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Ángel Frágil

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ALLEN

—¡No quiero! —refunfuñé al observar el plato de lo que se suponía era un omelette con champiñones sin sabor alguno.

A su lado se encontraba un pequeño recipiente con uvas y trozos de manzana. Otro más con yogurt natural y un vaso con jugo de naranja.

—Abra la boca, joven Allen —ordenó la enfermera de aproximadamente sesenta años mientras trataba de que entrara a mí esa cuchara que se balanceaba de forma temblorosa a causa de su mal pulso.

Apreté más los labios inflando las mejillas y arrugando la frente. No era tanto por el mal sabor de los alimentos, simplemente quería joderle el día a la enfermera y a mi padre.

—¡Suficiente! —exclamó exasperada —. ¡Yo atendí a soldados heridos, y grandes pestes, pero nada de eso se compara con estar cuidando de usted! —colocó la charola de forma brusca sobre la mesa a un lado de mi camilla y salió lanzando maldiciones al aire.

Solté una carcajada apenas se perdió por la puerta de la habitación.

—Esta vez sí has logrado desesperarla. No me sorprendería que esta misma tarde pida su jubilación —Edén se asomaba por la orilla de la puerta dejando ver solamente su cabeza un tanto inclinada.

—Si eso es lo mejor para su salud, que haga lo que tenga que hacer —me encogí de hombros deslindando mi responsabilidad, mi voz era divertida.

Se echó a reír mientras caminaba hacia mi camilla para sentarse al borde.

—A ver, ¿qué es eso que no querías comer? —observó la charola, agarró el plato de fruta y dijo —: Di ¡ah!

Me quedé unos segundos observando su expresión. Mi vista desenfocaba la cuchara con la fruta, y aunque mi rostro pareciera inexpresivo me encontraba sumamente nervioso y avergonzado. Sus labios se habían abierto ligeramente al pronunciar «Ah»; sus grandes y bellos ojos se fijaban en mi boca que seguía apretada formando una línea.

—No.

—Vamos, Allen. O morirás de inanición—rozó levemente la fruta en la comisura de mis labios ocasionándome cosquillas.

Cerré los ojos y con un leve sonrojo accedí a abrir la boca.

—«Ahh».

Fue lo único que pude decir mientras sentía como lo dulce de la fruta invadía mi paladar. No solía ser fanático de las cosas dulces, pero esa chica lograba que hiciera cosas que nadie más podía.

—Eres un buen chico —abrí los ojos, ella se encontraba con una hermosa sonrisa plasmada.

Y sin preguntar siguió llenándome la boca de fruta sin darme cuenta,
hasta que me terminé también el yogurt y el vaso de jugo de naranja.

—Ves, ¿no estuvo tan mal?¿O sí?

Bufé mientras rodaba los ojos y sonreía elevando una comisura de mis labios. No estaba molesto en absoluto, veía su sonrisa, hasta que algo en ella llamó mi atención logrando que mi expresión cambiara.

—Eso que tienes ahí, ¿es un hematoma? —señalé su brazo, en donde una gran mancha violácea de aproximadamente tres centímetros de diámetro se escondía bajo la grande manga de su bata de hospital.

—Eh. Sí... —contestó con leve nerviosismo en su voz.

—Fue por mi culpa, ¿cierto? —sus ojos se abrieron grandemente al escuchar mis palabras, parpadeo varias veces.

—No. Es... Algo.

—Edén, tienes que ir al laboratorio —anunció la misma enfermera que había salido huyendo de mi habitación y sus ojos rápidamente se posaron en la bandeja de comida —. Vaya, esto es un logro. Que este mocoso irritante comiera su almuerzo me imagino que te ha costado mucho, Edén.

Giré mi rostro arrugando la frente cuando escuché la linda risa de Edén.

— Lo que sucede es que ella sí es una chica linda, no una vieja amargada.

La cara de la enfermera se puso roja del coraje.

—¿Qué dijiste mocoso maleducado? —las carcajadas por parte de Edén y por parte mía resonaron en todo el piso del hospital.

Estaba demasiado relajado, hasta que sentí la cama elevarse una nada a causa de que ella se había puesto de pie. La observé alejarse lentamente, era como si una parte de mí se fuera con ella, no lo entendía pero esa chica me iluminaba con su presencia.

—Nos vemos, Allen —salió haciendo un ligero movimiento de mano mientras me lanzaba una débil sonrisa.

La vi perderse por la puerta siendo observada por mí en silencio.

—Es una chica muy linda —musitó la enfermera aún en el umbral de la puerta de la habitación. Sus palabras habían captado mi atención y antes de que pudiera decir algo agregó — : por lo que veo te gusta su presencia.

Giré el rostro para evitar que aquella vieja viera el sonrojo de mis mejillas.

—No es de su incumbencia.

—Pero sí que eres un mocoso pesado —exhaló rendida.

—Y a todo esto, ¿por qué Edén está aquí? —pregunté cambiando el tema.

La enfermera me veía algo asombrada, parpadeando confundida.

—Pensé que ella te lo había contado.

Negué con la cabeza.

Tenía apenas cuatro días de conocerla, cuatro días que parecían una eternidad; sin embargo, apenas conocía su nombre y apellido.

No me había molestado en preguntarle acerca de la razón de que estuviera internada en un hospital como ese, así que pensaba aprovechar la presencia de la enfermera para sacar un poco de información.

O esa era mi intención.

—Allen, ¿cómo te sientes? —mi madre apareció seguida de Aaron, mi hermano mayor.

Ambos entrando por la puerta de la habitación acercándose a mi camilla.

—Creo que lo mejor será que se lo preguntes directamente a ella muchacho.

Sin decir más la enfermera desapareció dejándome con más preguntas que respuestas.

Me quedé unos segundos observando la puerta sin reparar en que mi madre y hermano habían volteado también a enfocar la puerta. Me había quedado bastante perdido.

—¿Está todo bien? —preguntó Aaron al ver que yo no reaccionaba a su presencia.

—Sí. Sólo platicaba con la enfermera—mis pensamientos se habían ido junto con Edén.

Ahora me encontraba algo curioso acerca de la razón de su estadía en el hospital.

La presencia de mi hermano y mi madre me levantantó un poco el ánimo hasta que empezaron con sus sermones.

—Papá sigue furioso por lo de tu «travesura».

Comentó Aaron entre preocupado y divertido.

—Pues es algo que me tiene sin cuidado —dije sin expresión alguna, lo que mi padre pensara de mí no me importaba en absoluto.

Mi vida no iba a verse sujeta bajo el estricto paradigma de los Anthore. Tal vez él seguía a papá como una oveja. Pero yo era un lobo en una manada de ovejas.

—Ojalá que lo ocurrido te haya hecho reflexionar acerca de tu vida y tu futuro, Allen —dijo mi madre con preocupación en su rostro —. Solo queremos lo mejor para ti hijo.

Su mano se colocó sobre la mía, su tacto era cálido y sus ojos me observaban de manera suplicante.

La única que podía lograr algo positivo en mí era ella, mamá siempre estaba ahí cuando la necesitaba

—Está bien —suspiré derrotado —; voy a ser más consciente de mis actos. Pero no prometo nada.

Una sonrisa iluminó el rostro de mamá y rápidamente me abrazó por el cuello para darme un beso en la mejilla.

—¡Gracias, gracias! —exclamó rebosante de alegría.

Mis ojos se fijaron en mi hermano mayor quien de igual manera me veía con una sonrisa.

Entre pláticas y sermones el día avanzó, sin nada relevante. Sabía que pronto me darían de alta, y que todo aquello quedaría solo en recuerdos.

El ocaso se asomaba por la ventana y en todo ese tiempo no había visto a Edén, aunque era lo mejor; ya que mi madre y hermano habían estado todo el día conmigo, no quería preguntas incómodas por parte de ellos ni suposiciones extrañas.

Conocía perfectamente a Aaron, era la imagen viva del hermano mayor que molesta al menor de la familia.

Aunque entendía que también se preocupaba por mí y siempre buscaba darme el mejor consejo.

Pero, conforme el día avanzaba deseaba que ellos se fueran para saber qué estaba haciendo Edén.

Entre tantas cosas absurdas lo mejor de todo era que mi molesto vecino el señor Riggs se había marchado a su casa desde medio día. Claro que con un gran tanque de oxígeno, por lo menos ahora podría dormir.

—Queda solo una semana de clases —comentó mi madre —, he hablado con la directora y me ha dicho que puedes saltarte esta última semana para que descanses tus heridas, con la condición de que deberás presentar los exámenes finales para pasar de año.

El próximo sería mi último año en la preparatoria. Estaba algo nervioso porque no sabía que debía hacer con mi vida una vez que terminara ese año.

—Está bien —me limité a responder mientras miles de pensamientos se aglomeraban en mi cabeza.

El pensar en mí futuro no me traía ninguna emoción positiva, quizá hace un año podría haber considerado hacer algo bueno con mi vida, sin embargo, ahora tenía una sola meta a corto plazo.

—Bueno, lo siento hermanito pero tenemos que retirarnos —Aaron observó el reloj de su muñeca —. Es algo tarde y mañana hay que trabajar —asentí levemente.

Mi madre se acercó y me dio un beso en la frente

—Nos vemos hijo. Me ha dicho la enfermera que pronto te darán de alta.

—Espero que no te sientas muy solo ahora que tu compañero de cuarto se fue.

Comentó de manera burlona mi hermano señalando el lugar en el cual había estado mi molesto compañero de habitación apenas hace unas horas.

Rodé los ojos

—Por fin podré dormir.

Aaron sonrió y se alejó con mi madre caminando detrás de él, Suspiré. Me gustaba verlos pero al parecer Edén no se había aparecido por mi habitación a causa de mis visitas.

O eso era lo que yo pensaba.

¿Quién era realmente Edén Fortier?

La hora de dormir llegó. Cuando las luces de las habitaciones fueron apagadas y sólo el pasillo quedó iluminado de forma tenue. El viento soplaba con fiereza chocando contra las ventanas fuertemente ocasionando ruidos perturbadores. No lograba conciliar el sueño, me removía entre las sábanas una y otra vez con cuidado de no mover mi yeso.

Las camas de los hospitales no son las más cómodas y el hecho de tener esa cosa en mi tobillo no me ayudaba en nada.

Al fondo podía escuchar algunos otros ruidos. La señora de la limpieza aprovechaba la hora para asear el pasillo al igual que leves murmullos lejanos de enfermeras que estaban en guardia.

Pero en un momento el silencio fue inminente.

Nuevamente era cambio de turno, los pasillos quedaron desolados y el resto de los pacientes yacían dormidos en sus habitaciones.

La puerta de mi habitación se abrió lentamente con un rechinido que captó mi atención, dejando que un pequeño rayo de luz del pasillo se filtra a través por la rendija. A causa de la oscuridad solo vislumbre una sombra acercarse hasta mí, sentí mi sangre helarse.

Había escuchado cuentos terroríficos de niñas que se aparecen en los hospitales y de las miles de almas que rondan por las habitaciones en la penumbra de la noche.

Es extraño que cuando estás en una situación así las imágenes de todas las películas de terror se te viene a la mente.

De repente eres capaz de creer que Freddy Krueger va a saltar sobre tu cama, o que la niña del "aro" aparecerá frente a ti.

En ese momento realmente te vuelves creyente y comienzas a rezar como te ha enseñado tu abuela para alejar los malos espíritus.

Apreté los ojos fuertemente para evitar ver aquel espectro nocturno pero un tacto en mi hombro me exaltó. Abrí los ojos rápidamente, frente de mi se encontraba una forma borrosa. Aquella sombra solo mostraba su cabello largo cayendo  por su rostro, un cubrebocas evitaba que pudiera verla con claridad.

Palidecí al instante, mis extremidades se petrificaron y mi garganta se secó.

— ¡Santa mierd...! —grité cuando aquella esbelta mano tapó mi boca.

Shhh. Soy yo, Edén —el alma me regresó al cuerpo logrando deshacer la tensión que se había formado.

Pero aun así tardé un par de segundos en reaccionar.

—¿¡Pero qué demonios te pasa! ? Casi logras que me muera de un paro cardíaco —argumenté fingiendo gritar en un susurro apenas quitó su mano de mi boca.

—Lo siento —se encogió mientras jugueteaba con un mechón de su cabello con nerviosismo, con la otra mano mantenía agarrada la oreja del conejo rosado con el cual la vi en algunas ocasiones en los pasillos de nuestro piso —. Es... La verdad no podía dormir, el sonido del viento no me gusta.

Había escuchado su respuesta; sin embargo lo que mis ojos veían era aquella cosa que no me dejaba ver la mitad de su rostro.

—¿Porque traes cubrebocas? —pregunté de manera abrupta sin rodeos.

—Es por mi tratamiento —comentó con nerviosismo desviando el rostro —, se me bajan un poco las defensas y debo usarlo por lo menos veinticuatro horas.

Quería preguntarle sobre su padecimiento, pero no consideraba que la media noche fuera un horario apropiado para ponernos a hablar de algo como eso. Así que solo me limité a observarla aún de pie frente a mí.

—¿Y qué haces aquí?¿O qué pretendes niña? —comenté de manera burlona para ponerla nerviosa, una sonrisa cínica se formó en mis labios.

En un movimiento impredecible Edén levantó la sábana y se introdujo en mi camilla sin responderme, sentí como se acurrucaba colocando su rostro cerca de mi brazo.

Sus mejillas se encontraban ardiendo, tal vez de vergüenza.

Y yo me había quedado silenciado por su acto, estático y perturbado hasta cierto punto.

—Lo-lo lamento, pero tengo miedo... ¿Me puedo quedar aquí?

Preguntó con inocencia sin segundas intenciones.

Observé su rostro, sus mejillas abarrotadas de carmín sobresalían incluso por debajo de aquella mascara; apreraba fuertemente con sus manos el conejo de felpa. Suspiré profundo, jamás había dormido con una chica... Bueno, no de esta forma.

—Sí.

Atiné a decir mientras sentía como se pegaba más a mi cuerpo. Sonreí para mí mismo, ella era tan linda e inocente que cualquier pensamiento impuro que pasara por mi cabeza sería opacado por la satisfacción de tener a un ser tan frágil a mi lado durmiendo plácidamente como un ángel. 

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