Capítulo 35: Pétalos
Antes de empezar, quiero aclarar que este capítulo contiene mucho drama, y erotismo +18 no denuncien. :'v ⚠️ También debo agradecer mucho a esta nena Pouss_III 💓
Espero que les guste. 🌚
[• 🎁🎄•]
—¿Irnos a... Siberia?
Camus no pudo evitar la sorpresa ante la sugerencia que recibía de Hyoga. Si bien era cierto que había pasado muchísimo tiempo de no visitar el frío clima de Siberia, nunca se imaginó volver a él. ¿Por qué tan de pronto esa idea?
—Sé que es una locura, maestro. Pero lo estuve meditando con la señorita Athena y ella no se opondrá si usted dice que sí. Después de todo me contó lo que ha pasado con...— pensó por un momento si decirle o no— Bueno... Con Milo. Y puede que necesite un poco de tiempo.
—... ¿Qué?—articuló nervioso. Exactamente QUÉ, era lo que Hyoga sabía de toda aquella situación.— Dime qué es lo que sabes exactamente.
—¿Eh?—preguntó confuso— ¿Qué no es que Milo lo odia y usted desea salir de todo esa situación?
Ah. Así que era eso.
Suspiró aliviado.
—Ah, sí sí, pero... Lo siento, Hyoga. No creo tener un respuesta ahora, mejor déjame que lo medite con más tiempo.
—Tómese su tiempo, maestro. Solo le recuerdo que mañana me iré nuevamente a Rusia, después volveré para navidad por órdenes de la señorita Athena. Luego de eso, no creo que los vuelva a ver más.
Dicho esto, se despidió de Camus, dejando al pobre santo de Acuario con un dilema completo en su cabeza. ¿Él en verdad quería separarse de Milo? De no ser así, tenía qué. Debía separarse e irse por un buen tiempo hasta olvidarlo por completo, que por fin el Escorpio no pudiera perseguirlo más.
Sí, eso era lo que necesitaba.
Pero, ¿Y su puesto? Athena aunque haya dicho que no se opondría, él no podía dejarla, el lugar de él estaba ahí, residía en el santuario. Después de tanta lucha no podía imaginarse una vida común fuera de eso.
—Porqué justamente ahora— pasó sus manos sobre su rostro, frustrado. ¿Qué estaba pasando con él? ¿Desde cuando le tomaba más importancia a las cosas más pequeñas? Quizá después de todo estar con Milo sí le había afectado.
Lo que restó de la tarde, la pasó sumergido en libros. Quería despejar su mente por un momento de toda esa situación, pero cuando finalmente podía concentrarse en un párrafo, su cabeza nuevamente lo traicionaba, pensando exactamente que iba a hacer con su vida.
—Maldita sea— suspiró agobiado al darse cuenta que las 10 hojas que había leído del libro, no las entendió. Y no porque la gramática fuese bastante elevada, o tuviese palabras que la mayoría, excepto él, no entendiera.
Podía leer una y otra vez la misma página, sin embargo no podía concentrarse.
Harto de su mismo, prefirió tomar un ligero refrigerio e irse a su habitación, a meditar más de lo que ya. Estaba seguro que si seguía así iba a terminar como Shaka.
Lo que desconocía era que en la entrada del templo de Acuario, Milo miraba con recelo las columnas frías que hacían la morada de Camus.
No. Él no se rendiría tan fácil.
Necesitaba hacerle entender que en verdad lo quería, lo quería junto a él. Y bajo toda esa máscara de decisión que se había construido a partir de los alientos de Aioria por intentarlo una y otra vez... se encontraba una gelatina tambaleante.
Sin permiso alguno, como era típico de él, se adentró a la sala. Miró los sofás impecables, el televisor, la alfombra... todo estaba tal y como lo recordaba hace meses; tal vez mucho mejor. Habían rastros de Camus por ahí, su olor y sus libros sobre la mesa ratona. Todo se sentía a él.
El único cuarto que tenía la luz encendida a parte de la sala era su habitación, por lo que dedujo que se encontraba ahí.
—Seguro estás leyendo, ¿Qué más podrías hacer en las noches?—murmuró, a la vez que caminaba rumbo a la puerta.
—Todo esto es un maldito desastre—pasó sus manos por su rostro, frustrado completamente— La próxima vez que lo vea, lo golpearé— recitó al aire sin percatarse de la presencia ajena.
¿Cómo se atrevía?
Milo hizo puños con ambas manos al escucharlo, aunque volvió a aflojarlas al recordar un detalle importante que llevaba en la derecha. Frágil por cierto.
La razón por la cual estaba allí: un regalo.
Tomó aire y, cegado por sus impulsos (como siempre), empujó la puerta sorprendiendo al guardián del templo.
—¿Con que vas a golpearme eh? Interesante...—siseó con un toque de picardía. Le gustaban tener llegadas impactantes.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?— gruñó molesto— ¿Quién te ha dado el derecho de entrar así a mi templo?
—Primero responde qué fueron todas esas palabras. Yo vengo en son de paz y tu estás aquí, planeando una manera de agredirme.
El griego gruñó por lo bajo para exigir una respuesta rápida. Camus, por su parte, aún no salía del asombro. No obstante, el escorpión tampoco se había dado cuenta de algunas cosas por la euforia del momento. La pijama y sus esponjosas pantuflas.
No sabía si reírse porque le daba demasiada ternura.
—Primero que nada, te lo mereces por estúpido— se cruzó de brazos, molesto— ¿Que hubiera pasado si Hyoga se da la osadía de entrar así nomás? Eres un incompetente.
Camus era muy reservado con sus asuntos personales, y el tan solo imaginarse la reacción que hubiera tenido Hyoga al encontrar a su maestro, con otro que también lo respetaba como a uno, se avergonzaba.
Y no solo eso. ¡Estuvo a punto de aceptar! En parte, le agradecía infinitamente a Hyoga por interrumpir, de no haber sido así, bueno pues... No hace falta tanto detalle de lo que hubiera ocurrido.
—Para tu mala suerte, te encargaste de educar muy bien a Hyoga— suspiró antes de desplomar todo su peso en el umbral de la puerta. Cruzó sus brazos y cerró los ojos—. Tuvo que interrumpir la mejor parte... maldición.
—Interrumpió lo necesario. Para tu desdicha.
—Y para la tuya también—lo miró de reojo—, ¿O ya no recuerdas cómo estabas?
Algunas carcajadas empezaron a asomarse por sus labios al notar el cambio de colores en su rostro. Camus lo negaría hasta el final pero su rostro delataba vergüenza porque al fin y al cabo el único que se la pasó jadeando y casi gimiendo, fue él.
—Eres un maldito tramposo— una de sus mejillas se tornó rojiza, conteniendo la vergüenza.
Definitivamente todo lo había disfrutado, para que negarlo. Pero le chocaba, que lo estuviese recordando como una hazaña.
—Mejor dime qué quieres, y después te marchas.
El griego hubiera continuado insistiendo en el tema por la simple y sencilla razón de que gozaba ver a Camus en aprietos, pero recordó entonces su verdadero motivo.
Entre risas, despegó su espalda del umbral y caminó unos cuantos pasos dentro de la alcoba, con un brazo detrás.
—Te traje algo.
Al escucharlo, no pudo evitar que su curiosidad lo invadiera al máximo, pues, eso definitivamente no se lo esperaba de Milo. Nunca, después del detalle de regalarle una manzana, le había dado otro obsequio. ¿Con qué motivo? ¿Qué era?
—¿Ahora que estás tramando?— preguntó receloso.
—Por favor, no te hagas el desinteresado, sé que mueres de ganas por saberlo—jugueteó a levantar sus cejas para darle más suspenso al asunto.
Milo llegó a estar frente a Camus en un par de zancadas y al tener una distancia de quizá un metro se sintió increíblemente seguro. En definitiva, ya no tenía dudas de estar enamorado.
Escorpio deslizó su mano hasta ponerla en frente de Camus y abrir su palma para ofrecerle un pétalo semi-rosado y un poco marchito por el calor. Se esforzó mucho en distraer a Shaka para robar una flor de la sala gemela, pero al ser descubierto solo alcanzó a arrancar un pétalo, pues de quedarse allí más tiempo, Virgo le hubiera quitado los cinco sentidos.
Arriesgó su vida por un detalle, ¿Hasta dónde era capaz de llegar?
—Es en serio, Milo— lo miró neutral— ¿Qué es lo que tramas con todo esto?— Un tanto confundido y atónito, abrió un poco sus ojos sin creer lo que estaba viendo. ¿Que rayos se suponía que era eso? Era un pedazo de pétalo de lo que lo más seguro sería un flor. Claro que lo sabía pero es decir, ¿Por qué?
—¡¿No lo vas a aceptar por ser un pétalo y no una flor entera?!—el griego sabía bien del aspecto real de su obsequio. A cualquiera podía repudiarle y hasta causarle risa, pero Camus sabía ver más allá de lo estético. Bueno, eso pensó—. Qué decepción contigo.
—No he dicho que no lo voy a aceptar— se acercó sutilmente y tomó el pétalo de sus manos- Fue un lindo y... Extraño detalle, aún así gracias, supongo.
Si bien era cierto que él no juzgaba a un libro por su portada, en todo el sentido de aquella frase, le había tomado por sorpresa ese «obsequio». Empezando porque no era uno completo, y segundo, era más sencillo de lo que hubiera esperado alguna vez.
No obstante, muy en el fondo se sintió conmovido, pues por muy sencillo que fuese, era un regalo que vino acompañado de un ligero sonrojo.
Milo alzó un poco el mentón en señal de triunfo, siendo ahora un poco más alto y, aprovechando la distracción que este tenía con el pétalo, rompió la distancia que quedaba entre ellos.
—Shaka casi pierde los estribos al verme en su jardín tomado esto para tí— De forma descarada, tomó la mano con la que Camus sostenía el pétalo y se atrevió a emanar el aroma de su pelo. Solo para embelesarse aún más—. Mi premio —exigió.
—¿Disculpa?
—Te disculpo— y ahí estaba de nuevo su egocentrismo—. Sabes, el pétalo fue excusa para venir a verte.
Aunque no le sorprendía de todo, no entendía cómo era tan persiste.
—No me sorprende— dijo con su típica cara inexpresiva—. Lo que quiero saber, es porqué no te rindes. ¿Que demonios haces otra vez aquí, Milo? ¿No es suficiente ya?
—Uno lucha por lo que quiere-se alejó y dirigió una mirada inexpresiva también—. Además, no lo niegues, te encanta que me aferre a ti.
—Ja, pero ni en tus sueños más profundos, Escorpio— se cruzó de brazos, orgulloso— No hay nada de ti que haga que yo quiera que tú te aferres a mí, deberías comenzar a entenderlo— eso había sonado como un trabalenguas.
Se alejó un poco, dando más espacio entre ambos.
—Lamentablemente yo no soy como OTROS que esconden sus sentimientos por mucho tiempo—lanzó una indirecta mientras le daba la espalda, fingiendo seriedad—. A mí me gustan las cosas directas, Aquario. Tú, sin embargo, quieres hacerme creer que no te importo. Por favor, solo basta con mirarte.
—No te creas tan importante— apretó los puños, conteniendo su enojo-. Deberías empezar a hacerte la idea que en esta vida no todo se puede tener. Y una vez que empieces a comprender ese pequeño detalle, muchas cosas se arreglarán en tu vida.—habló— Antes de eso, no pretendas que me tendrás con ese juego tan sucio y barato que piensas que será útil conmigo.
—Camus, Camus...—chasqueó la lengua en negativas volteando la mirada hacia él—, estuve así de tenerte—indicó con sus dedos, el índice y el pulgar la poca cercanía—. Y por tu parte, a mí ya me tienes, ¿Por qué no lo aceptas de una vez y somos felices? ¿Por qué no dejamos el pasado y este drama también?
Camus quedó sin habla. ¿Que le diría? ¿Qué sí lo quería pero que por tanto daño no lo aceptaba? No podía, eso era una derrota para él.
—Lo dejaría si tan solo te quisiera— mintió, como siempre— Milo por favor vete de una vez, no insistas. Porque si sigues con todo esto, el único que terminara por marcharse, seré yo.
—Mentiroso...—murmuró sus palabras con rencor. ¿Por qué era así?— ¡ERES UN MENTIROSO!
Quería permanecer fuerte, pero él no era capaz de congelar su corazón como Camus. Le dolía.
—Este no es más que uno de los típicos berrinches que haces cuando algo no sale como lo planeas, ¿No es cierto?— frunció el ceño— Siempre fuiste un impulsivo caprichoso.
—¡Y TÚ; UN TÉMPANO RESENTIDO!—le dió un ligero empujón en el pecho.
Camus perdió la paciencia con ese ligera empujón, se estaba hartando de su actitud tan infantil, de sus palabras. Porque a él también le dolía, Milo nunca terminaría por comprender cuánto daño le había hecho
—¿Yo, un témpano resentido?— preguntó incrédulo, manteniendo aún lo que le quedaba de compostura— Eres un reverendo imbécil— dio un paso adelante— Después de todo lo que me hiciste pasar, ¿Crees que yo soy el témpano aquí? ¿Aún me crees el villano de la película? Abre los ojos. Mira a tu alrededor y date cuenta que las cosas no se van a arreglar por un simple perdón, o por un pétalo de una flor. Eso no cambiará nada, a pesar de no odiarme, me sigues haciendo daño como si aún lo hicieras. Te exijo de una maldita vez que pares con esto.
Milo aguantó todos los insultos, pero mentiría si dijera que no tuvo ganas de cerrarle la boca con un beso o un puño.
—¡En serio que contigo no se puede. Te encierras en tu burbuja y piensas que las cosas nunca tendrán solución!—apretó su mandíbula, enojado— Estoy haciendo méritos porque no te pienso perder, Y TÚ....—sus labios temblaron de enojo—, NO HACES MÁS QUE TIRARME EN CARA LO QUE PASÓ. ¿NO ENTIENDES QUE FUE CULPA DE HARMONÍA Y DE SU AMOR ENFERMIZO?
Milo pateó el suelo de manera infantil y casi derramando lágrimas. Le dolía que Camus piense que no estaba arrepentido a pesar de no ser el responsable del odio.
—Tú eres el reverendo imbécil— continuó.
—¡Es por esto mismo que no soporto que me hables más de tu odio irracional!— empujó a Milo un poco para recobrar su compostura— ¡Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión! Las cosas no cambian de hoy para mañana. ¡ENTIÉNDELO DE UNA MALDITA VEZ!— apretó sus puños con fuerza, a punto de perder los estribos— Eres tan insolente y terco. No sé cómo una persona así puede ser santo de Athena, y no me importa. No me importa por una maldita vez en mi miserable vida lo que te afecte. ¡NUNCA SABRÁS TODO EL TIEMPO QUE DESPERDICIE PENSANDO QUE PODRÍAS CAMBIAR!— gritó— ¿Harmonía?— rió sarcásticamente— Harmonía solo fue una prueba impertinente.
—¡PRUEBA IMPERTINENTE TU MALDITO TIEMPO QUE PERDISTE EN MÍ EN LUGAR DE HABLAR LAS COSAS DE FRENTE!— lo empujó de nuevo, pero esta vez se fue con todo, al estar cerca de la cama, Camus cayó sobre ella—. "Milo me gustas, gracias, buen día"— canturreó como una nena para enseñarle cómo debió haberlo dicho, aunque fuera un poco exagerado—. ¡YO! —se golpeó el pecho—, ¡TE HUBIERA ENTENDIDO!
—¡JA! Solo en tu pequeña cabecita cabe que yo diré algo eso, y solo por tí. ¿En qué mundo vives?— se reincorporó de la cama— Anda Milo, TÚ, qué siempre alardeabas de tus victorias, TÚ, que no esperabas ni un segundo para sacarme en cara las cosas y provocarme, TÚ, que no parabas de decirme cuánto me odiabas. Claro, porque decirte «Milo, me gustas, gracias. Buen día»—remedó su voz—, hubiera sido tan efectivo como la lucha de mil días que se iba a venir después de esa confesión. ¡Claro! ¿Por que tú lo hubieras aceptado? ¡POR SUPUESTO QUE NO! Lo único que hubiera logrado es que mi orgullo como hombre y caballero quedaran por el suelo. Y TÚ COMO SIEMPRE EN LA CIMA, ¿Eso es lo que querías? ¿Dejarme en ridículo? No discutiré esto más contigo. Vete de aquí.
—Y todos aquí piensan que yo soy el infantil cuando tú actúas como una nena de dieciséis años que teme confesarse a su amor.
—¡Lárgate!— Camus no dio más razones, señaló la puerta.
—¡SI, SI, CLARO QUE ME VOY!—a pasos rápidos se dirigió a salida a pasos largos. Estaba completamente furioso y enojado, en esos momentos lo único que sentía era tristeza e ira por Camus.
¡Un momento! ¿Le dijo que tenía una pequeña cabecita, y le había hecho caso en irse?
Milo volvió sobre sus pasos y esta vez perdió la razón, de por sí no le faltaba poco para hacerlo. Su cosmo dorado empezó a emanar de su cuerpo de ira hacia Camus. Lo detestaba en ese instante como nunca había odiado a nadie. Pero no era odio como el anterior, lo detestaba por no querer aceptar las cosas, porque por más que lo obligara a confesarse, Camus no lo haría.
Le clavó los ojos encima de forma tan penetrante como las agujas escarlata, dirigiéndose a él.
—Voy a cerrarte esa boca.
Acto seguido, en menos de un parpadeo, podíamos ver una desconcertante escena de forcejeo entre ambos caballeros dorados. Milo lo había tomado por detrás de la cintura y luchó hasta meterlo al baño de la recámara, a costa de patadas, codazos e insultos. El escorpión lo aventó al suelo como una basura insignificante y cerró la puerta.
—Te hace falta un baño de agua caliente para que se te esfumen esos aires de grandeza, imbécil—sentenció el griego camino a tomarlo de nuevo por la fuerza y meterlo a la ducha.
Camus no pudo ni si quiera defenderse ni que sus tácticas fueran efectivas. Se sorprendió de sobremanera al saber las claras intenciones de Milo. Lo pensaba meter a la ducha sin importarle que estuviese en ropas de dormir.
—¿Qué demonios piensas hacer?— preguntó lo obvio— No pienso caer en tus malditos y estúpidos juegos.
No le contestó.
Dispuesto a levantarse y encararlo, se apoyó entre los azulejos y quedó nuevamente a su altura.
Milo relajó las facciones de su rostro y se aproximó peligrosamente a los labios de Camus, jugando por unos instantes a querer besarlo. Todo con tal de que se distrajera mientras su mano alcanzaba la llave del grifo.
—Quiero besarte— No. Al contrario de su deseo, lo empujó para atrás justo al mismo tiempo que giró por completo el grifo y el agua cayó sin remedio—, Pero veo que mejor necesitas una ducha para que se te bajen los humos.— rió sin discreción.
Sin duda alguna la actitud de Milo lo tenía desconcertado y cabreado. Toda esa maldita actitud lo tenía hasta los cojones, y el dejarlo en pleno chorro de agua, le hizo ver que cierto santo no iba a quedar vivo para la mañana próxima. Camus abrió ligeramente sus labios, mientras el agua daba un recorrido por su rostro.
Rápidamente su ropa completamente empapada, sus largos cabellos aguamarina guardaron un azul más profundo, así como se adherían a su rostro y su largo cambiaba por unos centímetros más. La camisa que llevaba y el pantalón de dormír quedaron pegados a su piel, resaltando así su delgada línea pero bien trabajado cuerpo.
—Eres un imbécil de primera—. Sin previo aviso lo tomó del brazo, y lo llevó con él a la ducha, pagándole con la misma moneda.
—Maldito seas...—
Tal vez sí tenía una pequeña cabecita al no tomar en cuenta que, estando tan cerca de la ducha, podía jalarlo. Se dió un golpe mental.
El caballero de Escorpio a diferencia de Acuario, era mucho más escandaloso. No le gustaba el agua por la simple y sencilla razón de que era vulnerable a enfermarse rápido y mucho más a esas horas de la noche.
El agua recorría su cara, chorreaba por sus cabellos azules y se metía por debajo de su ropa. Milo tiritó y con la mano libre que tenía se quitó el agua de los ojos para luego toparse con una visión borrosa que solo se aclaró para ver a Camus y a su cuerpo traslucirse por encima de la tela de su pijama.
No tardó en sonrojarse y abrir la boca por el asombro.
Camus sonrió victorioso. Si fue tan vengativo para meterlo en una ducha y empaparlo por completo, entonces no se lo dejaría tan fácil.
—Estamos a mano, ¿No crees?— Retuvo el aire en sus pulmones al notar la mirada perdida de Milo sobre él, dejó de reír y se puso serio.
El griego sacudió la cabeza para (aparentemente) quitarse el agua del cabello, pero no era por eso. Quería hacer desaparecer la imagen que habían capturado sus ojos.
Tal parecía que Camus no se había dado cuenta de su aspecto y Milo tampoco del suyo. Solo se miraban avergonzados y curiosos pero ninguno se atrevía a comentar sobre ello.
El cabello de Milo era extraño. Al tener contacto con el agua se volvía lacio los primeros minutos y luego, a medida que chorreaba, se volvía más ondulado de lo normal. Tirando a rizos. Lo peor de todo venía al secarse, porque su melena se esponjaba al máximo. Por eso prefería no peinarse.
Camus por el contrario, tenía un cabello precioso, y no solo por el color, su corte y textura eran lo mejor. Al tenerlo tan largo y perfectamente peinado, daba la impresión que nunca se le enredaba el cabello. Es más, hasta parecía que hizo un pacto con el viento para que este se vea aún más espectacular cuando se exponía a él.
—Eres hermoso...—pensó en voz alta y sumido en un trance total. Milo se distraía rápido y ahora mismo, no estaba reaccionando.
Camus se sonrojó por completo, aunque parte de sus mejillas sonrosadas quedaron cubiertas por algunos largos mechones de su flequillo, culpa del agua después de todo.
—Estás delirando, ya no sabes con claridad lo que dices.— desvió su mirada.
Sí, claro que estaba delirando, pero de placer visual.
Escorpio y sus impulsos incontrolables estaban a punto de saltar la barrera de cordura que con tanto esfuerzo creaba.
—Me enamoras más cuando...—alzó su mano para alcanzar una de sus mejillas rojas y calientes—, tu rostro se pone así.— y la tomó en sus manos, apretándola suavemente.
No podían ocultarlo por mucho tiempo. Podían gritarse, insultarse, e incluso golpearse. Pero después de todo, si uno de ellos daba un simple roce de labios, el otro correspondería desesperadamente.
La respiración de Camus comenzaba a descontrolarse al sentir las suaves manos de Milo haciendo contacto con su piel, el tenerlo tan cerca de su rostro lo ponía nervioso.
¿En qué momento había cambiado todo esa pelea por un nuevo juego de seducción? Estaba seguro que en esta ocasión ya nadie interrumpirá lo que sea que estaba a punto de pasar.
—Milo por el amor a Athena, aléjate—apartó su mano— ¿Qué no me estabas odiando hace unos segundos?
—A veces pienso que soy más bipolar que Saga—comentó, manteniendo esa mirada ida y enamorada.
Descaradamente se acercó a él con intenciones de tocarlo para darle caricias, el francés por su parte aún se negaba ante sus toques. Quería sentirlo, pero su razón aún le decía «No te atrevas, ni si quiera lo pienses». El escorpio lo tomó del mentón, jugando a besarlo, se acercaba, se superponía. Pasaba lentamente los dedos cerca de su cintura y luego los apartaba.
Milo suspiró y admitió que sería una noche difícil.
Pero él tenía con qué hacer caer a las personas a su encanto. Sabía bien de lo que era dueño y vaya que no era poca cosa.
—Esta bien... te entenderé—de la nada se volvió desinteresado. Salió de la ducha y dejó a Camus ahí, de pie en un rincón mientras se mojaba, y lo observaba.
Aprovechando el momento, Milo metió sus manos por debajo de su camiseta y se la quitó de la forma más lenta y tortuosa que pudo. Cada músculo se le marcaba al moverse, su espalda y ese cabello azul alborotado que cayó sobre esta.
Camus no podía hacer otra cosa que observarlo completamente perdido. Sus músculos, su piel bronceada y parte de su espalda baja le hacía sentir una cálida sensación por debajo de su abdomen. ¡Lo estaba haciendo a propósito, lo sabía!
—¿Q-Qué estás pretendiendo?— preguntó asustado. ¿Acaso pensaba...?
Milo sonrió de oreja a oreja al escuchar claramente la presencia de los nervios en sus palabras. Giró sobre sus talones quedando frente a él. Tomó la camiseta entre sus brazos y la exprimió para sacarle el agua, inevitablemente sus músculos de los brazos se marcaron.
—Lavar mi camiseta por supuesto—actuó bien—, préstame la lavadora.
—Tú fuiste el que viniste aquí, y por tus estúpidos juegos acabamos de esta manera.— se cruzó de brazos— Anda, Escorpio, paga las consecuencias de tus actos. Si te enfermas, no es mi problema.
Milo frunció el ceño.
—¡Ay, por favor!—tiró la camiseta en el lavamanos y encaminó sus pasos de forma intimidante a Camus. Mirándole a los ojos sin pestañear ni un segundo—. Me acerco y mira como te pones.
—Deja de jugar— respondió.
—Matarías para que me quedara aquí toda la noche—se relamió los labios y bajó su vista hasta los de Camus—, ¿Recuerdas que te dije que esto no había acabado?— dio un paso adelante, haciendo que el otro retrocediera— ¿Que no me importaba hacerte mío en estas cuatro paredes hasta que se escuchen tus gritos por todo el santuario?
El ver a Milo hablarle de esa forma, de algún modo hizo que se comenzara a arrepentir. Si bien era cierto que no lo decía exactamente en serio, el quería probar la paciencia de Milo, a qué grado llegaría con tal de quedarse en su templo.
—Ja, es que en verdad no dudas en recalcar lo que harías si me tuvieras, ¿No es cierto? ¿En serio estás tan necesitado?— provocó, sin saber las consecuencias de sus palabras. Milo sonrió, tomándolo del mentón.
_Creo que la realidad es que yo...—le dió un rápido vistazo a su cuerpo—, soy una necesidad para tí.
Fue entonces cuando elevó una de sus comisuras para lanzarle su típica sonrisa pícara. Nadie se resistía. Nadie.
—¿Qué si te tengo? —le robó un beso rápidamente—, ¿Tú qué harías, eh?
Entonces fue cuando todo se descontroló y de nuevo sus instintos lo poseyeron. Entre risas aprisionó a Camus con sus brazos, mientras lo eleva unos centímetros del suelo, e instintivamente el mencionado tuviera que apoyar sus piernas en su cintura. Jadeó al sentir la respiración calma cerca de él, tentándolo. Pasó su brazos alrededor de su cuello y perdió sus dedos en el húmedo y sedoso cabello del escorpión, acariciando.
—Habla ahora que puedes, porque quizá en algunos momentos te falte el aire para hacerlo.— Suspiró de felicidad al sentir las caricias en su cabello. Esa era una de sus debilidades.
Lástima para Camus, quien se negaba a acatar, que ese suspiro lo haya soltado sin despegarse de su piel, debió ser terriblemente excitante.
—No... No estés tan seguro de eso si sabes que mi respuesta siempre será un no.— se reprimió, y a duras penas continuó— Que obstinado.
Lo deseaba, Milo lo deseaba tal o incluso más que la anterior ocasión.
—Tu respuesta será "no pares"—habló contra su cuello el cual había empezado a mordisquear —, Olvídate de todo por un momento... Solo por hoy.
Sonaba a ruego.
Ni lento ni perezoso Milo lo llevó hasta la pared de la ducha, donde la espalda de Camus colisionó con algo de rudeza, a lo que éste respondió con una queja. El griego liberó una de sus manos y acomodó la pierna del otro alrededor de su cintura sin importarle los reproches de su compañero. Podía hasta jurar que el agua había comenzado a hervir al hacer contacto con sus cuerpos.
—Dime, Camus. ¿Realmente quieres apartarme?— enterró la cabeza en su clavícula, dónde besó y lamió con lentitud, a su gusto, como si fuese de su propiedad.— ¿Tienes las agallas para hacerlo?
Acuario aún dudaba en ceder. Lo disfrutaba, cada vez que las manos de Milo se enterraran entre su piel, tanteando, disfrutando, comenzaba a temblar, a jadear. Podía decir no, pero su cuerpo diría más, completamente ajena a sus intenciones. Para que mentir, muy en el fondo quería sentirlo por completo. Deseaba sentir las manos de Milo recorriendo su cuerpo, que no se quedara un solo rincón sin su tacto. Deseaba hacerlo, deseaba decírselo.
Pero su orgullo, no lo permitía aún.
—M-Milo, basta... Yo, yo...- se vio propiamente traicionado cuando no pudo aguantar más y sus labios callaron solamente para darle paso a un libre gemido que salió desde su garganta, endulzando el oído de su «compañero» Aunque eso no era más que música para sus oídos. Sin controlar los instintos que amenazaban con llevarse a Camus a la cama, enloqueció de placer al oírlo, al saber que él era el culpable.
—Haz... Haz eso de nuevo—dijo rápidamente y acalorado, cerrando los ojos para probar a ciegas los labios del chico.
Milo fue bajando poco a poco al francés, sintiendo como su hermoso cuerpo se resbalaba entre sus manos hasta subirse hasta la mitad la polera de su pijama. Mientras luchaba por un beso, las manos del escorpión no se quedaron quietas. Por supuesto que no. Milo quería desnudar aquella imagen de Camus empapado bajo la ducha, lo deseaba como nunca nadie había deseado a alguien, y joder que lo amaba.
—Nunca me cansaré de decirte lo mucho que me provocas—habló en medio del beso que ya casi estaba logrando. Los labios de Aquario aún eran tercos, pero poco a poco se aflojaban para disfrutar.
No sabía con exactitud si era el calor del momento, de su piel, de la oleada de calor que sintió en pleno momento. Pero a su a parecer Milo lo estaba torturando, escucharlo así de desesperado era excitante para él mismo, saber que lo provocaba era más placentero aún. Solo Milo sabía cómo sonar convincente y sensual al mismo tiempo, era tan malditamente perfecto que si seguía pidiéndole de esa manera que siguiera, lo haría sin importarle su orgullo.
—Milo, espera...- habló en pleno beso.
Las manos del escorpión no se permanecían quietas, tocaban cada parte su cuerpo con suavidad, su cintura, parte de su espalda, con elegancia bajaban a las piernas en un vaivén de arriba abajo.
No obstante...
—Por favor, Camus... te lo imploro— y así, con sencillas palabras, cometió el error del que Aioria le había advertido. Cayó rendido ante sus pies con una simple frase.
Lo supo pero no le importó .
Camus abrió sus ojos sorprendido, sintiendo como todo los colores se le iban a la cara, y sus piernas flaqueaban.
—Nunca te pedí que lo hicieras— no tuvo que pensar mucho para saber que lo quería, y solo por esa noche no sería egoísta consigo mismo porque después de todo, no estaría por mucho en el santuario. Solo una vez, solo un momento, solamente una despedida oculta.
Sin importarle ya más nada, Camus correspondió el beso al instante, tomándolo de ambas mejillas. Soltó por unos segundos una de ellas, y acarició su cabello, apartando uno de los mechones que se colaban por la vista de Milo y que a él le comenzaban a estorbar, y lo acomodó detrás de su oreja.
Abrió libremente la boca para darle paso a la traviesa lengua que se coló por ella, delineando la comisura de sus labios y lamiendo con sutileza el labio inferior, mordiéndolo suavemente para volver a su inicio. Milo tomó el control del beso, inclinándose un poco hacia adelante para tomar las riendas, e iniciar una batalla para acabar con la necesidad de ambos, de unirse y rozarse, ir más allá de lo que realmente querían y exigían.
Y, se sintió querido tras sentir esas cálidas caricias por su rostro. Camus era tan bueno, cálido y delicado que sin dudas, eran contrapartes en el sexo. Sin embargo, ello hacía más excitante todo.
El escorpión abandonó por un momento la lujuria y le siguió de forma desesperada el beso a Camus. Tomó su rostro con ambas manos mientras él hacía lo mismo y se fundieron en la unión de sus labios. Lo disfrutaron por segundos, que se les hicieron eternos. Milo abrió los ojos y se separó del beso, uniendo su frente a la de Camus mientras trataban de recuperar el aliento.
—No dije sin pensar—confesó—, solo...salió y, y...
Milo cerró la llave del grifo, y ahora, el único sonido de ambiente eran las gotas que caían y retumbaban. Miró a su compañero por última vez antes de lanzarse a sus besos nuevamente. A diferencia que estos sí eran correspondidos. Metió sus manos por debajo de la pijama de Camus, y le quitó la parte superior, dejando que la tela se deslizara por sus hombros y dejara expuesto su pecho. Su piel nívea era propia y única de Camus, como si todo aquel blancuzco clima de Siberia hubiera sido tallado en su suave piel.
Desantendió su boca con un jadeo, para seguir un recorrido de besos que inició desde el mentón, hasta acabar en su clavícula. Por su parte, el francés hundió nuevamente los dedos entre las hebras azuladas de Milo, se echó para atrás, cerrando los ojos a la vez que suspiraba pesadamente.
—Dime por cuánto tiempo has deseado esto Camus— habló desde su cuello, mientras sus labios y su dentadura succionaban parte de su pálida piel. Levantó su mirada y observó con una sonrisa como la presión se concentraba en ese lugar, dejando un ligero tono morado cobrizo.
Quién sabe cómo haría Camus para ocultar esas marcas, pero él, deseaba dejar más y no solamente ahí, sino por todo su cuerpo. Pintar sus dedos sobre la palidez de su piel.
—Menos de lo que tú lo has hecho— dio una sonrisa burlona, sorprendiendo a Milo. Éste cerró los ojos y rió.
—Entonces veremos quién será el que va a pedir por más— dijo sobre sus labios— Esto comienza estorbar— se refirió a las dos últimas prendas que aún lo cubrían.
Sus ágiles manos tomaron el dobladillo del pantalón de dormír junto con su ropa interior, pasó sus dedos de un lado a otro por el elástico de las prendas, tentando a quitarlo pero se retractaba.
—¿Esto es lo que quieres?— provocó a propósito.— ¿Necesitas que lo libere?— Camus gimió audiblemente por el calor del momento, y eso que aún no lo tomaba por completo. —Solo mírate como estás, Camus— sonrió de medio lado— Y me quieres engañar con que no sientes nada por mí.
—Eso... Es otro tema— suspiró agitado.
Milo rió por la resistencia que aún tenía. Aunque su cuerpo decía lo contrario.
—No sé cómo has soportado tanto tiempo, tú mejor que nadie sabes lo doloroso que puede resultar traerla así— rió.— Déjame ayudarte.
Finalmente dejó caer las últimas prendas, liberando la dolorosa erección que tenía entre sus piernas, había soportado cada beso y caricia que ya éste comezaba a molestarle. Milo llevó con sutileza su dedo índice a su entrepierna, pasando ligeramente la yema por el glande y acariciando este sensible lugar con múltiples terminaciones nerviosas. Recalcó como esta parte de su cuerpo estaba rogando atención. Camus abrió su boca, ahogando un gemido.
El francés observó, y sintió, como Milo lo tomaba de las caderas y pasaba su mano alrededor de su miembro como si estuviese a punto de complacerlo.
—Tu rostro me dice que estás apunto de correrte— lo molestó un poco. Se inclinó, y con su mano lo acarició lentamente, sin velocidad— No importa que recatado seas, Camus. Cualquier santo de Athena lo ha hecho. Esto no debe ser una novedad para tí— respondió, a las pocas quejas que empezaba a recibir por tenerlo de esa forma.
Pero Milo no iba a permitir que se corriera por sus dedos, para ser la primera vez que ambos estaban juntos, aún no.
—Deberías mirar tus ojos en estos momentos.
Se deleitó con la vista que tenía en frente. Camus estaba hecho un completo desastre, empezando porque sus ropajes yacían en el suelo empapados de agua, y segundo, por Milo. El escorpión estaba jugando lentamente con su cuerpo, y de vez en cuando se daba la tarea de relamer sus labios al observar los rosados y descubiertos pezones. Camus, al sentir los dedos sobre él, y el simple movimiento alrededor de ellos, apretaba la mandíbula para evitar un sonido comprometedor.
El griego se percató de algo importante que había estado ignorando y sería útil, muy útil.
—Mírate, Camus. Mira especialmente la cara de placer al hacerte mío— se refirió al espejo que se encontraba detrás de él, en la ducha. Milo lo tomó entre sus brazos y sin aplicar mucha fuerza, lo giró en dirección al espejo. Y, aunque Camus no pudiese ver el rostro de Milo personalmente, gracias al espejo podía ver su reflejo en el.
—¿Que quieres hacer con esto?— jadeó, observándolo desde el reflejo.
—Quiero que observes la otra faceta que tienes escondida— lo tomó desde atrás. Sus ojos estaban más encendidos que de costumbre, y ni hablar de toda la tensión de ambos que se sentía en el aire— Y que estos labios, no solo sirven para recitar un ataque.— llevó su mano derecha a su rostro sin perderse, guiándose por la figura que tenía en frente, y los suaves labios.
A continuación, llevó su mano derecha justamente a los labios de Camus, sin dejar en ningún momento de observarlo por el único medio que tenían, el espejo. Cada movimiento quedaba grabado en este, cada caricia y la reacción de su cuerpo, Camus la podría ver por medio de este. Sus dedos delinearon la boca que, ante el toque de sus manos, estaba ligeramente abierta para dejar escapar los jadeos que Milo provocaba.
—Con estas vistas, excitarías a cualquier hombre— agarró ambas mejillas del francés entre una de sus manos y las apretó— Vamos, Camus. Endulzame el oído con tus súplicas. Súplicas para que te tome de una vez por todas.—Mordió sensualmente su oreja, dejando un recorrido de saliva por ella y un gemido al aire por parte del francés—¿Acaso no dirá nada, monsieur?
Milo observó con satisfacción como Camus había abierto sus ojos con sorpresa, de como sus piernas flaquearon, de los espasmos que lo contagiaron y de la dulzura que guardaba el undécimo guardián.
—Espero haberlo pronunciado bien— susurró en su oído.
—Milo...— murmuró, quiso darse la vuelta, pero no se lo permitió.
—Aún no.— sentenció— Abre la boca— ordenó casi de inmediato. Camus se sonrojó pues aquel espejo no hacía nada más que mostrarle lo sumiso que podía llegar a ser.
No obstante, así lo hizo y fue cuando Milo colocó en frente suyo dos de sus dedos, los principales. Sonrió al notar la palidez en el rostro de Camus, más que nada se trataba de un tema de orgullo y no porque no quisiera.
—Ya sabes que hacer con ellos.
Aún así, se negaba a hacerlo. No podía tener esa propia imagen de él en su mente, nunca se lo perdonaría.
—Esto no es lo correcto.
—Como si todo esto lo fuera— rodó los ojos.
Camus se iba a odiar por hacer esto a continuación, pero lo hizo sin objeciones.
Su flequillo tapó su mirada, y parte de sus mejillas se sonrojaron, abrió su boca e inmediatamente esta fue invadida por dos de los dedos que Milo había puesto frente a él. Sin pensarlo, los oprimió con su lengua, mientras la cálida saliva se encargaba de envolverlos. Succionó ligeramente ambos dedos para después dejarlos casi al inicio de la boca y repetir lo mismo en un vaivén. Milo gruñó de placer entre su cuello, y con una mirada cargada de tensión, lo observó por medio del reflejo con lujuria, la ansiedad por tomarlo lo estaba comiendo.
Y no le importaba si alguien interrumpía ese momento, pues no abriría esa puerta, ni dejaría a Camus escapar de sus brazos hasta que no tuviera el mejor orgasmo de su vida. O bien, hasta que la otra persona escuchara sus jadeos, gimiendo y llorando, quizá.
Ambos estaban al límite y eso que aún ni llegaban a lo más importante. La tensión entre ambos era tan grande que ninguno aguantaría el tiempo suficiente para mantenerse, pues el líquido preseminal se había hecho presente desde que ambos habían iniciado aquel jugueteo.
Completamente listos, Camus sacó los dedos de su boca con un jadeo.
—Me encanta esa obediencia—musitó Milo, mordiendo su hombro. El acuariano cerró sus ojos con fuerza, concentrándose todo lo que podía.
Ahora, sin prendas que lo impidieran, Milo llevó sus dedos a su entrada. Sonriendo peligrosamente por el espejo, mientras que el aguamarina evitaba cualquier contacto visual. Eso no le duró mucho pues, se vio obligado a soltar una exclamación repentina al sentir un dedo en su interior, vio su reacción en el espejo y tapó sus labios para evitar otro gesto como ese, o tal vez su rostro completo de lujuria.
Mordió su labio inferior, mientras agachaba la mirada. Unas cuantas lágrimas se asomaron por el repentino dolor.
—No te abstengas— fue lo que el griego le recomendó antes de volver a meter un segundo, tanteando, abriendo a su paso.
—M-Milo— llamó su nombre, suplicando.
La sensación era extraña, diferente a lo que logró sentir alguna vez, y también con un tanto de dolor. Aunque no tanto como lo que estaba apunto de entrar en su interior.
Milo se tomó el tiempo necesario de estimular aquella zona, pues después de todo estaban en una ducha y no había absolutamente nada para lubricar, ni si quiera el agua se prestaba para eso. Tanteó, abrió, metió, repetitivamente.
Abandonó su interior uno segundos, haciendo sentir a Camus extrañamente vacío, pero no sería por mucho. Sacó la faja, y desabrochó su pantalón, no hacía falta quitarse por completo la prenda por lo que nada más bajó la bragueta y parte de su ropa interior, dejando al fin libre su miembro.
—Después de tener que irme por la interrupción de Hyoga...— confesó cerca de sus mejillas, observando el rostro caliente de Camus— Tuve que ocuparme de esto solo, y créeme que no se sintió tan bien como lo que está apunto de pasar.
El Acuario se giró para poder observarlo de frente, no obstante, Milo lo tomó de las caderas acercándolo a él. Sin permitirle una queja o lo que sea que estaba por decirle. Delineó con sus dedos la curvatura de sus glúteos y sin ser tan salvaje, los separó un poco para adentrarse en él. Y esta vez Camus no pudo evitar un grito de sorpresa. Sintió como su interior se ceñía a la dura y palpitosa erección de aquel imponente santo de Escorpio. No puedo verlo exactamente, pero su dolor le indicó el posible tamaño y longitud que poseía. Muy dotado por cierto. Milo agarró la delgada cintura del guardián del undécimo templo como apoyo de la oleada de calor que golpeó su cuerpo al entrar en él. Se sentía una calidez extrema, la estrechez del lugar lo tomaba por completo.
—Relájate—. Pidió, al sentir sus músculos tensos.
Las lágrimas se asomaron por sus ojos violáceos, mientras mordía su labio inferior en un intento de no gemir, tanto por el dolor, así como el calor del momento.
—Milo... E-Esto es...
—Solo mírate, házlo— lo tomó del mentón, obligándolo.
Y así lo hizo, parte de su flequillo llegaba hasta la altura de sus cejas y alguno que otro mechón un poco más largo, sus ojos a pesar de guardar lágrimas, la pupila estaba dilatada, sus mejillas y labios estaban de un ligero rosáceo. Tener una vista así de Camus era placer visual.
—¡E-Espera...!— imploró con las mejillas rojas, al sentir el suave y lento vaivén que Milo había comenzado a hacer con sus caderas. Su súplica quedó abandonada con un gemido cuando el griego, simultáneamente tomaba entre sus manos uno de sus pezones y lo apretaba suavemente, dando movimientos circulares.
Camus tensó su mandíbula por el dolor que le invadió, sin embargo, sus paredes comenzaron a adaptarse a los minutos. Sintió una corriente eléctrica por su espina dorsal, a lo que arqueo su espalda perfectamente y apoyo las palmas de las manos en los azulejos del baño.
—Esta vista desde acá atrás me está matando— gruñó extasiado de placer visual, su perfecta espalda arqueada y como sus cabellos aguamarina aún mojados, se pegaban a la espalda baja y parte de su trasero, además de poder ver cómo su pene entraba y salía repetitivamente. Una vista que solo él tenía derecho de observar después de Camus, aunque esté por su posición, era ajeno. Lo único que podía observar era el rostro de excitación por medio del reflejo.
—Ahh, Milo...— suspiró pesadamente.
Con el aliento, empañó parte del espejo volviendo borrosa la vista, aunque eso no le importó mucho pues sabía que con la nueva sensación que comenzaba a sentir, no tendría tiempo para verse en él. Tampoco le interesaba.
Su placer incrementó con la velocidad de las estocadas, tan tibio y delirante, tan escandaloso y callado a la vez, tan profundo. Sus gemidos se encerraron en aquellas paredes donde solo eran escuchados por ellos dos, su voz se había vuelto más profunda, así como los suaves pero audibles gemidos de Milo lo iban a volver loco. Y para ese entonces ya no podía pensar bien las cosas, se olvidó de Siberia, de Athena, de su puesto, inclusive de su nombre, de todo. Ahora solo podía enfocarse en cómo Milo lo hacía sentirse lleno, extasiado. Inclinó su cabeza para atrás, clavando su mirada en el techo.
—C-Camus... Yo no creo poder aguantar más— Milo apoyó el mentón en su hombro izquierdo. Cerró sus ojos, sintiendo como sus músculos se comenzaban a tensar.
—A-Ahh ¡Milo! ¡M-Más!— exclamó su nombre al aire en un gemido junto a una súplica que obviamente el Escorpio escuchó.
La saliva se escurrió por la comisura de sus labios al abrir su boca y llenarse de éxtasis. Sin nada que lo detuviera, sus músculos se tensaron, su vista se nubló y la última estocada en su interior hizo que llegara al orgasmo junto con el último grito de placer. Sus paredes apretaron el miembro de Milo, quién por la tensión, se liberó dentro de él.
Después de terminar con todo aquello, a sus deseos profundos, ambos estaban agitados, tratando de calmar sus respiraciones.
—Milo.— susurró jadeante.
—... ¿Sí?— preguntó con nerviosismo.
Camus tomó aire.
—Yo...—
Continuará.
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Carajo que este capítulo se me hizo eterno. Pensé que nunca lo terminaría 😫 Perdonen si no salió como esperaba, o si lo hizo súper extenso, pero es que solo así lo iban a disfrutar (?
Okay no xD con el último diálogo no se confundan. Si quieren saber de qué se trata, dejaré esta imagen:
Buenoooo~ Espero que no sea spoiler *guiño guiño* 👀
Anteriormente dije que este sería el último capítulo, pero no pude terminarlo porque en total me iba a quedar como de 10.000 palabras xd además, preferí terminarlo en otro cap porque el drama que se viene va ser peor de lo que ya fue en este.
Bueno amorcitos, díganme qué les pareció y que no, en qué puedo mejor o agregar. Sería de mucha ayuda 💓 👀
Otra cosa es que en los próximos capítulos extras, habrán lemon Entonces pueden recomendarme una escena que querían o un fetiche, sin vergüenza eh xd
Los estoy leyendo amorcitos 💓
-LuzDeUrano
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