8. Errores y consecuencias
No suelo ser del tipo de persona que se desvela, soy más de las que logran dormir donde sea y cuando sea; sin embargo esa noche luego de la fiesta y la discusión con Joe apenas y pude cerrar los párpados por diez minutos seguidos.
Joey, con justa causa, estaba dudando de la ayuda que me prestaba pero no sabía que mi apuro intenso era porque de fallar no me iba a quedar invisible para siempre sino que ya no iba a estar jamás. El tiempo me perseguía, tenía menos de media semana y mi optimismo de los días anteriores se iba apagando lentamente.
Sentí cuando Joey se levantó al amanecer pero no dije nada; noté que miró el espacio donde yo estaba y sacudió su cabeza, como si no terminara de creer que la vecina que lo conocía desde que estábamos en pañales ahora fuera invisible. Me quedé quieta mirándolo y tras unos segundos en que me hice la dormida, lo vi salir para ir a ducharse.
No había visto a mi madre esa semana; apenas y le había hablado a través de una puerta y temía ir a casa y que por azares de la magia, ella no me recordara. Si no había hecho un escándalo, era porque no había notado que su hija mayor no dormía allí en las noches o porque me había olvidado, y yo no estaba muy dispuesta a saber la cuál de las dos opciones era.
Buscando una lógica simple a la situación, imaginé que no solo se iba mi presencia en las fotos sino también en esos recuerdos, por eso, y con la egoísta intención de garantizarme la ayuda de Joey un poquito más, decidí contarle la consecuencia real del fracaso del inexistente hasta el momento plan.
Entró a la habitación con la toalla en su cuello, ya tenía sus pantalones puestos, solo le faltaba la camiseta.
—Hola.
No sabía si estaba enojado o si simplemente ya se había acostumbrado a mí, pero no se sobresaltó con mi voz como antes. A cambio de eso, y con indiferencia, dijo:
—Despertaste.
—Sí, acabo de despertar. —Joey no era precisamente de los crédulos a las palabras, él era más del tipo "ver para creer" y al ser consciente de ello, opté por tantear primero su mente antes de soltarle de mi posible desaparición—. Oye, ¿te acuerdas de nuestro cumpleaños número cinco?
—¿Qué?
—Sí, nuestro cumpleaños. A ambos nos encantaban los Power Ranger, ¿recuerdas? —Joey sonrió, como si pensar en algo tan lejano fuera agradable dentro del caos general.
—De eso sí me acuerdo.
—Sí, en nuestro cumpleaños cinco nos llevaron piñata del Power Ranger azul. Lloraste porque no querías que la rompieramos y tu mamá te llevó adentro mientras yo la rompía sin piedad.
Yo estaba sonriendo al pensar en eso, pero al ver el rostro extrañado de Joey se me rompió el corazón. Empecé a ponerme muy nerviosa.
—Creo que te confundes —dijo finalmente—, no fuiste tú quien la rompió, fue... bueno, no recuerdo quién pero no fuiste tú.
—Joey, ¿recuerdas que yo estaba ahí? ¿Recuerdas que te embarré pastel en la cara y que mamá me regañó? Dime... —Me levanté de la cama y mi voz empezó a agravarse, sintiendo el llanto próximo—... dime qué recuerdas de ese cumpleaños...
—¿Qué importancia tiene?
—Solo dime qué recuerdas.
—Tengo algo mejor.
Abrió la puerta de su armario y se puso en puntas para sacar un álbum de la parte superior. Con él en manos se sentó en la cama; me acerqué y toqué su hombro para que supiera que estaba su lado. Joe no miró las primeras páginas ni sintió curiosidad por las cientos de fotos allí, sino que buscó específicamente las de ese cumpleaños.
En la primera foto estaba él solo junto a su madre y junto a la mía que estaba embarazada de mi hermana; yo no estaba. Joey arrugó la frente, pero siguió pasando páginas. En todas estaban él y más niños, junto a la piñata, junto al decorado de la mesa, junto a nuestras familias, pero yo no estaba en ninguna.
La última página de la sección de fotos de ese cumpleaños tenía una imagen de nosotros dos. Estábamos sentados en el césped del patio trasero de su casa, Joe tenía la cara llena de pastel y yo reía, con mi mano untada de crema, ya era de noche y la foto la habían tomado desde arriba. Lentamente, mi imagen se fue desvaneciendo ante nuestros ojos hasta que quedó solo un mueco y sonriente Joey untado de crema, sentado en el césped.
Joey soltó el álbum, aterrado.
—¿Cómo hiciste eso? —farfulló, conmocionado—. ¿Te... te borraste de todas las fotos? ¿Dónde aprendiste eso...?
Sollocé y sentí una lágrima resbalando por mi mejilla.
—No fui yo. Eso es lo que va a pasar este lunes si no cumplo con el objetivo.
—¿Te irás de las fotos?
—Me iré de los recuerdos y voy a desaparecer —solté.
Decir eso fue como rociarnos con agua helada desde el techo. Joey afianzó sus manos a la cama, como si temiera caerse aún cuando estaba sentado.
—¿Es un chiste? ¿Cómo que vas a desaparecer? ¿Como si... como si qué? No hay ejemplos para algo así. No es posible.
—¿Recuerdas a la bruja? ¿Recuerdas que dijiste que su tienda tenía el aspecto de una tienda de mascotas?
—Sí, ¿qué con eso?
Tomé aire y reteniendo el dolor en mi garganta, confesé:
—Todos esos animales son... son personas como yo... que hicieron trato con ella y no cumplieron.
—¿Estás diciéndome que te convertirás en un animal?
Su gesto no cabía de la incredulidad y de la burla, aunque era más una burla de esas que salen en medio de una crisis, estando en negación; yo no me reí ni me retracté.
—Y voy a desaparecer de sus vidas. Como si nunca hubiera existido.
—No, no... —Joey se levantó de la cama y empezó a caminar de lado a lado en el precario espacio, agarró su cabello con sus manos y apretó los párpados—. No puede ser, Lizzie... digo, eres una persona, eres real, eres hija de alguien, eres hermana, amiga, vecina, no pueden llevarte así no más. Esa clase de desapariciones no existen.
Me levanté y caminé hacia él. Chocó conmigo pero no se enojó ni caminó más, a cambio de eso, pude ver real y sincera preocupación en sus ojos verdosos. Tomé sus manos y se dejó.
—Joey, soy invisible. No creo que estemos en posición de ponernos incrédulos con lo que es real o no. Soy invisible, Joey, me estás escuchando pero no me ves. Todo es posible. Esa es la importancia de que esto me salga bien.
Se soltó bruscamente y caminó hacia lado contrario.
—¡No! ¡¿Es qué demonios estabas pensando?! ¡¿Toda esta pantomima vale una relación que posiblemente acabe en un par de años con Messer?! ¡No pensaste en nadie más que en ti! ¿Qué hay de tu madre? ¿No pensaste que sería algo que la afectaría?
Desesperé y las convulsiones de llanto en mi pecho crecieron a la misma velocidad que el temperamento del ambiente se tensaba.
—¡No lo sabía! ¡No lo pensé, Joey! No me lo dijo hasta que ya estaba así....
—¡Y me lo habías ocultado!
—¡No quería que te pusieras así!
—¡¿Cómo más quieres que me ponga?! ¡Acabas de decirme que vas a desaparecer para ser un animal y vi cómo tu cuerpo se borró de una foto! ¡¿Entiendes la gravedad del asunto o dentro de tu estupidez solo puedes pensar si Messer te va a querer o no?! ¡Porque parece ser lo único que te importa, Elizabeth!
Golpearon la puerta y eso pareció ser suficiente para que ambos nos calláramos. Esperaron diez segundos y luego su madre entró, mirando en todas direcciones, quizás buscando a alguien que motivara los gritos. Joey calmó su semblante y saludó a su madre, intentando alisar su ceño.
—¿Qué eran esos gritos?
—¿Cuáles?
—Puedo jurar que estabas gritando, ¿hay alguien acá?
La señora Tyler barrió de nuevo la habitación con la mirada, suspicaz.
—Solo yo ma, estaba mirando televisión...
—Los gritos eran tuyos... y de alguien más. Y el televisor está apagado.
—Era un partido y le gritaba al árbitro, ya sabes como soy —justificó—. Y perdieron así que mejor apagué eso. —Sonrió y aunque a mí me pareció una sonrisa falsa, para su madre fue casi suficiente.
—¿Seguro que no hay nadie más acá?
—¿Quién estaría, ma?
—Bueno, estás en esa edad en la que tú y las chicas... ya sabes...
—Ma, la charla ya me la dio papá hace unos meses —cortó, incómodo—, y no traería a nadie acá de todas maneras, y si no me crees, siéntete libre de revisar.
La señora Tyler, ni corta ni perezosa, se agachó para mirar bajo la cama y luego miró dentro del clóset, incluso fue hasta su ventana para mirar si nadie había salido por allí, pero la encontró cerrada con seguro. Miró escéptica a su hijo.
—Parece que no hay nadie.
—Te lo dije, ma. Ahora, ¿me dejas acabar de cambiarme? Voy a salir, voy a casa de Messer.
La señora Tyler dejó de lado su irritabilidad.
—¿De nuevo? Estás allá muy seguido.
—Solo tenemos una semana de vacaciones, ma, cuando hay clases no me dejas ir.
—Bien —accedió ella, resignada—. Baja y desayunas algo y te vas.
Salió de la habitación y al estar solos de nuevo, no dijo nada. Joey fingió que realmente estaba solo; acabó de vestirse sin distraerse y arregló su cama. Yo estaba en la esquina, junto a su escritorio y en silencio, viéndolo moverse de acá a allá.
—Joe... —llamé, en un intento de buscar su ayuda o su atención.
—Tardo una media hora en desayunar, tienes eso para ir y vestirte o lo que sea que hagas o si quieres te quedas callada conmigo. Luego nos vamos.
—¿A dónde vamos?
—A donde alguien que nos de respuestas —dijo con firmeza— y si definitivamente no las hay, a hacer que Messer te bese así sea a la fuerza.
Joey al ser en la práctica menor que yo, nunca me había inspirado lo que se dice autoridad pero la actitud que adoptó ese día luego de que le contara todo, hizo un cambio en él que lo hacía ver como un adulto responsable intentando arreglar los problemas de una chiquilla irresponsable.
Todo lo que le preguntaba me lo respondía serio y con monosílabos o asentimientos.
—¿Qué haremos?
—Buscar ayuda.
—¿Sabes de alguien que nos pueda ayudar?
—No.
—¿Entonces a dónde vamos?
—Por ahí.
Nos montamos en un bus hasta el centro de la ciudad. Yo iba muy poco y cada que iba lo hacía con mamá y me extrañó mucho que Joey me llevara. Caminamos poco y llegamos a un sector solitario y medio lúgubre que ocasionó un escalofrío interno que me recorrió por toda la columna y ganas tuve de arrastrar a Joey de vuelta a casa.
—¿Qué vamos a hacer?
Joey, por primera vez se detuvo y me respondió:
—Este es el sector de las brujas. Seguro que alguien nos puede ayudar, Lizzie. Al menos con información.
¿Sector de las brujas? ¿Tenían sector? ¿También tenían una sección en el directorio y página en facebook? Era absurdo.
—¿De verdad crees que las brujas andan por ahí dándose publicidad y poniendo locales en el centro de la ciudad? ¿Estás loco?
—Puede que no todos los de por acá sean brujos o brujas, pero este es el sector donde consigues la lectura de la fortuna, y líquidos para la suerte, cosas así... de seguro que al menos uno de todos estos sabe algo de la magia real.
Lo consideré y luego, irónicamente, me di por esceptica.
—Te van a tratar de loco si entras a donde sea a decir que vas con tu amiga invisible.
Joey traía sus audífonos puestos y fingía hablar por su auricular.
—No te voy a negar que es una posibilidad, Liz, pero sé que alguien debe saber; si una sola de ellas te hizo eso, debe haber más. Es imposible que solo exista una bruja.
—Sí, pero ella aparece en el parque y desaparece —razoné—. ¿Qué te hace pensar que habrá alguna o alguno real que simplemente tenga un puesto permanente en el centro pudiendo teletransportarse o lo que sea que la otra hizo?
Joey suspiró, cansado.
—No lo sé, ¿de acuerdo? Pero no perdemos nada intentando, debemos buscar opciones, Lizzie. Donde sea.
Tomó mi silencio como aprobación y empezó a caminar de nuevo. Yo no sabía exactamente cómo iba Joey a preguntarle a los que leen el tarot y la suerte de cómo podía hacer visible a una persona y durante tres establecimientos de ese sector, pude ver cómo lo miraban como si estuviera demente cada que planteaba la invisibilidad humana.
Antes del primer establecimiento Joey me pidió que no hablara, que esperara y eso hice, pero no había respuestas satisfactorias para nosotros. A cada lugar que íbamos solo había una especie de bola de cristal y muchas esencias para atraer el amor, el dinero, la fortuna... había cruces y oraciones a diferentes dioses. Le ofrecieron a Joey amarres para el ser amado, conjuros para los enemigos, lámparas de lava, amuletos de la suerte... de todo, pero cada que él decía "¿Es posible invisibilizar a alguien?" se reían de él y le decían que la magia no era como en televisión. También puede sumarse el hecho de que él a sus diecisiete años, siendo alto y desgarbado no proyectara mucha seriedad, más bien parecía un adolescente confundido de la vida.
Caminamos unas cuantas calles más hacia el norte, ya habíamos pasado por siete casas de brujos y nada, y ya estábamos caminando hacia la parada 66 del bus para volver igual a como llegamos: sin respuestas, cuando vimos una casa gris a mitad de una calle que en su puerta tenía una pequeña placa que rezaba "Monsieur Kedward". A diferencia de las demás, la fachada no gritaba "Acá leemos la mano y hacemos magia", se veía más bien común.
—¿Qué es acá?
—Acá trabaja un bruja —respondió rápidamente—. O eso creo. Kedward es el apellido de la bruja de Blair.
—¿Cómo sabes eso?
—Investigué esta mañana mientras estabas en tu casa y eso salió... Digo, no creo que esta sea esa bruja, pero el apellido la alude.
Se sonrojó un poco al decir eso y le agradecí internamente por la ayuda.
Volví la vista a la casa y tragué saliva; a diferencia de la vez que habíamos ido a ver a la bruja de la carpa morada, Joey no iba asustado, sino decidido. La puerta era de madera muy oscura, con aspecto antiguo y tenía una aldaba que mostraba la cabeza de un león con la boca abierta, dejando sus enormes colmillos visibles. Joe omitió la tenebrosa figura y tocó dos veces. A los pocos segundos, la puerta se abrió con un rugido que trajo consigo una ligera brisa cálida que nos envolvió.
La salita que nos recibió era grande, con tapetes azules y paredes llenas de cuadros extraños con brujas, demonios y algunas criaturas míticas, casi lo mismo que habíamos visto en las otras visitas, con la diferencia de que esas parecían originales y antiguas, pintadas directamente en el lienzo y no las copias que se compran en un mercadillo por un par de dólares. Había un escritorio en la cara norte y tras él, había un joven de unos veinte años. Nos acercamos a él.
—Buenos días. ¿Hay manera de que nos atiendan hoy?
El joven miró a Joey de pies a cabeza y luego a su alrededor. Omitiendo el gesto de incredulidad al ver a alguien menor a él visitando un brujo, preguntó:
—¿Nos?
Joey chasqueó la lengua.
—Me —corrigió—. Que me atiendan.
—Monsieur Kedward tiene su agenda llena —informó—. Deben pedir una cita con seis a ocho días de anticipación.
—Es una emergencia.
—Lo lamento, pero...
El eco de otra puerta abriéndose lo interrumpió. De una puerta en el lado derecho salió una mujer común y corriente aunque a la vista de clase alta, de traje ejecutivo rojo, con un bolso colgado en su hombro que parecía costar más que todo mi armario y expresión neutra. Detrás de ella salió un hombre, más viejo y de cabellos rubios y escasos, tenía ropas holgadas, una barba larga del mismo tono claro de su cabello y sus diez dedos de las manos estaban llenos de anillos sin adornos. Tenía lentes de contacto amarillos oscuros y los labios de un pálido espantoso. Todo su aspecto era el de un brujo, pero el de un brujo disfrazado, era casi una burla a la imagen de magos que nos venden a lo largo de la vida; parecía más un vagabundo de la calle con complejo de Merlín. En su mano tenía un cigarrillo y al ver a Joey lo llevó a sus labios para aspirar el tabaco. Mi amigo arrugó la frente y pareció que su valentía disminuía.
—¿Puedo ayudarlos?
—No tienen cita, Monsieur —dijo el joven, mientras la primera mujer salía del lugar discretamente y sin decir palabra alguna.
—He terminado pronto con ella —objetó el brujo—, tengo unos minutos. —Se dirigió a Joey—. ¿Qué necesitas?
Joey dio un tímido paso al frente y alzó el mentón, en un fingido gesto de seguridad.
—Tengo un inconveniente con una amiga.
—Oh, ¿problemas de amores? —Le guiñó uno de sus ojos amarillentos—. Podemos solucionar eso...
—No, no es eso...
—Sí que es eso —insistió—. Sigan por acá.
Sé que Joey se estremeció al igual que yo al escuchar el plural que usó. Monsieur atravesó la puerta por la que había salido y nosotros lo seguimos; del mismo miedo, me agarré de la mano de Joey y como si él estuviera también buscando algo a lo que aferrarse, la entrelazó con la mía sin tanto problema. Al entrar a esa otra habitación, el olor a incienso nos llenó las fosas nasales y Joe estornudó.
Ese estudio era diferente a los otros siete que habíamos visitado. Ahí no había bolas de cristal ni esencias de colores a la venta. De hecho parecía más el consultorio de un psicólogo, con un diván de color negro, dos escritorios y algunas sillas frente a ellos. El suelo estaba entapetado de color rojo y del techo colgaba una lámpara de araña de luces blancas. No había ventanas que dieran luz natural, por lo que la lámpara estaba encendida.
El hombre caminó hasta el diván y se sentó en él con toda la tranquilidad del mundo y aspiró de nuevo de su cigarrillo. Expulsó el humo con un gesto de satisfacción y luego le habló a Joey:
—Entonces, ¿cómo se llama tu amiga?
—Elizabeth Simon.
—Bien, ¿cómo te metiste en esto, Elizabeth?
El que se hubiera dirigido a mí me sobresaltó y por instinto Joey miró en mi dirección, aunque sin verme realmente y apretó mi mano. Respondí:
—¿Puede verme?
—Claro que no, eres invisible —dijo con obviedad—. No me respondiste.
—¿Puede ayudarnos? —preguntó Joey.
El hombre levantó su vista a él.
—No lo sé. Necesito que me digan qué pasó.
Mi amigo haló mi mano y asintió, diciéndome sin palabras que hablara.
—Pedí un deseo en una fuente —empecé— y al otro día, cerca de esa fuente entré a una carpa donde había una mujer que me dijo que cumpliría mi deseo.
—¿Y cuál era ese deseo?
Aclaré la garganta, sintiéndome avergonzada.
—El amor de un chico.
El hombre sonrió de lado, como si ya lo supiera pero quisiera escucharlo en voz alta; su vista estaba en el suelo y con su mano indicó que siguiera en mi relato.
—Ella me dijo que era un trato o algo así, que la magia me iba ayudar y luego me sacó una gota de sangre de un dedo y ya cuando tenía eso, me contó que había un plazo y que habría consecuencias si no lograba enamorar al chico. Luego al otro día amanecí... así...
—¿Cómo se llama ella?
—No lo sé, nunca le pregunté.
—¿Y qué esperas que yo haga, Elizabeth?
Fue Joey quien contestó.
—Que nos ayude, que nos diga una manera de que ella pueda ser visible y olvidar este episodio de locos.
—La magia no es de locos, jovencito —discrepó el brujo y por su tono, parecía que se había ofendido—. Necesito saber quién les hizo el embrujo para intentar hallar una solución —insistó. Joey explotó:
—¡No sabemos! ¡Es una loca que tiene muchos animales y su carpa es morada!
La expresión del Monsieur cambió. Apagó su cigarrillo en un cenicero junto a la mesa y se levantó con la elegancia que parecía caracterizarlo, que de paso contrastaba tanto con su aspecto descuidado.
—Es Madame Blavatsk —aseguró—. Es de las brujas más... poderosas y misteriosas que hay. Es la única que puede aparecer y desaparecer de la manera en que lo hace... y es la única que cobra precios tan caros por sus servicios. Nadie sabe su edad ni su aspecto, suele cambiar de imagen cada que cambia de cliente y por eso no sabemos nunca dónde está.
No pude pasar de largo el hecho de que había algo de temor en el tono de voz de ese hombre al hablar de ella. La magnitud del problema en el que me había metido empezaba a ser más notorio.
—¿O sea que no se puede hacer nada?
—Elizabeth —dijo Monsieur, ignorando la pregunta de Joe—, ¿sí sabes lo que sucede si fallas?
—Desapareceré —respondí, con un hilito de voz.
—Sí, y te irás con ella. Ella te quita tu vida porque la necesita para seguir viviendo, pero te deja el alma porque no puede hacer nada con ella, por eso recaerás en un animal. Los años de juventud que la vida tenía para ti, serán cedidos a ella.
—¿Por qué hace eso?
—Ninguna magia puede tomar y destruir un alma y una vida humana así no más, pero sí la pueden trasladar —explicó—. Acabar con un alma, aparte de que requiere mucho poder, tiene un precio muy caro y nadie se atreve a hacerlo, así que ella simplemente conserva y cuida tu alma muy bien para que cuando muera, por la vida natural del animal, se vaya sin intervención suya. El recurso más preciado que existe en el universo es el tiempo, Elizabeth y es el único que nadie, con magia o sin ella, puede producir de la nada. El tiempo no se detiene nunca y no regala nunca ni un segundo, por eso Blavatsk necesita el tiempo de los demás para que el suyo no termine. Ella mata a los animales que posee para tener un lugar en donde poner tu alma, es como un recipiente; las vidas animales carecen de importancia para ella; pero tu ración de vida sí es valiosa y cuando no cumplas su contrato...
—Pasa a ser suya —completé. El hombre asintió—. ¿Qué edad tiene ella?
—Nadie lo sabe pero sí sabemos que ha vivido más de unas cuantas vidas y por eso su sabiduría y su poder.
Joey cayó sentado al diván, apoyó sus codos en sus rodillas y restregó su cara con sus manos, con frustración; yo me rezagué en una esquina del salón, sin saber tampoco qué hacer.
Había una pregunta que se me atoraba en la garganta y considerando el límite de tiempo y de todo, esa era la única oportunidad de hacerla, así que tomé aire y la solté:
—¿Alguien ha salido bien de esto? Me refiero a que si alguien ha ganado alguna vez.
La bruja me había dicho que sí, que era posible ganar, pero ahora, frente a ese brujo, deduje que quizás no había sido honesta conmigo y él parecía dispuesto a ser sincero. El hombre bajó la mirada y luego negó con la cabeza.
—No que yo sepa, Elizabeth. ¿Cuánto tiempo te queda?
—Hasta el sábado a medianoche. El domingo amanecí así, así que supongo que al iniciar el domingo... me iré.
Joey se levantó de un brinco, sobresaltándonos a ambos.
—¡No! Tiene que haber algo que podamos hacer. Esto no puede ser así no más... ¡no!
—Hay algo... —Las dos palabras del brujo nos dieron una luz que iluminaba un poco el problema. El rostro de Joey, y de paso el mío, se alegró. Aunque no duró mucho—. No quiero darles esperanzas vacías, muchachos y menos tan escasas...
—Cualquier esperanza nos sirve.
Nunca olvidaré el gesto de lástima que Monsieur le dedicó a Joey.
—La magia siempre tiene un hueco —confesó—, si bien siempre favorece al que la ejecuta, no deja al afectado con las manos vacías. Los hechizos o embrujos o cualquier acto ejecutado con magia blanca o negra, tienen alguna brecha que, de ser usada, anularía todo.
—¿Y cuál es la brecha de la invisibilidad? —Joey prestaba suma atención.
Monsieur suspiró y negó:
—Eso es todo lo que sé. La brecha es como una ley de la magia, pero no conozco más. Cada embrujo tiene la suya, cada bruja tiene la suya y no hay manera certera de descubrirla. De hecho, puedo asegurar que engañar y zafarse de un contrato de estos, es mera suerte nada más. Pero sí les puedo decir que usualmente la brecha está escondida en la solución. ¿Cuál era tu objetivo?
—Enamorar a mi amigo —dijo Joe, repitiendo lo que yo había dicho.
—Entonces ahí está la brecha.
—No es una brecha, es el objetivo. Tener que enamorarlo es algo que ya sabíamos.
—No estás viendo el panorama completo, chico. ¿Cuál es la base de un enamoramiento?
—¿El amor? —aventuré yo.
—Sí, el amor.
—La brecha es el amor. —Joey usó su tono más sarcástico—. Eso nos dice mucho.
—Les dije que la esperanza era poca.
En ese momento ninguno de los dos logró entender lo que eso de que la brecha era el amor significaba. No tenía sentido, si de por sí el objetivo era enamorar a Messer pues era lógico que el amor era importante.
Sin mucho optimismo y sin más dudas, pareció que no había nada más qué decir o qué hacer allí, así que nos dirigimos a la puerta y salimos a la recepción.
Nos acercamos al escritorio del joven y Monsieur llegó detrás. Joey miró al secretario, esperando a que nos dijera cuánto costaba la consulta, después de todo, eso era un servicio.
Joey sacó su billetera pero Monsieur negó, acercándose al secretario.
—No. No les he dado solución y por lo tanto no me deben nada. Lamento no poder ayudarles.
—¿Seguro?
—Haremos esto —anunció—. Si Elizabeth sale... bien de todo el asunto, quiero que vengan acá la próxima semana... a charlar conmigo. Eso será pago suficiente.
Joey asintió con la tristeza en los ojos y supe que como yo, pensaba en que lo más probable era que yo no saliera de esto.
Llegamos a la calle y luego tomamos el autobús. Me quedé de pie junto a Joey que sí se sentó, él se colocó sus audífonos.
—Lamento no habertelo dicho antes.
—Está bien... no vamos a pensar en eso ahora. Vamos ya a la casa de Messer, necesitamos que ustedes tengan una cita.
—¿Cómo? Sigue sin verme y no le podemos decir que soy invisible, ¿recuerdas?
Joey usó un tono seco y neutro, el tono de alguien aburrido y rendido ante un problema, pero que lo seguirá intentando mientras haya oportunidad de hallar solución.
—Tengo un plan. Tú consigue enamorarlo y ese beso y vamos a salir de esto y nunca lo mencionaremos de nuevo.
¡Hola y muchas gracias por leer!
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