13| ¿QUIÉN SOY?
Me hace freír espárragos con sus inapelables respuestas. No solo es habilidosa con las manos.
—Bien. Me iré de aquí y no tendrás que sacarte el otro botín. —En su rostro se dibuja una sonrisita victoriosa—. Pero antes, ¿me permites colocarte la zapatilla? —solicito, dulcificando mi voz. Tomo el tacón que se encuentra astillado contra el poste y se lo enseño desinteresadamente hasta inclinarme.
Ella se queda en una sola pieza y, como si tuviera un revolver en la cabeza, me entrega su pie con cierta vergüenza. En la princesa de Hollywood ella no se ruborizaba tanto, creo que este príncipe venció.
Ella misma se precipita a meter el talón. No desea que la toque demás. Y así como en mis manos creí tenerla, se me escapó. Ese pequeño soplo de libertad que me regaló, se evaporó.
Vuelvo a sentirme ahogado, anclado a la nada y abandonado en el más hondo de los olvidos.
Siento que todavía no la encuentro. ¿Por qué? Hay una parte de ella que no está.
—...Ya está. Puedes irte. —Me abre paso.
Ella retira el pie con urgencia y se redirige a su banca. El cantinero no le quita el ojo de encima.
Me juego mi última y muy resignada carta.
Voy hasta ella y nuevamente le susurro:
—Solo una cosa más. —Ella tiene su copa servida y prendida de los dedos, estos tiemblan con amenaza de embarrarmelo encima. La estoy cagando—. Por favor, entiéndeme.
—Sabes que me estoy arrepintiendo de no llamar a la policía, ¿verdad?
—Lo sé...
—Pero aquí sigues, desvergonzado.
—Sí, pero te digo la verdad. —Su tacón refriega el piso con incomodidad. Piensa que solo quiero un acostón.
—Solo sé que me pareces tan patético. Cada que abres la boca aumentas mis ganas de no querer verte más. —Ella sigue reenvasando su copa. No me di cuenta que ya lleva más de la mitad—. ¿Y sabes qué? Cuando mi mejor amigo venga, te sacará a patadas...
—Ese fideo mal hervido no me causa ni un respingo, para que sepas. —Mi mueca con sobredosis de confianza descalifica la suya.
Mi comentario revienta su límite.
—Eres un desequilibrado... ¡Steve no tiene grado de comparación con un. —Se le empiezan a acabar las ideas para atacarme, acudiendo a lo infantil y más tierno—... mamarracho como tú! —Uh, qué fuerte. Soy lo peor...
Ella hace un puchero arrebatado y sigue tomando. La bebida ya le está calando.
Sus ojos almendrados se quedan hipnotizados ante los míos. El tiempo se vuelve a congelar y no hay chance ni para parpadear. Nos fusionamos en el espacio.
Ella es supercautivadora. Tiene una especie de veneno que da ganas de arrebatarle. Es una muñequita fingiendo ser Annabelle, lástima que parece Barbie.
Ella me observa aún, creo que quiere pronunciar algo. No sé cuándo exactamente me descarrilé hacia su falda, pero sus piernas me hacen perder la cabeza.
Ella parpadea con suavidad, bebe el último trago que le quedaba y se cruza de piernas, dejándome ver un poco más allá de la anhelada y censurada gloria. Juega con sus uñas sobre la barra, patina hacia mi dirección y se devuelve con prisa. Su carita desconsolada pide a gritos mucha contemplación.
Es como tener un mar de galaxias pero frente a mí.
Me aproximo caminando con mis dedos hasta los suyos, estos se tornan estáticos y así logro entrelazar mi extremidad con la suya. Está fría y yo bastante tibio, como siempre. Su mirada se ancla a nuestro roce físico y medio sonríe. Sé que me recuerda, mi calor está ahí.
—¿En serio eres...
—James. —Llega Steve cuando menos lo necesito, pronunciando el nombre que más me persigue últimamente—, pensé que había sido muy claro con respecto a mi querida amiga... —dice de malas.
—Pues fíjate que no mucho... solo te faltó decir la verdad. —Me defiendo.
—Esperen, ¿qué? —Dafne no entiende nada. Nos mira a ambos pidiendo explicaciones—. ¿¿Te llamas James?? —Direcciona hacia mí—. Oh, por Dios. ¡Eres un farsante! —Objeta, ya comprendiendo el panorama.
Que se abra una sexta planta y me trague.
—Efectivamente... no merece tu atención, jeje. —Se escuda detrás de ella, poniéndole sus malintencionadas manos encima.
Dafne se sacude los hombros, bajándose al garabato de su mejor amigo, y se levanta totalmente templada. Aquí viene la riña.
—¿Eres James qué? —interroga entrecerrando los ojos.
—No soy...
—Wolts. —Interpone el rubio de ojos claros con audacia—. O al menos así te llamaban las mozas en el cuarto...
Me volteo hacia él, casi traspasando a Dafne. Mi cerebro grita: patéalo. —¿Será que no puedes cerrar la boca un minuto? Intento conversar con Dafne.
Ella me ve atónita.
—¿Cómo sabes mi nombre? —Se le nota el agobio al hablar.
«Porque soy tu novio, ¿puede ser?».
—Eh, porque yo... te conozco —manifiesto apenado. Su amigo me desespera.
—Eres un cretino. —Me insulta sin remedio, no me cree una sílaba—. Primero me acosas y luego te haces pasar por otras personas.
No... bueno, sí.
—Jeje, al parecer tengo competencia. —Alguien que lo calle, por amor a Dios.
Steve es altamente ignorado.
—No es lo que parece. Puedo explicarlo. —La persuado mientras veo a la sanguijuela de Steve a sus espaldas muy convencido—... a solas.
—No me vuelvo a quedar sola contigo ni aunque me paguen —divulga ferozmente—. Todo lo tuyo es una mentira.
Después de triturarme con sus simpáticas palabras, ella le pide su bolsa a Steve y éste se la entrega. No me había dado cuenta de que tampoco llevaba su cartera con ella, hasta eso le entregó. Cuando la tiene en su poder, se dirige para el baño con sobrada elegancia.
Hasta el imbécil de su mejor amigo también babea. La morbosea cuando da la vuelta.
Apenas Dafne desaparece de su campo visual, éste me descubre viéndolo mientras la observa. Se hace el desentendido.
—¿Sientes eso? —me pregunta, sea lo que sea no olvidaré la escena tan repulsiva que acabo de ver.
—¿El qué? —Mi respuesta es desinteresada.
—Huele a. —Olfatea en dos oportunidades—... caca de perro.
«Ah, no soy yo. Yo huelo a pipí de perro».
—Pues... ni idea. Tal vez pisaste algo afuera. —Él se asusta y se revisa sus zapatos con exceso de vanidad.
—No hay nada. —Se frustra y alza la vista hacia los míos—. Más bien está en el tuyo... —Me acusa totalmente resuelto.
No le hago caso. Por mí que se le caiga la nariz.
Él aprovecha ese momento para sacar algo de su bolsillo. Es una pequeña bolsa transparente con un polvo blanquecino y empieza a vertirlo sobre el trago de mi novia, este se disuelve y pierde en un suspiro. Steve se percata de que no esté el cantinero con las parabólicas puestas sobre él para volver a guardar su veneno.
Pero no se fijó en el detector mayor.
«Maldita sabandija».
Se me vienen a la mente las palabras de Stephanie, el cantinero, Denisse... todas me taladran, una a una, y son mi perdición:
—“Ella debe de estar igual o más llena de amor justo ahora...”
—“El maldito de Janz le dió de su porquería...”
—“Ella se ha ido con otro chico...”
Las señales me hacen trizas. Todas se están juntando para desgarrarme y enfrentarse por los pedazos de cordura que me quedan. Devoran toda mi fuerza y nublan mi raciocinio.
Todo apunta a que él es culpable. El psicópata del club.
No estoy seguro por su apellido, pero algo me dará la respuesta: su hermana.
Él también parece sumergido en sus pensamientos mientras se bebe una champaña. No sé por qué, pero sus tragos siempre son de los más delgados y finitos.
Tengo tiempo de visualizar mi teléfono —el cual tiene 15% de batería desde hace dos horas y por eso valoro demasiado— y así buscar el perfil de Instagram de Miranda.
Como lo supuse y no me había dado cuenta, su usuario lo dice todo: janzda_
De hecho, el de Steve tiene algo similar. Son hermanos muy íntimos.
—¿Y qué tanto ves ahí? —Averigua amistoso mientras inclina su cabeza como buen chismoso. Un psicópata quiere ver a un stalker en acción.
Es broma.
Dafne, mi salvadora, aparece en ese momento. No sé qué se hizo en el cabello pero algo tiene. Está linda.
—¿Sigues aquí? —Se dirige a mí mientras toma su antiguo puesto y le regresa su cartera al repelente de Steve, él la toma muy a gusto, sintiéndose Superman. Yo debería ser quien le guarde su bolsa y su teléfono, el que le ponga los brazos encima, su todo; no me acostumbro a este teatro.
—Sí. Te estaba esperando. —Trato de parecer tranquilo.
—No veo para qué. —Señala sin compasión mientras revuelve el licor que sostiene entre su palma, lo menea sutilmente antes de digerirlo.
—Para hablar de un asunto... bastante delicado... —La suspensión se hace cada vez más obvia, me preocupa que ingiera el líquido—. Estem... yo que tú no me tomaría eso. —La freno asaltadamente y hasta me atrevo a tomarle el brazo de un impulso.
Steve levanta la ceja manifestándose atrapado.
Dafne rechaza el intento de mi agarre sobre su extremidad, da un giro antes de que lo pueda afianzar. —¿Qué crees que haces? ¿Por qué dices eso? —Se le denota bastante molestia para conmigo y además se fija en su copa con cautela.
—Mmm porque... le cayó una mosca. —Su carita gesticulando asco ya me la esperaba, pero la confusión del hipócrita de su amigo es muy digna de una fotografía. Que digo fotografía, una filmada.
Empiezo a creer que Dios, todos los chakras, el universo, el destino y la suerte se pueden alinear y expresarse de forma milagrosa cuando Dafne suelta esa copa envenenada.
Ella pide un cambio de trago y de todas formas sigue bebiendo. No sé por qué insiste en emborracharse.
Me mira como si estuviera esperando mi salida o una buena excusa para seguir ahí, obstaculizando su intento de brusquedad.
—Dame tan solo un motivo para pensar que no soy tu novio. —La enfrento, aprovechando que Steve está entretenido hablando con otra gente, seguramente en un descuido les dejará de su toxina.
—Porque hablé con él en el baño. Mientras hablaba te estuve observando desde la puerta. —Me sonríe con ganas de mandarme al demonio.
No sé si escuché bien o necesito destaparme las orejas. ¿Yo le hablé?, ¿cuándo?
—Eso es imposible —discuto—. Todo el jodido rato he estado aquí, y las veces que te llamé nunca me contestaste.
—No voy a perder mi tiempo contigo.
Me frustro.
—¿Y es que acaso no me estás viendo? ¿Mi cuerpo, mis ojos, mis labios, mis manos? —Le indico cosa por cosa impacientemente—. ¡¿Vas a decir que me lo estoy inventando o que soy un gemelo?!
—No me señales como si estuviera pequeña, ubícate.
—Pero es que no ves nada, en serio...
—No estoy ciega ¡y ya deja de insultarme! —Se choquea con mi actitud.
Cada vez entiendo menos.
—Perdóname, por favor. No quise decir eso. —Me regala su faceta más recelosa y amarga. Esto será difícil—. Muñequita, te juro que yo no te hablé por teléfono... —Me hago añicos con su incredulidad.
Se queda callada. Con su silencio me demuestra que mi palabra no vale nada. Me sentencia con su rechazo y obliga a retirarme con el corazón carcomido. Me voy desatendido y sin oportunidad de luchar, con el alma apagada.
Cuando ella me ve levantarme alicaído y dispuesto a dejarla, su preciosa voz me hace parar:
—¿Qué esperas que yo haga? —Se muestra más compasiva—. En verdad no sé quién eres.
Suena tan segura que horroriza.
Doy media vuelta siguiendo su voz, Steve todavía está con los demás, y entonces decido arriesgar todo por mi verdad. La razón de estar aquí.
—¿Puedes volverle a hablar a Joseph? —Insinuo, cerrado ante todas las acusaciones. Esta vez no habrán más consecuencias para mí—. ¿Solo puedes intentar eso? Por favor... —Le transmito mi desesperación, su corazón comienza a encogerse y considerarlo—. Te lo suplico... será lo último que te pida...
—Bien. Ya, bien. Lo haré. —Me muestra sus palmas para pedirme un alto—. Solo déjame ir por el teléfono.
En el fondo lo hace por lástima, ella me mira como si estuviera loco.
Se va a pedirle su bolsa a Steve, puedo escuchar como se dicen "baby" pero eso ya lo sabía. No me afecta.
Ella regresa con su cartera y empieza a llamarme ya estando sentada, él no deja de mirarnos entre su actividad como si esperara algo. No sé qué bicho le picó.
Espero ansioso a que suene mi móvil, pero nunca sucede, en vez de eso ella comienza a hablar "conmigo".
—Hola, cielo. —Empieza a tener una conversación con el supuesto yo, en frente de mí—. Perdón, ¿te desperté?
Yo le contesté.
Ella me ve palidecer mientras sigue la conversación. Creo que necesito agua.
—Ay, lo siento mucho, amorcito. Es que te extraño... —Esa cosa le sigue hablando. Ella me mira sin saber qué más hacer, no puede colgar.
Si ese de allá es Joseph, ¿entonces quién demonios soy yo?
Este antro me terminó de enloquecer.
—Sí, mi bebé, me estoy divirtien... —No soporto verla hablando con un oportunista y le arrebato su teléfono para escuchar.
En cuanto me escucho, me congelo. Sí es mi voz. Pero lo extraño es que esta voz no se detiene a preguntar por qué Dafne se demora, solo se quedó callada después de que escuché.
Vuelvo a hablar y este contesta con un diminutivo acompañado de un apodo para ella. Esto está programado, seguro clonaron mi voz.
—¿¿Ves?? —Dafne defiende su verdad irrefutable, no la puedo culpar—. Estás perdiendo el tiempo en engañarme.
La veo por un instante y todavía me pregunto qué pasa por su mente, especialmente por sus ojos. ¿Acaso me veo tan descachalandrado?
Y tampoco entiendo por qué Steve no deja de verme con un aire de: fallaste. Él sabe mucho más de lo que emite su pequeña y delicada apariencia. Hay un ser desfachatado y nauseabundo debajo de toda esa clase. La punta de un iceberg que no se dejará extraer tan fácil.
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