Capítulo 15: Misión (2/2)
El ambiente se volvió pesado y más tenso. Conforme avanzaban podían sentir aquella presencia en lo más alto de la montaña, ya habían presenciado varias veces como la tierra vibraba, siendo un hecho que era por la criatura mística escondida. ¿Pero que podía ser? La incertidumbre y la curiosidad era sembrada cada vez más.
—Hey— lo llamó con neutralidad.
Camus se detuvo, haciendo un silencio sepulcral para que prosiguiera, pero no lo miró.
—Si lo hiciste para chantajearme déjame decirte qué eso no funcionará...— fue interrumpido
—¡Maldita sea contigo, Milo!— exclamó y se giró enfadado—. ¿Cuál es tu maldito problema? ¿Por qué piensas que todo lo que hago es para joderte? ¿Por qué crees que yo tengo la culpa de todo? ¡Dame una maldita razón! ¿Acaso hice algo cuando niño? ¡DÍMELO!— exigió.
Milo por instinto dió un paso atrás.
Camus simplemente se hartó de la actitud del griego. Cortar su cabello fue duro para él y parecía que este solo le reclamaba y parloteaba, sin tomar en cuenta algo más importante y especial; como si tuviera la culpa.
Antes de conocer aquella fuerza del universo recorrer todas las células de su cuerpo, mejor llamado como cosmos, él vivía muy bien, con un padre y una madre amorosos, criado en una familia llena de amor y bondad. Eso cambió cuando sus padres fueron asesinados por un ajuste de cuentas por parte de su tío, quién estaba metido en proyectos turbios. Lo poco que recordaba era que su madre era de largos cabellos aguamarina, como él, era muy vanidosa y lo cuidaba con productos estéticos.
No era la gran cosa para un niño de apenas tres años, pero ver cómo su madre lo protegía de los tipos encapuchados y lo escondía, mientras su cabello como el mar azul se teñía rojizo por su propia sangre, le marcó para siempre su vida.
Después de eso, fue llevado a un orfanato. La única compañía que tuvo esos años era una foto vieja que pudo guardar, y miró como su cabello, reflejaba la escencia y el amor de su madre. Y desde entonces prometió, dejarlo crecer por ella, para que su alma perdurara en él por toda la vida.
Le dolió cortarlo por el simple hecho de ser parte de sus más viejos recuerdos, pero como santo de Athena, ahora su vida solo pertenecía a ella, a protegerla, no podía dejar que las cosas personales del pasado se involucraran en su nuevo presente.
De las veces que había visto al acuario nunca lo vio enfadado, es decir, varias veces pero no a tal punto de que estallara en cólera, que le gritara y exigiera una explicación del porqué el odio entre ellos, que por alguna razón nunca lo habían charlado.
En realidad, el Acuario se comportaba de manera madura, y no caía tan fácil en las tentaciones de Milo solo para librar una pelea, pero eso ya había sobrepasado los límites.
Después de salir del pequeño shock que tuvo, reaccionó de la misma forma.
—¿Qué? ¡¿Ahora te vas a hacer la víctima?! ¡Eso no te va! ¡Deja de fingir de una vez!— escupió.— ¿Por qué ahora actúas como un pobre niño indefenso contra mí? ¿Desde cuándo te importa pasar más tiempo conmigo? Nunca te entendí, eres detestable.
—¿Detestable yo?—preguntó con gracia—. Después de todos los golpes, lo insultos, las bromas, las caídas que recibí de ti, ¿Crees que yo, soy el detestable? ¿Yo me defendía? ¿Alguna vez te regresé esos maltratos? ¡¿Te insulté?!— se acercó lo suficiente para volver a empujarlo a unos metros atrás— ¿Y te atreves a decir que YO, soy el detestable?— alzó la voz— Eres una basura.
El Escorpio desde la tierna infancia siempre fue el que le provocaba, y Camus, al ser un niño un poco tímido -al principio-, no se defendía, no hasta años después que comprendió, que el Escorpión no entraría en razón.
—JA, ¿Qué me quieres decir? ¿Resulta que ya no me odias y quieres un tratado de paz? Deja de ser tan hipócrita.
—¿Alguna vez dije que te odiaba?— tensó la mandíbula— ¡¿ALGUNA VEZ TE LO DIJE?!— repitió fuera de sí— ¡Nunca lo hice idiota!
—¿Por eso estás reprochándome como una nena? Entonces házlo de una vez, carajo.
Mientras Milo desviaba la mirada con desinterés, Camus no pudo evitar que unas pequeñas y amargas lágrimas se asomaran por sus ojos, ¿Por qué era tan terco y ciego? ¿Por qué no lo entendía de una vez? ¿Por qué era tan difícil explicarle que ese sentimiento amargo nunca lo tuvo? Llorar de la cólera no iba con su estilo, pero era algo impredecible en esos momentos.
Milo sacaba su lado más sensible, y expresivo que no tenía tan fácil con los demás caballeros dorados.
—Eres un estúpido— dió por terminada esa discusión y secó sus lágrimas con violencia antes de que el griego las notara, no dejando rastro alguno de ellas. Odiaba llorar por algo sin sentido.
Suspiró con pesadez y volvió a retomar el camino. No quería que por su imprudencia, confesara algo que no iba al caso. Sus sentimientos eran encerrados en lo más profundo de su corazón, negándose a sí mismo lo que querían decirle. Tenía miedo, miedo de aquel torbellino en su interior que cada vez se hacía insostenible.
Nunca le había tomado importancia desde adolescente, su mar en calma se estaba volviendo un tsunami. Uno que tenía nombre.
Y ese, era Milo.
Un mar en calma nunca hizo a un marinero experto.
—¿Es enserio? ¿Así termina todo este drama? ¡Eres un cobarde!— Camus hizo oídos sordos. No valía la pena seguir discutiendo.—Ah no, eso sí que no. Tú lo buscaste ¡Ahora vamos a terminar esto!
Caminó rápidamente para alcanzarlo y se colocó frente a él, bloqueando su paso.
—¿Qué cuál es mi problema?— retomó la primera pregunta que el galo le había lanzado.— Tú eres mi maldito problema.
—Apártate de mi camino— habló con frialdad.
Milo se cruzó de brazos. No iba a permitir que esquivara tan fácil la conversación.
—Eres un incompetente, hipócrita, y traidor. ¿Sigo, o me toca explicártelo con manzanas?
Camus apretó sus puños reteniendo su furia, buscando muy en el fondo la reserva de paciencia que siempre tenía en caso de tratar con el griego. Trató de buscar otra forma de seguir pero Milo se interponía.
—Ya basta, Milo. Ahora quítate— respondió.
—¿Qué no son razones suficientes? Sabes, la gota que derramó el vaso fueron tus patéticas traiciones.
—Ya basta— comentó en el borde de la paciencia.
—No sé cómo Athena te sigue perdonando. Ni siquiera deberías tener el título de santo dorado.
Se acercó a él con rectitud, lo suficiente para rozar sus labios con una pequeña parte de la oreja del contrario, y le susurró.
—La traición conoce tu nombre.
Toda, toda la maldita paciencia que conservaba se fue al tacho de la basura. Y sin pensar claramente lo que hacía, Camus no aguantó más su ira y se dejó llevar por sus impulsos.
Lo empujó con fuerza para alejarlo, no sin antes golpearlo justo en la nariz y lanzarlo al suelo.
Milo cayó al suelo por el puñetazo que recibió. La mirada de Camus estaba ida.
¿Qué hizo?
—Imbécil—.se reincorporó y limpió el hilillo de sangre que había salido de su nariz.
Y ahí fue donde toda la paciencia de ambos y la cordura que poseían, la mandaron al infierno. A lo más profundo del mar.
Se abalanzó sobre su ahora, contrincante, y le devolvió el golpe con el puño derecho. No importa que tan rápido fuese en hacerlo, Camus no se la dejó tan fácil y le encestó un rodillazo en el estómago, así como Milo le devolvía sus ataques con precisión.
El cosmos que emanaba de ambos era impresionante. Sus puños chocaron al mismo tiempo, haciendo estremecer la tierra.
Eso había sido como un deja vù.
—¿Por qué siempre tengo que luchar contra tí?—comentó. Su puño impactó sobre el labio inferior del contrario.
Por la presión, inmediatamente Camus se echó hacia atrás, llevando así una mano su labio herido, lo delineó con el pulgar y observó la sangre que brotaba de este. Si así lo quería, no se iba a contener.
No se quedó atrás, y con el truco más sucio y barato que siempre funcionaba en batalla, deslizó su pie por los contrarios de Milo, dado como resultado, éste cayó e impactó su espalda contra las filosas y duras rocas que habían tras él.
—No deberías parlotear tanto en una pelea— se posicionó sobre él y levantó su puño— Y así termina todo.
Milo recordó la vez que habían peleado en el cuarto del templo de Acuario. Ese noche Camus lo tenía acorralado sin escapatoria, aguantando su retahíla, pero supo cambiar los papeles con una técnica en combate.
Y esa no fue la excepción.
—No debiste cantar victoria tan rápido— invirtió la posición de antes con un doble. Presionó con su cuerpo al francés.
Dispuesto a lanzarle su aguja escarlata, nuevamente sintieron como la tierra se estremecía bajo sus pies pero esta vez era por algo desconocido, así como lo habían sentido la primera vez en el bosque.
El griego miró a su compañero con neutralidad; este estaba dispuesto a recibir cualquier golpe o movimiento. Había sido derrotado justamente, ya ni modo.
Aunque, por esa estúpida pelea habían olvidado por completo al ser oculto en la montaña, esa era la verdadera misión, y no hacer relucir sus indiferencias.
Milo suspiró desganado y se levantó, dejando libre a su compañero. Él lo miró con confusión al ver como el peliazul le extendía la mano.
—¿Cuál es la trampa?— preguntó receloso. Desconfiando de su acción.
—Ninguna. Nos dejamos llevar por el odio, y olvidamos la misión por completo— cerró sus ojos.
Después de meditarlo un poco, aceptó su mano y se levantó con la ayuda brindada.
Estuvieron en silencio por unos segundos, unos que sintieron como la eternidad. Sabían a donde se dirigían, ¿Entonces por qué ninguno lo hacía? Sólo estaban ahí... Heridos por los golpes que recibieron mutuamente, escuchando el latido de sus corazones, respirando tranquilos... Como esperando la primera reacción.
—Perdón— se escuchó después de un rato.
Camus pestañeó un par de veces confundido. ¿Había sido su imaginación?
—¿Qué dijiste?
Milo rió con diversión, llevándose una mano a la cabeza, ¿Acaso estaba loco? ¿Después de todo lo que le había dicho? ¿Después de casi dejarlo sin labio, le pedía perdón? ¿Desde cuándo sentía remordimiento? Ahora estaba más tranquilo junto con Camus y con la cabeza fría.
—No sé que haces para lograr que yo te diga esto— rió unos segundos más y volvió a la seriedad— Límpiate bien los oídos porque no lo repetiré dos veces.— continuó.— Perdón. Soy un desastre y un maleducado. No tienes porqué hacérmelo saber en todo momento porque me jode bastante, y todo lo que ha pasado es por eso mismo. Acepto que fue mi culpa.
Camus no dijo nada, más que nada por asombro. ¿Quién era ese y que había hecho con el verdadero Milo? Nunca, en su vida, se lo imaginó. Pero ni en sus más profundos sueños.
—Era hora de que te dieras cuentas—. dió una sonrisa casi imperceptible.
—Oye oye, deja ese ego. No es para tanto, espero que lo hayas escuchado muy bien, porque de mis labios no va a volver a salir esa palabra, y menos por tí.
—Vámonos antes de que nos tome la noche.
—No tienes que mandarme.
No se imaginaron el verdadero peligro que estaban corriendo.
En especial, Camus.
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[ C O R R E G I D O ]
Cómo están mis amores? :'3 les gustó?
Tienen alguna duda? Teoría? Un presentimiento de cómo va a terminar el fic? Los estaré leyendo babys 🌚
Gracias por leer! ✨
-Moondust
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