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15| LA DOBLE

Todo comienza a recobrar sentido cuando empiezo a notar que no hay chicas. Todas las parejas, ya sea bailando o en las mesas, son conformadas por hombres; y lo confirmo cuando una de ellas se besa.

Doy un desaire terminando de confirmar lo obvio a mi alrededor, incluyendo el anuncio principal del lugar, el cual ignoré en mi anticipación: El Oráculo.

Un bar gay.

—Lo que hace uno por la novia —musito entre dientes, haciendo muecas fingidas a cada paso que doy. No sé si tener más cuidado con los grandulones de la mesa izquierda o los melosos de la barra, no dejan de clavarme sus ojos como lanzas—. Genial.

—¿Qué dices, sabroso? —Siento el palpar de una mano sobre mi hombro, acompañada de una voz chillona.

Sobresalto como gato erizado. No soy homofóbico, pero nunca visité un lugar así. Al parecer aquí consiguen pareja.

—Tranquilo —se burla de mi espanto—, no te haría daño. Nadie aquí lo haría —refiere risueño y confiado. Es un chico bastante joven, un poco más que yo.

—¿Sí? Qué bueno —contesto aún prevenido. En cuanto todos me ven conversando con él, dejan de observarme. Es como si tuvieran códigos.

—¿Y cuándo lo descubriste?

—¿El qué? —Lo miro con extrañeza y él me dedica una sonrisa traviesa.

—Esto. —Me indica el lugar, o más bien a la comunidad en un alegre ademán—. Es que se nota que eres nuevo.

«¿Qué?».

—Espera, ¿qué? —niego con matiz incrédulo—. Estás equivocado. Yo no soy... como ustedes —confirmo orgullosamente discreto para no ofender a nadie.

—Oh...

—Sí... —Sonrío reconfortado.

Su palma se apoya con pesadumbre nuevamente en mi hombro. Me da una mirada lastimera.

—Todos lo negamos en algún momento y aquí estamos. —Alza la vista firmemente hacia la nada y me enseña como Buzz Lightyear hizo con Woody.

Mi alivio dura tan poco como ese policía en su auto.

—No. —Me libero de su insidioso agarre—, lo siento mucho pero no. Mi descubrimiento hoy va más allá de esto.

—¿Y por qué estás aquí? —Me examina como si hubiera perdido la cabeza.

—Por mi novia.

—Ya ves, tu novia no se encuentra aquí —informa decepcionado.

—Lo sé. En realidad vengo por un policía para que me ayude a salvarla. —Mi comentario le llama la atención—. ¿De casualidad no lo viste por aquí? Su auto está afuera.

Se queda observándome durante un momento y toda su expresión divertida cambia a humillada. Más razones para largarme de aquí.

—Óyeme bien... jamás nadie se había tomado el tiempo de inventarse una excusa tan mala ¡para cambiarme por Brien!

Y se va zapateando, aunque no tenga tacones, como si yo fuera la peor de las plastas en pisar su vida.

Me froto la cabeza estresado y me inclino en aquel nombre que me dio: el policía se encuentra aquí.

Atranco en lo más hondo las inmensas ganas por retirarme de la taberna y su enloquecida multitud, yéndome más al fondo e ignorando las indeseables miradas hacia mi postura, y veo sentado relajadamente al uniformado en la barra de licores, por fin. Aunque si me lo encuentro tomando no estoy tan bendecido.

Me acerco lo más que puedo hasta desparramar mi trasero en el asiento y quedar a su altura. Está embelesado mirando su copa, pero debe estar pensando en otras cosas. Todos llevamos un mundo más allá del que vemos.

Y con incomodidad, carraspeo.

—Mmm, ¿eres Brien?

—No estoy buscando novio —determina arrogante.

—Yo tampoco —contesto casi automático y con un as de complacencia—. Por suerte. —Me mira de soslayo y vuelve a su copa.

—Pues sí y tampoco lo tengas. Es una mierda. —Le da un sorbo a su bebida. Voy a contestar y continua—. Pero, ¿sabes qué es más mierda que eso?

—¿Qué? —pregunto perdido.

«Este tipo está ebrio».

—Estar emborrachándote con una maldita soda porque tu cargo no te permite más —expresa cansino mientras me enseña su copa con una risa fugaz. Celebro para mis adentros, pero a la vez no me siento respaldado por su depresión.

El policía parece estar peor que yo.

—Sí. Qué cosas —titubeo pasivo—... pero lo bueno es que eres responsable.

—E idiota —escupe sin más. Parece realmente molesto—. Ni siquiera sé cómo abordar una ruptura. No me siento capaz de romper lo que ya está roto.

Lo miro incrédulo. ¿En serio esto me ayudará?

—No sé cuál sea tu problema, amigo, pero vine en busca de ayuda. Necesito al Brien profesional ahora mismo —aclaro mirando eufóricamente su placa, como si ese fuera mi boleto de salvación a todo.

—Estoy en mi receso, por si no lo notaste —responde con tiranía—. Pero descuida, el 911 te atiende cuando sea.

Resoplo y endurezco mi mandíbula.

—El Jazz Pub está a una milla y allí está mi novia. —Mi tono comienza a elevarse y mi paciencia a fulminarse—. ¿Sabes quién está con ella? Su mejor amigo, un imbécil que al parecer es traficante de drogas y tiene a todo el mundo decaído en sus porquerías. —Trago con amargura—. Nadie me escucha, mi novia no me reconoce porque algo le dieron, ¡maldición!

—El 911 los atenderá... —recalca con cinismo, como si no me creyera—. O mejor aún, ¿por qué no te diviertes con ellos? —ironiza bellacamente.

«Maldito engreído. Te falta mucho para merecer tu cargo», Juzgo encolerizado mientras me levanto de una sacudida.

—Yo me largo —exclamo iracundo—. Con razón quieres renunciar, tú no sabes lo que es luchar sin cansancio por lo que se quiere. Tiras y sueltas a la primera, no escuchas, como buen arrogante. No sirves ni como profesional.

Al darme media vuelta, siento su copa impactar con cólera sobre la barra. Sé que lo provoqué.

Se para de su banco en un intento de perseguirme, hasta que...

—Jeremy, no. —La dueña de esa voz, la cual se encuentra detrás suyo, lo hace reaccionar.

Pero especialmente a mí. Yo igual volteo instantáneamente al escucharla. Es tan... demasiado...

Como Dafne.

Cuando volteo mis ojos se enfrentan a la fiel y patente figura de mi novia a lo lejos, tras la barra. Ella solo está concentrada en el comportamiento del policía.

«¿Dafne?».

Mis piernas caminan al ritmo de un sonámbulo mientras no doy crédito a lo que tengo enfrente. Me voy aproximando mientras la analizo completamente.

Es ella, indiscutiblemente ella, pero se ha cambiado de ropa y maquillaje. ¿Por qué? Ahora viste como una empleada, tiene un esqueleto como blusa el cual resalta su voluptuoso pecho, una riñonera rodeando su cintura y un paño en mano para brillar la licorería. Uñas afiladas pero de un maquillaje simple: morado rockera. Sus ojos están sombreados con el mismo morado y le resaltan algunas brillantinas en sus lagrimales, cejas perfectas, mucho blush, labios pálidos. Su cabello está ladeado al lado contrario que ella prefiere llevarlo normalmente, dice que no es su ángulo.

En realidad yo la veo igual de bonita.

Brien y ella tienen una mini conversación mientras yo sigo reparándola. La viva recreación de Dafne parece decirle que no debe portarse así cuando trabaja.

Su voz es idéntica. Es que no debo estar equivocado o viendo visiones.

—Y veo que ya conociste a la antenita radioactiva —le comenta, refiriéndose a mí sarcásticamente.

Aterrizo y me uno a la plática:

—¿Disculpa?

—No te disculpamos. —Me cachetea sin anestesia, ni siquiera entendí.

Creo que sí es Dafne.

—¿Conoces a este tipo? —interpelo a medida de que mi cabeza se hace un ocho.

Su sonrisa es rara. Es maliciosa y desnaturalizada.

No es Dafne.

Él no pronuncia palabra. Se quedó mudo desde que ella apareció, le sigue la juguetería.

—Deja de hablar como si me conocieras. —Es igual o mucho más rustica que hace un rato. Puede que sí sea ella y su insoportable amnesia—. ¿Y qué? ¿Viniste a checar mis tetas de nuevo? —Me pierdo y Brien se alarma con lo que dice—. Porque ahora sí te las puedo presentar...

«¿En qué me metí, Jesús?».

Ella prosigue su parlancheo:

—...Esta de aquí se llama "Hola". —Toma su pecho derecho sobre la ropa y se lo subraya con ese nombre. Luego agarra el izquierdo y hace lo mismo—, este se llama "Adiós". —Finaliza empuñando su mano izquierda y me amenaza—. Y, este de acá es mi puño, se llama: "Quiero estrellarme contra tu cara".

Sus palabras se me hacen conocidas... pero no tan conocidas como la pulsera que expone su muñeca. Es el mismo amuleto que Dafne olvidó.

¿Por qué lo usa en la mano izquierda y no en la derecha?

—¿Por qué te pones el amuleto en la mano izquierda? —ignoro por completo sus ultrajes. No me intimida ni un poco.

Veo que se siente acorralada y piensa en esconder la mano, al menos eso haría Dafne; pero como no lo es, ahí la deja. Es difícil de derribar.

—Porque la derecha es sinónimo de debilidad. Todo el que la usa pretende verse fuerte y lícito. Ciertamente se están escudando.

No me siento hablando con mi novia.

—Bueno. ¿Y la izquierda qué significa? —Voy al fondo de esta locura.

—¿Tienes secretos? —Me devuelve la pregunta.

—¿Eh? Supongo que sí.

—Entonces deberías saber que hay verdades capaces de matar —recita, haciéndome sentir identificado—. No indagues lo que no quieres saber, criaturita.

Sus palabras, la forma en que se expresa y te hace volar la cabeza. Todo de ella es un acertijo.

—Si intentas conocerla, te volverás loco —asegura dramático el uniformado—. Ella es como un panal de abejitas, está tranquila hasta que la molestas. Mejor ni mirarla.

Imposible no mirarla.

El doble de mi novia se va a atender un pedido. Todos la tratan con exceso de cariño en el sector.

—Pero, ¿a qué se refiere con todo lo que dice? —inquiero, aturdido.

—Nadie lo sabe. Ella siempre se comporta así, solo que es peor cuando le caes mal. —Me deja más embolatado, pasándose de mezquino.

Ahora le caigo mal a la gemela de mi novia.

Ella regresa donde estamos nosotros y le reenvasa el vaso a su amigo con soda.

—¿Todavía no te has ido, Antenita? —acentúa de sobra el ‘Antenita’, como si tuviera pruebas para llamarme así.

—¿Por qué ‘Antenita’? —La veo confundido.

—Porque se te activa como una antena en cuanto ve a una mujer. —Se inclina sobre la barra y de brazos cruzados, haciendo remarcar su apetecible escote. Ahora sí entendí.

Brien empieza a reírse, se presiona el cornete de la nariz y sus ojos se cierran, oprimiendo una carcajada.

Hago un sobre esfuerzo por no bajar la mirada ante su descarada insinuación. Seguramente son tan únicas como las de Dafne, pero antes prefiero echarme un limón.

—Ya te reconozco... eres la chica del ascensor. —Le bajo la guardia, o eso pretendo—. Pensé que alucinaba, pero no... siempre estuve viendo claramente. ¡No era el afrodisíaco!

Ella me sigue viendo como un chiste andante.

—Obviamente. Soy Mandy. —Se pincha—. ¿Quién quieres que sea, lunático?

—Pues mi...

Es justo ahí, en ese segundo tan inoportuno, que todos en el bar oímos el alarido de una anciana en la calle suplicando ayuda.

Dejamos a Mandy atrás y, en consecuencia de nuestra paciencia, un tumulto se apodera de toda la salida y no tenemos más remedio que intervenir.

Al salir a las afueras nos enteramos de que la señora está sentada en el suelo llorando. La han asaltado.

El ladrón todavía se ve al final de la avenida corriendo y Brien se va a perseguirlo, fingiendo hacer su trabajo.

Este se esfuma entre la oscuridad y yo me encargo de calmar a la indefensa de cabellos platinados con lentes exagerados. Me pongo a su altura e inclino en su dirección para ayudarla a movilizar.

El montonero que se arma a nuestro alrededor es notorio, mas no tanto como los silbidos que empiezo a percibir en forma incitante. Cuando volteo me doy cuenta de que varios de los hombres del club están celebrando mi postura, como si nunca hubieran visto unos vaqueros ajustados destacando las posaderas.

Le colaboro a la abuela con su bordón y esta consigue el equilibrio esperado, manteniéndose de pie por sí sola. Me obsequia un bonito apretón en el cachete, de esos que te exponen todos los dientes y hacen flácida toda la carne hasta el punto de avergonzarte, y me sonríe.

—Eres un buen muchacho... —dictamina orgullosa, pero luego hace una reflexión que le opaca la mirada—. Qué pena que te vayas por el camino de la sinvergüenzada. —Me reprocha, creyendo que soy como todos ellos. Aparentemente es una señora conservadora.

—Eh... —Mi mueca aparece para rebatir su afirmación.

Pero me llama la atención que detrás de ella, atravesando la calle y junto a un árbol, veo la sombra de una mujer. El reflector revela media parte inferior de su rostro y una de sus manos tallando el tronco. Me desafía con su sonrisa, sabe que la veo. Esta tiene una potestad inexplicable sobre todos los cabellos nacientes que arropan y protegen mi piel, haciéndolos levantar como Jesús al mismísimo Lázaro; y recorre toda la parte lateral de mi cuerpo en un caluroso santiamén como si se hubiera personificado a mi lado. Siento su presencia muy cerca, su energía me respira en la nuca. Lo curioso es que todavía la veo desde la lejanía y ahora se ha retirado un poco más, generando que esta energía —la cual juro que es suya— empiece a traspasarme. Entre más lejos la observo, más cerca y dentro de mí está.

Es pavorosa. Absurdamente pesada. No la quiero conmigo.

Ella desaparece de mi panorama y su vibra me cruza con totalidad. No sé si se ha metido dentro de mí o se fue, pero sentí que se volatizó.

—...Y así es como sé que eres lesbiano —menciona la señora, sacándome de mi parálisis con su gracioso comentario.

—Mmmm así no se les llama. —Me río con ternura—. Son homosexuales, gays o también se les puede decir del "otro bando" —corrijo bajando la voz. Todos ven mal a la anciana y ella los mira peor.

Ya voy entendiendo por qué no la auxiliaron.

—Como sea. Es que son tantas palabras para los transgenitales que se me olvidan. —Me quiero estallar de risa pero no saldría de aquí con un hueso ileso.

Es de esas viejitas conversadoras, que ofende sin darse cuenta.

—¿Y por qué no le llamas a tu novio para ver si rescató mi bolso? —Me pide, notando que Brien se fue a correr una maratón.

Todo es risas hasta que insinúa esa puercada.

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