08| ALACRANES
Vuelvo a mi antiguo puesto observando al barman con mi cara revuelta de dudas. Mis expresiones denotan que ya lo he visto prácticamente todo y sin aviso previo. Este club es especialista en aniquilar lo que me queda de calma.
Pido una botella de agua y dejo mi pago. No sé si aquí todo es tremendamente costoso o traje muy poco dinero, pero no me está rindiendo el efectivo.
Reviso mi teléfono por milésima vez y ya me marca poca batería, para acabar de ajustar.
Esto no es bueno. Nada de lo que está pasándome es bueno. Pareciera que no se le cayó el amuleto a mi novia sino a mí.
Reviso la rosa y la cadenilla dentro de mi bolsillo, todo está bien.
Excepto que les falta su dueña.
Me bebo el agua conforme pasan algunos minutos. Denisse se desvaneció y Dafne no aparece por ningún lado con el supuesto chico.
Tal vez no era ella.
Siento ganas de cambiar el agua del pajarito y me dirijo al baño aún sin saber en dónde está. A medida que hago mi búsqueda, se nota que mucha gente se ha ido de aquí para irse a refugiar a otra parte, pues muchas tarimas están desocupadas y no están los mismos clientes apoderados de los muebles. De hecho, la comida se la están llevando para un sigiloso y arrinconado corredor.
Doy cabida a mi curiosidad y me voy hacia el pasadizo siguiendo el tren de camareros. Tal vez sea una salida secreta o una escalera al infierno. No me sorprendería después de todo.
La sesión VIP parece infinita y esta vez nos conduce a un salón lleno de habitaciones, veo algunos interiores disimuladamente mientras los camareros se meten en una. Veo bastantes parejas interactuando armoniosamente, y para sorpresa de mis lesionados ojos sí tienen ropa. La mayoría está hablando y parece hasta terapéutico.
Dejo de fisgonear y paso de largo cuando, de repente, escucho llantos de una chica más al fondo, en una de las puertas cerradas. Me siento culpable y pretendo aliviar su dolor como si se tratara de ella: de mi chica. Así que me acerco lo suficiente y, sin que nadie lo note —ni siquiera quien esté adentro—, abro la puerta.
El llanto se hace más potente en cuanto despliego la puerta de su marco. Es tan frágil y yo tengo que protegerla. Enmendar la cagada que hice.
Veo a una chica blanca de facciones rubias. Tiene su vestido ¿rasgado o caído? Pero puede verse su sostén. Está temblorosa y algo nerviosa, no deja de llorar y se queja constantemente. Pero… ¿por qué está así? No veo a nadie más junto a ella.
Escucho voces que se aproximan: los camareros. No tengo más remedio que meterme con ella e irrumpir lo que sea que esté sintiendo.
Me adentro rápido y cierro la puerta como si fuera el mismo FBI detrás de mi cabeza. Lo que no sabía es que, literalmente, esta sí era una escalera al infierno y acababa de pisarlo.
La rubia se voltea asombrada y sus mejillas tienen un rojo delatador. Es ella.
—Pero ¿qué? ¡¿Miranda?! —cuestiono acelerado.
Sus lágrimas se pasman y no sabe qué decir.
—Jo...
—Qué locura, no tenía idea que eras... ¡¿Eso es un dildo?! —Señalo el juguete que aprieta con insistencia debajo de su falda.
—Joseph, ¿me estabas espiando? —Siento curiosidad en su tono y cero probabilidad de molestia.
«Niña, pensé que llorabas de verdad».
—Para nada. Estoy buscando a Dafne «y me meto en problemas gratuitamente». —Arruino su teoría con éxito.
—Dafne y más Dafne, siempre Dafne. ¿No te cansas de nombrarla? —Ella ladea sus ojos con indignación, como si el nombre de mi novia no pudiera salir de mis labios—. Hasta me haces enfriar, no seas así.
—Sí, bueno. Qué lástima, pero tampoco es de mi interés verte con la temperatura arriba.
Me tira su juguete en la cara y este me rebota, salpicándome su fluido. Se enojó.
—¿Por qué no puedes ser dulce conmigo? Soy tan guapa, sexosa y millonaria.
«Te faltó narcisista e hipócrita».
—Escucha, no tengo tiempo para esto. Sigue en lo tuyo y aquí no pasó nada. —No discuto más y tomo la perilla, aunque ella insiste.
—¡Joseph, espera! Hay alguien más...
Otra persona también fuerza la perilla y empuja la puerta en sentido contrario, pero retrocedo antes de tiempo y me escondo detrás de la puerta. Hay una cortina y me camuflo con ella cuando este la vuelve a cerrar.
Ella no sabe qué hacer, sin embargo, encuentra un detalle relevante para desviar la atención.
—¿Qué diablos te pasó en la cara? —pregunta Miranda alarmada mientras el sujeto se baja su chaqueta de encima con furia. Ni siquiera se da cuenta de mi existencia.
—Una cortesía de tu amiga la puta. —El tipo está bastante ofendido y preciso que es muy cercano a ella.
—¿¿Qué?? ¿¿Estuviste peleando con Stephanie??
—Sabes que las morenas no me van. Hablo de la otra puta.
Ella tambalea en su respuesta y su reacción es sospechosa.
«Dafne».
—¡Ay! —titubea con afán—. Ronald, eres un imbécil. Te vas por un trago y vienes desfigurado. —Finge de manera sobreactuada.
—No. Ella quedó peor —afirma con satisfacción mientras observa la ensalada de frutas que hay en la mesa y saca una uva.
Miranda se pone de mil colores y ve hacia la cortina espantada.
«¡¿Qué le hiciste, infeliz?!».
—...se ha quedado sin su buena dosis de proteína.
Y voy entendiendo por qué es su compañero. Otro asqueroso narcisista.
Ella retoma el color corporal y se nota que descansa tanto como yo, pero sé que su amiga le importa un bledo.
—Ay, bebé. Es una tonta. A mí sí me interesa nutrirme. —Lo dice mientras me ve retadora—. Y adicional a eso puedes llamarme como esa zorrita —incita desde la cama muy tentadora.
«No puede ser».
—Uh, eso me gusta, nena. No sabes como te haré sufrir. —Él toma sus pies y empieza a mordisquear, generándole cosquillas.
—Aaaah, yayyy... ¡Ronald, también se me ocurre pensar en alguien! —chilla cosquillosa.
—¿A ver, bebé? —Esta vez va estimulando sus pantorrillas.
—En Joseph —propone con una amplia sonrisa de gato Cheshire.
«¡¿Qué?! Nah. Él te dirá que no».
—¿Joseph?, ¿ese no era el novio de tu amiga?
—El mismo... —Ella juguetea con su mirada por toda la habitación, pero siempre se estaciona casualmente en la cortina. Me revuelve el estómago su cinismo.
—Wow, pero qué retorcido... —expresa mientras se detiene por un momento en el recorrido hacia sus muslos. Ella lo mira con cierta preocupación y se muerde el labio.
«Lo sabía. Loca de mierda».
—...e interesante. ¿Te imaginas cómo cogen? Deben ser unos putos animales. —Se le siente motivación y hasta orgullo en su tono de voz. Miranda achina sus ojos emocionada y lo atrae hasta encima de ella.
«¿Qué demonios acabo de ver?».
Los dos se besuquean durante un rato y terminan girando torpemente hasta cambiar de bandos: Miranda arriba. Se sientan enlazados por sus piernas hasta extender el beso a otras escalas. Ronald la sostiene de la cola y ella lo rodea por el cuello con un brazo.
—Joseph... ¡no sabes lo que se te viene escala arriba! —El estallido de su declarante tono resuena en los tímpanos de Ronald, pero, sobre todo, en mi pisoteado e irreconocible ego.
Ella siempre se dirige a mi dirección. Indirectamente me humilla.
El repelente de su novio le regala una abierta sonrisa, siguiéndole la corriente.
—Oh, Dafne... —Maldita la hora en que me vine a meter en este nido de brujas—. No sabes cuánto he soñado con este momento. Al fin sabrás lo que es tener a un verdadero macho, nena. —Al escuchar eso, siento un retorcijón.
Miranda se extraña del exagerado empeño de su compañero, pero… como siempre, se enorgullece y al final lo sobrepasa.
—Nunca te lo dije, pero siempre he soñado contigo. Quería que me notaras.
—Imposible no notarte —admite cautivado por el volumen de sus pechos semicubiertos. Se remoja los labios con ansiedad.
—Eres tan apuesto, tan ardiente, tan ajeno... —Acaricia su rostro con la mano libre mientras mordisquea su oreja. Ella sigue fija hacia acá.
Creo que quiero vomitar.
Empiezan a desnudarse mutuamente como si quisieran arrancarse la carne. Continúan fingiendo ser nosotros.
Me volteo antes de presenciar cosas más desagradable de las que ya vi. Ahora estoy en dirección hacia... la pared. Hola, pared.
—¡Aaaah! ¡ay!
—¡Sii!
—¡Josephh!
Lástima que para mis oídos no hayan barreras.
No puedo ser un impedido más patético, ni siquiera tengo un panorama decente que apreciar. De repente, se cuela por una hendija una mariposa monarca; esta revolotea por todo el cuarto buscando luz o frescura, pero la muy desafortunada se queda atrapada en la cortina con el imán de desgracias y más payaso del salón: yo.
Me siento acompañado hasta que la maripo-po-po...
—¡ACHÚ! —Retumba mi escandaloso estornudo por toda la habitación, haciendo espantar a la diminuta de poderosas alas naranjas hacia las afueras. Miranda y Ronald sobresaltan dejando su, si se le puede llamar encuentro íntimo, a medias. Ambos buscan la procedencia del ruido, pero ella se acuerda que soy yo, por lo que improvisa.
—¿Escuchaste eso? —inquiere inquieto "mi sustituto".
—Ah, sí. Eso ha sido un estornudo...
«¡¿Qué?! Miranda, no serías cap...».
—Ya sabes que hay habitaciones conectadas a esta y entre todos nos intercambiamos hasta la brisa, bebé. —El nivel de su repentización ha sido formidable y de gran ayuda para los aprietos de mi abdomen y asentaderas.
Porque sí, tuve que reprimir ambos.
—Sinceramente, cari, esforcémonos más la próxima vez para hallar un lugar. Este resultó ser otro motel —bufa mientras me hago picadillo con esa declaración. ¿Esto es un revolcadero y mi novia ya está acompañada?
—Está bien. Pero ¿qué te parece si retomamos el juego? —plantea risueña mientras ondula el cabello.
Él la toma con efusividad, perdiéndose de nuevo en su figura.
—Buena idea, mi exquisita Dafne.
Dah. Otra vez.
Su maniática chica se entusiasma y hace lo posible por entretenerlo. Ahora su mirada es diferente hacia mí, ella me ayudará a salir.
Se lanza hacia su hombre y le pone una almohada en la cara de forma dominante conforme lo cabalga. En ese momento ella me hace señal para salir.
—¡Ooh sí, Joseph! ¡Qué buen caballito eres! Pórtate bien...
La escena es asquerosa, pero me beneficia.
Agarro vía hacia la salida, notando que Ronald ha dejado su chaqueta regada en el suelo y por su bolsillo se asoma algo: la billetera. No mido mis escrúpulos a la hora de tomarla y darme a la huida lo más aceleradamente posible.
Salgo de la recámara y al fin estoy pisando la salida, la endemoniada salida. Sobreviví. O bueno, casi.
La mitad de mi vida sigue sin aparecer y ahora tengo celos. Avancé un paso y estoy estancado en once.
El pasadizo parece deshabitado así que me conservo desprevenido, mis defensas están rendidas después de tanto.
La única pista que me queda para hallar a Dafne es la billetera de este animal. Él ha sido el último en verla.
Comienzo a husmear entre sus documentos y me encuentro algunos billetes.
—Bien. Esto por irrespetar a mi chica... —Me guardo el efectivo que me hace falta, sin remordimiento alguno.
Continúo fisgoneando cada bolsillo, requisando entre papeles y tarjetas, hasta que, de pronto, una de esas se me hace conocida... pertenece a este club y tiene apariencia de llave... conduce al número 4.
«Me falta otra planta por conocer».
Me adelanto hacia el elevador conforme veo el pasaporte al nocivo lugar, de ahí llego a una sala con un hueco en el centro que conecta el tobogán de escaleras que viene desde la primera planta; es lo suficientemente tendida como para quemar todas las calorías de un día y ahorrarte un mes de gym.
Todo en esta atmósfera dejó de ser saludable para mi compostura. Siempre que intento subestimarlo, me demuestra que puede dar más.
El cartoncillo que conforma la tarjeta tiene unos números forrados, parece una extensión telefónica, y la curiosidad insiste en rondar lo poco que tengo de autocontrol. Mi paciencia se va al demonio cuando la intriga me calcina y mis dedos ya están hundiéndose en la pantalla, digitando el número.
Obtengo respuesta inmediata:
—Servicio Jazz Exclusivo. ¿En qué puedo ayudarle? —contesta una voz joven, tipo secretaria. No parece una grabación.
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