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2. Azul cielo

Imagínense llegar a la escuela, solos con sus pensamientos y después estar rodeado por cientos de rostros que te sonreían.

—¡Elián! —me llamaban con alegría.

Ese era yo, Elián Cristel, el estudiante más querido de la escuela, el más popular.

No me fue difícil conseguir tal estatus, siempre he sido extrovertido y amigable, por ello los amigos nunca me han faltado. Cualquier diría que mi vida está hecha, con mis buenas calificaciones y comodidades suficientes para poder estudiar lo que quiera al graduarme.

Sin embargo, la mayoría no son más que espejismos. Me aman por lo que creen que soy, me siguen porque se identifican con lo que ven de mí y quieren ser mis amigos porque soy atractivo. Un cliché más, el popular capitán del equipo de baloncesto. Ya no lo quiero.

Por años me he esforzado en mantener esta fachada porque quería atraer la atención, pero no de todos en la escuela. Solo quería su atención, de Alex. El chico de hermosos ojos azul cielo, el único que no se había acercado a mí para ser igual de popular, el que prefería estar solo y hacer música. Me fascinaba verlo cuando se concentraba en ello, mover sus baquetas al son de la melodía, su negro cabello moviéndose y las expresiones en su rostro cuando se emocionaba con la batería.

No había nada más preciado para mí que esos momentos en que podía contemplarlo, aunque sea solo a la distancia y por pocos segundos, porque claro, casi nunca podía estar solo.

—¿Qué tanto piensas, bomboncito? —indagó Luciana.

Estábamos en el salón de clases, esperando por fin sonase el timbre e irnos a casa. Reunidos como cualquier otro grupo, charlábamos sobre cualquier cosa para pasar el rato. Todos con sus grupos de amigos, menos uno.

—Nada, solo... —titubeé, una vez más me había distraído de más observando a Alex— Estaba distraído. ¿Por?

—Mañana es el intercambio de regalos por San Valentín —expresó emocionada, al igual que el resto del grupo— ¿Qué crees que suceda?

—No sé, tal vez lo mismo de todos los años —expresé, ya me aburría un poco la misma situación.

—¡Pero que ánimos, señor! —se burló Sol— ¿Qué te tiene así? Vas a arrugar esa carita preciosa.

—No le digan tanto que se le sube el ego, ¿No, don famoso? —añadió Fernando.

—Cierra el pico, ¿quieres? —le reñí— ¿Qué más puede pasar? Se intercambian los regalos, se dicen cosas cursis, se dan abrazos y después de eso todo vuelve a ser como todos los días.

—¿Y si... haces que eso sea diferente mañana? —sugirió Luciana con expresión soñadora.

Aquella insinuación no pasó desapercibida para nadie, menos para mí. Aun así, preferí hacerme el desentendido. Quería hacerlo, declarar todo el amor que he contenido por tanto tiempo, pero no es a ella a quien quiero confesarlo.

—Quizás, pero... cambiar el itinerario de un día para otro sin avisar sería complicado —expliqué con desinterés—, así que ni modo.

—¡Alguien está aburrido hoy! —se burló Sol, más por la expresión de decepción de su amiga.

Preferí no continuar con aquello, ellos seguían burlándose y conversando sobre lo emocionante del día siguiente. Recibir más regalos de los que me caben en el maletín, estar rodeado de personas que solo se atreven a hablarme ese único día del año, y lo peor de todo, verlo solo y alejado del resto. Eso me dolía, cada uno de mis días lamentaba mi cobardía porque sabía que podía marcar la diferencia, aun así, no lo hacía por temor.

Una vez más desvié mi completa atención a él, recostado en su pupitre escondiendo su rostro entre sus brazos adormilado. Se veía tranquilo, tan lindo, pero igual de solo. Y en ese momento, su rostro se levanta cruzando miradas conmigo. Ese brillo intenso en sus preciosos ojos siempre me dejaba sin aliento, el desorden en su cabello le hacía ver más despreocupado y sexy, el rosado natural de sus mejillas sobre el blanco perlado de su piel era un contraste hermoso, y sus labios rosados y suaves, delgados pero carnosos, tan apetecible que me hacía agua la boca de solo verlo.

La sorpresa se fue dibujando en su rostro, pero en el mío una sonrisa empezó a crecer al ver aumentar el sonrojo de sus mejillas.

—¿Qué miras? —indagó Luciana sobresaltándome, interponiéndose justo frente a mi cortando mi preciado momento.

—¿Estabas mirando a Alex? —preguntó Sol aún más curiosa.

—¿Qué tiene? —dije un poco irritado.

—Es lindo de tu parte que te preocupes por tus compañeros, pero Alex... —empezó Luciana con un tono despectivo hacia él— es un caso perdido.

—No creo que lo sea, nadie hace siquiera el esfuerzo de acercarse a él —expresé indignado—. Nadie merece estar solo, y él siempre lo está.

—Porque quiere —añadió Fernando—, solo se reúne con compañeros de otros salones para el club de música.

Regresé mi atención a él, mirando con aburrimiento por fuera de la ventana a su lado, apoyando su rostro en la palma de la mano evitando mirar en mi dirección. Como quisiera que girara, que me mirara una vez más, pero el momento se había perdido.

El timbre sonó evitando que dijera algo más, que me delatara con mi actitud o que simplemente me levantara para ir a su asiento y charlar con él. ¿Por qué no lo hacía? Hablar nunca ha sido un problema para mí, ¿por qué cuando se trata de él dudo tanto? Con solo pensarlo, el corazón se me acelera sobremanera y empiezo a sudar de los nervios.

Encerrado en mi habitación, recordaba una y otra vez su linda carita brillando al mirarme. Como desearía que se repitiera todos los días, que sus ojos se iluminaran con verme solo a mí. ¿Sería egoísta de mi parte desear tenerlo para mí en exclusiva? Si quería que eso sucediera debía dejar el miedo a un lado, o mi oportunidad de hacerlo se perdería para siempre. ¿Pero cómo? Tengo sentimientos encontrados al respecto, la atención que me dan todos me asfixia muchas veces, pero siento que no podría acostumbrarme a estar sin ella.

Si me declaro abiertamente podré perder eso, a mis amigos y toda la popularidad. Pero sería peor quedarme sin saber lo que sentiría Alex al saber de mis sentimientos, aunque no sea correspondido, quisiera que lo supiese algún día.

—¡Feliz San Valentín! —gritaron todos al verme entrar al salón.

En mi asiento, varias tarjetas y pequeños regalos ya se encontraban amontonados tal como pasaba todos los años.

—Gracias, chicos —expresé con falsa gratitud—. Siempre tan lindos. Feliz San Valentín para ustedes también.

—¡Pero qué amor! —se burló Fernando.

—Para todos menos para ti, bocón —le reñí.

La primera media jornada fueron clases normales, todos ansiosos esperando que llegara la segunda mitad para celebrar. Menos yo, mi ansia estaba dirigida a algo más. Alex se veía decaído ese día, más cabizbajo que de costumbre y eso me preocupaba.

—Elián, mi amor, este año si traes regalo, ¿cierto? —preguntó curiosa Luciana—. Es injusto que recibas tantos, pero nunca des uno.

—Sería injusto que solo una o dos personas reciban de mí, cuando recibo de tantas —expliqué por decima vez—, tendría que darle a todos los que me dan y no tengo suficiente dinero. ¿Me quieres ver en la quiebra?

—¡Perdone usted, majestad! —expresó Fernando.

—Voy a golpearte, sigue y verás —le amenacé, provocando sus estridentes carcajadas.

—Pero por lo menos nos darás algo, ¿No? —preguntó Sol— Somos tus amigos, te aguantamos todos los días, lo merecemos.

—Ah, gracias por el sacrificio, les daré una muestra de mi sangre como agradecimiento —me burlé.

El timbre me salvó de seguir escuchando sus barbaridades, pero nos llevaba a una situación que hubiese querido evitar ese día. El receso se había terminado y el ambiente festivo estaba a flor de piel, e incluso, un poco de música se escuchaba tras la puerta de algunos salones de clases.

—Adelántense ustedes, voy un momento al baño —anuncié, corriendo antes que dijeran algo más.

Llegué y me encerré solo para respirar, necesitaba estar solo por un par de minutos si no quería volverme loco. Ese día había sido demasiado, más que otras ocasiones. Lavé mi rostro con un poco de agua, esperando que todo ese cumulo de sensaciones desaparecieran. Pero no fue así.

Exasperado, caminé lento hacia el salón esperando poder decir que me sentía mal, hacerme el enfermo y poder irme a casa. Sin embargo, desde las grandes ventanas del pasillo podía ver hacia el patio donde, charlando con Fernando, se encontraba Alex con baquetas en mano. ¿Qué está pasando allí? Una nueva sensación empezó a crecer en mi interior, celos. Pero sin haber interactuado más que unas palabras, se marcha dejándolo solo nuevamente. Respiré profundo sin apartar mi vista de su figura, tan esbelta y perfecta como siempre.

Sin embargo, por alguna razón desvió su atención hacia los pisos superiores del pabellón, justo donde estaba yo. Y con solo eso, aquel cumulo de sensaciones disminuyó sobremanera. ¿Cómo era posible que tuviese ese efecto en mí? Una vez más, una tonta sonrisa se expandió en mi rostro y esta vez no quería ocultarlo. De la misma forma, Alex sonríe.

Me sonríe, de la manera más dulce y encantadora posible. Podía jurar que en ese justo instante mi corazón se detuvo por un segundo, volviendo a latir a toda máquina. Me temblaban las manos de los nervios, y no podía apartar mis ojos de su preciosa carita.

Sin dejar de sonreír, empezó a caminar rumbo a los salones de música, dejándome paralizado en mi lugar, pero totalmente derretido por dentro.

—¡Oye! Te estamos esperando... —decía una voz a mi lado— ¿Qué tienes, estás drogado?

—Sí... —susurré, entrando en razón con un estremecimiento de hombros, era Sol— ¿Qué?

—A veces me preocupas, de verdad —se burló—. Regresemos al salón, te estamos esperando.

—No —dije.

—¿Qué?

—Debo hacer algo, después les cuento, ¿Va? —supliqué— Excúsame con el profesor o algo, no tardo.

—Pero...

Lo dejé con la palabra en la boca y salí corriendo lo más rápido que pude, no podía dejar pasar esa oportunidad. Era ahora o nunca. Llegué casi sin aliento al pabellón de artes, el salón de música estaba a solo dos pasos de mí. Pero al asomarme dentro, mi corazón se paralizó, esta vez no de la misma manera.

Allí se encontraba Alex, pero estaba con otra vez con Fernando. Esta vez lo tomaba de las manos y le hablaba con una sonrisa en su rostro, una que empecé a odiar con todo mi ser. Sin embargo, y para mi mayor alivio, Alex retiraba sus manos, apenado. Lo estaba rechazando.

La incomodidad en él era palpable, se notaba desde lejos que no se sentía nada bien con la situación. Aun así, el otro tuvo el descaro de acercarse bruscamente a él tomándolo por la cintura. Se pegó tanto que el coraje empezó a rugir dentro de mí, mientras que él trataba de separarlo sin lograrlo.

No sé porque, pero estaba paralizado, lleno de rabia e importancia por mi nueva cobardía. Pero por un segundo, Alex desvió sus ojos encontrándose con los míos. Vi el miedo reflejado en sus preciosos ojos azules, y sin dudarlo más me moví.

—No puedes resistirte, sé que te gusto, ¿Por qué te niegas? —decía cada vez más cerca de él.

—Solo suéltame, ¿sí? No me siento cómodo de esta manera —suplicaba, siendo vilmente ignorado.

—No te hagas...

—Qué lo sueltes, ¿no escuchaste? —exigí, apartándolo de Alex, dejando a este detrás de mí.

—Don perfecto defensor de los pobres, ¿qué mierdas quieres? Metete en tus asuntos —farfulló lleno de rabia.

—Este es mi asunto —repliqué llenándome aún más de rabia.

Con manos empuñadas, me miraba con profundo desprecio. Era más alto que yo, más fornido e intimidante, pero no iba a dejar que eso me detuviera.

—¿Tu asunto? —se burló— ¿Por qué no me extraña? Tanto mirarlo con esa cara de idiota que traes, a donde quiera que vaya era lo mismo, no me sorprendería que tomaras fotos sin que se diera cuenta. ¿O no, acosador?

Me tensé, esperando que con ello no pensara mal de mí.

—Solo miro de lejos, no lo fuerzo a hacer algo que no quiere —contraataqué, no iba a permitir que se saliera con la suya—. ¿Qué pretendías? ¿Besarlo a la fuerza? Me das asco.

—Asco le dará a la gente el saber el gran secreto del perfecto Elián, ¿no te parece? Don popular —amenazó acercándose peligrosamente a mí.

—Ya basta —intervino Alex molesto—. No me interesas de esa forma, y lo siento si hice algo que te diera a entender lo contrario. No era mi intención.

—Ya lo escuchaste, ahora lárgate y no vuelvas a molestar —exigí, empujándolo suavemente.

—Ya veremos qué dice la gente de esto —sentenció, dando los primeros pasos hacia la salida.

—Ya veremos a quien le creen, así que haz lo que quieras, imbécil.

Salió de la habitación dando un portazo al salir, y con ello todo el aire que había retenido en mis pulmones por esos largos segundos salió por fin. Respiré con alivio, había evitado que lastimara a Alex y era lo único que me importaba. Me gire hacia él, viendo su expresión de desconcierto.

—¿Estás bien? ¿No te lastimó? —preguntaba preocupado, tomando con ambas manos sus suaves mejillas— Solo dime que te hizo, haré que lo suspendan por eso y no se meta más contigo.

Sentir su piel y tenerlo tan cerca por primera vez me tenía en una marea intensa de emoción, era más suave de lo que fantaseé, más fresca y olía tan bien.

—¿Es cierto? —preguntó anonadado— Lo que dijo...

Bajé la mirada apenado, centrándome en sus deliciosos labios que me atraían con cada movimiento.

—Sí... —contesté con firmeza, mirándolo de nuevo a los ojos— Pero no he tomado fotos, aunque ganas no me faltaron. En especial... cada vez que sonríes, que tus ojitos brillan y tu rostro se ilumina al tocar música.

—¿Yo... te...? —balbuceaba nervioso.

—Me encantas —reí nervioso, por fin lo había dicho—, y ya no me importa que digan o si dejan de hablarme. Quiero estar contigo.

Una suave risa igual de nerviosa que la mía salió de sus labios, se acercó a mí y de puntillas, me dio un suave y sutil beso en los labios. Embriagado con ese gesto, no dudé en hacer lo mismo. Lo tomé con suavidad por la cintura pegándolo a mí, y como si se me fuese la vida en ello, lo besé con tanta ternura y pasión que algo dentro de mí empezó a arder con intensidad.

Con algo de timidez, sus brazos empezaron a rodear mi cuello tomando más estabilidad y apegándose a mí. Su cálido cuerpo junto al mío, despertaban nuevas sensaciones que me tenían loco.

—Te amo —susurró sobre mis labios y sentí morir de la emoción.

Desde ese momento nada me importaría, ni lo que digan los demás ni quienes dejen de hablarme, lo más importante ya lo tenía y no pensaba soltarlo.

Entre ser y no ser...

Elián eligió ser...

Pero ser el amor de su vida grr...

Si si, ya sé, mal chiste, ando enferma no pidan mucho.

Los quiero pulguitas

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