II
Una mujer de veinte puede ser atractiva, una de treinta seductora, pero sólo después de los cuarenta será irresistible.
Camila permaneció de la mano de su abuela mientras veía a Ana alejarse entre la multitud, pronto la perdió de vista, sentía ganas de llorar pero la experiencia de los muchos viajes de su madre le había enseñado que siempre volvía a pasarla genial juntas. Un sollozo fue lo único que dejó escapar antes de prestarle atención a las grandes aviones que se elevaban a través de los amplios ventanales, haciéndose cada vez más pequeñas conforme se alejaban, no tardó mucho en llegar a una conclusión, eso no tenía otras explicación más que la magia.
-Abue Au, ¿mi mami se va hace chiquita como esas? -indagó señalando una de las aviones mientras se acercaba al ventanal.
Laura la siguió de cerca mirándola como se aferraba con los pequeños bracitos al unicornio, tenía la voz entrecortada y los ojos un poco rojos pero no lloraba, esa niña tan pequeña era la personificación de la valentía, igual que su madre.
-Cuando el piloto suba bien arriba, si, se hará pequeñita -respondió Laura prestando la misma atención al cielo.
La pequeña meneó la cabeza de lado pensativa y soñadora, comenzó a imaginar qué cosa era ser un piloto y cómo era que sabía hacer magia.
-Yo quieo se un pioto -soltó después de un par de minutos en silencio.
Aurora sonrió con amplitud.
-Cuando seas grande puedes ser lo que tú quieras cariño, pero ahora, debemos volver a casa...
- ¿Y podemos compa helado?
Aurora asintió echándose a andar de la mano de la pequeña.
-Cuando termines la tarea vamos por uno, ¿sí?
Camila frunció levemente el ceño, pero asintió alentada por el sabor del helado de fresa, su favorito.
Juntas salieron del gran aeropuerto al caos de coches y vendedores ambulantes, y es que aunque Ana le había enseñado mil veces a pedir uber todavía no se le grababa del todo y decidió tomar un taxi de sitio. Pero antes de que pudiera estirar el brazo, un amable señor se acercó a ellas usando una amplia sonrisa servicial.
- ¿Taxi? -indagó con un leve acento norteño.
Aurora sonrió en gesto de agradecimiento.
-Si gracias -respondió mientras el hombre les abría con galantería la puerta trasera del auto.
Segundos después ocupó su lugar y mirándolas por el espejo retrovisor indagó:
- ¿A dónde vamos?
El acento norteño se hizo más evidente y marcado.
-Vamos para la Estancia, por favor.
-En un segundo estaremos ahí...
-De hecho, si no es molestia, preferiría que fuera un poco más despacio.
El hombre la miró por el retrovisor, tenía unos grandes ojos cafés amables y empáticos, su pelo entrecano le daba un aire de elegancia mayor, pero tenía un cuerpo firme que denotaba trabajo probablemente de pesas o algún ejercicio similar.
-Entonces, será en dos segundos. Y no, no es ninguna molestia.
Aurora sonrió agradecida, siempre le había tenido miedo a la velocidad, pero, esté se agravó seriamente hace cuatro años cuando su marido Alonso Montes, dueño de una cadena de talleres mecánicos y amante de las carreras, eligió salir a probar un auto que llevaba años reconstruyendo junto a su hijo mayor, un clásico mustang fastback 67, pero algo no quedó como debía y en una curva camino a Puerto Vallarta perdió el control. Aurora nunca se recuperó del todo de haber pedido a su hijo y marido el mismo día y estaba segura que jamás lo haría.
El viaje continuó en silencio Camila se recostó en las piernas de su abuela y el calor del medio día comenzó a apretar, el tráfico estaba cargado y aunque el taxi avanzaba lo hacía de una forma lenta y pausada. Laura levantó la mirada y descubrió los ojos cafés del conductor clavados en su rostro quién pronto la esquivó fingiendo normalidad, una punzada nervios la invadió de pronto lo que la hizo que comenzará a mover la pierna denotando la incomodidad del momento.
-Abue... me duee la pansha -soltó la pequeña desviando la atención de la mujer al pálido rostro de labios blancos y mejillas frías.
- ¿Qué sientes? -indagó tocándole una de las mejillas. Evidentemente sudadas pero estas se mantenían heladas-. Respira profundo Cami.
La pequeña volvió a recostarse en las piernas de mujer intentando seguir el consejo.
- ¿Todo bien? - Indagó el conductor -, ¿quieren que abra la ventana trasera?
-Si -respondió al momento buscando su bolso con la mirada, necesitaba una bolsa de plástico a la mano por cualquier cosa-, por favor.
En menos de un minuto incorporó a la pequeña para que el aire fresco le bajará el mareo, Camila seguía intentando controlar la respiración y Laura se rindió en busca de una bolsa de plástico, era obvio que no tenía.
-Abue, voy a...
- ¡Oríllese! -soltó apresurada.
La indicación fue atendida al momento y un segundo después Laura empujó la puerta justo antes de que Camila volcara todo el desayuno a un lado de la carretera. Espero un minuto sosteniéndole el cabello y la frente antes de hacerla bajar del auto.
-Señora -llamó el hombre deteniéndola justo antes de salir-, le hará bien a la niña, está un poco fría.
Lauro miró la botella de agua, pensó en rechazarla pero tenía razón le caería muy bien.
-Muchas gracias, me la cobra al final -dijo recibiéndola con una sincera sonrisa apenada.
-De ninguna manera -respondió afable.
Laura le sostuvo la mirada por un par de segundos, los cuales fueron suficientes para decidir que le gustaba ver sus ojos, su tono de voz no le molestaba y su sonrisa le causaba curiosidad.
- ¡Abu! -gritó Camilla antes de volver a soltar el vómito y movilizando a la mujer quien salió disparada a ayudarla, pero, no importó lo mucho que se apuró su ropa ya estaba hecha un desastre de embarradero.
- ¡Ay Dios Cami! -exclamó en tono de preocupación-, ¿te sientes muy mal aún?
Laura la miró a los ojos mientras está negaba con la cabeza, el color de los labios se había normalizado y aunque aún sudaba se veía mucho menos pálida.
-Qué bueno cariño...
-Si gusta... -comenzó el conductor acercándose a ellas, llevaba una franela en la mano con la cual le dio entender que podría limpiar un poco a la niña.
-Sí, muchísimas gracias -soltó recibiéndola casi sin mirarlo, se sentía apenada, nerviosa y un poco torpe, hace tantos años que no experimentaba esas emociones que ya había olvidado cómo actuar y enfrentarlas.
Laura mojó un poco la franela antes de amonarse y comenzar a limpiarla se sentía observada, pero ya no incomoda, al contrario se podría decir que lo estaba disfrutando.
- ¡No, peo ucha, ucha! -gritó Camilla intentando correr a un perro callejero demasiado flaco que había salido de quien sabe dónde y comenzaba a comerse el vómito como el manjar más delicioso.
-Déjalo Cami -sugirió poniéndose de pie y alejándose un poco para lavar con el agua restante la franela.
-No, cochino -regañó la pequeña pero el perro no tomó nada bien la proximidad y el regaño, soltó dos fuertes ladridos seguidos de un ruidoso gruñido que hizo saltar a la pequeña quién salió corriendo y muy cerca de ella, el can.
- ¡Camila! -gritó Laura viéndola correr directo a la carretera.
Todo pasó en menos de un minuto y es que Camila totalmente aterrada no se detuvo a ver a donde corría, Laura soltó la franela y la botella tratando de detenerla y el conductor echó a correr tras ellas preocupado por la situación.
- ¡Abue!
El perro chilló al sentir un puntapié dado por el taxista y siguió su camino chillando.
Camilla sintió unos fuertes brazos cargándola en peso justo al filo de la carretera, su abuela la había detenido al fin pero al interponerse entre ella y los coches dejó un pie realmente adelantado que no alcanzó a quitar a tiempo. Un coche rojo a toda velocidad le pasó por encima de él, casi podía jurar que lo escuchó crujir cual bolsa de huesos comprimiéndose, o en este caso, rompiéndose.
- ¡Señora! -Gritó el conductor llevándose ambas manos a la cabeza antes de reaccionar-, Dios mío, ¿está bien?, ¿le duele mucho?, ¿la llevo al hospital?
- ¡Abueita!
Laura intentaba con todas sus fuerzas no soltar el llanto, el dolor era horrible y los berridos de pánico de Camila la estaban haciendo flaquear. Se mordió el labio inferior con fuerza, las lágrimas ya le surcaban el rostro y aferrándose al cuerpo del conductor intentó dar un paso, pero el dolor fue tan terrible que dejo escapar un alarido y en menos de un segundo ya era cargada en peso y depositada con cuidado en el asiento trasero del auto. La pequeña se deslizó a su lado tomándole la mano con fuerza, a momentos Laura sentía que se desmayaría del dolor y lo único que la mantenía consciente era el miedo de despertar y no ver a la niña a su lado.
- ¿A qué hospital la llevó? -indagó el conductor ya en su puesto, estaba pálido y con el tono de voz alterado.
-A mi casa...
-Señora, necesita un médico urgente.
- ¡Dije a mi casa! -ordenó fuera de sí, era obvio que necesitaba un médico pero antes dejaría a la niña segura a un lado de Rosita.
Camila se asustó con el gritó, y como siempre pasa cuando algo te duele, terminó dándole un leve empujón al pie lastimado. Laura gritó de dolor apretándole la mano a la niña antes de sentir que la nube negra de la inconsciencia la abrazaba, luchó contra ella lo más que pudo, escuchando la tierna voz llamándola una y otra vez y con su ultimo gramo de conciencia dijo;
-No te separes de mí...
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