IV
Toda mujer merece que, se le consienta como una niña, se le cuide como una reina, se le respete como una dama y se quiera como a una mujer.
Dicen que perder la conciencia es como caer en una suave nube de descanso donde no hay sueños ni pesadillas y el cuerpo se dedica a restablecer el sistema dañado, al extremo, de necesitar un reinicio.
Laura jamás había sufrido un desmayo y ese día comprobó en carne propia la tremenda farsa que algún día escuchó por allí. Y es que todo el tiempo luchó por despertar entre una especie de bruma donde soñaba que volvía en sí solo para darse cuenta que había vuelto a caer a otro sueño, en todos ellos veía a Camila muy lejos y por más que se esforzaba no lograba alcanzarla.
— ¿Señora Laura?
Una suave y lejana voz casi parecía jalarla de entre la bruma negra que la envolvía. Poco a poco se dejó llevar hasta por fin abrir los pesados ojos.
—Gracias a Dios —soltó la voz, que Laura todavía no identificaba por la luz cegadora que se encontró de golpe.
— ¡Camila!, ¿dónde está Camila? —gritó en cuanto su cerebro fue capaz de ligar la primera idea coherente.
—Aquí, abue Lau.
Laura giró la cabeza a la derecha casi al momento que sintió un leve jalón en la mano, la niña estaba sentada sobre una silla alta aferrada del mismo brazo.
—No la ha querido soltar ni un segundo. No ha comido, ni ido al baño, es más con trabajos dejó que el médico la revisara...
—Ay mi vida —soltó abriendo el brazo con amplitud, mientras Camila corría a buscar refugio en él.
La pequeña soltó un leve sollozo, temblaba e hipeaba entre sus brazos y a Laura se le partió el corazón en dos con solo pensar el miedo que había vivido su niña.
—Ha sido muy valiente —dijo el taxista con una cálida sonrisa, haciendo que al fin la mujer cayera en cuenta de su presencia en la sala—. Por cierto, soy Carlos.
Laura asintió mirando la ventana, el sol ya se estaba ocultado lo cual significaba que había pasado mucho tiempo dormida, suspiró con resignación y finalmente se atrevió a mirarse el pie. Lo encontró un poco elevado en una cómoda posición sobre dos blandos almohadones y tan vendado que solo dos dedos se asomaban en la punta.
—Va estar bien, tuvo suerte y...
— ¿Suerte? —indagó con una risita irónica, tenía a Camila sollozando con el rostro escondido en su hombro, el dolor se estaba haciendo cada vez más presente y ni siquiera quería pensar lo que Ana diría o haría cuando se enterara, un suave gemido parecido a un aullido doloroso se le escapó de la garganta.
Carlos se acercó acunándole con mimo la mano libre.
—No está roto, eso es bueno, ¿no?
Laura soltó el reprimido sollozo entre risas y dejó escapar un par de lágrimas.
—No, no llore por favor —pidió el hombre con el corazón estrujado, pero sus palabras tuvieron el efecto contrario y Camila terminó berreando a grito abierto abrazada a Laura, que intentaba frenar sus propias lágrimas.
—Ya mi Cami, estoy bien mírame, mírame mi amor. No te asustes —dijo haciéndola levantar la vista—, las dos estamos bien y pronto nos vamos ir a casa, ¿entendido?
Camila asintió como pudo.
—Es que... es que...
— ¿Qué pasó mi Cami? Dime...
—Tengo —dijo bajando la mirada apenada—, mucha hambe.
Carlos reprimió una risita y Laura la miró con demasiada ternura, no habían más que desayunado y si calculaba bien ya estaba cerca de las ocho de la noche.
—Si quiere, les puedo traer algo.
— ¡Si!
— ¡No!—soltó Laura al mismo tiempo que Camila quien casi volvió a llorar a escuchar la negativa de su abuela—, ya ha hecho demasiado por nosotras...
—Es solo comida y solo hice lo que cualquiera —aseguró.
Laura sabía que eso definitivamente no era verdad, pero estaba exhausta y Camila necesitaba comer.
—Está bien. Camila pásame por favor mi bolso, ahí está mi cartera...
—De ninguna manera, yo invito.
Laura pensó en rezongar pero el dolor y el cansancio le robaban toda la energía, como si no hubiera pasado la mitad del día dormida y en vez de eso se hubiera ido a hacer cuatro horas seguidas de zumba.
—Muchas gracias, de verdad. Por todo.
Carlos la miró a los ojos por un instante que casi le pareció una eternidad, esa mujer le estaba despertando algo en el pecho que hace muchos años creía muerto. Increíble pensar que apenas llevaba unas cuantas horas de conocerla.
— ¿Hamburguesas?
— ¡Si! —Gritó Camila visiblemente más feliz—, po favo.
—Está bien, no me tardo. Con permiso.
Laura lo vio salir de la habitación, pero todavía no terminaba de procesar la situación cuando la puerta volvió a abrirse dejando ver a un joven doctor.
— ¿Cómo sigue señora Laura?
El joven médico se detuvo frente a ella examinando una carpeta metálica que llevaba un sticker con su nombre.
—Me duele un poco. Pero me dijeron que no se fracturó, ¿es verdad? —indagó pensando que ese dolor ya no parecía normal.
El joven miró a Camila y luego a Laura, arrugó el ceño y asintió.
—Es cierto, pero si se consiguió un esguince de metatarsianos, por suerte no hubo un desplazamiento alguno entre el primer y el segundo —soltó, como si Laura entendiera algo de lo que decía—, permanecerá esta noche en observación y mañana temprano la daré de alta, pero, tendrá que tener reposo o andar en muleta sin hacer ningún apoyo entre cuatro a seis semanas. Por edad, podría excederse hasta ocho semanas.
Laura cerró los ojos, ¿ocho semanas en reposo?
—Y después podrá ir lentamente, con terapia, volver a apoyar el pie, ¿alguna duda?
—No, creo entender todo.
El medico asintió con una sonrisa.
— ¿Cómo vas Cami?, ¿ya comiste? —Indagó cambiando su atención a la pequeña—, ¿le comentó Carlos que casi me golpea cuando la inyecté? Tiene una excelente defensora.
Laura abrió la boca con sorpresa y Camila se limitó a soltar una risita nerviosa.
— ¿Tú hiciste eso?
Camila se encogió de hombros con gesto de notoria culpabilidad.
— ¡Camila!
—No, no la regañe por favor, estaba muy asustada —intervino con buen humor—, además se podía decir que fue nuestra culpa, normalmente no dejamos pasar niños, pero este era un caso y un favor especial.
¿Favor especial? Laura abrió la boca, quería quitarse la duda, pero antes de formular la pregunta la puerta se abrió mostrando a un cargado Carlos.
— ¡Llego la comida! —Anunció logrando que al fin Camila se separara de su abuela—, aquí está para la pequeña Cami...
—Gacias —soltó sentándose frente a la pequeña mesa de centro que se encontraba en la pequeña salita de descanso.
—Y para usted... ¿ya puede comer cierto? —indagó cambiando su atención al joven médico.
—Sin problemas. Bueno yo me retiró, cualquier cosa estamos por aquí señor. Señora, Camila, con permiso.
—Gracias doctor —respondió Laura con amabilidad, Camila por su parte ni se inmutó y es que ya estaba medio perdida en la deliciosa malteada.
—Le traje una hamburguesa...
Laura soltó una risita nerviosa, ese hombre estaba siendo demasiado amable.
—Creo que después de este día ya me puedes hablar de tú, ¿no crees?
Carlos acompañó la risa con los hombros relajados y el espíritu más tranquilo, le preocupaba que Laura pudiera malinterpretar sus intenciones o que pensara que buscaba algo a cambio, pero no, ahí estaba frente a él con la risa serena, tan bella y sencilla.
La cena fue rápida, charlaron del accidente, de lo que sucedió durante el chequeo, de cómo Camila la defendió a capa y espada y de que no la lograron separar de ella ni un solo segundo. Rieron juntos al recordar el incidente con el perro y hasta se atrevieron a hacer un par de bromas al respecto. Laura se sentía mucho más relajada y, por qué no, hasta entretenida.
—Fue un largo día —soltó Carlos finalmente poniéndose de pie, eran cerca de las once de la noche y Camila ya se había acomodado en uno de los mullidos sillones de huéspedes—. Vuelvo mañana temprano...
—No, realmente no hace falta —soltó sin ningún ánimo de decirlo, pero el sentido común le gritaba que aceptar tanto de un extraño no era ni sensato, ni correcto. Por más que su vibra le diera confianza y su compañía paz.
—Aquí estaré para llevarlas a casa como se los dije esta mañana. Debo terminar mi trabajo.
Laura asintió con una sonrisa, esa era una respuesta hermosa que no se esperaba pero que sin duda agradecía.
—Necesito hacer un par de llamadas, ¿te molesto con mi bolso?
Carlos asintió movilizándose al momento.
—Gracias.
—Te dejo para que hagas tus llamadas, hasta mañana.
Carlos se acercó a darle un torpe y pausado beso en la mejilla, mientras la mujer se quedó inmóvil con el estómago revuelto.
La puerta se cerró enseguida y Laura se quedó con la mirada fija en ella por casi un minuto, no pensaba en nada pero tampoco podía dejar de sentir el corazón acelerado. Finalmente se obligó a mirar el bolso y rebuscó hasta dar con el móvil, cerró los ojos con un nuevo sentimiento en el estómago, esta vez de inseguridad, ¿cómo le daría la noticia a Ana?, y para colmo solo contaba con un por ciento de batería, no traía cargador y obvio tendría que ser una llamada casi exprés.
El celular de Ana sonó solo una vez.
— ¿Ana?
—Sí ¡te he llamado cientos de veces! ¿Todo bien?
Laura cerró los ojos, la voz de su hija se escuchaba acelerada y nerviosa, ¿acaso lo presentía?
—No cariño, no todo está bien...
El móvil le vibró en el oído antes de morirse entre sus manos.
—Maldita sea —soltó en voz alta mirando a su alrededor. Carlos se había ido, Camila dormía y obviamente ya no podía llamar a nadie. Sólo le quedaba esperar.
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