Capítulo 19: Dolor
Para esas épocas el frío se sentía con bastante ímpetu, las ráfagas de viento corrían exigentes de norte a sur y por su puesto, si no se andaba con cuidado podían pescar un resfriado. Camus a pesar de ser un adolescente, no era tan tonto para ignorar ese clima y entrenar al pequeño Hyoga con tan bajas temperaturas.
Aunque era algo irónico, considerando que las técnicas que le estaba enseñando era de puro hielo, y por consecuencia era más que obvio que tenía que soportar el frío. Pero a pesar de, Hyoga solo tenía siete años, aún era un niño y su lado paternal le decía que no merecía un castigo así.
Decidió tomar el día libre, y encerrarse en la pequeña cabaña que tenían al pie de la montaña. Disfrutando de un chocolate caliente con marmelos, y de la fogata que les proporcionaba calor.
—Maestro Camus— la voz del infante lo hizo voltear— Tengo sueño, ¿Puedo ir a dormir?— el pequeño rubio se talló sus ojitos con sueño.
—No es algo que deberías pedirme permiso. Házlo—. volvió a su labor.
Debía escribir una carta y mandarla al santuario con el propósito de darle un informe completo al patriarca sobre el entrenamiento que tenía con el futuro caballero de bronce, solo debía indicarle como iba en su progreso.
—¿No se irá a dormir?— el niño preguntó con curiosidad, acercándose al montón de papeles que tenía regados por todos lados, incluyendo un cuaderno, que a simple vista se veía muy viejo.
—Aún no, Hyoga. Necesito terminar este papeleo.— volvió a dirigir toda su atención a la carta, aislándose de lo que lo rodeaba, incluyendo al travieso que tenía como alumno. Y ni se dió cuenta en qué momento había tomado su cuaderno y lo comenzó a leer.
Porque sí, era niño pero no tonto. Con mucha dificultad comenzó a leer las primeras hojas de aquella libreta, no entendía mucho ya que todo estaba en francés. Siguió pasando las páginas hasta que notó como la perfecta caligrafía que tenía como base el francés, cambiaba por unas extrañas letras que reconocía a la perfección. Confirmaba que era griego porque Camus ya le había enseñado el idioma, era lógico y necesario aprenderlo, estaba entrenando muy duro para proteger a una diosa griega, mínimo tenía que saber hablarlo.
Leyó internamente con dificultad, no entendiendo muy bien de lo que hablaba su maestro en aquellas hojas. En realidad, no precisamente por el idioma, sino más bien por su contenido.
—Maestro... ¿Quién es Milo?— preguntó.
La mente de Camus se desconectó y levantó su vista casi de inmediato, asustado y confuso por el repentino nombre dicho por el niño, un nombre que había hecho su vida imposible, pero que también, era dueño de sus pensamientos cada noche.
—¿De dónde sacaste ese nombre?
—Es que en este cuaderno está escrito qué...—no dejó que el chico terminara y se lo arrebató.
—¡Hyoga! ¿Cuántas veces tengo que repetirte que no debes tocar lo ajeno?—reprendió con enfado.
Se sentía descubierto y avergonzado. Ese cuaderno era nada más y nada menos que su diario. Podía ser extraño y muy femenino, pero no lo era cuando necesitaba desahogarse con alguien y no tenía con quién. Aquel papel era su único amigo presente que tenía, el que le consolaba cada noche, el conocedor de todos y cada uno de sus pensamientos, su mayor secreto.
¿Pero de cuál?
El secreto de no estar satisfecho consigo mismo, el mirarse en un espejo y saber que era preso de su propia sombra, el sentir que era menos y no valía la pena seguir en ese rumbo sin final. Y para sonar menos caprichoso, reconocer que estaba enamorado.
No le dolía los golpes, el rudo entrenamiento que había tenido desde niño, nada. Sólo una cosa, y era una persona. Tenía el corazón equivocado desde muy joven, era un tonto enamorado por alguien que ni le quería ni tenía el mismo interés en él. Era masoquista, porque aún se aferraba a la idea de qué tal vez, en algún momento, Milo correspondería sus sentimientos.
Pero tenía que ser sincero, o al menos no tan cobarde para no querer aceptarlo. Era solo por amor que no se negaba a la verdad. Era por amor... Sólo eso.
Uno que su madre definía como la cosa más bella que podía experimentarse, pero que conforme el tiempo, se dió cuenta que esas palabras eran solo mentiras. Porque nunca le advirtió lo doloroso que también podía llegar a ser.
—Perdón maestro Camus es que ví el libro ahí y pensé que era parte de lo que está haciendo—. notó el arrepentimiento en su voz.
Suspiró, él no tenía la culpa.
—Mejor ve a dormir.
—Pero no me respondió la pregunta anterior.
—¿Y es qué tengo que hacerlo?— se cruzó de brazos.
—Usted me dijo que era una falta de respeto no contestar una pregunta.
El chico tenía razón, no podía simplemente esquivarla. ¿Por qué todo lo que le enseñaba se volvía a su contra?
—Es un santo de oro como yo. Ahora sí, ve a dormir.
—¿Y por qué escribió de él en su cuaderno?— volvió a preguntar. Lo más seguro es que su sueño se había ido.
—¿Por qué me haces ese tipo de preguntas?
—No se debe responder una pregunta con otra pregunta.
Maldito mocoso.
Quería mucho a Hyoga pero le fue inevitable no pensarlo, ¿Desde cuándo se había interesado en ese tema relevante? Y lo más importante.
¡Estaba utilizando sus propias enseñanzas contra él!
—Porque es un compañero de armas.— respondió.
—Eso no es cierto, usted escribió que lo quería.
Camus se sonrojó por la manera tan libre de decirlo, pero solo era un chiquillo, dicen que los únicos que dicen la verdad son ellos, y los borrachos. Y pues vaya que estaba usurpando en un tema difícil de comprender incluso para él mismo.
—Sí, así es.
—¿Y por qué no se lo dice en vez de estarlo escribiendo en un cuaderno?
—Porque no es precisamente ese "cariño" que piensas que es.— se abstuvo de responderle la verdadera razón y continuó—. Creía que el sueño tocaba la puerta, así que vamos, olvidaré lo de la cartas y te acompaño.
Quería abandonar toda esa conversación, pero al parecer Hyoga no estaba dispuesto, los niños son todos unos curiosos.
—¿Entonces cuál es?
—Hyoga, aún eres muy joven para comprenderlo. Y aunque te lo explicara, no lo entenderías. Dejemos ésta conversación para después, quizá hasta tú mismo lo sepas más adelante.
El niño aún no muy convencido, asintió y se encaminó con su maestro a la habitación. No había entendido muy bien la lectura, y algo le decía que tenía que ir al fondo de toda esa situación.
Fin Flashback.
Milo apareció diez minutos después de ser llamado por uno de los soldados en la recámara del patriarca. Su rostro emanaba tranquilidad, pero su mente era un completo caos, por una lado no se sentía culpable de la situación actual de Camus porque no había sido del todo su culpa, pero por otro, ninguno de los santos dorados le creía, y peor aún, no podría vivir en paz con el remordimiento.
Le odiaba, pero no era tan cruel para desearle la muerte. ¿O sí? Pues, esa era una de la principales dudas que rondaban su cabeza. Desde que empezó a convivir con el Acuario por órdenes de Athena, dudaba de aquel odio, pudo conocerle un poco más, y darse cuenta que no era tan repugnante como él lo creía.
¡Y ni hablar de la lucha! Después de ello tomó conciencia de todo lo que Camus le había gritado, nunca le había dicho que lo odiaba. Y era cierto, rebuscó en sus memorias más profundas, la grata sorpresa que se llevó fue esa, no tenía ningún momento en el que él lo hiciera.
Le había jodido bastante, porque a comparación suya, sí le había dicho que lo odiaba, sin remordimientos. Y eso sembró la incertidumbre en su cerebro y el arrepentimiento.
El cabello cortado, su pasado, sus lágrimas derramadas... Camus tenía sentimientos, unos que pensaba que carecía, y todo aquello él lo había provocado.
Milo sí notó como Camus lloraba de la misma cólera, y eso le despertó un sentimiento de enojo y conmoción, era como tener dos personalidades. Una le decía, ¡Para con esto! Y la otra, ¡Házlo, lo merece!
Siempre se dejó llevar por la última pero nunca le puso atención porqué, y precisamente por eso. Camus no lo merecía, nunca mereció esos tratos, porque ni si quiera había un porqué.
¿Traidor? No, esa excusa era muy mediocre.
En esos momentos sus pensamientos estaban divididos en dos, contraatacándose asimismo.
—Su santidad—. se arrodilló frente a Shion, después de toda la embolia que le había dado aclarar sus sentimientos y pensamientos.
—Ven conmigo, Milo. Athena te necesita en su habitación personal.— el griego enarcó una ceja con confusión, pensó que de ahora en adelante no lo dejarían acercarse a Camus, aunque no los culpaba.
—Pero hace unas horas...—
—Yo tampoco lo entiendo. Esa es la voluntad de la señorita de Athena.
Ambos caminaron hasta la habitación donde estaba Saori y el aguamarina. Shion aún con recelo por el plan de la chiquilla, y Milo con nervios por lo que Athena le diría.
—Pueden pasar— se escuchó dentro del cuarto.
El patriarca se acercó hasta ella, mientras el santo dorado se arrodilló en la entrada de la puerta.
—Milo, acércate.
La voz de Saori era tan neutral que no podía adivinar la futura petición que le daría. Aunque sin rechistar, así lo hizo.
—¿Qué desea de mí, señorita Athena?
—Shion, por favor, déjanos solos.
El pontífice solamente suspiró, Saori aveces era muy terca. Y se estaba obsesionando de más con aquel destino de Acuario y Escorpio, aún así obedeció.
—Camus no solo tiene heridas físicas, me he dado cuenta por la fiebre, y los espasmos, que algo le ha afectado más allá de unos simples golpes. Tampoco puedo confirmar que esos síntomas sean de tu aguja escarlata. Y por más que intente bajarle la temperatura no funciona, mi cosmos no es suficiente y la respiración a penas es notable.
—Athena déjeme explicarle— tomó asiento en la orilla de la cama y dió un largo suspiro—Camus fue herido por una flecha que le lanzó el enemigo a su corazón. Pero no fue una cualquiera, dijo que sellaría sus sentimientos más profundos hasta morir.
—¿Qué?
—Esa flecha hace que sus temores y sus mayores miedos lo encierren en su propio cuerpo, él está prisionero por todos esos pensamientos que le atormentan. Y va a llegar un punto donde lo carcomen hasta morir.
—Esos significa que sus propios sentimientos acabaran con él...— confirmó, asombrada por tal confesión y dándose cuenta del destino que Camus tenía. Es curioso porque aquello no lo había visto en la bola de cristal de Afrodita, ni tampoco ésta le explicó cómo Camus se había salvado. ¿Ahora que demonios haría?— Milo, dime, ¿Quién era el enemigo?
—Sonará muy extraño pero era...—
—Athena perdóneme la intromisión pero el joven Julián ha mandado una carta—. Shion se dejó ver con una pedazo de papel y un rostro neutral.
—Déjala por ahí, en unos momentos la leeré— El antiguo caballero de Aries se retiró y Saori aprovechó para buscar el diario de Sasha, la antigua Athena del siglo XVIII, quizá había algo que le ayudara con la condición de su santo de Acuario.— Espérame aquí, volveré con alguna solución.
_¡Espere, Athena!—exclamó antes de que la jovencilla abandonara la habitación— ¿Para qué me necesitaba?
—Cuida a Camus.
Fue lo único que dijo.
Milo miró extrañado la puerta por donde Saori se había marchado. ¿Cómo le pedía algo así? ¿Acaso no estaba conciente que era "su peor enemigo"?
Desvió su mirada al joven que estaba a su lado. Su ceño estaba fruncido, y movía ligeramente sus párpados, como si estuviera teniendo una pesadilla.
—Nunca pensé que me preocuparía por tí—continuó observándole.
La respiración tranquila de Camus, se volvió por una más exigente, como si sus pulmones se estuviesen quedando sin aire, su pecho subía y bajaba con rapidez, su rostro cambió por uno de dolor, mientras se removía entre las sábanas.
Su mente quizá había recordado uno de los temas más importantes para él.
O tal vez no podía soportar tanto dolor, porque la flecha no solo sellaba sus pensamientos, sino que antes de hacerlo, los revivía como si fuera la primera vez.
Y para Camus, el dolor que ya había sepultado, lo estaba volviendo a sentir como el propio infierno. Desde un principio, como la muerte de sus padres, al sentimiento de amor que tenía por Milo.
El griego se acercó a él con preocupación, su actitud le estaba empezando a asustar. Y antes de salir corriendo a buscar a Athena, un susurro lo detuvo.
Un débil e inentendible susurro, pero que había entendido a la perfección.
—Milo...
Se giró a él con confusión, ¿Había despertado? no, en realidad seguía dormido, las facciones anteriores de dolor, fueron cambiando por unas más relajadas.
Así como ese nombre de cuatro letras, le atormentaba y lo hacía sufrir, también tenía la misma capacidad y el efecto de mejorarlo y hacerlo sentir mejor.
Era un masoquista.
El escorpión se acercó con cautela, tratando de no despertarlo y volvió a tomar asiento en el borde de la cama, observándolo con confusión.
Posó una de sus manos en la frente de Camus, comprobando la temperatura, aún tenía fiebre.
—¿No me digas que hasta en tus sueños te atormento?— preguntó con diversión.
—Milo...— le volvió a llamar. Pero solamente estaba delirando en sus sueños, pues aún estaba dormido.
—¿Por qué me llamará?— pensó con curiosidad. Se dejó llevar por sus instintos, y acarició una de sus mejillas, rozando el dedo pulgar sobre su pómulo derecho con suavidad.
No se equivocaba, pero por otro lado, la curiosidad lo llenaba a mil. Sentía que algo le hacía falta, una llave para descubrír lo que sentía realmente por Camus.
¿Pero que era exactamente?
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[ C O R R E G I D O ]
Hey guys
• Como se dieron cuenta, ese ataque es muy parecido al que sufrió Sísifo en The Lost Canvas, porque precisamente me inspiré en ese capítulo, Camus está pasando por algo parecido :c
• El enemigo con quién lucharon aún no revelaré su identidad porque es casi algo escencial al final~
Creo que eso sería todo mis amorcitos, está bien que haga los capítulos más cortos para que no se aburran? 🤔
Alguna teoría de lo que se viene en los próximos capítulos? Del capítulo de hoy? Los estaré leyendo! n.n ❤️
Ah! Y vengo a hacer spam con mi nueva historia, "¡Todos quieren con Milo!" Contendrá humor y romanticismo, será todos x Milo jajaja sin más que agregar, me despido:3
Gracias por leer! ✨
-Moondust
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