18| HECHIZO
El amuleto de nuevo se hace presente, calentándose en el interior de mi pantalón. Una gota de sudor baja desesperada por mi rostro.
Steve presiona el pulgar contra el dedo medio, dobla el meñique y anular hacia abajo y empieza a acumular presión entre los dos anteriores.
Meto la mano en mi bolsillo.
Todas mis heridas ahora duelen significativamente.
—Yo como tu amigo te ayudaré a encontrar lo que necesitas... —Suaviza y maquilla todo con gran facilidad—. En cuestión de un parpadeo dejarás de poseer voluntad, todo tu razonamiento será a mi antojo. Me harás caso hasta en lo más absurdo e inmoral, implicando tu vida o la de alguien más, sin rechistar —indica, como si fuera su soldado.
Me sudan las manos.
Su mano se acerca y me da la primera orden.
—Desde ahora yo soy Joseph Queen, el novio de Dafne; y tú eres simplemente James Wolts, un aparecido que coincidió con ella pero se irá prontamente. No tienes familia, dinero, mucho menos motivos para vivir jejeje. —Se esfuerza por mostrarse gentil y procede con la cuenta—. 1... 2... 3...
Y chasquea sus dedos, haciéndome parpadear.
Supongo que es todo. Me ha hipnotizado.
Se aleja de mí con una postura relajada. Da por sentado su cometido y a continuación se sienta en el sillón a mi espalda, cruzando las piernas.
—Bien. Ya puedes rescatar a tu novia, Joseph. —Me llama por mi nombre. ¿Acaso es una prueba?
Estoy confundido y no me muevo.
Le doy vueltas a las cosas y...
«¿La cadenilla?».
Estoy prendido de ella en mi bolsillo. Lo más impactante es que no está caliente, no me ha quemado.
«Oh, estoy pensando. ¿Significa que no funcionó?».
Steve se levanta de la silla y me pregunta cómo me llamo, yo decido seguir mi papel:
—James Wolts. —Logro expulsar lo que quiero.
El despreciable se muestra enorgullecido. Cree que me capturó como a ella.
Nos vemos escasos segundos y se cruza de brazos presuntosamente.
Se prepara para mandarme a volar, estirando el cuello de su suéter con finura.
—Ya va siendo hora de que te vayas de mi casa, James. Vete a descansar... ¿en paz? Sí, en paz. —No disimula para nada la gracia que le hace. Le pone empeño a cada palabra—. Vete afuera y busca un puente o un río, da lo mismo, pero tírate y ¡MUERE! —Su realce sardónico me hace poner nervioso.
No puedo ponerme nervioso o quedaré en evidencia.
Debo ser un buen robot.
«Los robots no razonan, Joseph».
—¿Qué tanto piensas, estorbo?
«Me descubrió».
—No puedo moverme. Me duele la pierna... —Me quejo.
—Cierto. Olvidé que eres un inútil. —Hace una mueca enorme—. Es simple, James. Apaga tu sensibilidad y dejarás de sentirlo.
Lo veo a él y luego hacia mi alrededor con cara de no puede ser. Está bien pendejo si piensa que soy un vampiro.
Él me sonríe como si me hubiese dado las cifras exactas de la lotería y yo le saco el pulgar desde mi puño cerrado. Ahora "apagué todas mis heridas con el interruptor".
Cretino.
Me hago el loco con el dolor mientras me pongo de pie, haciendo tiempo hasta llegar a la puerta. Steve se confía yéndose hacia adentro con Dafne y el otro hombre. Para que no sospeche, abro y cierro la puerta de la entrada; él no vuelve a salir, dejándome así espacio de acomodarme el torniquete y ver los objetos de utilidad que yacen en la sala.
Entre las cosas esenciales que conforman el habitáculo, hay unas ajenas que me distraen de todo: una cámara filmadora en la esquina, un bolso femenino debajo de la mesa y el trofeo con el que fui agredido.
Con dificultad me acerco a la cámara y visualizo su contenido. Hay imágenes de Dafne y Steve, justo en el momento en que vine, y quien estaba grabando era el chofer del auto.
«Ese tipo está muy involucrado en todo».
Después me dirijo a la bolsa, la cual voy reconociendo como de Dafne, me apropio de ella y saco de su interior su teléfono. Tiene señal y no dudo en llamar al 911.
Ellos me atienden después de una larga serie de preguntas, les cuento que hay una chica en peligro y todo lo ocurrido en el club. Al principio no me creen, pero luego de mencionar "Janz" parecen tomar el caso.
Les mando la ubicación y vienen en camino. Está hecho, lo detendrán.
Al soltar el teléfono en mi bolsillo, un grito estruendoso originado de la habitación donde tienen a Dafne absorbe mi concentración. Inmediatamente ella se me viene a la cabeza, seguramente la están maltratando.
Mi reacción es breve: tomo el trofeo de básquet bañado en oro con un balón coronando la copa, el mismo que está salpicado con mi sangre por cortesía de Steve. Camino con dificultad hasta llegar a la habitación, esta no tiene seguro y la abro con disimulo.
Unas luces led de color azul iluminando el interior me reciben. A medida de que despliego la puerta, evidencio más cosas: hay otra puerta, afiches y decoraciones en las paredes, una mesa con un altar bastante extraño...
Abro la puerta hasta meterme. Estoy pisando el tapizado. Al otro lado está la cama, es bastante grande y acondicionada, con mantas y almohadas de las más refinadas y de la alta costura. Parece bordada en oro. Y no está sola, tiene una prenda encima...
Es... el vestido de Dafne.
Seguido de sus botines, los cuales están en el suelo.
Dejo caer el trofeo. Centenas de escenas rondan en mi cabeza, machacándome hasta la desesperación. Lo hizo, el miserable lo hizo.
«No puede ser, ¡no puede ser! ¡Dafne noo!».
Voy enceguecido y dispuesto a hacer arder el mismísimo cielo. Empujo la puerta del interior con exaltación y me quemo con lo que encuentro.
Dafne está ¿inconsciente? y de ropa interior acostada en la tina del baño. La tina está sin agua. Y, como siempre, la alimaña de Steve está detrás suyo y le peina el cabello.
No se ensombrece cuando me ve.
—Sí. Tu intento de actuación volvió a fracasar... —Sonríe diabólico mientras acaricia el rostro de mi amada—. Joseph, tu mayor cualidad es la ingenuidad.
Comprimo los puños y veo hacia el trofeo.
—Ni lo pienses —sugiere—. Da un paso en falso y le tuerzo el cuello —advierte con sus manos puestas en ella.
Abro los ojos como platos. Está desquiciado.
—¿¿Qué??, ¿acaso no la querías?
—Sí y ya la tuve... —Se muestra contento para derribarme.
Noto en sus ojos lo mucho que está disfrutando insinuar eso. Recuerdo la cama, la ropa, todo el tiempo que estuvieron a solas.
Me desestabiliza.
Sigue tocando su piel, sintiéndose Dios por tenerla cerca y a su merced. Me humilla oliéndola.
—Déjala... —pido.
—¿O qué? —revierte lo dicho.
Pienso en decirle que llamé a la policía, pero quizá lo pondría en sobreaviso. Debo aguantar, ser más ágil.
—...Llamaré a la policía. —Saco el teléfono de Dafne de mi bolsillo y se lo enseño, él se inquieta—. Se te escapó este pequeño detalle en la sala, ¿recuerdas?
Él se ve acorralado y vuelve a amenazarme tomando a mi novia de su indefenso cuello.
—¡Apaga eso o la mataré!
Trago saliva y lo enfrento, a pesar de que me pueda arrepentir toda la existencia:
—¡Hazlo, maldito! Así te vas a pudrir en la cárcel. —Prendo la cámara del móvil y empiezo a grabarlo, justo así, enfocando como se aprovecha de mi novia—. ¡Cobarde! Eso haces con todas tus víctimas.
El amuleto se empieza a calentar dentro de mi bolsillo otra vez.
Steve intensifica el agarre y sus dedos se van marcando en el cuello de Dafne, obstaculizando su aire.
—¡¡DEJA DE GRABAR, INFELIZ!!
Mientras grabo, veo algo anormal en la pantalla, hay una sombra negra detrás de Steve. La sombra tiene puesta su mano en el hombro de Steve y se me hace familiar cuando levanta la cabeza y veo su sonrisa, terrorífica y para nada amigable.
Es la misma mujer que se me apareció antes. ¿Por qué me visita de esa forma?
Dejo de ver la pantalla y al ver la realidad no hay nada. Vuelvo al teléfono y ella ha desaparecido. Como siempre, es misteriosa.
Janz deja de ahorcar a mi princesa en cuanto oímos caer la puerta de afuera con estrépito. Mando el video enseguida hacia la misma dirección donde mandé la ubicación: esto lo acabará.
Steve se aleja de Dafne, al fin, y se va en busca del ruido. O eso pensé.
Voy con Dafne sin pensarlo. Tomo su cabeza y sus manos, está helada. Me siento tan culpable.
No sé qué le hizo. ¿Por qué no reacciona?
—Amor, contéstame. —La llamo sin resultado.
Siento su pulso y está algo lento.
Intento sacarla de la tina pero mi pierna me lo impide. De nuevo le estoy fallando.
Pienso en subir su temperatura. Voy por una cobija.
En el trayecto me sorprende no ver a nadie. ¿Steve se escaparía? Pienso en averiguar qué está pasando afuera, pero como mi prioridad ahora es ella, me centro en la manta.
No había determinado el altar cuando llegué, sin embargo, en esta oportunidad logro hacerlo y me quedo muy aturdido. Hay toda clase de artefactos de ¿magia? Pero especialmente fotos y algunas pertenencias de mi novia. Desde cabellos hasta una tanga. Steve la persigue desde que era muy joven.
Lo más aborrecido de todo es que hay fotos de ambos, partidos a la mitad.
«¿Qué quería conseguir con todo esto?».
La impresión que genera es más desconcertante todavía. Él es la madre de la repulsividad en su máxima potencia.
Me devuelvo para el baño y cubro a Dafne. No me parece suficiente y tomo un secador de cabello que está sobre las estanterías y lo enchufo de forma que me quede cerca, lo enciendo y le doy aire por encima de la manta. La sábana es de tejido grueso y no deja que pase el calor directo.
No sé por qué se tarda tanto la policía.
Mientras recorro todo su cuerpo e intento recuperar su calor corporal a base de aire artificial, se me viene a la mente el amuleto. Dejo por un momento el secador y saco la pulsera de mi pantalón. Ella brilla como nunca.
Tomo su mano derecha y se la abrocho alrededor de la muñeca. Suavemente la vuelvo a posicionar donde estaba.
De repente su pecho se empieza a inflar como si estuviese recogiendo una gran carga de aire, su boca se abre y empieza a vomitar en gran cantidad. Es una babasa espesa amarillenta.
Sé que se puede ahogar y la ayudo a voltearse. Ella ya abre los ojos, agitada y asustada. Cuanto más bota, más la recupero; es como si estuviera expulsando el veneno.
Termina y se levanta para sentarse. La veo preocupada.
—Jo...Joseph —Ella llora. Saltan lágrimas de sus ojos y el rojo tiñe sus mejillas—. ¿En serio lo hiciste?
Estoy feliz porque me reconoce, pero no entiendo la pregunta.
—¿De qué hablas, cielo?
—Mentirme. —Cierra sus dientes con fuerza. Tiene rabia—. Me dijiste que estarías en Bélgica y todo fue mentira. ¡Por eso no llegaste!
Me sorprende que salga con eso, justo ahora.
—Amor, claro que estaba en Bélgica. Estaba muy ocupado, pero aquí estoy.
Ella me sigue presionando:
—No me mientas. Me lo dijeron. —Me acusa sin compasión.
—¿Pero quién? —La veo fijamente, conteniéndome—, ¿la misma basura que te tiene en este estado?
Ella vuelve en sí con ese comentario. Cae en cuenta del embrollo en el que está metida. No sabe cómo ni cuándo llegó ahí.
—¡Joseph! ¡¿Y mi ropa?! —Se alarma mientras la busca—. ¿Q-qué estoy haciendo aquí? —Ella empieza a reconocer ese baño, se asombra cada vez más y me pregunta acelerada—. ¿Estamos en la casa de Steve?
Es tanto que no sé qué responder.
—Joseph, ¿por qué no me contestas? —Me conoce demasiado y sabe que estoy preocupado—. ¿Y por qué tienes sangre? Te pasó al...
—Tu amigo lo hizo. Todo esto lo ha hecho él...
—¿Qué dices? —Ella me ve incrédula.
—¿No te acuerdas de la fiesta?
—¿Cuál fiesta?
Es peor de lo que pensé.
—Joseph, ¿hubo una fiesta? ¿Puedes decirme lo que ocurrió?
—Mmm sí. Básicamente ahí comenzó todo. Luego te explico, por ahora debemos irnos. —La ayudo a levantarse.
—¿Irnos adónde? —Me sigue y se cubre con la sábana. Parece una niña pequeña preguntando cada cosa—. Amor, ¿por qué tanto misterio?
Me ladeo hacia ella y la tomo de sus hombros. —Porque nos quieren matar. —No encuentro otro modo de decírselo y que pueda digerirlo con seriedad.
Ella se descolora tanto que temo que se vaya a desmayar de nuevo. Transita con gran valor esa advertencia y me toma de la mano en muestra de confianza en mis decisiones.
Ella me sigue a ojo cerrado. Incluso si no acierto.
—Por aquí, princesita. —La guío.
Pasamos por la habitación de Steve en busca de su vestido y sandalias. Mientras voy por ellas, Dafne no puede evitar acercarse al altar, el mismo que está hecho en su honor.
Ella ve de más y...
—¡Qué demonios es esto! —exclama asustada, nerviosa, enojada. No sabe qué sentir—. ¡Joseph!, ¿tú sabías de esto? —Ella me llama a medida de que va tomando algunas cosas minuciosamente, entre ellas la ropa interior—. ¡Amor! Mira... esta era la panty que tanto buscaba.
Vuelvo con la ropa y ambos nos vemos. De hecho ya me lo imaginaba.
—¿Esto también lo hizo él? —Se deprime, comenzando a unir los hechos.
Asiento y le doy un abrazo.
—De verdad lo siento, muñequita. Pero personas así abundan, no merecen tu cariño. —Ella se acongoja más—. Mmm también debes saber que no actuó solo.
Ella levanta la vista y se deshace con esa declaración.
—¿Cómo así?
—Mi...
Y es ahí cuando escuchamos un disparo que viene desde la sala.
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