Ella ya dejó en claro que no es tu problema, dude.

—¿Ella? —Doy una risotada—. Por si no lo sabes, ella es m... —Ambos me miran atentos y me corrijo—. Es... es muy indecisa.

—¿Qué dices? —Brinca ella, intentando ofenderse—. Ni me conoces, tonto.

—Bueno, supongo que te estoy conociendo... —Me rasco el cuello con pesadumbre sin saber de dónde pegarme.

—Que no —gruñe ante mi declaración—. Ay, oficial, ya haga algo. —Se apoya en él.

—Okey. —Acata su llamado—. Mira... —No sabe mi nombre—, cómo te llames.

—James. —Sonrío con hipocresía, ocupando mi segunda identidad—. Llámame James.

—Sí... eso. —No le interesa para nada—. Te prohíbo que indispongas más a la chica. Si no te quiere, desapareces, fin.

—¿Y qué te hace pensar que tú me puedes prohibir algo? —No me lo tomo en serio.

—Tal vez la sanción que te puedes ganar por alterar el orden común me hace pensarlo. —Voy frunciendo la boca sin darme cuenta—. No quieras pasarte de listo, dude.

Dafne está viéndome con mucha satisfacción. De verdad quiere verme hundido.

—De acuerdo —acepto entre dientes—. Solo quiero dejarla en su casa, está muy lejos... ¿Se puede? —Le pido consentimiento sobre todo a ella.

Mi niña se encuentra dudosa pero, sorprendentemente, el otro arrogante coincide conmigo.

—Sí, es peligroso que se vaya sola. —La convence de aceptarme—. Puedes escoltarla... pero, ya estando en su casa, la dejas tranquila. —Me sugiere.

Asiento solo para callarle la boca.

—¿Y eso es todo?, ¿una amenaza? —Está en desacuerdo con sus métodos—. Este tipo me ha fastidiado durante horas y me persigue como un psicópata ¿y usted no hace nada? ¿Qué es lo que espera para ajusticiarlo? ¿Que aparezca en los periódicos de mañana como desaparecida o muerta? —escupe todo su odio contra mí.

«No soy Steve». Pienso frustrado.

El policía se inquieta del alcance de su imaginación.

—No pienses así. —Acaricia su hombro con cierta ternura—. Él no te hará daño, no puede. Sin embargo, aquí tienes mi tarjeta para que me avises cualquier novedad. —Saca de su bolsillo la tarjetilla y se la entrega amablemente—. Estaré disponible las 24 horas por si me necesitas, ¿okey?

«Claro, a ella no la mandas con el 911, ¿verdad? Qué imbécil».

Dafne recibe el cartón con una decepción que no entendemos.

—Pero... yo esperaba otra cosa. —Sus ojos están clavados en la tarjeta.

—¿Y qué esperabas?

—Que lo hicieras correr con tu arma, o algo así. —Su cara refleja una tristeza maquiavélica.

La veo incrédulo mientras que Brien se echa a reír. ¿Qué tiene de chistoso?

—Nosotros no podemos hacer eso, darling. —Le aclara con suavidad. Qué rápido vuela con la confianza—. ¿Sabes una cosa? te pareces mucho a alguien. —Parece que se refiere a su amiga.

—¿Sí?, ¿a quién?

—A una chica muy especial. —Le tira la indirecta. Hablar con Dafne le agrada.

Ella se toma el comentario a gusto, meneando sus labios complacida.

El uniformado de ojos avellana procede a despedirse, dejándonos el paso libre; luego se mete a la patrulla a escuchar un comunicado de la central. Es extraño porque en la lejanía me parece escuchar nuestros nombres.

Me convenzo de que estoy sugestionado y acompaño a mi novia, quien no está de muy buen humor.

Unos pasos más adelante, Brien nos llama la atención desde la móvil, haciendo que nos devolvamos. No me gusta eso.

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