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"Me gusta ver la nieve caer porque me recuerda al día en que te conocí"

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ALLEN 

—¿Estás seguro que quieres estar aquí conmigo?

Edén preguntó por quinta vez, a lo que yo solo pude rodar los ojos un poco y sonreír.

—Ya te lo dije. Eres mi novia, ¿no? Todo lo que hagas de aquí en adelante me concierne también a mí.

La sala de espera no estaba tan concurrida, solo nosotros dos y un par de personas se encontraban sentadas en las sillas de metal que quedaban afuera de aquel consultorio en donde en una placa incrustada en la puerta se podía leer «Dra. Elizabeth Miller» con letras doradas e imponentes.

Era el mismo lugar que había visitado aquella vez que esa mujer me otorgó el pase permanente de visita.

Insistí en acompañarla en esta ocasión,  cuando me dijo que su cita para la transfusión de factor VW estaba cerca. Aunque originalmente era una invitación para comer una hamburguesa y una malteada, no me quejaba por estar en ese lugar.

La infusión de plasma era un procedimiento que Edén tenía a menudo, pero para mí era algo nuevo. El hecho de recibir factor VW para que su cuerpo pudiera seguir trabajando era algo extraño.

¿Toda la vida había recurrido a este tipo de procedimientos?

A simple vista ella parecía alguien completamente normal. Una chica sin ningún defecto, y así era para mí, perfecta.

Aunque quería parecer tranquilo estaba seguro de que me veía bastante tenso. Mi mirada clavada en aquella placa, mi postura recta o quizá el hecho de que la punta de mi pie no dejaba de golpear el piso de manera rítmica y constante.

Apreté los puños sobre mis piernas como quien necesita de un estímulo para no perder la cordura, hasta que la calidez del tacto de una de las manos de Edén envolvió la mía, fue hasta ese momento que me relajé un poco.

Había estado leyendo acerca de la Enfermedad de von willebrand la noche anterior, siempre fui muy inteligente para ese tipo de cosas y saber que tendría que acompañar a Edén a un procedimiento como tal me hacía querer saber un poco más, entender a qué era realmente a lo que estaba enfrentándome.

La coagulación de la sangre es un proceso complejo donde participan las plaquetas, «trombocitos» en otras palabras y unas proteínas conocidas como «factores de coagulación».

Las plaquetas son fragmentos de lo que una vez fueron células. La mayoría de los factores de coagulación se fabrican en el hígado. Otros, como el FvW se fabrican en las paredes de los vasos sanguíneos.

Cuando se rompe un vaso sanguíneo, las plaquetas son las primeras en llegar al área de la lesión para sellar el escape y detener temporalmente o bien, enlentecer el sangrado. Pero, para que el coágulo se vuelva resistente y estable es necesario que intervengan los factores de coagulación.

Los factores de coagulación se numeran utilizando la numeración romana: del I al XII. Actúan conjuntamente en una secuencia especializada, casi como si fueran las piezas de un rompecabezas. Cuando se coloca la última pieza, se forma el coágulo, pero, si falta una sola pieza o bien está defectuosa, no se puede acabar de montar el rompecabezas.

El factor von Willebrand interviene en las etapas iniciales del proceso de coagulación. Mientras las plaquetas se concentran en el área de la lesión, el FvW actúa como si fuera pegamento, ayudándoles a pegarse entre sí para detener el sangrado. Existen algunos casos como sucede con Edén que nacen con un gen anormal que hace que fabriquen una cantidad insuficiente del factor VW o bien con una versión defectuosa de ese gen. Este trastorno sanguíneo se conoce como «enfermedad de von Willebrand».

Apreté la mano de Edén con fuerza, simplemente no podía dejar de pensar en todo eso, era algo demasiado complejo. Quería darle algunas palabras de apoyo pero era claro que ella estaba más mentalizada que yo.

Su semblante tranquilo, su pequeña sonrisa.

No había nada que perturbara su estado de serenidad.

Edén era demasiado fuerte, y era algo que admiraba de ella.

En ese momento, la puerta frente a nosotros se abrió dejándonos ver a una mujer de cabello castaño sonreír en cuanto sus ojos nos detectaron.

—Adelante —señaló pegándose a la puerta de su consultorio para dejarnos un espacio por donde ingresar.

Tomé la mano de Edén con fuerza para demostrarle mi apoyo, o tal vez para infundirme valor a mí mismo. Ella de inmediato se puso de pie y a paso tranquilo me guió al interior de lugar.

Escuché la puerta cerrarse detrás de nosotros una vez estuvimos adentro.

Las paredes blancas me recordaban a las habitaciones de arriba, en dónde los pacientes estaban seguramente en su hora de comida. Observé un poco sin querer verme mal por ello ya que la última vez que había estado ahí adentro solamente me fijé en los cuadros incrustados en las paredes, aquellos títulos y diplomas.

El escritorio que estaba frente a nosotros tenía un monitor de computadora, había una camilla del lado derecho con una sábana blanca, a su lado una báscula y una mesa con compartimentos.

Detrás del escritorio estaba un pequeño armario de color negro, del lado izquierdo una puerta daba la conexión aparentemente a otra habitación.

—Esto es una verdadera sorpresa —ironizó la doctora caminando en dirección a su escritorio.

Su bata blanca se movía con cada paso que daba. No la perdí de vista una vez entró en mi campo de visión hasta que se sentó en una silla con respaldo alto de color negro.

Al momento que recargó su peso en la silla se un escuchó un rechinido. El lugar era bastante silencioso, solo se escuchaban las manecillas del enorme reloj que se encontraba detrás de ella en la parte superior de la pared.

Elizabeth Miller colocó las manos sobre su regazo. Desde el primer momento en que la vi me dio la impresión de ser bastante seria con su trabajo, aunque había ciertas cosas extrañas en su comportamiento. Como ahora, ya que nos observaba con una sonrisa bastante peculiar.

—Vamos, tomen asiento —salí de mi ensoñación y de inmediato moví un poco una de las sillas que se encontraban frente al escritorio para que Edén se sentara. De igual manera me senté en la silla conjunto a la de ella, los ojos de aquella mujer no dejaban de analizar mis movimientos logrando que me sintiera más nervioso —. Me sorprende verte aquí sin tu padre —dijo dirigiéndose a Edén.

Con mi expresión neutra observé de soslayo a la chica que se encontraba a mi lado, sus mejillas ahora estaban sonrojadas.

—Él no pudo venir. Por eso me ha acompañado Allen esta vez —se encogió en su lugar desviando la mirada llena de vergüenza.

Elizabeth Miller pareció divertirse con su reacción.

—¿Entonces ya hay algo oficial entre ustedes? —preguntó de manera bastante natural, como si fuera una amiga, no una doctora.

Vi a Edén abrirla boca, pero nada salió de sus labios. Jamás la había visto tan avergonzada, así que pensé que lo mejor sería responder yo esta vez.

—Le pedí que fuera mi novia —dije sin titubeo, bastante seguro de mis palabras.

Me gustaba ser claro, no darle rodeos al asunto.

—Eso es una buena noticia —sonrió —, ahora podrán darte información de ella en caso de alguna emergencia.

Un sabor amargo se instaló en mi paladar.

¿En caso de alguna emergencia?

Esperaba que eso no volviera a suscitarse jamás.

—Bien, es hora de comenzar —dijo volviendo a ponerse de pie.

Mis ojos la siguieron sin perder ninguno de sus movimientos, abrió la puerta del armario negro y extrajo una de esas batas color azul sin gracia.

—Ve a cambiarte, ya conoces el procedimiento —Edén tomó aquella bata de manera firme y asintió con el rostro tranquilo.

Con pasos firmes se dirigió a la otra habitación y cerró la puerta después de ingresar.

—¿Es necesaria la bata? —cuestioné ya que no me parecía algo indispensable.

—Es solamente para evitar que su ropa se manche de sangre. Algunas veces la canalización no sale como se planea y puede brotar sangre de su vena —tragué grueso, odiaba las agujas.

Era una de las razones por las cuales no me había animado a realizarme algún tatuaje, ahora tenía esa pinta de chico malo, pero era solo la apariencia, porque realmente no lo era.

Pasaron un par de minutos, minutos silenciosos donde la mirada intimidante de la doctora Miller recaía en mí.

—Edén habla mucho de ti —comentó sin dejar de observarme —. Al parecer está demasiado ilusionada contigo. Jamás imaginé que esa niña pudiera tener más luz en sus ojos, hasta que llegaste y cambiaste su mundo.

Eran ese tipo de comentarios los que lograban acelerar mi corazón.

Edén sonreía demasiado, pero casi no hablaba sobre sus sentimientos, y como yo estaba acostumbrado a verla de esa forma no tenía conciencia del cambio que había tenido desde que nos conocimos.

—Ella es quien ha cambiado el mío —dije observándola fijamente —. Ahora soy yo quien tiene ganas de volver a vivir.

La doctora sonrió.

—Ella es alguien que merece ser amada sin reservas.

Eso era verdad, pero no estaba seguro de que yo pudiera darle todo lo que ella se merecía. Se suponía que debía de ser su apoyo, sin embargo era ella quien no soltaba mi mano.

Quien no dejaba que terminara siendo arrastrado por la marea de aquel mar profundo que cada día se encargaba de alejarme más de la orilla.

Edén no permitía que me hundiera.

La doctora Elizabeth observó su reloj de muñeca y emprendió el paso. Por mi parte no supe qué hacer, si debía quedarme en ese lugar o seguirlas. Pero antes de que entrara en la habitación me miró fijamente y habló.

—¿No vienes?

Asentí todavía perdido, y entre tropezones entré a aquel lugar.

La habitación era muy similar a cualquier habitación privada del hospital. Una camilla se encontraba en una de las esquinas, junto a ella un tripode para colocar suero o cualquier otro medicamento que tuviera que suministrarse de forma intravenosa.

Del otro lado, lo que a mi parecer era una especie de refrigerador especial abarcaba una pequeña parte de la habitación.

Pero en lo que más se concentraron mis ojos fue en la pequeña chica que se encontraba sentada en la orilla de la camilla, con la bata azul que se resbalan a por su hombro y sus pies descalzos tocándose entre sí. Sonreí un poco.

—Bien, ya conoces el procedimiento Edén —mi novia asintió intentando parecer tranquila, pero era demasiado evidente que le incomodaba aquella acción.

La doctora Miller caminó hasta el refrigerador y colocó una bolsa con infusión color ambar sobre el trípode, al momento que proseguía a asegurar el conducto por donde el plasma sería suministrado. Con cuidado sacó la aguja de su empaque.

—Recuéstate —ordenó.

Edén de inmediato hizo así, tal cual como la doctora le había indicado y una vez abrió y cerró repetidas veces su puño para producir una vasodilatación la mujer de bata blanca insertó la aguja en la parte dorsal de su mano.

Me estremecí al ver aquella acción, por otro lado Edén solo hizo una mueca de desagrado.

Aunque por muy debajo de sus expresiones sabía que era una máscara que tal vez estaba obligada a mostrar para que creyéramos que todo estaba bien.

De inmediato recompuso en una bella sonrisa, aunque yo seguía con preocupación en mi rostro. Con la respiración pausada.

La doctora Miller aseguró la canalización y se encargó de que el flujo de la sangre fuera el apropiado.

—Vendré en un momento, en lo que termina de entrar el fluido a tu cuerpo —Edén asintió.

Con pasos firmes la mujer abandonó el lugar cerrando la puerta al salir. Tal vez solo esperaría en su consultorio.

Me quedé unos segundos estático observando a Edén mirar el techo en silencio.

El plasma bajaba lentamente.

Gota a gota.

—¿No te desagrada esto? —preguntó sin dejar de ver el techo, me acerqué sin hacer alboroto y con cautela me senté junto a ella, en una silla que estaba a un lado de la camilla —. Es decir, tengo que recurrir a sangre de un desconocido. Es un poco desagradable.

—No pienso de esa manera —interrumpí —. Pero sabes, la próxima vez seré yo quien te dé un poco de sangre —dije haciéndola reír.

Si ella podía aguantar algo así yo podría dejar que introdujeran una aguja en mis venas para drenar un poco de sangre.

—Esto es lo que me permite que siga con vida —dijo sin perturbarse.

Me quedé sin saber que decir al respecto, los últimos días había visto situaciones horribles, varias entregas de diferentes tipos de drogas habían tocado a mi puerta y sin rechistar tuve que hacer aquel trabajo sucio, ya le había dado mi palabra a Rider de continuar en lo que la encomienda de hundir a mi padre se cumpliera.

Más de uno de los clientes abrieron el paquete frente a mí, y como si su vida dependiera de ello colocaron una liga en su brazo para inyectar en sus venas las sustancias dañinas que yo les proporcionaba.

Ellos estaban terminando con su vida con una jeringa. En cambio, Edén estaba prolongando la suya con algo similar.

—¿Te duele? —pregunté observando aquel parche que acababa de colocar la doctora en su mano para que la aguja estuviera anclada.

Mis dedos rodearon aquella porción de su piel.

Edén negó con una extraña sonrisa.

—Al principio dolía. Ahora es algo normal para mí.

Retiré mi tacto y tomé su mano libre entre las mías para darle un beso en los nudillos.

—¿Conoces el mar? —pregunté con su mano cerca de mis labios.

—Jamás lo he visitado —reveló.

Quería hacerla olvidar esa situación que estaba viviendo, que se perdiera en mis palabras, en mis promesas absurdas.

Quería que dejara de pensar en ese dolor. Ese lugar era demasiado frío y desolado. Deseaba llevarla con mis palabras a través de lugares que jamás había visitado.

—Lo he visto en libros, me gustaría poder conocerlo algún día.

—En verano iremos, lo prometo —aseguré viendo sus ojos fijamente.

Una enorme sonrisa apareció en sus labios y asintió con efusividad.

—¿Seguirás a mi lado para ese entonces? —preguntó soltándose de mi agarre y acariciando mi rostro con sus nudillos de una forma tan sublime.

Mi cuerpo reaccionó a sus caricias, mis ojos se cerraron para perderme en eso que estábamos viviendo en ese momento.

Y como palabras que deseaba fueran ciertas, afirmé.

Jamás me alejaré de ti.


El calor de su mano en la mía me tranquilizaba, aunque llevaba guantes aun así sentía su tacto cálido a través de la tela.

Esa tarde había sido el apoyo de Edén por primera vez en aquel procedimiento y eso me hacía estar más consciente, pero al mismo tiempo más preocupado.

¿Qué podía hacer Edén realmente?

Había estado pensando estos días en un futuro, ese futuro que yo mismo me había negado y ahora una esperanza se abría paso entre todas esas mentiras y estúpidas encomiendas.

Lo estuve meditando durante varios días y me di cuenta de que solo de esa forma podía acabar con mi padre al mismo tiempo que me liberaba de mi propia muerte.

Solamente haciendo aquel fraude podría salir de aquel gran problema.

—¿Crees que vuelva a nevar? —preguntó Edén mientras caminábamos lejos del hospital.

Los rostros de las personas que se nos cruzaban en la calle me parecían tan opacos y sin vida. A mi parecer la única que irradiaba luz era mi pequeña acompañante, quien daba pequeños saltitos evitando pisar las líneas de la acera.

El mes de enero pronto terminaría y el frío parecía ceder poco a poco, pero de igual manera habían avisado en las noticias que no bajáramos la guardia, ya que se esperaban algunos descensos de la temperatura.

—Eso creo, aunque desearía que ya llegara la primavera. Este año el invierno ha sido demasiado cruel.

Edén comenzó a reír de mi comentario.

—A mí me gusta.

—Lo sé, desde la primera nevada me lo dijiste. Aquella noche en el hospital —sonreí recordando, yo con mi yeso y ella dando vueltas como una pequeña niña recibiendo los copos de nieve que descendían del cielo.

Era una bella imagen que recordaría el resto de mi vida.

—Esa fue la primera vez que vi nevar, pero no es por eso que me gusta la nieve.

—¿No? —pregunté deteniendo mi paso, elevando una ceja.

Me gusta ver la nieve caer porque me recuerda el día en que te conocí.

Su respuesta me hizo sonreír como estúpido.

Me encantaban sus palabras dulces, directas y sinceras.

Me acerqué a ella y deposite un pequeño beso en sus labios, estábamos en plena calle, y aunque no quería dar una escena  no pude evitar perderme unos segundos en la sensación de felicidad que Edén me otorgaba.

—También se convirtió en mi estación favorita —aseguré viéndola directamente a los ojos —. Aunque mis dedos parezcan palitos de pescado y mi nariz quede tan roja como la de Rodolfo.

Soltó una risita y yo también reír de ello.

Me gustaba eso, estar con Edén sin ninguna preocupación. Aprender de su forma de ver la vida y creer que algún día caminaría con ella sin miedo de que alguien la lastimara por mi culpa.

Solo un par de semanas más.

Mi padre terminará en la cárcel y yo por fin podré recuperar mi libertad.

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