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III

Una mujer bonita no coquetea, simplemente sonríe. 

Marilyn Monroe



El día de Ana no podía ir mejor, en serio, había pasado las últimas seis horas de vuelo hablando con una de las diseñadoras más importantes de México, con lugar privilegiado en el ¨Festival Pink¨ participante recurrente de la semana de la moda y pionera de la moda curvy, prácticamente una leyenda viviente llena de talento y experiencia. Y por si eso fuera poco, se trataba de una mujer sencilla, humana y humilde.

—Bueno Ana, hasta aquí llego yo. En la esquina Carlos, por favor —indicó la glamurosa mujer al chofer que las había recogido en el aeropuerto—, muchas gracias.

—Ha sido un verdadero gusto conocerla...

—No me hables de usted que me siento una abuela, y créeme, no lo soy. No tengo hijos así que no hay manera alguna —respondió con una sonrisa apagada, lo que le hizo entender que ese era un punto débil en la historia personal de Rosse.

Ana asintió ampliando la sonrisa para sacarla del bache que había caído por un momento.

—Entonces Rosse, ¿te veo mañana en la inauguración?

Rosse asintió saliendo del auto.

—No me lo pierdo por nada —soltó agachándose para estamparle un beso en la mejilla a modo de despedida—. Carlos, te la encargo, ¿okey?

En conductor asintió viéndola por el retrovisor, llevaba cerca de un año trabajando con ella y su sobrino, un fotógrafo bastante conocido en el medio de la belleza, moda y cultura.

—Hasta mañana cariño, descansa.

—Igual, hasta luego.

Dicha la despedida el chofer volvió a arrancar destino al hotel. No avanzó mucho antes de que la morena se sumergiera en sus propias ideas mirando por la ventana las concurridas calles de Nueva York, jamás había estado ahí y si, era otro mundo.

—Muchas gracias Carlos —soltó reprimiendo un suspiro de emoción frente al inmenso hotel mientras el joven le ayudaba a sacar la maleta de la cajuela.

— ¿Te ayudo a llevarla?

—Am no, está súper cerca y además tiene rueditas —dijo señalando la maleta con simpleza.

— ¿Segura?

—Si claro, no te preocupes y muchas gracias por traerme hasta acá. Eres un sol —soltó dándole un beso en la mejilla a modo de despedida—, hasta luego.

El chofer sonrió un poco sonrojado, ciertamente solo quería ser responsable y haciendo su trabajo nunca espero una despedida tan cálida, las modelos que normalmente trasladaba, que sí, eran bastantes, no eran amables y es que si tenía suerte le tocan educadas y otras ni lo miraban.

—¡Oh my good!—susurró Ana inmediatamente después de empujar la puerta giratoria, el hotel superaba por completo sus expectativas y hasta las fotografías vista en internet. Era elegante, con un toque glamoroso y demasiado amplio. De inmediato atrapó su atención la parte trasera, un llamativo jardín estaba siendo preparado con tarimas y arreglos exquisitos.

—Es para el evento de mañana, la inauguración del Festival Pink.

Una voz femenina con claro acento francés le robó la atención al precioso jardín. Con la sonrisa intacta giró la cabeza para toparse con una mujer rubia, llevaba puesto un mini short negro a juego con el top deportivo, tenis y una coleta alta que le terminaba a la cintura. Usaba poco maquillaje, dueña de unos ojos azules llamativos y cada facción parecía demasiado delicada, demasiado perfecta. En resumen, frente a ella tenía a una Barbie humana.

—Así veo —respondió con simpleza—. Soy Ana...

—Ana Montes —completó fijando la mirada en el jardín.

Dios tiene el perfil más perfecto que he visto en la vida. Pensó Ana medio hipnotizaba.

— ¿Y tú eres...?

—Tu mayor competencia, ¿no está claro? Ángela Dupont.

Ana soltó una sonora carcajada que congeló en cuando notó el gesto frío, esa mujer no estaba bromeando.

—Ya verás que no te ríes igual cuando me lleve los mejores contratos, ¿comprenez-vous?

La morena miró al jardín, los empleados seguían acomodando la pasarela subiendo, bajando, metidos y concentrados en su objetivo final. Con una suave risita se giró nuevamente.

—Ya lo veremos, Barbie.

Dicho eso y sin volver la mirada atrás caminó hasta la recepción. Sentía el estómago un poco revuelto, definitivamente le había molestado el tono de la rubia cuando ella solo trataba de ser amable, pero bueno, se recordó una vez más como era el medio y al menos agradeció no tratar con otra hipócrita, es más, si lo pensaba bien era refréscate conocer al fin alguien directo, pero una cosa si le quedó bien claro, la competencia estaba de verdad dura.

—Thank you —respondió recibiendo la tarjeta que le serviría como llave de la habitación.

Con gesto de intriga volvió la mirada a donde dejó a la mujer plantada y la encontró platicando con un sujeto alto, musculoso con ropa deportiva, al que identificó enseguida como Antonio Lazcano, uno de los chefs más reconocidos a nivel mundial con el que había tenido el gusto de trabajar en un evento de arte culinaria aplicada en la industrial de la moda, lo que básicamente era vestirse con alimentos.

—No me lo creo, Antonio Lazcano —llamó la morena acercándose nuevamente e ignorando por completo a la Ángela—, que gusto volverte a ver.

—Anita Montes, no creí que te acordaras de un servidor...

Ana soltó una ligera risa recibiendo un par de pegajosos besos en ambas mejillas, ese hombre siempre exageraba en los saludos.

—Créemelo desde que trabajé contigo no he vuelto a comer fresas, ¿crees que podría olvidar eso?

—Me alegra ver que he dejado una huella o un trauma —soltó en el mismo tono de guasa con la encantadora sonrisa que lo caracterizaba y la cual le había ganado portadas en reconocidas revistas culinarias.

—Hum, hum, hum...

—Ah perdón, te presento a Ángela...

—Dupont, la conozco —completó Ana copiando su mismo tono.

La rubia torció los ojos y Antonio no tardó en darse cuenta de la tensión.

—Que bien —soltó después de casi un minuto de incómodo silencio—, entonces...

—Tony, te veo en gym...

—Yo me voy a instalar —interrumpió Ana, era obvio que planeaban ejercitar juntos y no estaba en sus planes verse como una metida—. Un gustazo volverte a ver y un placer conocerte Angi.

—Ángela —puntualizó tomando el musculoso brazo del chef.

—Por eso, Barbie. Con su permiso chicos, hasta luego.

Dicho eso se dio la vuelta hasta donde la esperaba el botones con el equipaje, miró la tarjeta que la recepcionista le había entregado: habitación 501.

Tenía que apurarse a pulir su look de mañana y con ese pensamiento subió al elevador, el que resultó ser toda una aventura, totalmente de cristal la dejo ver como se elevaba en las alturas. Con un leve tintineo las puertas se abrieron mostrando un inmaculado pasillo, adornado de varias pinturas a lo largo y con el mismo aire de elegancia y sofisticación.

—Dios, un día voy a traer a Cami aquí... —dijo en voz alta.

—Fue remodelar hace theree years y cada six meses cambiar puntura —apuntó el botones, no tenía el mejor español pero al menos era comprensible y era notable el esfuerzo que hacía por ser amable.

Ana se echó andar por el pasillo mirando las pinturas con calma.

—Esta es bellísima, ¿no lo crees? Amm... John —indagó leyendo el nombre del uniforme.

—Yes, es de painter callejero —agregó bajando el tono en la última palabra—, vender como original, but is not.

Ana levantó las cejas acercándose un poco más al cuadro.

—Pues parece real eh.

—Apariencias engañar. Tú saber bien de eso, ¿no?

Ana meneó la cabeza mirando a fondo los profundos ojos azules de gringo, se veían inteligentes, amables y sinceros. Tenía un aire que le recordaba a su difunto padre, quizá en la seguridad que emanaba y definitivamente en la edad.

—Mi padre siempre decía; no todo lo que brilla es oro —dijo volviendo a caminar hasta detenerse con la puerta marcada con el 501, con un suspiro metió la tarjeta y con un suave empujó cedió sin miramientos—, y cuánta razón tenía.

—Tú saber de eso...

—Yo saber mucho de eso, John —soltó con la risa a flor de piel, ese hombre no se imaginaba todas la veces que esa dicho se podía adaptar a su vida. Con amabilidad le externó un billete que fue intercambiado por la maleta—. Muchas gracias.

—Lo que necesitar, un placer.

Dicho eso la puerta fue finalmente cerrada. La calma de la habitación la inundó, era amplia, moderna y elegante como todo el hotel, pero también tenía ese aire de frivolidad que a Ana jamás le terminó de gustar. Con un suspiró subió la maleta a la cama rebuscando el apreciado cargador, necesitaba comunicarse a casa y hace horas que su celular se había descargado. Lo conectó mirando como la pequeña imagen de la batería subía de poco.

—A ver si me acuerdo —dijo poniendo de pie para caminar hasta el teléfono que reposaba sobre la mesita de noche.

Marcó el número que recordaba como el móvil de su mamá, sonó tres, cuatro, cinco veces pero caía al buzón. Marcó tres veces más y cuando saltó el buzón de la cuarta se dio por vencida, era ilógico dejarle un mensaje de voz, Laura jamás los revisaba. Miró el reloj y notó como el sol ya se estaba lentamente ocultando, el día se había pasado demasiado rápido, pero, ¿dónde estarían Camila y Laura? 

































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