Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

11| LAS DOCE

Corina, o lo que queda de ella, se desparrama en el asiento junto con su maltratado honor.

Después de la intensa confesión, ambas me miran, recordándome que yo también estoy ahí y esto no es una función de teatro en donde se puede pagar por ver mechones de cabello en el suelo.

—...Eeh, yo soy inocente. Mátense entre ustedes. —Es lo único que se me ocurre pronunciar.

La malévola sonrisa de la jefa es similar a la del maestro de los volturi, Aro.

—¿En verdad puedo? —Demanda, dejando indicios de su ansiedad—. ¿Puedooo? —Agarra el moño que adorna el cuello de su subordinada y lo arrastra hacia ella, provocándole un jalón. Con sus bestiales manotas sí la creo capaz de estrangularla.

No tiene una pizca de compasión. Se toma a pecho mi comentario.

Corina se pone morada de la impresión.

—Oye, t-tú... —No sabe mi nombre todavía—. ¡Ayúdame! —La sádica de su patrona se ensaña con ella, haciéndome paniquear.

La chica que hasta hace un momento me hacía el feo está a punto de clavarle su lapicero. Empuña con intenciones de apuñalarla en mi presencia, parece Chucky.

—¡DANTHUR! —La reprendo, haciéndola voltear— ¡Ya basta!

Ella parece reaccionar con lentitud. Le sorprende que le regañe.

—¡Ya compórtate! ¡No quiero escándalos! Date cuenta de que no estamos solos. —Me froto la sien, simulando gran estrés. Ellas se separan y me observan—. No se queden ahí, necesito una aspirina. —Danthur repara mi actuación, lleva consigo un dilema y se evidencia en su marcha— ¡Pero ya! —ordeno, haciéndola correr.

Me quedo con la sombra de lo que era la recepcionista. Además de su destruido orgullo, su uniforme y peinado han sido historia.

A pesar de eso, ella se vuelve a engrandecer y no me determina sumiéndose en su computadora. Pretende que se me olvide todo.

Por ende, accidentalmente le desenchufo el cable que conecta todo el equipo.

—¿Pero qué...? ¿Qué se supone que haces? —recrimina desconcertada—. Oye, ¡deja eso!

—¿Cuándo pensabas decirme que yo era el dueño de todo? —Pesco su interés con el cableado de rehén.

—Precisamente porque tomarías esa actitud, nunca —relincha.

—Deja de justificarte —sugiero de mal humor—. Soy tan imbécil que hasta te iba a pagar los gastos antes de irme.

—Pero si eso no te hace imbécil...

—¿No? A ver, ¿entonces qué?

—Te hace menos negro —asegura con frescura.

—Eres una basura —arremeto oralmente en su contra—. No pienso seguir perdiendo mi tiempo con una insignificante y endeudada como tú.

Eso último le quedó sonando.

—¿Endeudada?

—Sí. Prefiero ser oscurísimo y no darte un centavo. Adicional a eso, tu equipo de monitoreo necesitará repuesto —añado conforme hago añicos sus herramientas de trabajo.

Ella se levanta y no puede creer lo que está pasando.

—¡¡No!!, ¡¡pero cómo te atreves!! —Se desestabiliza en llanto—. ¡¡Por tu culpa me van a correr!!

—Pues… ¿Qué te digo? Ya nos hace falta una nueva recepcionista a "mi familia y a mí….".

—¡Ah, lárgate! —exige.

—Haberlo dicho antes... tu compañía ya apesta. —Su entrecejo me encarcela con el propósito de partirme a la mitad. Si las miradas mataran, James ya no contaría con un doble tan listo.

—¿Tienes el descaro de decir que mi compañía apesta? —Me reclama como una novia—. Para tu información, ¡por teléfono no decías lo mismo!

—Porque por teléfono no parecías tan caradura. De frente solo eres una llorona, amargada y prejuiciosa —reconozco.

—¡Que te den!

Su tontería me da risa.

—Bah. Sí, justamente me voy para eso. No todas tienen tan mal gusto como otras. —Mi indirecta le cae.

—Además de negro, ordinario. —Se lima las uñas que no tiene.

—Y tú que ya pareces grabadora resaltando mi color. Si quieres publícalo en el periódico también. —La dejo hablando sola y me adelanto a la salida de las trampas averiadas. Haber roto los cables fue una de las mejores decisiones que tomé.

No hay números torcidos, pasos infinitos ni imágenes deplorables que me recuerden que estoy lejos de ella. Ahora todo es real y más rápido.

Llego en menos de lo que pensé al gran salón que conecta las escaleras de todo el edificio y ahí veo el ascensor, aquel que me llevará a donde necesito.

Presiono el botón y mientras este despliega sus puertas me preparo física y psicológicamente para lo que venga. Sea lo que sea, ya no me agarrará con los calzones abajo.

Cuando se abre, veo la primera trampa: una chica de facciones hondureñas fumando cigarrillo. No me fijo mucho en su apariencia y tampoco le hablo, solo me limito a entrar y esperar.

Si la veo, soy un pervertido. Si hablo, todo será usado en mi contra. Si no hago nada, se acercará a pedir de mi carne.

Ella voltea a verme. La trampa quiere socializar. Ayuda.

Las puertas se cierran ante ambos y ella aprieta el número 1. No deja de verme con curiosidad, como esperando un saludo.

Y aquí es cuando necesito pensar.

Pensar en una ruta de escape en un momento de aprietos —tan apeñuscado como un elevador— no es cosa fácil.

Sin embargo, tampoco es imposible. En ese momento se me ocurre sacar mi teléfono y parecer entretenido en la pantalla.

Ella parece creérselo y se acomoda sus audífonos. No me vuelve a mirar. Trampa superada.

Al final me centro en mi celular y mis redes, cuando menos pienso ella se está bajando del ascensor junto con su vaporera. No entiendo cómo se pueden encerrar a fumar.

La puerta vuelve a cerrarse y ahora aprieto el 5. Lento pero seguro.

Mientras veo el feed, me doy cuenta de que hubo actividad en la cuenta de Dafne. Ella posteó una linda selfie.

Está sola, su maquillaje parece retocado y el sitio donde está no se ve animado. No está feliz, su intento de sonrisa y ojitos apagados me lo dice.

«¿Qué hice?», Me señalo y, con melancolía, me culpo.

Es ahí cuando mi fisionomía siente aterrizar después de cierto lapso de gravedad y un quinto piso ausente de luces me recibe. Un quinto piso con las paredes idénticas al fondo de la foto de Dafne.

Me introduzco en el espacio y se perciben aromas frescos y de origen oriental. Las ambarinas penetran el gusto olfativo de forma más sensual que todas las piezas que adornaban las demás plantas. Hay un puesto de la alta cocina y ciertas mesas para esa zona. También un sector más apartado donde hay un telón que nace desde el tejado y desdobla por el medio, dejando ver en su interior a una distinguida exponente del Jazz. Es un ambiente sereno, despejado y para nada lascivo. El rincón adecuado para la cita perfecta.

Hasta la gente está colaborando, no veo actitudes sospechosas.

La iluminación es bastante en comparación a las otras salas, es fácil reconocer los rostros, por lo que supongo estoy en ventaja.

Mi amorcito, sé que por aquí te veré.

En tanto hago el recorrido, también observo minuciosamente la última fotografía de mi novia. Necesito pistas para no perderme.

Conozco el vestido que lleva puesto, lo compramos juntos; ese día en el mostrador casi me deja sin aire. Lo necesitaba en su armario para poder modelarme en una ocasión especial.

Esta es una ocasión especial.

Mis ojos se resisten al negro tentación que enmarca la tela sobre su busto, sus brazos escotados y la cascada de hileras de franela que conforman un tallaje alrededor de su cuello haciendo broche por detrás para desviarse hacia un reloj de pared blanco que yace en el fondo.

Y sin más, la foto desaparece. La pantalla muestra que se produjo un error de la red. Me parece extraño y vuelvo a reintentar abrirla.

Mis neuronas explotan y todas mis alertas hacen corto circuito. La foto fue eliminada. No está, como si nunca hubiera existido.

Todavía se esfuerzan porque no la encuentre, pero no aluciné cuando vi el reloj. Ese reloj blanco detrás suyo.

Volteo a todas partes enredado entre la multitud y el desespero me atranca todas las direcciones de manera transversal. Estoy dimensionando las salidas por tanto ansío.

Bajo unos tres escalones que me conducen a una pista de baile, todavía buscando el reloj. Me voy alejando de las mesas y el gentío para someterme a un espacio más silencioso; una sala de cócteles, música imperceptible, más hombres que mujeres, muy poca iluminación y tan solo un reloj de decoración.

Ese reloj es blanco. Es el de la selfie.

Mi corazón se exalta de forma inconmensurable en cuanto volteo, justo al frente del reloj y en diagonal, donde se encuentra una coctelera al fondo. Tiene unos cuantos bancos en la barra y hay uno con una chica de piernas encantadoras y un escote en su espalda de ataque. Se me hace muy conocida pero decido acercarme para ver sus botines.

En cuanto me voy aproximando, un destello de luz proveniente del prendedor de estos mismos me da la respuesta: es ella.

Así que adelanto mi trote y sí, ahí está, adornando con todas sus gracias este espantanovios o, al menos, así me siento desde que pisé el lugar.

El magnetismo que tiene es tan imposible de desatender que percibo las miradas de forasteros sobre ella. Dafne está sentada tomando un Margarita Rose y todavía no ha notado que tiene espectadores.

Soy el número uno.

Así que decido tomar valor y sentarme a un lado de ella como si se tratase de nuestra primera vez hace 7 años. Ya son las 12:00a.m., así que por una parte cumplí mi objetivo.

No menciono una sílaba y me quedo embobado con la vista en 3D que tengo de mi chica frente a mí. También me fijo en su atuendo, sabe combinar muy bien su ropa con el maquillaje. Todavía me pregunto si esto es una broma o en verdad está pasándome.

Sin duda ella es de las cosas que siempre guardaré como mi sueño, incluso viviéndolo.

Sigo saboreando mi increíble momento de triunfo. Encontrar a mi novia es igual o más satisfactorio que encontrar dinero que no sabías que tenías.

Viendo su gran cabellera, sus manos blancas, piel de terciopelo, mirada volcánica y labios naranja casi hasta se me olvida que esto es un moridero con vista al purgatorio.

El cantinero acapara mi atención ofreciéndome servicio, entonces no desaprovecho mi golpe de gracia. Mi princesa va a acabar su trago así que le invito a otro.

Guiño al cantinero y él acata la orden comentándole a la chica del vestido más espectacular que he visto en toda la noche. La única que puede entender el por qué estoy aquí.

—Oye, que el chico te quiere convidar —expone como buen mensajero.

Mi sonrisa estalla expectante y estoy deseando su respuesta. Ella voltea a verme de soslayo.

—Sí… ya vi que éste me vio cara de puta —contesta haciendo un mohín de exagerado fastidio.

O no.

—Eeeeh, !¿qué?! Pero, bebita, qué dices. —La miro desconcertado y ella se nota enfadada—. ¿No te puedo invitar?

—No. No me interesa recibir regalitos. —Me rechaza descaradamente mientras me enseña una botella de tequila blanco con la que está envasando su copa. ¿Desde cuándo bebe así?—. Así que tu miradita, tu regalito y tu trasero se pueden desviar y ojalá de piso. —Me despide con su perfecta manita de uñas pintadas y múltiples pulseras.

¿Mi novia me acaba de echar de un sitio que ni siquiera es suyo? ¿Qué?

—A ver, mi niña... en primera, te calmas.

—Estoy calmada. Pero no soy tu maldita niña y no te quiero aquí.

—Sé que te fallé, no tengo excusa realmente. Soy un imbécil, yo...

Ella parece ignorar o no entender lo que digo. Solo se centra en la última frase.

—Pues sí, un imbécil que no escucha. ¿No entiendes? ¡Largo! —ordena en tono amenazante.

El cantinero nos observa preocupado mientras atiende a otras mesas. Tengo la impresión de que la cuida a ella.

—Mmm nah. Este taburete está muy simple y yo bastante apuesto como para que tengas la desdicha de verlo vacío. Aquí me quedaré para darle tonalidad al escenario. —Sonrío arrollador, provocándole fingidas náuseas.

Quiere reírse, pero se despinta el labial. Son ella y su orgullo contra mí.

—Ya… —Bebe de su copa mientras planifica su venenosa respuesta; en el proceso se pasea por primera vez por mi vestimenta. No sé si sentirme halagado o intimidado, se siente demasiada electricidad—. Al parecer subestimé a la manada de imbéciles encabezando a Ronald, ese lugar es todo para ti. —Me obsequia los honores mientras yo también hacía una buena excursión visual de sus prendas. Después de eso, se levanta tomando su botella, su copa y se va para un puesto más apartado.

«Auchh».

No estoy muy cerca de comprender qué pasa entre nosotros y por qué siento una barrera. Ella no sabe que soy yo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro