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VI

La indecisión es el ladrón de oportunidades 

Jim Rohn

Capítulo 6

Ana cerró la puerta de la habitación con el corazón acelerado, la sonrisa intacta y el hambre desaparecida por completo. Miró al frente mordiéndose el labio inferior, ¿había visto a ese hombre antes? Casi podía jurar que sí, ¿pero dónde?

Con los pensamientos ocupados tratando de deshilar en donde es que lo había visto, se fue deshaciendo de la ropa caminando hasta el baño y mientras el agua caliente le recorría la piel la sonrisa de lado se le clavó en la memoria. Ahora estaba segura que si bien no recordaba donde lo había visto, ahora, jamás lo olvidaría.

Sonrió en medio de la nube de vapor, con calma movió la cabeza para dejar que el agua le rodara por el cuello mientras tocaba sus firmes pechos deteniéndose sobre los pezones dándoles un suave masaje, soltó un pequeño gemido de satisfacción y la mano derecha comenzó a descenderle por el vientre, bajando de a poco hasta llegar al palpitante botón de carne húmedo y caliente. Cerró los ojos llevando la cabeza atrás concentrándose en las descargas de placer que le ofrecían los suaves movimientos circulares, gimió sintiendo el cuerpo arder bajo el chorro de agua hirviendo mientras aumentaba la velocidad. Estaba a punto de explorar, con la mano izquierda se detuvo de la pared encorvando el cuerpo, tenía la respiración cada vez más irregular y dejando escarpar un gritito seguido de varios gemidos, se liberó. Nada como un buen orgasmo, aunque sea rápido, para mejorar un día tan estresante y difícil.

—Que rico. Dios, sí que lo necesitaba —soltó envolviéndose en una de las blandas toallas. Ahora sí, solo necesitaba comer y estaría lista para comenzar con el arreglo.

Se vistió con unos sencillos jeans, tenis y camisa blanca. Miró la hora antes de salir programándose mentalmente media hora de comida, era tarde y necesitaba todo el tiempo posible para encubrir un poco las ojeras. Pero antes de salir el móvil le sonó en la mano.

—Casa —leyó en voz alta pensando que su mamá seguramente ya se encontraba ahí—. Hola.

— ¿Ana?

— ¿Quién habla?

—Soy Rosa chula, ¿ya no te acuerdas de mí? —indagó fingiendo indignación.

—Ah, perdón no te reconocí la voz —respondió feliz de saber que sus mujeres ya estarían acompañadas—. ¿Ya están ahí mi mamá y Cami?

Rosa guardó silencio un momento antes de comenzar a hablar con cierta indecisión.

—Pues, de eso quiero hablarte...

Ana se dejó caer sobre el sofá beige volviendo a sentir el estómago en la garganta.

— ¿Ahora qué pasó? —soltó con la voz entrecortada.

—Mira chula, estoy muy apenada y ya hablé con tu mami hace un momento. Pero pues quería que te enterarás. Mañana me voy al pueblo a cuidar a mi hermana, la Rebe, la operaron del cáncer y pues me necesita... me da mucha pena mija.

Ana cerró los ojos, hasta parecía que el universo no quería dejarla estar en Nueva York.

—No te preocupes Rosa, yo entiendo...

—Y pues es mi hermana y ya me había dicho desde hace mucho. Ya vine a dejarles a Cami y Laurita comida lista y la casa limpia para ahorita que lleguen del hospital... pero pues, no puedo hacer más —volvió a disculparse, con la pena alojada en cada palabra.

—No te preocupes Rosa. Gracias, de verdad muchas gracias por avisarme.

—Por nada mi chula, cuídate mucho por allá.

La voz de Rosa se disolvió mucho antes de que Ana bajará el móvil. Rebuscó mentalmente cada familiar cercano, pero nadie vivía en la ciudad. No supo cuánto tiempo pasó sentada hasta que dos toquidos la arrancaran de sus pensamientos.

—Adelante.

Se escuchó decir sin moverse del sofá.

— ¿Ana? —indagó Rosse entrando con sigilo a la habitación y encontrándola sentada en uno de los sofás, estaba pálida con el entrecejo algo fruncido, con la mirada y pensamientos muy lejos.

—Rosse, que sorpresa —saludó poniéndose de pie y otorgándole una sonrisa que no le llegaba a iluminar los ojos.

Rosse recibió el beso en la mejilla y con algo de indecisión tomó asiento a su lado.

—Perdón que te lo diga cariño. Pero, ¿ocurre algo?

Ana levantó la mirada, estaba a punto de soltarse a llorar de frustración. No sabía qué hacer, Laura y Cami la necesitaba allá, pero, su futuro, el futuro de las tres estaba en juego ahí, en Nueva York.

—Todo, ocurre todo Rosse...

Durante veinte minutos Ana se dedicó a plantearle el asunto, le habló un poco de su hija y de cómo junto a su madre estaban totalmente solas en la ciudad.

— ¿Y no hay nadie, un familiar cercano o alguien de confianza que las pueda cuidar? —soltó Rosse después de escucharla en silencio.

Ana se recargó en el sofá cerrando un momento los ojos.

—Nadie, estamos solas —aseguró poniéndose de pie, estaba enloqueciendo ahí sentada sin hacer nada—, quizá debería mejor regresarme.

Rosse estuvo a dos de indagar sobre la presencia de padre de Camila, pero la prudencia la detuvo, si Ana aseguraba que estaban solas, entonces, estaban solas. Eso no significaba que la dejaría renunciar, veía luz y talento en esa joven y por Dios que ella sabía de eso.

—Yo tengo alguien de entera confianza —dijo tanteando la respuesta—. Es la empleada de un par de amigos que viven en D.F. pero ahora están de viaje. Y te aseguro que puedo meter las manos al fuego por ella. Es un sol.

— ¿De verdad?

—Completamente. Se llama Lourdes —respondió viendo el cambio de expresión en la morena—, ya mismo le llamo.

Rosse salió de la habitación antes de que Ana pudiera formular cualquier pregunta.

Ana asintió soltando un suspiro. Tenía el dinero de la renta de los talles que les dejó su padre, mentalmente oró para que les alcanzará con eso.

—Listo mi cielo —aseguró Rosse entrando unos minutos más tarde, con una fresca sonrisa—, mándame por mensaje tu dirección y por la noche estará llegando.

— ¿En serio? —Indagó, era demasiado rápido, demasiado fácil—, o sea gracias, pero, ¿tan pronto?

Rosse soltó una ligera carcajada.

—Te voy dar un consejo que te va aligerar la vida; esto no es un drama y no todo debe ser complicado.

Ana, acostumbrada a vivir en un drama constante recibió las palabras como un bálsamo de sabiduría. Quizá debería comenzar a repetírselo a diario, como su nuevo mantra.

—Bueno, mientras escribes la dirección te cuento —soltó volviendo a ocupar el lugar en el sofá—. Este año ¨festival pink¨ está planeando hacer un tema cultural sobre la moda en los diferentes países. Y como tú eres la única modelo mexicana y yo la única diseñadora, ¡aquí estoy!

—O sea, ¿voy a modelar un diseño tuyo?

—Pinnn, incorrecto —soltó con entusiasmo—. Vas a modelar ¡El diseño! Te cuento, hace un año fui juez en el festival del mariachi y la charrería en tu bello Jalisco...

Ana asintió mirándola con intriga e intentando seguirle el paso a la historia.

—Y diseñé una escaramuza que te mueres —señaló el móvil para mostrar la evidencia en una fotografía—. Yo obviamente, ya estaba avisada de estos cambios, así que solo necesito ajustarlo a tu figura y créemelo; robaras cámaras hoy.

Ana miró la foto una vez más, era una belleza de traje bordado a mano con cada detalle en su sitio y de un blanco perfecto.

—Es bellísimo, Rosse...

— ¿Pero...?

—No sé, mi hija...

Rosse asintió guardándose al fin el celular. No entendía lo que Ana estaba viviendo del todo, comprendía la situación por su puesto, pero no lograba ponerse en su lugar.

—Cuando me casé —soltó la mujer cambiando notoriamente la energía del tono de voz—, mi esposo y yo queríamos llenarnos de hijos desde el primer año. Pero el tiempo pasó y comenzamos a desesperarnos, a ir a médicos, a pasar día de estrés horribles tratando de saber quién era el que ¨no servía¨. Hasta que un día, después de tres años de lucha, y luego de una noche horrible de insomnio y reproches, se orilló y me confesó llorando lo cansado que se sentía, me dijo que me amaba con o sin hijos. Dimos la vuelta, volvimos a casa y mandamos lo estudios y médicos al demonio. Desde ese día volví a cada uno de mis diseños en un pedazo de mí y, si hoy llegara alguien amenazando mi trabajo y arte seguramente amanecería muerto en una zanja.

Ana soltó una pequeña risita recibiendo una las comprensivas manos de Rosse.

—Y esta es mi manera de intentar ponerme en tú lugar —aseguró poniéndose de pie—. Y si decides quedarte te espero en la habitación 408 en media hora. Y si no, sería una pena, pero lo comprendo.

Dicho eso salió de la habitación dejando a Ana al borde el llanto, ¿irse o quedarse? Esa era la cuestión. 

















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