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V

No hay segunda oportunidad para una primera impresión

                                                                                                        Oscar Wilde

—Pero, ¿qué pasó? —indagó Ana sentándose de golpe en la cama.

Por un momento el corazón se le instaló en la garganta amenazando con salir vomitado en cualquier segundo. Y es que, no había pegado ojo en toda la noche haciéndose locas ideas de secuestros y la noticia al enterarse que su madre estaba internada en el hospital, a saber Dios porque, le cayó cual bomba.

— ¡Ana! Tranquila. Escucha... ¡escúchame por favor! —pidió Laura tratando de que su voz adquiriera un tono de seguridad, aunque sin querer resultó un pelín más fuerte de como se lo había imaginado—. Estoy bien, hubo un incidente con un perro y un coche me pasó la llanta por encima del pie...

— ¿Qué?, ¿cómo es posible eso? ¿En qué hospital estás?, ¿qué tiene tu pie? ¡¿Y Cami?, ¿está bien Cami?! —interrumpió completamente histérica, desorientada e impotente sintiéndose amarrada de pies y manos.

¿Qué locura decía su madre sobre un perro?

—A ver Ana, tranquilízate y escúchame sin interrumpir, por favor. Vamos por partes —regañó desesperada por la actitud exagerada de su hija—. Primero que nada, Cami está bien y conmigo, tuvimos que pasar la noche en el hospital pero en un rato me van a dar de alta. Segunda, acabó de hablar con Rosa y me va a estar ayudando estas semanas en la casa. Tú no te preocupes por nada yo me pondré de acuerdo con ella en cuanto la vea.

La voz de Laura salió calmada y aunque echó una pequeña mentira diciendo que ya había hablado con Rosa, también estaba segura que no le diría que no.

— ¡No! Nada de eso —respondió pegando un brinco de la cama para comenzar a rebuscar en el closet—. Ya mismo me regreso a Guadalajara, si tomo el primer vuelo...

—Ana escucha, todo está arreglado confía en mí. Camila está bien, Rosita la va a llevar y a traer de la colegio, además tú no puedes dejar esta oportunidad. Escúchame cariño, tú más que nadie sabes lo importante que es en tu carrera y lo mucho que la mereces —animó apelando a su buen juicio, sabía que era normal la preocupación, después de lo que les había tocado vivir con la muerte de sus hombres, como ella llamaba a su difunto esposo e hijo, era completamente lógica la reacción, aun así, no la iba dejar abandonar algo por lo que había luchado por años.

Ana suspiró, había pasado una de las peores noches de su vida, miró la maleta dentro del closet y vaciló;

— ¿Estas seguras? Yo no voy a poder estar tranquila...

—Lo sé mi amor pero por favor confía en mí. Prometo que cualquier cosa yo te aviso, ¿está bien? y chiquita ya te tengo que colgar que va llegando el médico. Pero acuérdate que te amo y mucho.

—Yo también las amo, dale un beso Cami de mi parte... y mami prométeme que cualquier cosa no vas a dudar en llamarme —presionó dudosa. Sentía el alma contraída de pensar en lo que vivieron y el miedo que seguramente tuvieron.

—Si amor lo prometo, cuídate y descansa un rato. Besos.

—Adiós.

Con un respiro hondo se obligó a relajar los hombros, pensó en las tranquilizantes palabras de su madre que la ayudaron a auto convencerse de que todo estaría bien. Aun así el miedo seguía latente

"Ojalá valga la pena todo esto". Pensó con cierta indecisión.

Sentada en la total penumbra que dejaban las pesas cortinas, comenzó a reflexionar sobre todo lo que su mamá le acababa de decir, ¿cómo podía estar pasado todo eso? Y desplomándose sobre los mullidos almohadones se dejó arrastrar por el seductor reparo de olvido, que es el sueño.

Despertó tres horas después con el corazón exaltado buscando como loca el celular para checar la hora, por suerte, aún era temprano. Pero al bloquearlo pudo notar sobre la pantalla la preocupación haciéndole estragos notables sobre el rostro y sobre todo en el humor. Necesitaba con urgencia despejar la mente sacando algo de la adrenalina que se le había acumulado en la horrible de noche de insomnio. Con convicción se levantó de cama, cambiando al instante el pijama por un short y una blusa deportiva, no le caería nada mal un par de horas en el gimnasio.

Caminó hasta el elevador completamente distraída con los pensamientos lejanos, tocó el pequeño botón rojo que un minuto después abrió las puertas del ascensor mostrándole a una bella e impecable Ángela, la cual la miró de pies a cabeza y dedicándole una artificial sonrisa se hizo a un lado para dejarla entrar.

—Aura, cheri bonjour (buen día querida) —saludó tendiéndole la mano, mientras Ana se acomoda a su lado—. ¿Te pasó algo Aura? estás horrorosa, ¡Oh ya sé! ¿Tú eres de esas que solo son lindas con photoshop?

La morena sonrió con ganas, pero que bien le caería pelear con alguien esa mañana, por lo menos para distraerse un rato.

—Bonjour, recuerda que soy Ana —saludó estampándole un beso en la mejilla—. Y solo pasé mala noche querida, pero agradezco tu sincera preocupación. Se nota que sabes mucho de photoshop, edición y retoque.

Si alguien hubiera acompañado a ese par dentro del reducido espacio hubiera podido ver con claridad la hipocresía palpitando a alrededor de esas bellas mujeres, como un humo rosa, lleno de sarcasmo.

—Oh, sí Ana lo olvide, désolé (disculpa) —dijo la rubia observando su reflejo sobre el cristal del elevador fingiendo arreglarse la despampanante cabellera—. Te cuento que quedé de desayunar con Tony... otra vez.

¨Cómo si me importara¨ pensó Ana asintiendo con una sonrisa.

—Él es un auténtico caballero y es tan sexy, además dice que le encanta mi acento y otras cositas de mi —dijo bajando la voz en la última palabra—. Dice que tengo un futuro brillante aquí o con Chaneel.

"Yo sé lo que ve en ti, Barbie" pensó disfrutando del juego favorito del medio: ¨soy más que tú¨.

Un leve pitido anunció la llegada a planta baja y sin siquiera despedirse Ángela se apresuró a salir abriéndose paso como arriba de una pasarela captando las miradas de todo aquel que tuvo la suerte de madrugar ese día. Hasta llegar a su destino, un guapo Antonio que desde recepción saludó a Ana con una ancha sonrisa y tomando a la rubia por la pequeña cintura salieron juntos del hotel.

"Vaya, vaya, miss Barbie no pierde el tiempo" pensó con una ceja levantada y al dar la vuelta se topó de frente con un sonriente John.

—Goog morning, young miss (Buenos días, señorita) —saludó usando su amable sonrisa.

—Hola John, por favor llámame Ana ¿sí? —pidió sonriente.

—Está bien Ana, ¿mala... night? —indagó haciéndola recordar de golpe todas sus preocupaciones, experimentando el terrible impulso de abrazar al hombre y ponerse a llorar. Componiendo nuevamente la postura y con un ligero gesto de la mano le restó importancia al asunto.

—Debe ser el cambio de horario —respondió sonriente— Ya me acostumbraré. Bueno John un gusto saludarte, voy un rato al gimnasio. Nos vemos luego, que tengas un buen día. —Dándole un beso en la mejilla, se despidió, volviendo a tomar con prisa su camino, necesitaba relajarse urgentemente si no explotaría y saldría corriendo a casa.

Después de dos horas de arduo entretenimiento Ana comenzó a sentir esa sensación de hambre voraz capaz de acabar con un festín entero. Pero era obvio el terrible olor a sudor que despedía además de no estar nada presentable, motivos por los que optó en tomar la botella de agua, volver a la habitación y darse un rápido baño para bajar a devorar todo a su paso. Apresurada se encaminó a cruzar el lobby directo al elevador media sumida en sus planes y pensamientos, pero al dar una repentina vuelta lo encontró medio invadido por cámaras, tripies y pedazos de escenario cargados con cuidado entre varios hombres.

No puede ser, que tonta olvidé la presentación de esta noche!, Dios, ¡necesito darme prisa!" Pensó redoblando el paso, pero el tintinear del móvil la llevó a bajar la mirada y antes de que pudiera ver de quién era la llamada uno de los distraídos hombres se atravesó en su camino llevándosela al piso entre el tripee la cámara y él.

—Ay Dios... cuanto lo siento. No te vi —excusó la morena aprisionada entre el hombre de risos rebeldes y el frío piso.

Hubo un silencio profundo y extraño en el que el rizado se dedicó a observarla como si frente a él tuviera un extraño ser de otro planeta e intentará encontrarle forma alguna recorriéndole las facciones a detalle.

—No... Fue mi... mi —respondió incapaz de dejar de verla, aun sabiendo lo raro que le pudiera parecer—. Mi culpa. Enteramente, me acerqué y...

¡Estaba frente ella! O mejor dicho encima de ella ¡De Ana Montes! ¿Era real? Sí, esta vez no era un sueño o un espejismo.

La joven rio un poco ante la falta de elocuencia del raro sujeto.

La situación se estaba tornado bastante incómoda para ella, aunque el tipo se veía de lo más entretenido.

— ¿Podrías...?

— ¡Si! Lo siento —respondió en medio de un raro grito que siguió por una disculpa en susurro y un rápido levantamiento como resorte para después ayudarla a ponerse de pie.

Ana le agradeció con un gesto de incomodidad que cambió al ver la preciosa y costosa cámara del joven tirada en piso, de inmediato la recogió.

— ¡Dios mío! es una Hasselblad, ¿verdad? —indagó haciéndolo despertar al fin del letargo.

— ¿Le pasó algo, está rota? —indagó tratando de no verla demasiado cambiando ya la atención a la cámara.

—Mmm... Parece que no. Pero si deberías cuidarla más —sugirió usando el tono de broma—, creo que cuesta más que mi casa.

—Soy Rodrigo —soltó extendiéndole una firme mano con la sonrisa aún en los labios.

—Yo Ana —agregó estrechándolo con delicadeza. Ya de pie reparó en lo alto que era, también se veía considerablemente más musculoso. Pero lo que en verdad le resaltaba era ese pelo café oscuro esponjoso lleno de rizos que le daba un aire relajado, sumados a los profundos ojos de un verde intenso. Ana pensó en solo una fracción de segundo que tenía de frente a un perfecto seductor.

—Lo sé. Te he visto en revistas, pero eres aún más bella en persona —aseguró haciéndola extender la sonrisa y bajar la cabeza algo apenada—. Perdón, es que lo eres.

Ana asintió sintiendo ese halago algo más personal que los muchos habituales y sobre todo, sincero.

—Gracias. Oye... pero tú también hablas español, ¿eres latino? —indagó cayendo en cuenta que en medio de todos los gringos eran los únicos que charlaban en español.

—Si soy de México, D.F. Y mi estudio fotográfico es el que va estar cubriendo el evento —soltó en tono seguro, orgulloso de su trabajo y talento.

La sonrisa de Rodrigo era un verdadero virus altamente contagioso, Ana pensó que nadie era capaz de verlo sonreír sin hacerlo al momento.

—Vaya un tipo importante y yo en tremendas fachas sí que tengo mala suerte —renegó bajándose un poco más el short, mientras intentaba recoger los pelos flojos de su apresurada coleta—. Bueno no el conocerte, eso claro que es un gusto. Pero mi papá siempre decía que la primera impresión es la más importante.

La mirada divertida de Rodrigo no podía reflejar más sorpresa y es que quién se iba a imaginar que la mujer que había visto en sus sueños y revistas por años estuviera de pronto ahí, frente a él, preocupada por impresionarlo y causarle una buena imagen.

—Ana, tranquila la primera impresión que me has dado no podría ser más perfecta, eres impresionante. Me caíste del cielo, casi literal.

Ana guardó silencio, mirándolo medio embobada con una gran sonrisa. Por primera vez en muchos años sintió el rubor correrle libre por las mejillas y es que Rodrigo no se conformó con verla sonrojarse, y aprovechándose del momento dio un paso al frente para reducir el espacio entre ellos clavándole su verde mirada.

"Ana reacciona" se escuchó decirse a sí misma, estaba medio perdida en la hechizante mirada y el manojo de músculos a juego con la maldita media sonrisa más jodidamente sexy.

—Gracias —articuló como pudo dando un nervioso paso atrás—. Bueno mucho gusto Rodrigo, tengo mil cosas que hacer y supongo que tú también —pronunció ridículamente nerviosa—, así que... bye.

Aun así se las arregló para estrecharle la mano y darle apresurado beso en la mejilla.

—El gusto es mío —respondió visiblemente más seguro, volviendo a ser dueño de su voz y movimiento, los que uso para sujetarle por la cintura y plantarle un lento beso en la mejilla—, te veo esta noche. 

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