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21| COMPLICIDAD

—¡Es que ya no lo aguanto más, amor; quiero que nos deje en paz! —Se sale de control, refiriéndose a mí como una pesadilla. Steve no la puede dominar y le quita su revolver para dirigirse a nosotros.

—¡No, detente! ¡Ahí está mi primo! —Interviene, poniéndose frente a ella para escudar a Lautaro.

Y a ella se le dispara el arma.

Precisamente en el abdomen de su mejor amigo.

Se desploma en el suelo conforme la vida se le va y la escandalosa sangre no demora en bañar sus prendas. Se queda siguiendo algunas direcciones con sus ojos espantado como si estuviese viendo a un fantasma, o a varios, pues su mirar no muestra alivio.

—¡Dafne, no! —Ahora temo por su vida, no quiero que se vaya con él.

—¡Ay, noo! ¡Qué hice, qué hice! —Se queda en un solo temblor viendo la pistola, luego la lanza despavorida y se inclina sobre "mí" para lamentarse—. ¡Mi vidaa! ¡Mi vida, perdóname! Por Dios, no era esto lo que quería... —Llora mares porque cree que estoy agonizando.

La mirada de Steve pierde rumbo a la vez que comienza a expulsar espuma roja por la boca. Está muy pálido, está dejando este mundo.

El desespero de ella es infinito. Nos dice que llamemos a una ambulancia, a los bomberos, hasta la Cruz Roja. Le pide perdón millones de veces y no se despega de su lado excepto para ir por el botiquín.

Sospecho que dejó de respirar hace un rato pero ella sigue insistiendo en hablarle, tocarle las manos y el cabello. Está sumergida en su dolor y, de la nada, se pone unos guantes del botiquín y toma algunas cosas para hacerle no sé qué cosa.

—¡Hey, no!, ¿qué piensas hacer? —La detengo.

—Lo voy a salvar. ¡Déjame!

—¿Salvar de qué? Ya está muerto. —Le hago entender.

—¡No digas eso! —Está en negación—. Él no me puede dejar. Es Joseph, ¡mi Joseph! —Me da golpes en el pecho frustrada. No sé cómo explicarle que no soy él.

La sujeto más firme y hago que me vea.

—¡Se acabó! ¡Ha muerto, entiéndelo! —Engrueso mi voz, haciéndola asentar cabeza.

Sus ojos se encharcan, de manera que voltea a ver desconsolada al difunto y se quiebra en mis brazos.

Lo que daría por ahorrarle este capítulo en su vida... agradezco que esté aquí conmigo, pero no entiendo por qué el hechizo no se deshizo.

Lautaro desde entonces permanece inmóvil, está en shock viendo el cadáver de su primo.

Tomo asiento con mi novia, y cuando ya está más calmada, tomo el amuleto para regresarla a como es en realidad. Ella me facilita las cosas cuando lo ve:

—Oye, ¡esa pulsera la tenía mi novio antes de morir! —La toma como suya y se la enrolla en su muñeca sollozando—. Es mía...

—Mmm sí, es cierto.

Ella me mira mal y yo solo espero su retorno.

Pero se tarda más de lo estimado.

—¿Por qué rayos me miras así? —Se confunde tanto como yo.

—Es que estoy esperando a que cambies. —Se me ocurre la brillante y tan suicida idea de decirle la verdad.

—¿Qué, qué?

—Mmm creo que el talismán ya no funciona.

—Sigues diciendo cosas raras, qué fastidio. —Lloriquea y se planta en el otro extremo de la cama.

Y apenas se sienta, se desmaya; cayéndose de cabeza contra el tapizado.

—¡Cielo! —Me voy precipitado a levantarla. No sé si está en trance o muerta.

La cargo y me la llevo a las afueras de la recámara, dejándola cómoda en un sofá.

¿Ahora qué hago? Prácticamente estoy en un río de cadáveres con un paniqueado y mi novia inconsciente. Un lindo cuadro no es.

Se me viene a la mente darle respiración boca a boca a mi chica. Soy su novio después de todo y quiero despertarla.

Algo así como recrear a la bella durmiente. Solo que en un escenario menos presentable y con un príncipe de estrato medio, llegando a bajo, por no decir pordiosero.

Como diría mi novia: creo que estamos en la inmunda.

Mis labios se unen a los suyos en un beso inicialmente y comienzo a llenarla de mi aire a continuación. Bloqueo su otra vía de aire presionando su tabique y veo como se infla su abdomen. Me fijo en sus pulsaciones y repito la secuencia hasta que siento sus labios corresponderme, sorprendentemente ella, mi Dafne.

Claramente libero su nariz y sigo el ansioso beso, donde la electricidad y el deseo se entrelazan para hacer la experiencia más única. Queremos saquearnos las bocas como si no hubiera más que nosotros y nuestro anhelo de apagar tanta llama. No existe mañana, mundo, ni siquiera problemas... esto, esto soluciona todo.

O bueno, casi todo.

La frenética unión de labios se ve interrumpida por un misterioso sonido cerca de la puerta, justo al final del pasillo.

Es Lautaro intentando salir con cierto afán, lleva una mochila en su brazo.

—¿Qué haces ahí? —Mientras estoy centrado en el sujeto, pierdo de vista a Dafne.

—No te interesa. —Se tercia el morral al hombro y abre la cerradura.

—No pensarás irte, ¿o sí?

—Eso tampoco te interesa.

Dafne llega hasta donde está Steve y se devuelve hacia nosotros con cara de confusión para avisarnos lo que ya sabemos.

—Oigan, ¿Steve está muerto? Es que no me contesta...

—Sí, tú lo mataste. —Y cuando piensas que la cagas con tu honestidad, llega un sincericidio más grande.

Mis ojos se ensanchan notando la reacción de ella. Qué imprudente.

—¡¿Qué dijo?! —Ella no recuerda nada y se aturde—. ¡Amor, lo maté! Dios, soy una asesina. Pero... ¡¿cómo?! —Se desespera y lleva todo al extremo—. ¡No puedo ir a la cárcel! Allí la ropa es horrenda y la comida sabe asqueroso. —Acelera su ansiedad y el panorama se le vuelve más crítico—. ¡Ni siquiera sé jugar ajedrez, saldré en los periódicos y solo podré llamarte dos minutos al día!

Me mareo. Eso sí es volar y bien alto.

—¿Po...por qué tenías que decirle eso? —resoplo con los nervios alterados—. Debiste de tener un poco más de tacto. No está en condiciones de procesar, ¿no te das cuenta? —Le sugiero anhelante.

—Sí, qué tragedia —admite sin importancia—. Yo me largo.

Da dos pasos al frente y le estanco.

—Oye, ¿y qué pasa con Steve? —Le recuerdo.

—Él ya no me necesita. —Se muestra vacío ante su pérdida.

—Pero era tu primo.

—Y sus planes eran tontos.

—Él te salvó, se sacrifi...

—Lo que hizo fue una soberana tontería. ¿Morirse a manos de una chica? Qué vergüenza. —Sigue su marcha como si nada.

Lo sigo hasta afuera, incapaz de comprenderlo.

Dafne todavía sigue plasmando escenarios catastróficos de su condena y se extravía de la realidad. Lo que tiene que pasar por perder a su mejor amigo.

—Pero, hey, no te puedes ir simplemente. —Intento atajarlo a la vez que camina—. La policía ya viene en camino.

Él parece escucharme y se detiene un instante.

—Con más gusto me largo —reafirma y se va luego de observarme.

Y nos deja ahí, embarrados hasta el cuello. Ahora no sé si quiero que venga la policía.

El verdadero asesino ya está muerto y gracias a mi novia. Eso no es positivo.

Unos pasos más tarde, él se regresa para entregarme algo. Parece un cigarrillo.

—Toma, esto te servirá. —Lo hace deprisa.

—¿Qué? Pero yo no fumo... —Me pierdo viendo la extraña pipa—. Además, ¿qué porquería es est...

—Solo hazlo, te ayudará a quitar los nervios o a familiarizarte con tus fantasmas. —Lo segundo no me convence para nada—. Aunque, mejor no, mejor ve y dáselo a tu novia. Ella lo necesita urgente —insiste, notando su crisis.

—Mi novia está perfectamente. —Su propuesta me ofende y le respondo de manera tosca—. Así que lo siento, pero la verdad es que no metemos de esas cosas. —Le entrego su cigarro.

—Sí, ya lo veo. —Se reserva lo que iba a darme—. Ustedes se meten algo peor —asegura con matiz de precaución, como si le constara.

—Qué carajos... —exclamo abrumado ante su acusación—. Mira, linaje torcido, mejor trágate la lengua y vete de una vez. Tu primo no te necesita y nosotros menos.

No se conmueve, por el contrario, se lo toma muy deportivamente.

—Como sea. Salúdame a mi prima en el velorio. —No pretendo ir al funeral de ese enfermo—. Le dices que no pude ir porque... también me morí.

Qué manera tan creativa de huir del lío.

Él se despide por enésima vez y, al fin, cumple su promesa de desaparecer. No más de la tóxica familia Janz por ahora.

Me adentro al apartamento y la atormentada de mi novia me recibe con un comentario:

—¡Joseph, para las visitas conyugales llévame sábanas de casa! —Me solicita desde el sillón.

Tomo asiento a su lado.

—Mmm, ¿te quedaste pensando en eso todo el rato? —Me inquieta su actitud.

—Pues sí, debo prepararme. Y tú también deberías de resolver, amor —sugiere.

—¿Pero resolver qué? No nos adelantemos, mi vida.

—¿Te parece que debemos de estar muy tranquilos? Estamos en una casa con tres muertos. ¡Tres muertos!

—Ya lo sé. Pero, hey, ya viene la policía...

—¿Y eso te parece una gran noticia? —Pone cara de obviedad.

—¿Acaso no lo es? —Me perdí.

—Joseph. —Cierra los ojos con impaciencia—, somos los únicos testigos y yo no me acuerdo de nada, ¡nada! ¿lo entiendes?

—Amorcito, pero no vamos a decir eso. —Ella me presta atención—. Tenemos que acordar la misma versión para declarar.

—¿Y qué se supone que vamos a decirles?

—Mmm que lo hizo su primo y luego huyó. Tenemos pruebas de que te estaban hipnotizando. —Pienso en la cámara.

—No sé... ese tipo se veía astuto.

—Es un traficante de drogas como su primo. Tiene todas las de perder contra nosotros.

—¿Tú crees?

—Estoy seguro. Pero tienes que confiar en mí.

Sentimos que los radios de los policías avisan que están cerca.

Ella deposita su mano en la mía, otorgándole un ligero apretón. Eso es necesario para comprender que no solamente me da su confianza sino también su corazón. 

Nos comunicamos telepáticamente y buscamos unir nuestros labios por un segundo. Sincronizados por un mismo latir, nos rodeamos del magnetismo que desprendemos juntos. Volamos y saboreamos la magia, la gracia del amor.

Cada vez estamos más sedientos y acortamos la distancia de nuestros cuerpos. Mi mano se escabulle por las fibras de su cabellera, dándole suaves caricias. Ella no se queda atrás y, en consecuencia de mis provocaciones, va jugueteando sin pudor con su lengua por los alrededores de mi boca.

Le correspondo de manera atrevida bajando con mi mano por su espalda, sintiendo su fascinante escote, y me dirijo a su cintura hasta llegar a su cadera y, finalmente, a su asombrosa cola. La agarro de inmediato y, de un impulso, la subo en mis piernas. Acariciar sus muslos es una proeza, es demasiado para este mundo; y una escala más arriba se vuelve el paraíso. Afortunado me siento de tocar el cielo cada que estoy con ella.

Mi novia se motiva a sentarse justo en el abultado de mi pantalón, dándose cierta satisfacción al acomodarse. Me presume sus ansias por medio de sonrisitas y muchos besitos. Es cruelmente provocativa.

Los radiocomunicadores dan la señal de que vienen en el ascensor.

—Así que quieres jugar antes de irnos presos, niña sucia —bromeo con picardia.

—Ujum —asiente mimada—. A ver qué tan rápido puedes ser... —Me reta maliciosa.

—Pues ya vas a ver. —Le susurro, reteniendo con mis dientes uno de sus carnosos labios. Seguidamente entierro ambas manos bajo su falda para apoderarme de su encaje, deslizándolo por sus piernas para dejarla expuesta.

Pero el momento se ve forzosamente interrumpido por unos toques en la puerta. Las voces al otro lado nos anuncian que se trata de la policía.

Dafne se me baja de encima, volviéndose a subir las bragas apurada. Me mortifica observar eso.

Yo me dispongo a atender la puerta con desaliento. No sé qué es más amargo: si quedarme con las ganas o tener que enfrentar a los agentes.

Dafne me ve con una cara chistosa en el momento que los dejo pasar, me supongo que su objetivo era este.

«Pequeña traviesa».

A la casa comienzan a entrar dos agentes y un sheriff, todos ellos impresionados y, a su vez, prevenidos por los dos cadáveres de sus colegas en media sala. Mientras los dos policías más jóvenes se cercioran de que están muertos, el sheriff se presenta justo al lado de mi novia. No sé por qué, pero me llama la atención.

—Mucho gusto. —Toma la mano de Dafne con la intención de darle un beso, sin embargo lo único que consigue es babearla. No contento con eso, se sienta a su lado, obligándola a orillarse. Se le nota el encanto con ella—. Mi nombre es Rogelio Stuart y soy el alguacil de la zona. —Le enseña su placa, presumiendo—. Estoy a tus órdenes, querida. —Solo le falta presentarle su arma para terminar de quedar en ridículo—. ¿Y tú? Seguramente te llamas bombón. —Dafne no puede creer lo que está pasando, podría ser su papá.

Brien tenía más cara de policía que éste.

Ella le quita la mano al viejo y se limpia las babas. Él le sigue hablando tonterías, como si no se le acabaran las pilas.

Sus compañeros trabajan pero él no, me hacen preguntas y él no; sigue acosando a mi novia.

—Pero, oiga, ¿usted no me va a interrogar o algo? —Ella le cuestiona su trabajo.

Creo que ahora está más tensa por la conducta de Stuart que por lo que hizo.

—Sí, claro... ¿Y cuál es tu nombre?

—Dafne Bennett.

—¿Edad?

—26 años.

—¿Número celular?

Ella se lo da y la conversación se me extravía porque también me hacen preguntas sobre lo acontecido. Segundos más tarde, el tono de voz incrementado de mi chica resuena por toda la sala.

—¡Eso no se lo pienso responder! —Se siente violentada con el cuestionario—. Ni siquiera lo está apuntando en la libreta como sus compañeros. —Se fija en el dúo que me está interrogando a mí.

—Pero qué arisca... —Se peina el bigote—. Tranquila, se nota que eres virgen.

Con toda su indiscreción, expresa frente a todos.

—Para su información, viejo decrépito y baboso. —Cae en su provocación y le explota en todo su ego—. Aunque así fuera, usted con ese tipo de preguntas tan indeseables jamás sería una opción. Preferiría morirme oxidada. —Se levanta del sillón, viniendo hasta mi posición con cara de hastío.

Él se queda analizando esa respuesta mientras nosotros les enseñamos el camino de la habitación a los demás. Ellos anotan todo y a través de sus radios emiten unos códigos a la central en cuanto encuentran a Steve, también sin signos vitales.


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