02| EL SUPLICIO
Pasado un rato, noté que no llegabas y tenía la esperanza de que estuvieras en el súper... pero no.
En medio de tanta ansiedad por saber de ti, acudo a mi teléfono y te llamo, pero me manda a buzón. No puedo creer que lo hayas apagado.
Trato de ser positivo y no pensar en que te pudo suceder algo malo, haciendo que la desesperación se empiece a apoderar de mi tranquilidad y empuño mis manos mientras estoy en el sofá.
En ese momento, Aron siente mi tensión y pone su cabecita en mi rodilla, me da consuelo con su mirada y puja desconsolado.
—Lo sé, amigo; también la extraño...
Para no pensar más de la cuenta, voy a prepararme un café a la cocina. Lo hago y trato de tranquilizarme en cada sorbo que doy.
El café es la mejor creación que puede haber. Cada día me convenzo más de ello.
Vuelvo al sofá para ver la tele un rato y, sin querer, me quedo dormido.
—Mmm… cielos. ¿Qué hora es?
Veo mi muñeca derecha, notando que ya se hizo de noche.
De repente, escucho un ruido proveniente de la casa y grito de inmediato con emoción:
—¿¿Dafnee?? ¡¿Mi amooorrr?! ¿Eres tú?
Veo que nadie me responde y me levanto, cuando precisamente viene Aron corriendo con unas zapatillas de Dafne entre sus dientes.
—Ohh... eres tú, pequeño. ¿Qué traes en la boca?
Me acerco para quitárselo e inmediatamente me esquiva, todo para que lo siga y comencemos a jugar.
—Aron... ven aquí —suspiro.
—¡¡Guau!! ¡¡Guau!! —ladra, mirándome dulce.
—Mmm... dame lo que tienes ahí.
—¡¡Guauu!! —insiste más fuerte.
—¿Y si te doy una galleta? ¿Mejor?
—Crrrrr... —gruñe amistoso y se va corriendo a la habitación, pidiéndome que lo siga.
—No, Aron, ven aquí... —Sin muchos ánimos, me pongo de pie para ir tras suyo y ver qué pasa—. ¡Aron!
Entro a nuestra habitación y el pequeño suelta la zapatilla, para después, indicarme en medio de aullidos y desconsuelo, la mesa de noche.
Me acerco y aprecio que encima está el amuleto o "la contra" de Dafne, la cual nunca deja. Entonces… me preocupo.
Tomo la pulsera de pequeños dijes colgantes forrado en plata y lo meto en mi bolsillo mientras le doy las gracias a mi cachorro.
—Muy bien, amigo. Vamos por unas galletas.
Bajamos hacia el comedor y le doy unas cuantas galletas. Mientras las lanzo, él intenta atraparlas de un salto como una gran hazaña.
—¡¡Buen chico!! —Lo motivo.
Termino de darle su premio y acaricio su cabecita.
Me dirijo hacia el sofá y te llamo nuevamente esperando tu respuesta, pero me manda a buzón.
«Amor mío, contéstame... ¡Por favor!», murmuro mientras vuelvo a marcar desesperado.
Al ver que no tengo resultados, decido dejarte un SMS diciéndote que has dejado tu amuleto y estoy preocupado.
Se me hace muy extraño que no me contestes, puesto que siempre lo haces y nunca sueltas tu teléfono.
Me siento y tumbo mi cabeza en el sofá, froto con ansiedad mi pantalón desde los laterales de la costura hasta la rodilla, luego redirijo mis manos hacia mi cabello para hundir mis dedos en el mientras enlazo ambas en el trayecto y cierro mis párpados en un vano intento de descanso.
Y, al fin, se me ocurre una idea.
Seguramente el vigilante del edificio la vio salir, él me puede dar más pistas de su paradero.
Salgo y en cuanto el vigilante me ve, me saluda amablemente:
—Señor Queen, ¿cómo está? Tenía tiempo sin verlo.
—Hola, ¿qué tal? Sí, lo sé... He estado de viaje por estos días.
—Ah, pero qué maravilla. ¿Y cómo le ha ido?
—Bien, no me puedo quejar. Lo único malo era estar sin Dafne... y pues, ahora que vuelvo, no se encuentra en la casa —carraspeo sin sonar muy obvio—. ¿De casualidad la viste salir?
—Afirmativo, señor Queen. —Asiente enérgico, como siempre lo ha sido—. Salió con sus amigas hace como dos horas, pero no me dijo para dónde. Solo me pidió que cuidara de su cachorro.
—Mmm bueno, entiendo. —«Conque unas amigas, eh. ¿Por qué no me lo dijiste, cielo?»— Y gracias, por cuidar de Aron.
—Es con todo gusto, señor.
—Mmm te pregunto algo más, Diggle. ¿Cómo eran las amigas de mi mujer? ¿Recuerdas algo?
—Claro que sí —dice firmemente mientras sube sus lentes por el puente de su nariz—. Una era rubia y delgada; la otra, morena y esbelta. Ambas con una actitud bastante peculiar... usted sabe, señor Queen.
Frunzo el ceño, luego recuerdo que estoy en busca de información y me conviene que hable de más —sea chismoso— y se me pasa.
—Claaaro... —Prolongo mi respuesta y me acerco un poco, como suele hacer mi novia cuando comparten "novedades" de la vecindad «Vaya par»—. Pero… ¿a qué te refieres con actitud bastante peculiar? —Achino mis ojos con complicidad.
Me mira dudoso, pues nunca me ha visto en este plan y menos aplicando las mismas mañas de mi novia para averiguar cosas.
Eso es tarea de ella y después se va entusiasmada a contarme todo sobre personas que ni siquiera conozco.
«Ahora veo que hasta para ser chismoso necesitas práctica».
—No quiero que me sermonee, se incomode o moleste —susurra.
«Te ganarás un regaño, lo sabemos».
—¿Pero? —Hago mueca de cordero manso, casi imitando a Dafne.
Diggle me mira aún más asombrado.
«Creo que lo estoy logrando».
—Esas chicas nunca habían venido por aquí, justamente llegaron ahora que usted no estaba —dice con ímpetu y comienza a soltarse sin temores, como si de eso dependiera la seguridad de ella—. Se tardaron un buen rato adentro y sentí algunos estragos, como si se partieran vidrios por montones y cayeran al suelo, una y otra vez, mientras que el pequeño parecía encerrado en alguna recámara. —Su voz se comienza a escuchar ronca y con dolor, hace un esfuerzo por describir los detalles—. Yo quise subir y lo hice… más que curiosidad, sentí preocupación por la señorita.
—¿¿Y qué pasó?? —pregunto exaltado, lo que estoy escuchando parece una escena terrorífica y no lo que me esperaba encontrar.
—Una de ellas… la rubia extrovertida de ojos claros. —«Miranda»—, abrió la puerta. Mis ojos no daban crédito a la terrible y lamentable imagen que tenía detrás de aquella chica con sonrisa pícara —suspira mientras su mirada se encuentra perdida, juraría que está transportada al momento aquel—. Era la señorita Bennett...
—¿¿Dafne?? ¡¿Qué tenía Dafnee?!
Me mira y corresponde el dolor impregnado en mis palabras, Diggle sabe lo que significa ella para mí.
—La señorita estaba arrodillada sobre la alfombra, su facha no era muy presentable porque estaba algo despeinada y su maquillaje corrido por sus pómulos como si hubiese llorado. —Frunce el ceño al continuar—... fueron escasos segundos que la pude ver hasta que, la chica morena y de cabello oscuro, menos formal que la otra.—«Stephanie»—, llegó haciéndome una mueca de desagrado y me cerró la puerta en la cara.
Miranda y Stephanie, las peores amigas de mi novia. Se habían tardado en aparecer.
Me acerco como lo hice al comienzo de nuestra conversación en gesto cómplice: —No hay una mejor que la otra y ninguna es bienvenida en nuestra casa —aclaro mientras le guiño un ojo.
Diggle asiente y no hace preguntas, sabe que no se las respondería. Dafne es más cercana a él en ese ámbito, yo soy reservado.
—Hiciste bien en decirme… —suelto, notando que mi vigilante ya está sudando y no articula sílaba. Seguro piensa que lo voy a regañar.
«Hoy no lo haré, básicamente me convertí en la copia comunicativa de mi novia —y me salió bien, Dafne estaría orgullosa—; pero además tampoco tengo fuerzas para eso, no cuando el dúo psicópata tiene a mi novia».
—Qué bueno —suspira con inmenso alivio—. En verdad espero que pueda encontrar a la señorita.
Sus palabras me dejan con una nostálgica sensación, en verdad me pregunto si la podré encontrar. Hay muchas cosas que no entiendo.
—Gracias. —Sonrío desecho y me dirijo hacia la escalera para volver a mi piso.
—Con gusto, señor. Buena noch... —Diggle es arrollado por una pausa y lo noto enseguida, haciéndome girar la cabeza antes de seguir mi dirección—. Usted... usted no encontró algo anormal en su casa parecido a lo que le mencioné, cosas en el suelo o artefactos rotos... ¿o sí?
El comentario de Diggle le da un estrujón a la reacción que debí tener hace un buen rato e ignoré. Por supuesto que no encontré nada de eso en la casa, por el contrario, todo estaba excesivamente limpio.
«Excesivamente limpio... ¿O eso es lo que querían hacer parecer?».
Espabilo y subo las escaleras hasta llegar a mi piso y adentrarme en mi departamento, esta vez sin centrarme en mi pequeño ni el teléfono, solo quiero buscar y encontrar pistas, entender por qué Dafne lloraba.
Empiezo por mirar en las cestas de basura de la casa, pero todas se encuentran normal; todos los espejos, cuadros, porcelanas y ventanas están perfectos. Entro en la cocina y observo con detenimiento la vajilla, contando nuestros vasos.
«6... 8... ¿No teníamos 10?».
Me froto la cabeza, en realidad no lo sé.
Busco más adentro de la cajonera y me encuentro otros dos, dándome cuenta de que no estaba tan lejos.
«Y con estos son 10», Sonrío orgulloso.
Después de enumerar los vasos con profundo éxito, me dirijo a la segunda cajonera donde se encuentran los platos y, en el momento en que la abro, la gran curva de mis labios reflejando satisfacción se ve derrumbada tras encontrarse otros cinco vasos.
Cinco brillantes vasos burlándose de mí.
«¿Desde cuándo tenemos tantos vasos solo para nosotros dos?», refunfuño mientras guardo todo. No me quedan ganas de contabilizar los platos.
Dafne sabe más de esto, en definitiva.
La impaciencia me rebasa y no sé en dónde más buscar. Es como si todos los escombros se los hubiera tragado la tier…
O el sótano.
Solamente allí me falta por completar mi desesperado intento de rastreo. En el sótano de nuestro departamento tal vez pueda dar con esas piezas rotas que perturbaron la serenidad de Diggle.
Levanto la alfombra que protege la tablilla que conduce a las escaleras bajantes. Introduzco la llave para abrir el candado con agilidad y la levanto enseguida, a continuación, me dirijo hacia la planta baja mientras piso los escalones rechinantes con cautela.
A Dafne siempre le da temor bajar sola por aquí y yo me burlo. Me gusta verla asustada para tener el pretexto de protegerla. Ella se pone nerviosa con la oscuridad.
Llego hasta abajo y tiro de un pequeño colgante proveniente del techo que me proporciona luz instantánea. Me enfoco en todas aquellas cosas que tenemos archivadas, las cuales no son muchas y, en su mayoría, son de mi propiedad, pero veo un pequeño saco, tal vez de tela, arrinconado y misterioso. Ese no estaba allí desde la última vez que pisé este lugar.
Voy, lo tomo con curiosidad y, para mi sorpresa, suena con quebrantinas en su interior. Todo lo que contiene son pequeñas piezas y trozos cortopunzantes.
En efecto, esto fue de hoy.
Diggle tenía razón.
Abro el pequeño saco y profundizo dentro de las migajas de cristal, forzando la tela entre mis dedos, pues parece que hay algo más en el fondo. Me acerco con prisa hacia el centro del foco de luz y mis ojos capturan un papel corrugado en medio de los vidrios.
Lo alcanzo con precaución y desarrugo, dándome cuenta de que se trata de una fotografía nuestra. Era un recuerdo de nuestro primer aniversario.
«Pero… ¿qué hace esta foto aquí?».
Comienzo a notar que, en la bolsa, no solamente se encuentran vidrios de cristal sino también el marco de madera que conformaba el portaretrato. Todo se encuentra partido y aniquilado.
«Dafne no haría algo así... ella ama nuestras fotos», Pienso para mis adentros mientras guardo la foto en el saco con amargura. «¿La obligarían? ¿Por qué lloraba?», Las preguntas invaden mi mente mientras abandono el sótano.
Dejo la bolsa con las migas de nuestra memoria en el comedor, no me siento mejor al haberlo encontrado; todavía no sé en dónde está ella.
Vuelvo a ver mi teléfono y todavía es lo mismo: todos mis mensajes en enviado.
Respiro hondo.
Tomo las llaves y me redirijo a la puerta, saldré a tomar aire y de paso le contaré al vigilante lo que encontré. Voy a enloquecer aquí adentro.
Al abrir la puerta, algo inesperado cautiva mi atención a medio corredor, justo donde se encuentra una reducida repisa con un florero de margaritas y una fotografía enmarcada. Una foto muy bonita con mi princesa…
Donde la tengo abrazada desde atrás.
Con nuestros uniformes de preparatoria.
Sonriendo, felices, juntos.
Cumpliendo nuestro primer año.
«Nuestro primer año».
Volteo con inmediatez hacia la bolsa que dejé en el comedor. Era la misma.
La misma que se esforzaron en destruir.
Aquella que estaba archivada, corrugada, rota y hecha polvo.
«¿Cómo es que la foto sigue aquí?».
Siento un repentino dolor de cabeza, algo ataja mi respiración y mi mirada se vuelve a la foto: Dafne. Los ojos y sonrisa de Dafne me martirizan en gran manera. ¿Por qué presiento que no está bien?
No puedo seguir aquí y continuo mi camino. Bajo a recepción para tomar aire, Diggle está ocupado atendiendo otros vecinos y me toca esperar. Tomo asiento en el mueble junto al ascensor que tiene amplia vista al ventanal que desciende desde el techo y se clava en el suelo, directo a la calle.
Estoy cansado, con sueño, las piernas me pesan y ya se hace presente el desgaste en mi cuerpo debido al viaje. No fue sencillo lidiar con un compañero de puesto somnoliento y ‘roncón’ en mi hombro todo el trayecto.
En ese instante, siento mi teléfono vibrar al interior de mi bolsillo. Parece ser una notificación. Lo tomo y la abro, es un SMS, y me notifica que el número al que he estado marcando —el de Dafne— ya se encuentra disponible para recibir llamadas.
Frunzo el ceño desconcertado. «¿Ahora sí?».
Presiono en llamar y espero, de nuevo.
Piip...
Timbra una segunda vez y descuelga.
Piip...
—…
Mi corazón deja de bombear en ese momento.
—¡Mi amor! —Me emociono, puedo sentir su respiración a través del micrófono.
Silencio.
—¿Dafne?... ¿Por qué no me contestabas?
Silencio.
Me impaciento.
—¿¿Amoor?? ¡¿Estás bien?! —Respiro exaltado, el tono en mi voz incrementa—. ¡Dafne!
Escucho música de Jazz al fondo.
«¿Jazz?».
Veo la pantalla del celular y la llamada todavía está contando. Levanto mi ceja extrañado.
Vuelvo a acercar mi oído.
—¿Hola? —Escucho unas risillas al fondo, parecen chicas—. ¡¿Quién está ahí?!
—...
—¡¡Habla de una vez —sonsaco encolerizado, pues de nuevo le siento respirando y ahora dudo que sea ella—, no seas cobarde!! ¡Si algo le hiciste a Dafne te vo...
—Señor Queen. —Volteo nervioso, es Diggle. Me ve horrorizado desde su posición.
La llamada se corta.
«¿Pero qué...?», Miro la pantalla atónito.
—¿Todo en orden? —Me mira con suma curiosidad, al parecer los vecinos ya se fueron «Por lo menos»—. Se ve pálido.
Suspiro y me levanto rendido.
—Perdón por eso —hago una mueca y me rasco la nuca—. Solo... tenías razón.
—¿La señorita está en peligro?
«Eso creo».
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