Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

12. Tiempo perdido y devuelto

Había salido de mi sueño profundo pero me negaba a abrir los ojos y por un segundo, lamenté el recordar todo; esperaba despertar sin saber nada de nada cual gato peludo, o pensando lo que sea que piensen los gatos, pero lo sabía todo, recordaba todo lo que Elizabeth era. No me moví de mi sitio, no hice nada, embargada por el pánico.

No sabía qué hora era, pero sentí calor en la cabeza así que supuse que fuera el animal que fuera, la bruja me había puesto al sol. Moví mi mano... o mi pata, antes de abrir los ojos y percibí una especie de plumaje, era suave y cálido. Me imaginé como un ave y ya estaba buscando un plan en mi mente para escapar volando.

Finalmente decidí mirar, esperando encontrarme dentro de una jaula, encerrada en la carpa color morado de la bruja, pero no, a cambio encontré un techo blanco. Parpadeé varias veces mientras mis retinas se acostumbraban a la luz y cuando observé bien, reconocí el techo de mi habitación.

Me senté de golpe y sentí un breve mareo por el movimiento brusco, barrí con la mirada rápidamente el lugar y confirmé que era mi habitación de siempre, con su cama, su armario, las fotos, todo... levanté mi mano ante mis ojos y pude ver el horrible esmalte descascarillado de color verde que necesitaba arreglo. Moví mis dedos y vi con asombro que mi brazo entero estaba ahí. Me levanté corriendo hacia el espejo detrás de mi puerta y ahí estaba yo, con la pijama rota, el cabello hecho un nido de pájaros, con ojeras y ojos vidriosos.

Era yo completamente y estaba tan visible que podía verme a mí misma en alta definición, nada de transparencias, nada de vacíos.

Me toqué la cara, los brazos, las piernas, y de manera involuntaria, como mero acto instintivo, balbuceaba agradecimientos a Dios por no desaparecerme. Tenía mil preguntas, pero por ahora solo podía admirarme, así, fea y recién levantada y estar feliz de algo tan simple como reproducir una sombra que me había abandonado la última semana.

Cuando me recuperé un poco del asombro, pensé en Joey y sonreí.

Había cometido la locura más enorme de mi vida y en medio de eso, logré ver a Joey con otros ojos. Estando ya sin el apremio de que iba a desaparecer en pocos segundos y pensando con cabeza medio fría, pude decirme a mí misma que era con él con quien debía estar, porque de un modo u otro, siempre habíamos estado juntos a mayor o menor escala.

No podía esperar para ir a su habitación y decirle que todo estaba bien, que no me había ido y luego averiguar el porqué, porque en todo caso dudaba que la bruja sintiera compasión de repente y me dejara quedarme así sin más.

Con una enorme sonrisa tomé una ducha y me puse un vestido verde, agradecida de ver el contraste del color con mi piel. Soy consciente de que no soy la más bonita, pero luego de no verme en toda una semana, estaba enamorada de cada centímetro de mí y deseé nunca dejar de mirarme.

Iba camino a la puerta, cuando mamá pasó cruzando hacia la cocina. Corrí y la abracé tan fuerte como pude. Tras unos segundos aflojé el agarre sin soltarla y ella me observó como si estuviera loca, luego habló:

—¿Estás en las drogas, hija?

—Me alegra tenerte, ma —respondí—. Te amo muchísimo.

—Yo a ti, cariño... ¿estás bien?

—Muy bien. Voy a casa de Joey. —La solté y le sonreí—. Podemos salir más tarde, ma. Tú, yo y Lou.

—Ella ni sale de su cuarto.

—Saldrá. Yo se lo pido... pero más tarde, debo ir ahora a hablar con Joey.

Mi madre pulió su mejor expresión de alguien preocupado por la salud mental de su hija mayor, pero asintió, con una de esas sonrisas que se le dedican a la gente loca, apretando los dientes y con los ojos muy abiertos.

Retomé de nuevo hasta la puerta, pero antes de salir me detuve en seco al ver el almanaque en la pared. Marcaba el 6 de mayo, igual que hace una semana. Me giré y grité con dirección a la cocina, donde mi madre ya estaba.

—¡Ma, ¿no has quitado los días desde la semana pasada?! —Escuché sus pasos y en pocos segundos estuvo a mi lado—. Dice 6 de mayo.

Por segunda vez, pensé que mi madre iba a darme un calmante por la forma preocupante en la que me miró.

—Quizás es porque hoy es 6 de mayo —moduló cada palabra como si le hablara a un perrito.

—No —insistí—. 6 de mayo fue hace una semana.

—No —objetó—. 6 de mayo es hoy. Tienes esta semana libre, yo soy tu madre y tú te llamas Elizabeth. ¿Estamos claros?

En otra circunstancia me habría metido en una discusión argumental con mi madre pero pensando lo que me había pasado, no quería realmente ser incrédula con nada aunque sonara inverosímil. Había dos opciones: o mamá estaba realmente confundida y en las drogas o la semana del plazo luego del embrujo no había transcurrido.

Me pregunté qué tipo de droga habría conseguido mamá.

—Entonces es 6 de mayo —reconfirmé. Mamá asintió lentamente—. Hace dos días yo estaba en el colegio, normal, ¿correcto? —Asintió nuevamente.

—¿Es esta alguna clase de reto de internet de bromear con tu mamá o debería preocuparme, cariño?

La urgencia de ir a ver a Joe se hizo más intensa que quedarme cuestionando la fecha.

—Es una broma, ma, en un rato vuelvo,

Y salí de casa con la mente enredada en mil cosas. También estaba la tercera opción a toda esa locura y era que todo hubiera sido un sueño, pero no, no iba a cuestionar todo lo que viví, sabía que era real. En la semana no había tenido mucho contacto con mi mamá y quizás por eso no recordaba nada o, si había la remota posibilidad de que el tiempo de alguna manera se hubiera devuelto, era también posible que Joey no supiera nada de lo que pasó en ese tiempo.

De cualquier modo, yo sí recordaba todo y era necesario para mí el verlo, el abrazarlo y no sé... intentar algo con él después. Puede que las cosas se nos hubieran dado bien antes porque yo estaba sola y él sentía compasión, pero puede que no y ya conociendo lo voluble que podía ser el tiempo, no iba a seguir perdiéndolo con dudas.

Esta vez para entrar a su casa toqué el timbre como una persona normal y la muy sonriente señora Ann Tyler me abrió la puerta. Agradecí que Zeus no estuviera por ahí.

—Hola, Liz, qué milagro verte por acá.

—¿Cómo está, señora Ann?

—No tan bien como tú al parecer —dijo con una sonrisa—. ¿Traes buenas noticias de algo? Estás más contenta de lo normal.

Negué con la cabeza.

—No, solo creo que es un buen día. ¿Joey está?

—Está hundido en su flojera —respondió, en tono bromista—. Se levantó hace un rato y desayunó, pero allá está en su cama de nuevo, durmiendo.

Me mordí el labio inferior y pregunté:

—¿Qué día es hoy, señora Ann?

Entrecerró los ojos, pero contestó:

—Domingo 6 de mayo.

Ya no me quedaron dudas al respecto; la semana se había devuelto.

—¿Puedo ir a ver a Joe?

La señora Ann me observó con los ojos achinados, casi se veía la sospecha de algo en su rostro pero se abstuvo de preguntar y me cedió el paso.

Caminé con confianza por los conocidos pasillos y escaleras arriba hasta que llegué a su puerta. Toqué una vez pero no hubo respuesta, así que entré y efectivamente, estaba dormido. Ya era usual para mí verlo a medio sueño y hasta dormir con él cada noche, pero antes de ir a meterme bajo sus cobijas —sin ninguna mala intención—, consideré la muy posible idea de que él no recordara nada de lo que había pasado y lo extraño que invadir su cama de repente sería para él.

Ahora, puede que no me metiera bajo sus cobijas, pero sí sobre ellas y me senté en el filo de la cama para zarandearlo hasta que se fastidió y despertó; pero se volteó al otro lado refunfuñando.

—¡¿Qué?!

—Soy yo —dije.

Se había cubierto hasta la frente y sostenía la sábana con fuerza, claramente molesto.

—¡Me vale quién seas! ¡Déjame dormir! —Dos segundos después pareció escuchar realmente con efecto tardío mis palabras y se destapó, se sentó y con su frente arrugada me reclamó:— ¿Qué haces acá a estas horas de un domingo, Elizabeth Simon?

Sin esperar más, me incliné y lo abracé. El aturdimiento post-dormida de Joey lo dejó estático el medio minuto que duró mi abrazo, cuando me separé y lo miré, seguía con su mirada extrañada.

—¿Qué rayos te pasa? ¿Vienes a pedir un favor?

—¿Qué día es hoy, Joe? —pregunté, solo para asegurarme de que él no recordaba nada.

—Domingo de d-e-s-c-a-n-s-a-r —dijo pausadamente y con fastidio—. Tienes toda la semana para descansar y prefieres venir a despertarme un domingo.

—Te extraño —solté, y para mi sorpresa, lo dije con seguridad.

—No me he muerto —musitó.

—Antes pasábamos mucho tiempo juntos, Joe, desde que éramos niños.

Se restregó los ojos y pareció renunciar a la intención de dormir más.

—¿Liz, estás ebria o con resaca?

—No, tonto. —Resople, dando su actitud por perdida, esa era su actitud de siempre—. Solo hay que salir más seguido.

—¿Para qué? ¿Es otro de tus planes para estar más tiempo con Messer?

—No. Ya me di cuenta de que Messer no me quiere de esa manera.

—Vaya que te tardaste.

Retiró las cobijas de su cuerpo y se puso de pie, estiró sus brazos, sacando lo que le quedara de pereza en el cuerpo. Luego me observó de nuevo con un gesto que decía "¿Y solo a eso viniste?". Me levanté también y me acerqué a su puerta.

—¿Me puedes acompañar hoy a un lugar?

—¿A dónde?

—Solo di que sí. No quiero ir sola, no tardaremos.

Le sonreí y por primera vez en esa mañana, sus ojos vieron directo a los míos; ese gesto hizo que él quitara un poco esa expresión de gruñón, alisando su entrecejo y suspirando, casi cansado. Pensé en ese momento en lo duro que iba a ser para mí el intentar conquistarlo si él tenía la imagen de siempre de mí, pero tenía la ventaja de que él ya sabía y conocía todo de mí y yo solo debía hacer que dejara de verme como la vecina enamorada de su mejor amigo. Hasta llegué a contemplar por un rato la posibilidad de que él ya tuviera cierto gusto por mí desde antes aunque nunca me había dicho o insinuado nada.

—Bien, solo dame un rato para ducharme y ponerme decente.

Crucé de vuelta la pequeña habitación y alargué mis brazos para abrazarlo una vez más. De nuevo, él no se movió para nada.

—Me alegra tanto verte —confesé.

Joey no respondió pero pude imaginar su rostro de confusión; una de sus manos subió muy lentamente y me palmeó la cabeza dos veces, como quien acaricia un perro.

—No nos veíamos desde... antier, pero como digas. —Cuando a la fuerza me hizo alejarme, tenía ambas de sus cejas levantadas, pero toda arruguita se alisó cuando me observó—. ¿Por qué lloras? No hagas eso.

Y la expresión dulce y protectora volvió a su rostro.

—Solo estoy feliz.

—Lizzie, dime si consumiste algo, prometo no decirle a tu mamá. Me estás asustando.

Solté una risa entre dientes y le di la espalda para salir.

—No he consumido nada —aseguré—. Vengo en media hora por ti.

La única persona aparte de la bruja de la carpa morada que parecía consciente y conocedor del problema inicial y de la magia era Monsieur Kedward, el brujo que habíamos visitado una semana atrás y si alguien podía darme algún tipo de respuestas o explicación, era él. Además habíamos prometido ir en caso de salir yo ilesa del contrato con la bruja así que debíamos cumplir; Joe no lo recordaba, pero yo sí y por ahora solo necesitaba que él me acompañara.

Esta vez, y luego de un viaje en autobús, conduje a Joe por las solitarias calles y avenidas del sector mágico de la ciudad y caminamos un buen rato hasta ver la casa donde la sencilla placa indicaba que allí trabajaba Monsieur Kedward. Joe no había pronunciado palabra desde que nos bajamos del autobús pero se veía su aprensión al lugar en general, quizás estaba tan temeroso como yo una semana atrás, así que me enganché a su brazo sin dejar mi expresión calmada.

—¿Qué hacemos acá?

—Tengo que visitar a quien trabaja acá.

Cuando nos acercamos lo suficiente, Joe abrió mucho los ojos al ver la escalofriante aldaba con la cabeza del león, alargué la mano con seguridad y toqué dos veces. El mismo muchacho de la última vez nos recibió, pero claro, él tampoco nos recordaba. Me pregunté si Monsieur Kedward sí nos recordaría.

—¿Tienen cita? —dijo el secretario.

—Algo así. —El muchacho bajó la mirada a su computador con la intención de buscarme en la agenda—. No estoy en la agenda. Monsieur Kedward me conoce, mi nombre es Elizabeth Simon.

—Permítame la anuncio.

Cuando el muchacho se retiró para buscar al brujo tras la puerta de la derecha, Joe me haló el brazo que aún seguía entre el suyo.

—¿Qué hacemos acá? ¿Brujos? ¿En qué líos raros estás metida, Lizzie?

Intenté tranquilizarlo con una sonrisa, pero no funcionó.

—Tranquilo, solo vengo a una consulta.

—¡¿Consulta para qué?! —siseó por lo bajo con enojo—. ¡Esto es de brujos! ¡¿Para qué necesitarías...?!

Una voz profunda y cercana hizo que Joe diera un brinco en su lugar y estoy segura que su pobre corazón se disparó al ver a Monsieur Kedward, al igual que me había pasado la primera vez a mí al verlo. El hombre miró a Joe, pareció reconocerlo y luego al verme a mí, sonrió.

—Elizabeth. —Abrió ambas de sus palmas mientras una sonrisa cruzaba su rostro, luego juntó las manos, como en un aplauso único que celebraba el verme. Sentí alivio de saber que él sí me recordaba—. Cómo me alegro de verte... literalmente.

Joe nos miraba a ambos con expresión horrorizada, casi preguntaba "¿De dónde conoces a este tipo?" con los ojos y ya que aún tenía mi brazo junto al suyo, lo apretó, en una señal silenciosa de que se sentía muy incómodo allí y que quería echar a correr.

—Monsieur Kedward, tengo unas preguntas para usted —dije—... si no le molesta.

—Por supuesto, sigue. —Me cedió el paso a su oficina y luego miró a Joe y, adivinando su ignorancia a lo que sucedía, le indicó un sofá frente al muchacho, en lo que parecía una salita de espera—. Puedes esperar ahí, joven. No tardaremos.

Joe me miró y asentí, tranquilizándolo un poco. Él se sentó y Monsieur Kedward cerró la puerta luego de que entramos a su despacho.

—Veo que lo conseguiste, ¿cómo te va con tu enamorado?

—No lo conseguí, de hecho —confesé—. Messer no se enamoró de mí.

—Entonces, ¿cómo es que estás acá?

—Eso vengo más o menos a preguntar. Nos había dicho que había una brecha pero no entiendo qué pasó.

Monsieur Kedward encendió un cigarrillo que estaba sobre su escritorio y le dio una honda calada, tras expulsar el humo, me habló:

—Te había dicho que la brecha era el amor —recordó—. ¿Y dices que el chico no se enamoró de ti?

—No. Dijo que me quería y ya, pero no se enamoró. Además me besó y nada pasó.

—Interesante. ¿Algo más sucedió? ¿Algo fuera de lo normal?

Pensé en Joey y por primera vez consideré el beso con él como una posible causa, era lo único "extraño" que había sucedido, así que, algo avergonzada, le conté:

—Besé a Joey —solté en un susurro—. ¿Eso influye?

Monsieur Kedward sonrió y asintió para sí mismo como si le hubiera dado la respuesta a todo lo que cruzaba por su mente.

—Depende, ¿amabas a Joey?

—No que yo supiera —contesté con sinceridad—. Y aún no puedo decir que sí completamente.

—Mi madre, una de las brujas más célebres, hace mucho, mucho tiempo, solía decir que había dos tipos de amor: el amor que suelta chispas en cada momento, ese que deseas gritar a los cuatro vientos y que todos notan cuando te ven, ella lo llamaba "El amor ruidoso".

Usó una manera tan cariñosa de decirlo, que supe que sentía una especie de nostalgia al hablar de su madre. Al ver que no dijo más, inquirí:

—¿Y el otro?

—El amor silencioso. Ella decía que el amor silencioso no hace el más mínimo ruido cuando se va formando, no notas que está allí, no hay chispas que te indiquen nada, ah, pero cuando por algún motivo lo descubres, vaya que explota con todo su esplendor.

—¿Es decir que cuando lo besé descubrí que lo amaba y voalá? —pregunté con un poco de sarcasmo involuntario, intentando entender ese enredo.

—No, de ser así, te habría funcionado con el otro muchacho, porque ya lo amabas. Tú no fuiste la de la brecha, dime, ¿cuál fue la variable que cambió?

—Joey. La primera fue Messer y la otra, fue Joey. —Monsieur Kedward asintió y me dio tiempo para que entendiera lentamente su deducción—. ¿Joey sí me amaba?

—Posiblemente él tampoco lo sabía, pero sí.

Procesé cada palabra en mi mente y aunque aún habían huecos en la explicación, parecía que las cosas clareaban un poco. Recordé otra cuestión sin resolver y la expuse de inmediato:

—Parece que la semana no pasó... me refiero a que es como si aún fuera el día en que comenzó todo esto, ¿cómo es eso posible?

Monsieur Kedward dio otra calada a su cigarrillo y aún teniéndolo a la mitad, lo apagó contra el cenicero junto a su lámpara para luego expulsar el humo que retenía.

—Esa es la brecha, Elizabeth. Te dije que el tiempo era un recurso que no podíamos desperdiciar y al tú ganar en este contrato, prácticamente le quitaste siete días a la bruja. Días que la vida te devuelve porque ella tuvo los tuyos mientras fuiste invisible.

—¿La brecha no era el amor?

Monsieur Kedward suspiró cansado, pero no fastidiado. Era la misma expresión que mi maestra de matemáticas tenía cada que alguien no le entendía aún después de explicarle cinco veces, pero, al igual que ella, no parecía molesto de tener que explicar una sexta vez.

—Lo fue. Verás... si te hubieras quedado con tu enamorado inicial, el tiempo seguía normal porque la condición se habría efectuado.... digamos que "legalmente". El muchacho no se enamoró, pero Joey sí lo hizo. Cuando su amor intervino anuló el contrato, porque sí habías enamorado a alguien, pero no al que estaba estipulado allí —explicó. Gesticulaba con cada palabra y era difícil no concentrarse en los innumerables anillos de sus dedos, pero presté más atención con lo siguiente—: De acuerdo a la cláusula del contrato, no ganaste tú pero ella tampoco ganó, sin embargo, ella ya te había quitado esos siete días porque eras invisible así que... —Dejó la palabra en vilo, con la intención y petición de que yo respondiera solo para cerciorarse de que había comprendido.

—La magia me devuelve esos días perdidos —aventuré y sonó más a una pregunta. Él asintió—. ¿Por qué nosotros sí recordamos lo que pasó?

—Tú porque eres la implicada principal, claro, Madame Blavatsk también debe recordarlo pero no puede hacer nada —observó—. Y yo porque soy brujo, Elizabeth. Para nosotros el tiempo corre diferente, a veces más lento, a veces más rápido. No nos regimos por los calendarios, solo existimos y vivimos. Si no hubieras venido hoy, posiblemente ni me habría enterado de que la semana se devolvió.

Entrar a ese tema me pareció más de lo que podía comprender, así que no pregunté más. Me bastó con saber que tenía esos días de invisibilidad de nuevo y que ahora podía aprovecharlos mejor.

De forma repentina la imagen de la bruja de la carpa morada llegó a mí y un nuevo temor me llegó al corazón.

—¿Le debo algo a ella? Digo... ¿estará enojada? ¿me hará daño?

—No le debes nada porque hiciste todo al pie de la letra. Posiblemente está enojada pero no te hará nada; no podemos atentar o hacer algo en contra de alguien solo por voluntad. La magia no actúa con el mero deseo de perjuicio a los demás; por eso ella tomó tu sangre, con ese contrato le dabas permiso de perjudicarte, ahora no tiene nada, así que todo está bien.

Un largo suspiro se escapó de mis pulmones al sentirme a salvo y con una explicación lógica —dentro de lo que cabía— de todo lo sucedido. Ahora solo podía pensar en Joey y en mi deseo de estar con él de ese momento en adelante. Me sonrojé con violencia al pensar en que estaba admitiéndome a mí misma que mi amigo de la infancia me gustaba y que estaba más que dispuesta a enamorarme de nuevo de él.

—Pregunta. —La voz del brujo me devolvió a la realidad. Lo observé y él rió suavemente—. Vamos, sé que tienes alguna otra pregunta.

—Bueno... cuando besé a Joey me pregunté si él había accedido porque yo estaba a punto de desaparecer, ya sabe, la desesperación del momento...

—Y crees que ese amor que te salvó solo llegó de repente por el miedo a perderte y que ahora ya no está —dedujo.

—Sí...

—El amor silencioso, Elizabeth, nunca olvides eso.

Rebobiné la charla unos pocos minutos y recordé sus palabras "no notas que está allí, no hay chispas que te indiquen nada, ah, pero cuando por algún motivo lo descubres, vaya que explota con todo su esplendor". No lo notas pero está ahí, esa era una respuesta tan específica como se podía necesitar.

—Además —agregó, al notar mi silencio—. El amor, cualquiera que sea, no nace en una semana y mucho menos bajo la presión de la pérdida. ¿Hace cuánto conoces a Joey?

—Desde antes de nacer.

—Y aún te atreves a tener dudas —replicó en tono sarcástico.

Reí y me dispuse a salir.

—Gracias por todo, Monsieur —dije, con toda la sinceridad que pude.

—Un placer. Solo voy a pedirte una cosa más.

—Claro, lo que sea.

—No vuelvas a pedirle deseos a una fuente. 

¡Gracias por leer, Mazorquitas!

Loviu ♥

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro