Capítulo 24: Harmonía... Bella flor
El suave tintineo de aquella campanilla, le indicó a la muchacha que un cliente estaba en la tienda.
Después de que Milo saliese de su propio templo, se limitó a dar vueltas sin rumbo alguno por todo rodorio. Para no hacer el viaje perdido, compró unas manzanas y se dio el gusto de probar tan deliciosa fruta. Las amaba tanto, que podía comer ese fruto por décadas que nunca se cansaría.
Seguido de eso, entró a una librería por mera curiosidad.
No sabía si todo había sido un sueño, o parte del movimiento de labios de Athena que no pudo adivinar, pero algo muy dentro suyo le decía que debía de investigar sobre la mitología antigua de su país, personajes que cambiaron el rumbo de todo, algo que le ayudara a satisfacer su mente y el sentimiento de ignorancia, que solo adquiría cuando estaba perdido en un tema.
Miró detenidamente los libros en los estantes, unos más gruesos que otros, más coloridos, más opacos, pequeñas libretas, con diversas imágenes ilustrativas, llamativos y aburridos, libros que le hacían recordar al guardián del undécimo templo inconscientemente. Tenía que ser muy despistado en la vida para no reconocer que ese era el paraíso del acuariano.
Inconscientemente esbozó una sonrisa con solo imaginarse la reacción de Camus en un lugar así.
—¿Le puedo ayudar en algo, señor?— la voz de una chica habló detrás suyo.
—Ah, en realidad... Sí— se giró en su dirección.
La joven de cabellos rosas no había notado muy bien al cliente que visitaba la librería, por el ángulo en el que se encontraba. La mitad de su rostro estaba escondida por su largo cabello.
Cuando se giró a ella, nunca se imaginó que aquel chico fuese tan...
—Lindo...— murmuró, mientras se perdía en el rostro del escorpión por breves segundos.
Eso último Milo lo alcanzó a escuchar, y soltó una risa.
—¡Disculpe mi atrevimiento!—se inclinó ligeramente avergonzada— E-Es que...
—Déjalo, no pasa nada— sonrió.
La chica se le quedó observando por unos segundos más. Había algo en su rostro que se le hacía sospechosamente conocido, era como sí en algún momento de su vida ya lo hubiera visto, pero no recordaba de dónde.
—¿Sucede algo?— preguntó. El griego ya se empezaba a sentir algo incómodo por la mirada que le lanzaba la chica. Nunca tuvo problemas con los vistazos descarados que le dedicaban las mujeres, e incluso señoras cuando él visitaba el pueblo, porque la solución más sencilla era ignorarlas.
—¡A-Ah! Lo siento, es que... Me parece haberlo visto en algún lado— entrecerró sus ojos, como si ese acto le ayudase a recordar.
—Quizá ya has escuchado de mí y de mis compañeros.
—¿Por qué lo dice?
—Porque soy un santo dorado de Athena— respondió sencillamente.
La chiquilla evitó soltar un grito de sorpresa. Ella tenía conocimiento de los guerreros que protegían a la diosa griega, porque precisamente su hermana estaba entrenando para ello, escuchaba sus nombres por el bullicio de las personas, o alguna que otra celebración dedicada a su título como valientes guerreros, pero nunca había tenido la oportunidad de ver alguno con sus propios ojos, eso era como un sueño.
«¿Acaso todos los santos son así de guapos?»
—¡Un santo de Athena!— exclamó con asombro.— Y-Yo, no sé cómo he de actuar, esto es increíble...
—Oye... Tranquila, solo soy un ser humano, nada del otro mundo— bromeó.
—Sí... Tiene toda la razón— recapacitó de su actitud tan infantil— Lo que pasa es qué no los conozco, solo sé que hay doce santos de oro pertenecientes a las constelaciones zodiacales y... Solo eso. Admito que es vergonzoso.
—No te culpo, nosotros no somos muy conocidos físicamente porque son muy pocas las veces que salimos del santuario.
—¡Pero que descortés soy!— se llevó las manos a sus mejillas— Lo más seguro es que usted esté pensando que soy una maleducada.
La reacción tan nerviosa de la contraria le causó una carcajada. De algún extraño sentido, le causaba ternura.
—Me presento, mi nombre es Shoko— se inclinó.
—Es honor conocerte. Pero deberías relajarte un poco más, Shoko— comentó entre risas.—Soy Milo, caballero dorado de la constelación de Escorpio.
—El honor es todo mío— sonrió con nerviosismo— Bueno... Y dígame, ¿Hay algo en especial que busca?
Milo tomó una pose pensativa, ¿Por dónde comenzar? ¿La historia desde hace más de diez siglos? ¿dioses? ¿Qué buscaba exactamente?
—¿Hay algún libro de la antigua Grecia?—preguntó al fin.
—¡Claro! Sígame, es por aquí—. La adolescente lo llevó a un pasillo lleno de enormes estantes.
Le mostró algunos de cultura popular como los cantos de la Ilíada, aunque eso no le servía de mucho. También, de muchos mitos románticos, de las crueldades que hacían los dioses, desde el clásico relato de Medusa y Atenea, al inicio de Chronos, pero nada de eso le satisfacía.
Hasta qué, le mostró un libro llamativo, no precisamente por su aspecto, pues era de un color café terroso, y la imagen que portaba no atraía la atención de cualquiera, sino fuese el título.
"El relato de las constelaciones;
Una edición de___"
Eso era todo, el nombre estaba oculto por una gran mancha, lastimosamente el libro fue colocado en un lugar donde había una gotera, y por tanto tiempo en ese estado el nombre era inentendible. Esa fue la razón del porqué le dieron el libro como un obsequio. No sin antes con un poco de ayuda de la chica que recién conocía.
—¡Espero que vuelva pronto!
Fue lo último que escuchó antes de salir de aquel lugar.
Él no solía ser una persona que vivía comiendo libros, no tan literal, aunque dependiendo de su contenido, admitía que le gustaba leerlos un poco. Y ese libro que llevaba en la bolsa, había sido la excepción de su lema.
"Los libros son aburridos"
No encontraba la hora perfecta de leer el mito de su constelación. Aunque ya conociera el rollo de Orión y del escorpión.
—¡Fuera de aquí, bruja!
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el escandaloso abucheo que le lanzaban a una chica de la calle. Ésta estaba tirada en una esquina mientras era golpeada con diversos objetos, desde tomates a pequeñas piedras que las mismas personas encontraban en el suelo.
—¡Y no vuelvas más!— el puño de un hombre regordete se alzó en alto, dirigiéndose a la pobre chica que no hacía nada más que cubrirse con sus propios brazos.
Cerró sus ojos con fuerza, esperando el doloroso golpe, no obstante, eso nunca pasó. Contó unos cinco segundos pero los abucheos melmaron y ese puño nunca impactó sobre ella.
—¿Qué tanto te crees para golpear a una mujer?— sujetó la muñeca de ese hombre con fuerza.
Milo había intervenido justamente en el momento que la joven estaba por recibir tremendo golpe.
—Contéstame— estrujó la mano ajena con más presión. Decir que estaba furioso, era poco. Su ceño estaba fruncido, mientras que las venas de sus manos se empezaban a resaltar por la fuerza.
Este último no hizo nada más que soltar un quejido de dolor.
—Por el amor de Dios, suéltalo ya hijo— una anciana de quizá unos setenta años tomó el antebrazo de Milo para alejarlo.
El griego la miró de reojo sin decir media palabra, luego miró al viejo que estaba enfrente y suspiró. Si no quería meterse en problemas era mejor irse sin provocar un escándalo.
Lo soltó, y se dirigió a la chica que estaba encogida en el suelo, mientras era mofado e insultado por las personas a su alrededor.
—¡A de ser un demonio!
—¡Seguro es su cómplice!
Eso y más le gritaban. Sin embargo esos insultos lo tenían sin cuidado, poco a poco la gente empezó a marcharse del lugar.
—¿Estás bien?— se agachó a la altura de la joven y le extendió la mano para ayudarle.
Ésta lo miró profundamente, hasta que decidió aceptar.
—Gracias por defenderme...— susurró con debilidad.
—No hay porqué agradecer. Mejor dime, ¿Cómo te encuentras? ¿Necesitas ayuda? Mírate, estás toda golpeada— habló preocupado.
Ella seguía cabizbaja.
—Harmonía—. Musitó.
—¿Disculpa?
—Me llamo Harmonía.
Levantó su delicado rostro, haciendo contacto visual casi al instante.
Sus cabellos eran como el oro, los ojos verdes como el pasto, y curiosamente sus labios estaban pintados de un rojo intenso
Una punzada se hizo presente en el corazón de Milo. Con un gesto de dolor, se llevó su mano a su pecho sintiendo sus propias latidos. Él no padecía de ninguna enfermedad, ni taquicardia o paros cardíacos, pero su corazón empezó a latir con fuerza y rápidez. Aumentando su repentino dolor.
Harmonía colocó sus manos a cada lado de las mejillas de Milo, obligándole a mirarla. Pero con solo hacerlo, el dolor se hacía cada vez más intenso. No soportaba hacerlo.
—¿Qué es este d-dolor?— trató de desviar su mirada, pero ella no se lo permitió.
Hacerlo era como estar en el infierno. Ya no aguantaba, empezó a sentir como su corazón empezaba a quemarle.
—Demonios...—jadeó.
Su vista se volvió borrosa, entró a hiperventilar, y ya sus piernas no aguantaban su peso. Era como si la gravedad hubiera aumentado y trataba de lanzarlo al suelo.
Antes de desvanecerse solo escuchó un suspiro de aquella mujer.
«¿Quién es... Alexander?»
Fue lo único que pudo formular antes de caer.
[• 🕯️ •]
La lectura de Mu fue interrumpida por los lamentos de una mujer afuera de su templo. ¿Sólo era su imaginación? ¿O el libro de Stephen King en verdad surtía efecto 3D?
—¿Fue mi imaginación?
El templo volvió a quedar en silencio, Mu estaba esperando un solo sonido, o algo que le confirmara que no se estaba volviendo loco por escuchar gritos de mujer. Pero no, ahí estaban de nuevo.
Asustado, corrigió a las afueras de Aries. Al inicio de las gradas estaba una joven con alguien en brazos, no podía distinguir quién era hasta que se acercó.
—¡Por Athena! ¡Milo!—corrió hasta donde estaba su compañero con preocupación, el Escorpio estaba agitado, gotas de sudor rodaban por su piel, y ni hablar del calor infernal que sentía en su pecho.
—¿Quién es usted?—Mu le preguntó con desconfianza a la mujer— ¿Qué le ha hecho?
Harmonía solo lo miró asustada, no sabía que decir. Ella no había hecho nada, no había sido causante del dolor del griego, ¿Verdad?
—Mu... Ella no me hizo nada— habló con mucha dificultad— Pero maldita sea... Este calor ya no lo soporto, a-ayúdame...— imploró.
—Hay que bajarle la fiebre con hielo o algo frío.
No había terminado de formular la pregunta cuando ambos caballeros desaparecieron ante sus ojos.
¿Qué había pasado?
Mu al escuchar la palabra "hielo" no dudó dos veces en dirigirse a Escorpio. Porque sabía que Camus le ayudaría.
Por otro lado, la rubia se levantó cabizbaja y comenzó a reír una vez que confirmó que no había nadie a su alrededor.
Rió como una desquiciada, que cualquiera que le escuchara confirmaba que estaba loca. Pero a ella, lo único que le divertía era ver todo el problema del cual había estado pendiente todo esos años. ¿Cuánto había esperado por eso? Ah sí, desde que Damián se había metido en su vida y le había robado a Alexander.
Lo detestaba, detestaba a toda la constelación de Acuario en sí, los odiaba, y para su deleite, en esta época Acuario era tratado como siempre lo había merecido.
No pudo lograrlo con Zaphiri, ni con Kardia, pero gracias a su madre, Milo fue el representante de todo su odio y rencor al actual caballero de los hielos.
Y por consecuente, ya era hora de poner en marcha su juego.
•••
Camus se vio abruptamente interrumpido de sus labores, cuando por poco es aplastado por Mu y el guardián de octavo templo.
—¡Mu! ¡Casi me matas del susto!
—¡Camus, tienes que ayudar a Milo! ¡Ya!— exclamó casi al borde la desesperación.
—¿Y por qué supones que yo debería ayudarlo cuando...—
El tibetano no dijo nada y solo señaló al sofá donde había dejado a Milo, éste estaba en una condición tan crítica que hasta Camus se asustó.
—¿Qué... Qué le pasó? ¿Por qué está así?— preguntó.
—No lo sé, una mujer llamaba afuera de mi templo por un poco de ayuda, una vez que me explicó su situación vine cuanto antes.
—¿Y dónde está esa mujer?
—¡Rayos! Me olvidé de ella— recordó— Ya casi vuelvo.
—¡Espera, Mu! ¿Qué se supone que haga con...?— el lemuriano ya estaba templo abajo.
Con preocupación se acercó donde estaba Milo, la respiración ajena estaba pesada, su pecho subía y bajaba con rapidez, y aún estando en esa condición, las maldiciones no se hacían esperar por parte de él.
—Ni estando en las últimas cambias tu vocabulario, ¿No?
Esperó algún insulto como era de costumbre. A cambio de eso obtuvo una mirada de tristeza que le removió nuevamente todos esos sentimientos que ocultaba.
—Te necesito, Camus.
Sus ojos se abrieron al máximo al escuchar lo último. Nunca en su miserable vida, lo esperó de Milo, y ahora que lo escuchaba, no sabía qué hacer o cómo reaccionar.
—¿Qué...?— preguntó confundido.
—Yo no... Por favor, ayúdame.
—¿Por qué?— formuló en voz alta.
La pregunta no iba para él, iba pasar sí mismo, ¿Por qué aún sentía todos esos sentimientos? ¿Por qué cuándo estaba dispuesto a olvidarlo, su corazón se alteraba con solo que le dirigiera la palabra? ¿Por qué lo quería tanto si era un imbécil?
—Siento que mi corazón está en llamas— soltó un quejido al notar otra vez esas punzadas en el pecho— Camus, yo nunca le he rogado a nadie. Por favor...
¿Lo hacía? ¿Después de tantas cosas que le había hecho el escorpión? Comprendió sobre su dolor al recordar las líneas escritas en el diario de su antiguo antecesor. El Escorpio de esa época padecía algo parecido por lo que estaba pasando Milo. Y no sabía si iba a funcionar, pero tenía una pequeña idea de cómo ayudarle.
Se sentó al borde del sofá y compartieron miradas.
—Es gracioso ¿No? Qué tu peor enemigo pida de tu ayuda... Si no quieres hacerlo lo comprendo y lo merezco— suspiró con pesadez.
—Aunque quisiera, no puedo dejarte así— desvió su mirada.
Porque lo ayudaría las veces que lo pidiera, porque era un tonto, y por muchas cosas más.
Dió un pequeño respingo al sentir la mano de Milo sobre la suya.
—Ya no me pareces tan despreciable— confesó. Con las pocas fuerzas que tenía, sonrió, y entrelazó la mano derecha con la izquierda de Camus, haciéndolo sonrojar.
Camus se deshizo del agarre suavemente, y elevó un poco su cosmos para soltar el aire frío que él creía que calmaría la fiebre de Milo, no sabía si sería permanente, pero por el momento lo que importaba era mantenerlo a salvo.
—¿Qué haces?
—Pues... Estoy enfriando tu temperatura, ¿Qué no es lógico?— respondió obviando la pregunta.
—Eso lo sé— guió la mano de Camus directamente a su corazón.— Pero yo te necesito aquí.
Listo, si Camus no murió de tristeza, iba a morir de la dulzura que le provocaba el griego en ese estado. Se maldecía una y otra vez por caer y malinterpretar esas frases qué, ni si quiera sabía a qué se refería exactamente.
«No seas tonto, lo dice para que le ayudes con su temperatura»
Su subconsciente podía que tuviera toda la razón, pero aunque lo deseara, no iba a dejar a Milo en ese estado. Nunca se lo perdonaría si él moría.
Camus se llevó la mano a su corazón, imitando la acción de Milo.
Y murmuró en un tono inaudible.
—Y tú ya te encuentras aquí.
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[ C O R R E G I D O ]
Como se dieron cuenta, Milo fue afectado por algo parecido a la enfermedad de Kardia, que le provocó Harmonía con solo mirarla.
Ahora sí, algún comentario que quieran dejar de Harmonía y de su madre? Más adelante verán que SÍ se merecía todos ese tratos de los pueblerinos, eso y más xd.
Espero que les haya gustado el capítulo, pollitos 🐥❤️ Los estoy leyendo:3
Gracias por leer! ✨
-Moondust
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