1. Una carta en San Valentín
Hubo un tiempo en que ir a la escuela representaba todo lo que quería, tenía amigos en los que confiaba y compartía muchas cosas, los profesores eran muy considerados con los estudiantes y nos comprendían, y lo más importante, lo tenía a él.
Mi Teban, aquel apodo que con mucho amor había elegido para él. No era un secreto para ninguno de los dos que algo sucedía, que existía más que química cuando nuestros ojos se encontraban. Por ello escribí una carta, una donde mis sentimientos marcaban cada letra dirigida solo a él.
—¿Nos vemos más luego? —le había dicho.
—¿Dónde? —indagó con esa preciosa sonrisa ladeada que me volvía loco.
—Cerca de las canchas, en el árbol —susurré, acercándome cada vez más a su preciosa carita—. Hay algo que quiero contarte, pero ve solo, ¿sí? Señor popular.
—Claro, señor odio a los populares —se burló, rosando mi mejilla con sus labios—. Allá nos vemos.
Y con solo ese rose, mi corazón empezó a saltar de felicidad, totalmente confiado en que las cosas saldrían bien.
Quise creer que había una conexión especial entre ambos, que no solo yo sentía esa desesperación por besar sus labios cada vez que lo veía hablar. Sin embargo, ese día todo se fue al retrete cuando lo vi con ella. En el mismo lugar donde lo cité para eso mismo, pero me tocó ser uno más entre tantos espectadores. Por fin la parejita más esperada era oficial.
Odio San Valentín, ¿por qué? Porque me recuerda lo estúpido que fui, y lo tarado que sigo siendo aferrado a un recuerdo que solo me hace daño. Pero como no hacerlo cuando lo veo todos los malditos días, hora tras hora tres asientos diagonal al mío, a solo un par de metros.
Desde aquello, ese día se hizo totalmente indiferente para mí. Todos recibían sus regalos y festejaban llenos de alegrías, menos yo. Tampoco lo quería, su falso y limitado amor, nada más que hipocresía.
Los últimos tres años había sido lo mismo. Cada vez que esa fecha llegaba, la misma rutina se repetía. Regalos y tarjetas por doquier, olor a dulces y fragancias inundaban el salón. Pero ninguno con mi nombre, nunca.
¿Por qué este fue diferente?
La carta, aquellas palabras sin remitente rompieron la monotonía de aquel día.
«Siempre quise algo bonito y duradero con alguien, pero la mayoría de veces elegía a la persona incorrecta. Hoy, escuchando por primera vez a mi corazón, me di cuenta lo idiota que siempre fui. Buscando la felicidad en lugares oscuros, cuando la sonrisa más brillante siempre estuvo frente a mí.
Te he amado desde hace años, pero mi cobardía me obligaba a callar. Si quieres intentar, al final de este mapa me podrás encontrar.»
Las risas a mi alrededor seguían resonando, amigos y algunas parejas charlaban como si nunca se hubiesen visto. Sin embargo y por primera vez, mis ojos pasaban de toda esa melosería buscando a alguien, a una única persona cuya presencia omití intencionalmente por estos últimos tres años. O por lo menos lo intentaba.
¿Por qué ahora? ¿Por qué hoy? Siempre tan dramático, tan poético y tan perfecto. Con su maldita fachada de niño bueno, estudiante ejemplar y apariencia impecable. Lo odiaba de verdad, quería obligarme a hacerlo con todas las fuerzas de mi corazón, pero este estúpido se empeñaba a seguir amándolo sin reparar en todo el daño que me hacía.
Me hervía la sangre de rabia, porque sentía que esta solo era una de sus jugarretas. En ese justo momento solo quería romper en mil pedazos aquella carta, y esparcirla en el suelo frente a su atenta mirada. Pero no estaba en su lugar, quería obligarme a verlo.
Y detrás de eso, también había emoción e ilusión, porque esperaba que esta vez sea de verdad. ¿Cuántas veces no soñé con este momento? Cientos, noche tras noches, con miles de lágrimas mojando mi rostro.
De todas formas, verdad o mentira, eso tendría que acabar hoy. Tan solo... si tan solo mis piernas reaccionaran y caminaran hasta aquel lugar, ese árbol donde una vez intenté confesar lo que mi corazón gritaba, ese mismo donde también lo rompieron en mil pedazos. Tal vez por eso no quería ir, recordar ese momento solo me daba ansiedad, más de la que ya tenía.
Aun así, me sorprendí a mí mismo estando solo a un par de metros de distancia de aquel estúpido lugar. Y desde allí, podía ver su perfecta figura apoyada en aquel árbol esperándome. De verdad estaba ahí, esta vez completamente solo y sin posibilidad alguna de jugar conmigo, porque no lo permitiré.
Me acerqué fingiendo toda la calma que jamás sentí junto a él, porque en mi interior todo se hacía un desastre con solo sentir su aroma en el aire. Escondí mis manos dentro de mis bolsillos, evitando que viera el temblor que estos malditos nervios provocaban en mí. Y todo por su culpa.
Imité su posición, a solo centímetros de rosar su brazo. Tocarlo, eso era lo que quería hacer con desesperación, pero el autocontrol sería mi mejor arma en esta situación, o mi posible escudo.
Suspiré.
—¿Qué quieres? —pregunté casi en un susurro.
No me atrevía a mirarlo, mis ojos se mantenían fijos en el horizonte como si jamás hubiese visto las enromes canchas de beisbol de la escuela. No quería caer en su juego, no sin antes saber si esta vez era real.
—Creí que había sido bastante claro, pero veo que no —reía, suave y ronco—. ¿O es solo una excusa para escucharlo directo de mi boca?
Trague fuerte. Sentí trastabillar toda mi mascara de frialdad e indiferencia, con solo escuchar ese tono grave con el que me hablaba y esa sonrisa ladeada en su rostro. Pude verlo por un segundo con el rabillo del ojo, no había quitado su mirada de mí desde que llegué.
—Es solo una pregunta, o si lo prefieres, un detector de mentiras —añadí serio.
—No es mentira —se posicionó delante de mí, acorralándome contra aquel árbol—, antes no lo fue y esta vez tampoco.
—¿Debería creerte? —indagué con frialdad, más de la que hubiese esperado— No quiero dañar toda la fachada de niñito bueno que has cargado estos años, después dirán que rarito Méndez corrompió al gran y perfecto Esteban. Pobrecito de ti, ¿no?
—¡Will! —exclamó casi horrorizado.
—¿Sí, Teban? —repliqué, recordando aquel apodo estúpido que una vez le di.
Sus brazos se mantenían a mi costado, impidiendo que saliera corriendo. Pero, a decir verdad, era lo que menos quería hacer en ese justo momento en que sus preciosos ojos se inundaban y brillaban. Joder, no quería dejar de verlo nunca. ¿Qué quería? Abrazarlo, como nunca antes lo hice, quería envolverlo entre mis brazos y acariciar sus mejillas para que no llorara.
Pero no, debía ser fuerte y tranquilizarme. Nada lograré si me dejo llevar por mi debilidad, por él.
—¿Qué debo hacer para que me creas? —suplicó— Ya no me importa ser el popular, ni nada de eso, solo me interesa ser tu persona favorita. Te amo, y me da igual lo que digan. Tú solo dime que hago y...
—Nada —le interrumpí—, ya no puedes hacer nada. ¿Sabes por lo que pasé ese día? Como el buen imbécil que siempre fui para ti, te creí y vine esperando que también lo hicieras. ¿Para qué? Presenciar el mayor espectáculo de toda la escuela, la parejita popular haciendo oficial su relación. Felicidades, por ahí debe estar tu novia buscándote. ¿Ya le diste su regalo? Los peluches están pasados de moda.
Por un segundo su impenetrable fachada de seguridad se vino abajo, tal vez no esperaba una confrontación de esta magnitud. Quizá imaginó que me lanzaría a sus brazos solo porque sí, pero ese idiota que una vez creyó en su palabra sin preguntar ya no está.
—Lo siento —susurró, acercándose un poco más a mí—, eso nunca debió suceder y de verdad lo lamento.
—Ok, te perdono —aseguré—. ¿Ya me puedo ir?
—No es solo eso...
—¿Quieres más? No seremos amigos, si es lo que esperabas, no puedo serlo después de eso —le reclamé, dejando que por primera vez en esos tres años toda mi frustración saliera.
Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas, haciéndome sentir una punzada de culpa tan fuerte que casi rompo todos mis esfuerzos solo para consolarlo.
—Te juro que eso no estaba en mis planes, ese día quería decirte esto mismo, pero ella se apareció de la nada y...
—Tu solo le seguiste la corriente, ¿no? —le interrumpí, esta vez lleno de rabia. ¿Culpa por qué?— Solo para no humillarla delante de todos, muy noble de tu parte, en serio. ¿Pero por tres años?
—Créeme que ni yo sé porque lo dejé ir tan lejos, tal vez porque es lo que esperaban de mí y temía decepcionarlos a todos, pero jamás llegué a quererla como a ti —sollozó, acercándose un par de centímetros a mí y deseando que terminara por eliminar todo ese espacio entre ambos.
—Entiendo, tanto esfuerzo para no decepcionarlos —continué, con tanta firmeza que hasta yo me sorprendía de ello—, pero sí me decepcionaste a mí, aunque sé que eso no es tan importante para ti, señor popular.
—Eres más importante para mí de lo que crees, señor odio a los populares —volvió a reír, soltando un suave sollozo—. Y quiero demostrarte, solo dame una oportunidad y esta vez no será igual, te lo prometo.
—No prometas cosas que sabes no cumplirás, me emputa eso —expresé con rabia—. Yo me voy, quítate.
Se movió, pero no como yo había exigido. Se cuerpo se apegó más al mío sin quitar sus ojos de los míos. En ellos se reflejaba esa intensa seguridad que lo caracterizaba, esa misma que me había enloquecido y enamorado.
—No lo haré —dijo, tan cerca de mí que su cálido aliento golpeaba mi cara.
Maldición, como quería besarlo, me moría por hacerlo. Sin embargo, desvié mi rostro para alejarme de sus labios. Suaves, carnosos y rosados. Delicia.
—Aléjate siquiera un poco, ocupas mi espacio personal —me quejé sin mirarlo a la cara.
—¿Cuál? —se burló al ver mi expresión— Si quieres irte hazlo, pero yo no me moveré. ¿O tienes miedo a tocarme?
—No seas payaso, ¿por qué debería...?
Me interrumpí casi sin aliento al sentir sus labios en mi mejilla, me había besado suave y dulcemente. Aun sabía cómo idiotizarme, como romper mi indiferencia y rabia.
—¿Qué haces, idiota? —le miré anonadado— No vuelvas...
Y lo hizo, volvió a besarme esta vez más largo y dulce que el anterior. Dos y tres besos más calentaron mi corazón, mientras que esa hermosa sonrisa que me derretía por dentro iluminaba todo su rostro. Ya no había quejas de mi parte, solo lo miraba sorprendido. ¿De verdad estaba sucediendo?
—Te amo, más de lo que nunca amé a nadie y no me importa si por ser gay dejan de hablarme —me decía, acariciando con suavidad mis mejillas—, lo único que me importa y quiero en este momento es a ti. Solo dame una oportunidad, te juro que esta vez voy más que en serio.
Sí, soy y sigo siendo idiota por el resto de la vida porque le creí. Eso era todo lo que había estado deseando escuchar, que aquellas palabras salieran de su boquita y que me mirara de esa forma. Por fin sucedía, y como en mis fantasías, me lancé directo a su boca. Ya había esperado demasiado, extrañaba demasiado el sabor y calor de sus besos.
Escuché sus suaves gemidos de sorpresa, siempre sorprendido por mis arranques pasionales. Con ello, la pasión del momento fue aumentando de forma exponencial, sintiendo su lengua recorrer mi boca y sus manos acariciar mi cintura apretándome a su cuerpo.
—Aún te odio —susurré sobre sus labios escuchando sus suaves risas.
—Viviré con ello —contestó, desviando sus besos por todo mi rostro y bajando a mi cuello— Feliz san Valentín, mi amor.
—Ahora sí lo es... mi amor.
Y ya no importaba lo que dijeran, pensaran o hicieran los demás. Solo éramos nosotros dos, y eso me bastaba.
Ay que bonito es el amor
Solo cuando no es con uno...
Ni en la vida real...
Ni nos pasará...
Shoro...
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